SOLEMNIDAD DE SAN JOSE

San José, Padre, Custodio,  Esposo y Patrono
19 de Marzo de 2014

Eclesiástico 45: 1-6;  Salmo 20: 4-5;
Salmo 111: 1-3; San Mateo 1: 18-21


Muy queridos hermanos 
en Cristo Jesús:

Ciertamente hemos de alegrarnos en este día por la Solemnidad que estamos celebrando.  Pero no puede ser una alegría pasajera, superficial.  Debe ser aquella alegría que el Espíritu Santo infunde en el alma de las personas que son capaces de llegar a conocer e imitar, además del Fiat de María Santísima, además de la fortaleza de San Pablo, también las lecciones sencillísimas, humildísimas, pero fortísimas y profundísimas que nos da el gran santo San José. 

Veamos en la vida de San José, un sólo detalle que considero importante tocar en este momento, podríamos hablar mucho, por ejemplo:  la  pureza de San José, la humildad de San José, la fortaleza de San José, considero que todo esto lo podemos sintetizar en que   San José es primeramente el custodio por excelencia.  Custodio de Jesús, custodio de María Santísima, custodio de la Iglesia.  Nos lo expresa en una forma bellísima el Evangelio, cuando el Ángel le aclara lo que en realidad sucede en María Santísima, por lo que San José entrega toda su vida para proteger también a María Santísima, y protegerla en muchos sentidos.

Y es algo muy curioso, esta realidad de San José como custodio de la Virgen lo vienen diciendo los Santos Padre de la Iglesia desde la antigüedad, lo recuerdan hoy en Maitines, san Bernardo, san Jerónimo.  San José fue el custodio de la pureza de María Santísima, quien es puro puede proteger la pureza de otros, quien es fuerte contagia la fortaleza a otros, quien es prudente contagia la prudencia  a otros, y eso es propio del custodio, el custodio no protege de una manera paternalista, el custodio custodia de una manera motivadora y formativa, ese es San José. 

Igual ejerció esa custodia para con Jesús, y podemos estar seguros de que San José ya en el Cielo sigue custodiando a María pero de manera muy especial a Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.  ¿Qué experimentará José cuando desde el Cielo se da cuenta de tantas profanaciones eucarísticas que se dan en el seno de la Iglesia?   Yo creo que San José al no sentir tristeza porque ya está en el Cielo, sí debe sentir coraje, coraje que es fortaleza, coraje que es celo por la Gloria de Dios; y me imagino a San José pidiendo constantemente por todos para que vivamos el misterio hostificante de la Sagrada Eucaristía.

Pero por lo mismo que José es custodio de Jesús, de María Santísima es también custodio de la Iglesia, del Cuerpo Místico de Cristo, y por eso es que el Magisterio Oficial de la Iglesia lo ha declarado Patrono Universal de la Iglesia.  San José anhela que la Iglesia sea santa, de acuerdo con la Voluntad Santísima de Dios.  Por eso hay que acudir a él, así como insistimos que hay que contemplar a Cristo en la Eucaristía y así como en muchas ocasiones he insistido que debemos saber contemplar a María Santísima, me atrevo ahora a añadir que también debemos contemplar a  José, para conocerlo y acudir a su protección, pero también para imitarlo, especialmente nosotros que participamos de Opus Cordis Eucharistici. 

Hemos también de ser como José “custodios de Jesús”, “custodios de María Santísima”, “custodios de la Iglesia”.  Quien no es y no vive como  custodio de Jesús, de María, de la Iglesia, considérese en pecado grave de omisión, porque ciertamente el que no vive como custodio de ellos tres, significa que es un indiferente, que es  egoísta, que es perezoso, que es ignorante, en cambio, el que vive y quiere ser cada  día mejor custodio de Jesús, de María, de la Iglesia, se esmera en mejorar cada día más el cumplimiento de esta preciosa y sublime misión que el Señor nos quiere encomendar a toda la Iglesia pero muy especialmente a nosotros que formamos parte, de una u otra forma, de Opus Cordis Eucharistici.  Custodios de Jesús, Custodios de María, Custodios de la Iglesia…

Pero me surge una pregunta, que considero necesario compartirla con ustedes:   ¿Por qué escogió Dios Nuestro Señor precisamente a San José para esa importantísima misión de ser el Custodio de Jesús, de María Santísima, de la Iglesia?  Y es en lo profundo de las lecturas de hoy, tanto de esta Santa Misa como en otras Horas del Breviario, que podemos descubrir la respuesta.  San José, conocedor de las Escrituras, persona de oración, abierto a las mociones del Espíritu, aprendió cómo tenía que vivir todas las circunstancias de su vida personal, familiar, miembro de un  pueblo escogido, para ser fiel a Dios.  Y esa forma de vida que José realizó con sencillez, con dignidad, con esfuerzo, con constancia, con esperanza, con amor, con valentía, yo me voy a permitir sintetizarla en una sola expresión que sin duda se le puede aplicar a San José:  “Presentó todo su ser, sus pensamientos, sus sentimientos, toda su actividad como Hostia viva, santa, grata a Dios,”  (cf. Romanos 12:1).

Ciertamente San José no participó de la Última Cena, por tanto no vivió en aquel momento el misterio eucarístico, pero le tuvo entre sus manos, y sí entregó todo su ser, toda su vida, para servir a la Persona de Jesús y sus designios salvíficos, en profunda unión con María Santísima, con todo esmero, amor, dedicación.  En cambio ustedes no le tienen entre sus manos, pero le comen y se hacen uno con ÉL por su Sacrificio y su Entrega a la Gloria del Padre Celestial.  Por ello, en unión con San José, Custodio de Jesús, y de San Pablo, Apóstol de Jesús, “hermanos, les exhorto a que presentemos también todos y cada uno de nosotros nuestros cuerpos, nuestro ser, nuestros sentimientos, nuestro quehacer, nuestro esfuerzo litúrgico y apostólico como hostias vivas, santas, gratas a Dios, que ese sea nuestro culto racional”. (cf. Rom. 12: 1)  

No nos contentemos con lamentarnos de las situaciones que se puedan estar viviendo a nivel litúrgico, a nivel moral, a nivel familiar, a nivel eclesial, a nivel educativo, a nivel económico, a nivel social, a nivel político.  Como San José, seamos Hostias propositivas, adoratrices y reparadores de tantas ofensas contra Jesús, pero también capaces de santificar el medio ambiente, el mundo, el tiempo en que Dios ha querido que vivamos nuestra peregrinación, capaces de lograr que nuestra Iglesia, nuestra patria, el mundo doblen sus rodillas ante Jesús Hostia, hasta que algún día, unidos a María Santísima, a San José, a San Pablo, podamos exclamar:  “Digno es el Cordero, que ha sido degollado, de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria  y la bendición.”  (Apocalipsis 5: 12)

San José, Patrono Universal de la Iglesia, Patrono de esta Arquidiócesis, Patrono de esta Obra Litúrgico-Eucarística, alcánzanos la gracia de ser como Tú, custodios de la Iglesia, en unión y sumisión a Su Santidad el Papa Francisco. Alcánzanos la gracia de ser custodios de María Santísima en unión con el Papa en unión con la Iglesia. Alcánzanos la gracia de ser custodios de Jesús Eucaristía, en unión Contigo, en unión con la Iglesia, en unión con el Papa, con la Santísima Virgen.  Oh San José Patrono Universal de la Iglesia, Custodio insigne de Cristo, alcánzanos la gracia de entregarnos por completo como Tú te entregaste, alcánzanos la gracia de olvidarnos de nosotros mismos como Tú te olvidaste  de Ti mismo, teniendo que emigrar a Egipto, teniendo que ser testigo de Cristo en Egipto, teniendo que volver a Israel, pero teniendo que ir a una ciudad humilde, a Nazareth, cumpliendo así las profecías, alcánzanos la gracia de imitarte en ese olvido de Ti mismo para que seamos capaces de ser verdaderamente los custodios que necesita la Iglesia, lo custodios que merece la Santísima Virgen María, los custodios que desea , que anhela tener Cristo desde la Eucaristía, desde la realidad  misteriosa de la Iglesia, para que algún día como tú, oh San José podamos también participar del Reino Eterno.  Así sea.


Pbro. José Pablo de Jesús Tamayo Rodríguez, o.c.e.


La Transfiguración del Señor

DOMINGO SEGUNDO DE CUARESMA

I Tesalonicenses  4: 1-7;  Salmo 24: 17-18; 
Salmo 105: 1-4;  San Mateo 17: 1-9

16 de Marzo de 2014




Muy queridos hermanos todos en el Señor Jesús:

Voy a retomar lo que podríamos considerar la idea central del Domingo anterior:  En el Amor somos poderosos, si somos capaces de amar real, concreta, constante, radicalmente a Jesús Hostia, somos poderosos.  El domingo anterior cuando decía esta expresión recuerdo un ejemplo, que no cité y que nos lo pone la tradición de la Iglesia, cuando se llama a María Santísima la omnipotente en la súplica, María en su oración es poderosa, pero ¿por qué?,¿ por qué a María Santísima la Tradición de la Iglesia la llama poderosa en su oración?, precisamente porque María amó y ama a Jesús Hostia.

Pero yo creo que es conveniente hoy por el pasaje del Evangelio de la Transfiguración del Señor, volver a insistir y a profundizar todavía más en dos de los medios que también señalábamos el domingo anterior.  ¿Qué fue lo que en realidad pudieron tener Pedro, Santiago y Juan durante la transfiguración del Señor?   Podríamos llamarlo un éxtasis, ya ellos iban creciendo  no habían llegado a la madurez en el amor, pero iban creciendo en el amor a Cristo, por algo los escogió, para ese evento, iban creciendo en el amor al Señor, y por tanto el Señor les permitió entrar en ese éxtasis, y ¿a qué se le llama en una auténtica espiritualidad cristiana, éxtasis?,  muchos piensan que necesariamente tiene que haber una elevación física del cuerpo de quien entra en éxtasis, y no es necesario la elevación física del cuerpo, lo que si es necesario en un éxtasis, es esa plena unión con el Señor, esa experiencia de la Presencia de Cristo, que es precisamente uno de los puntos en que  insistió  tanto Su Santidad Benedicto XVI desde el inicio de su fructífero Pontificado. 

Pero muy especialmente para este “Año de la adoración y el desagravio”, para este “Año de la Hostificación”  que estamos viviendo, les estoy invitando a que nosotros también tengamos esa experiencia del éxtasis en nuestra oración, recordemos lo que hemos dicho repetidamente que no es solamente pedir y pedir, sino que es contemplar a Cristo en cuya Presencia Sacramental se está.  Por supuesto, ¿quién puede llegar a experimentar eso en un crecimiento continuo?, ¿quién puede llegar a experimentarlo?... Lo puede experimentar quien de verdad vive la Eucaristía, aquel que no llega a la  Eucaristía solamente a pedir y pedir favores, sino aquel que llega a la Eucaristía, con aquella actitud de humildad y de adoración que experimentaron esos tres apóstoles durante la Transfiguración del Señor, cuando durante la misma se manifestó la voz del Padre Celestial, la Presencia y la Voz del Padre Celestial que les decía:  Este es mi Hijo amado en quien tengo todas mis complacencias, a El debéis escuchar, ¡a El debéis escuchar!, no dijo a El debéis pedirle, ni dijo a El debéis hablarle, sino que dijo a El debéis escuchar .

Queridos hermanos:   ¿a qué llegamos nosotros en nuestra oración, llegamos a convertirla en un rezo de boca para afuera, o a abrir por completo nuestro corazón, nuestra mente, nuestra voluntad,  nuestros afectos a la acción de Dios, a la acción de Cristo, llegamos a nuestra oración abiertos, dispuestos a que el Señor nos tome por completo en sí mismo y nos transforme en sí mismo?, eso debe ser la oración.  Por eso también nos decía Pablo en su Primera  carta a los Tesalonicenses,  que esa es la Voluntad de Dios:  nuestra santificación,  y la santificación de un ser humano no es más que una progresiva transformación eucarística, hostificante, en Cristo, y una progresiva transformación hostificante en Cristo por la oración, por la adoración, por el desagravio, por la unión con Cristo Hostia.

Pero queridos hermanos, si esta oración es auténticamente así tiene que tener una proyección necesaria  a las veinticuatros horas del día, por eso  cuando damos el curso sobre el método de oración decimos e insistimos que nuestra oración no debe ser ni a medio día, ni a media mañana, ni en la tarde, ni en la noche, sino que nuestra oración debe ser en horas de la madrugada, para que todo el día esté sumergido, no solamente inundado, sumergido en Cristo Jesús y que entonces nuestra relación con Cristo no tenga interrupción, eso debe llegar a ser la vida de un auténtico cristiano, por eso en su oración sacerdotal el Señor dijo aquello:  “están en el mundo pero no son del mundo”  (Cf. Jn. 17: 14-16).  

Por eso a los que realmente llegan a tener esa experiencia ya no les interesan las cosas del mundo, por eso a los que llegan a tener esa experiencia profunda, íntima de transformación en Cristo, ya no les interesa la fornicación, ya no les interesa la gula en carnes y licores,  ya no les interesa la pereza, sino que son diligentes, ya no les interesa el egoísmo  de pensar solamente en el grupito más inmediato que les rodea, ya no les interesa sólo el bienestar de su propia familia, o de sus amistades más inmediatas, sino que se interesan por la conversión y la santificación de toda la Iglesia y de toda la humanidad, porque al irse transformando en Cristo Jesús, van viviendo el mismo amor de Cristo Hostia, y ¿cuál fue la consecuencia de que Cristo Hostia fuera el mismo amor en persona?:   Fue única pero doble, primero llegó la Cruz y segundo esa Cruz la perpetua en su victimación en la Eucaristía, por puro amor Cristo se dejó crucificar, por puro amor Cristo se deja hostificar, por puro amor Cristo obedece y extiende sus manos y piernas para que le crucifiquen, por puro amor Cristo obedece a los Sacerdotes cuando pronunciamos sus Palabras en la Eucaristía.  

Y vemos que lo que viven en el mundo no es amor, es soberbia, orgullo, egoísmo, gula, pereza, lujuria, envidia, lo que viven en el mundo aunque dieran todo su dinero en limosna, y aunque entreguen su vida en la politiquería,  es puro egoísmo, en cambio el que se olvida de sí mismo y llega  por ejemplo a ocultarse para llevar una vida auténtica de adoración, de servicio a Jesús,  ese está viviendo el Amor verdadero, un ejemplo maravilloso lo tenemos en este momento en la persona de Benedicto XVI:  renunció al pontificado, no para llevar una vida tranquila, porque si él hubiera renunciado para llevar una vida tranquila sencillamente se va a Alemania, a vivir allá con su hermano, y no, renuncia al Pontificado y ¿qué hace?:  se dedica a la adoración, continua trabajando, doblando sus rodillas ante Dios por toda la Iglesia, y ¡cuántos católicos  prefieren mantenerse en su tranquilidad pecaminosa, egoísta, cobarde, indiferente en lo que se refiere a Jesús Hostia y no aprenden a vivir el amor como lo vivió y lo sigue viviendo Cristo Hostia en su Cruz que se perpetua en su Victimación Eucarística.

Queridos hermanos, fomentemos nosotros la oración de contemplación, de adoración, de desagravio, de hostificación;  no tengamos miedo de llegar a ese éxtasis de hostificarnos para Cristo durante  nuestra vida, de servir a Cristo Hostia en la Cruz, en el Altar, en el Sagrario.   El mundo pretende llenarnos de actividades sociales, de actividades profesionales, de actividades filantrópicas, de actividades de todo tipo, para impedirnos esa unión con Cristo, no le hagamos caso al mundo, trabajemos por nuestra santificación orando, contemplando a Cristo, adorando a Cristo, hostificando nuestra vida y todos nuestros ambientes . 

¿Cuál fue la actitud de los Apóstoles cuando vieron aquella luz que les inundó y aquella voz que escucharon durante la Transfiguración del Señor?   ¿Cuál fue su actitud?:   postrarse en tierra, y ¡cuántos católicos hoy con soberbia y orgullo pretenden recibir a Cristo de pie y en la mano!,   cuando se le debe recibir con humildad y adoración de rodillas y en la boca.  ¡Cuántos católicos hoy día ni siquiera hacen la genuflexión al entrar a la iglesia y llegar o pasar frente al Sagrario, y no se arrodillan durante la consagración!  ¡Cuántos católicos son ignorantes en todo lo que se refiere a Jesús Hostia!  ¡Cuán pocos son los católicos que saben lo que es vivir la visita a Jesús Hostia!  ¡Cuán pocos los que saben cómo vivir de verdad la Santa Misa!

Queridos hermanos, lleguemos a postrarnos ante el Señor… ¡hay católicos que me preguntan que si pueden hacer la oración acostados!,   “¡viera que bien que me siento!”,  sí, ¡qué bien que te sientes!,  mientras Cristo  Hostia sigue victimándose…  Póstrate de rodillas para hacer tu oración y vas a experimentar de verdad que eres envuelto, inundado y sumergido en la realidad del Dios Uno y Trino, del Dios que es la Verdad, del Dios que es el Amor.

Y todo lo anterior tiene su culmen en la Liturgia.   Vivir la Liturgia, unir la adoración con la Liturgia, si los católicos pudieran descubrir el fundamento que puede tener su misma oración personal, su oración de contemplación, llamémosle también su oración de éxtasis ante el Señor, su hostificación  en la Liturgia, en los sentimientos humano divinos de Cristo N.S. que se reflejan, que se manifiestan, que se revelan al ser humano en los salmos… La Liturgia está repleta de salmos, que expresan no sólo los sentimientos del ser humano, sino también del Dios hecho Hombre, del Dios Hombre Hostia que manifiesta a través de los salmos sus sentimientos, sentimientos de amor, sentimientos de sumisión, sentimientos de entrega, sentimientos de autenticidad, sentimientos de victimación. 

Queridos hermanos, descubramos los sentimientos de Cristo Hostia en los salmos cuando recemos la Liturgia de las Horas o el Breviario, descubramos los sentimientos de Jesús Hostia cuando participamos en la Santa Misa, cuando participamos en la  celebración de cualquier Sacramento, en la celebración del Sacramento de la Reconciliación y por supuesto, insisto,  cada vez que participamos  en la Santa Misa.  Queridos hermanos no busquemos nuestros propios sentimientos mientras se celebra el Santo Sacrificio, busquemos los sentimientos de Cristo Hostia, no lleguemos a la Misa a presentar lo que nosotros queremos, lleguemos a la Misa para adorar al Señor, para contemplar al Señor, para unirnos en su Sacrificio, para unirnos a su Victimación y en El hacernos victimas de amor, hostias de amor, eucaristía de amor, sumergidos, ahogados, en la verdad del Dios Uno y Trino. 

Vivamos la Misa de cada día, como un momento de total sumergimiento  en el océano infinito del Misterio de Dios que no se comprende pero sí se vive, pobrecitos los soberbios que tratan de entender la Misa, dichosos los humildes que aceptan que no la comprenderán jamás pero que si se pueden sumergir en el Misterio del Amor y la Verdad de Dios.  Para eso es esta Cuaresma.  Vivámosla así para que toda nuestra vida después de esta Cuaresma sea un total vivir en Cristo Hostia, un vivir y un sentir en Cristo Hostia,  un sufrir en Cristo Hostia, un alegrarse en Cristo Hostia, sin preocuparnos de las cosas del mundo sino que haciendo lo que nos corresponda durante esta vida en la perfección que viven los humildes que se atreven  a vivir el éxtasis en Cristo Hostia, con Cristo Hostia, por Cristo Hostia,  en Iglesia y con la Iglesia para dar testimonio de Cristo Hostia ante el mundo.  Así sea.

“Ofreced vuestros cuerpos como Hostia viva, santa, grata a Dios; éste es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino que os transforméis por la renovación  de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, buena, grata y perfecta.”  (cf. Rom. 12: 1-2)



Pbro. José Pablo de Jesús Tamayo Rodríguez, o.c.e.

Vive la Eucaristía y supera las tentaciones

DOMINGO PRIMERO DE CUARESMA


9 de marzo de 2014

2 Corintios 6: 1-10;  Salmo 90: 11-12;
Salmo 90: 1-7, 11-16;  San Mateo 4: 1-11


Muy queridos hermanos en Cristo Jesús:

Estamos iniciando el solemne tiempo de Cuaresma.  Como sabemos es tiempo de conversión, de penitencia, en preparación a celebrar en Semana Santa los misterios de la redención realizada por Cristo Nuestro Señor.  Pero, hagámonos una pregunta:  ¿Es la salvación un acto mágico de Cristo que se nos aplica a todos los seres humanos por si misma?  Por supuesto que no.  Cristo Nuestro Señor desea la salvación de todos, pero no la impone ni a la fuerza ni mágicamente.  Cada uno debe aceptarla, viviendo conforme a los mandamientos del Señor.  Pero esto nosotros no lo podemos considerar suficiente si es que queremos sinceramente participar de la verdadera salvación en Cristo.

Digo lo anterior porque quien pretenda salvarse en solitario, más bien corre el riesgo de condenarse por egoísmo, por ignorancia, por indiferencia. Para salvarse es necesario saber compartir la vivencia de la Fe con todos sus contenidos sacramentales, espirituales, morales, doctrinales y apostólicos con aquellos con quienes se convive, sea en familia, sea en Iglesia, sea en sociedad, sea en el campo educativo y laboral, para además ser testigos del Señor ante el mundo, aunque sea en medio de las tentaciones comunes a todo ser humano así como en medio de las situaciones que nos señala San Pablo.

Muchas veces, cuando se habla de esas realidades de la vida cristiana, tentaciones y tribulaciones, muchos católicos se asustan o se preocupan.  Eso quiere decir que no están viviendo a plenitud la Fe, ni la Esperanza ni la Caridad.  Debemos llegar a tener aquello en lo que vengo insistiendo desde hace años y hoy debo hacerlo con toda la fuerza de la Verdad y el Amor de Dios:  me refiero a la experiencia vivencial de Cristo Jesús en su Misterio Eucarístico, Misterio de Presencia, Misterio de Sacrificio, Misterio de Hostificación, Misterio de Oblación, Misterio de Victimación.

Hermanos, quien vive este Misterio enfrenta con la fuerza de Cristo las tentaciones, cualesquiera que sean, y en lugar de caer en ellas, las convierte en ocasión para fortalecerse y crecer más y más en el amor radical a Cristo, en la fidelidad radical a Cristo, en la constante transformación en Cristo, hasta poder llegar a decir con y como San Pablo “Cuanto a mí, jamás me gloriaré a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo” (Gálatas 6: 14), por lo cual también pudo decir:  “Todo lo soporto por amor de los elegidos, para que éstos alcancen la salud de Cristo Jesús y la gloria eterna”  (II Timoteo 2: 10).

 Y quien vive lo anterior será capaz de enfrentar con paz, con gozo espiritual profundo, en la cruz del Señor, todas las tribulaciones que le vengan por ser cristiano de verdad tanto en lo privado como en lo público, en todo momento, circunstancia y lugar, así como también por ser verdadero apóstol de Cristo Hostia igualmente, en lo privado y en lo público, en todo momento, lugar y circunstancia.
Ustedes se preguntarán por qué estoy insistiendo tanto en esto que se refiere a Cristo en la Eucaristía.  Hermanos, quiero dar una respuesta clara y fuerte a esa interrogante.

En los últimos días, orando y analizando todo lo que está sucediendo en el mundo y especialmente en la Iglesia, he llegado a confirmar muy fuertemente algo que conocía desde hace años, pero que ahora lo veo clarísimo:  hace unos treinta años una persona me dijo algo con lo que nunca estuve de acuerdo, pero ahora lo veo como uno de los principales motivos de tantas desviaciones en la Iglesia, tanto a nivel del clero como de los laicos.  Se me dijo:  “La Presencia de Cristo en la Eucaristía es espiritual”.  No lo dijo en el correcto sentido teológico, sino en el sentido de una presencia simbólica, prácticamente el sentido que se le da a los Sacramentos según la mal llamada teología de la liberación, según la cual los sacramentos son sólo símbolos psicológicos de simples sentimientos humanos.  Este error herético ha traído muchas consecuencias nefastas para la vida de la Iglesia, entre los cuales debo mencionar ahora muy especialmente la desacralización y consecuente socialización, camino seguro para el reino del materialismo, el relativismo, el temporalismo en el seno mismo de la Iglesia, convertida así en lo denunciado por S.S. el Papa Francisco: una simple O.N.G.

No, no es simple presencia simbólica.  Es Presencia real, viva.  Jesús está verdaderamente presente en el Santísimo Sacramento, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma, su Divinidad.  Es Presencia física en el Espíritu mismo del Señor. Pero no es el cuerpo y la sangre de Jesús antes de su Pasión y muerte de cruz. Es el Cuerpo y la Sangre de Jesús Resucitado en el Poder de su Santo Espíritu que sigue viviendo su sacrificio, su Victimación. Como lo dice Santo Tomás de Aquino citando a San Agustín: “Os he comunicado un misterio”. (Suma Teológica, p. III, c. 75, art. 1).  Además, insisto, no siendo simbólica, no siendo un simple símbolo de fraternidad, de filantropía, siendo presencia real, es también presencia victimal.   Jesús sigue entregándose no sólo en lugar nuestro, que es su Victimación por la que nos sustituye ante la Justicia del Padre Celestial, sino que también se nos entrega a nosotros, los que con Fe y Amor verdaderos participamos de su Santo Sacrificio, para purificarnos, para transformarnos, para darnos su sabiduría, su fortaleza, su Vida misma, y así poder presentarnos ante la Misericordia, el Amor, la Santidad del Padre.  Y nos da todo eso también para que seamos sus testigos reales, kerygmáticos ante los demás, ante el mundo.

Esa es una de las razones por la que hoy puedo yo decir que me alegro por todas las dificultades que he vivido y posiblemente seguiré viviendo.  Esta semana que acaba de terminar alguien me decía:  “Esas dificultades que has vivido pueden ser una señal de que ya debes cambiar de proyecto, dejar ese carisma que viven en esa Asociación y con el que no han logrado nada ”… Precisamente por las dificultades que nos permiten vivir la Cruz de Cristo confirmamos que nuestro carisma es válido y necesario en una sociedad materialista, relativista, temporalista, necesario en la Iglesia lastimosamente infiltrada por el enemigo de Dios y de las almas.  Sólo por la Victimación Sustitutiva de Cristo su salvación llegará a todos aquellos por quienes ÉL mismo instituyó este admirable y victimal sacramento.  Hermanos, con gozo puedo decir, también con San Pablo:  “Que no nos ha dado Dios espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de templanza.  No te avergüences jamás del testimonio de nuestro Señor y de mí, su prisionero; antes conlleva con fortaleza los trabajos por la causa del Evangelio, en el poder de Dios… Porque sé a quién me he confiado” (II Timoteo 1: 7-8, 12. ¿Dirán ustedes como los judíos: “¡Duras son estas palabras! ¿Quién puede oírlas?”  (San Juan 6: 60)… Y les dice Jesús:  “¿Esto os escandaliza?... Las palabras que yo os he hablado son espíritu y vida; pero hay algunos de vosotros que no creen” (San Juan 6: 61, 63-64).  Recordemos: no creer es no querer abrirse a la acción del Espíritu Santo para tener como María Santísima la experiencia de Jesús que se entrega a quien comulga y se deja transformar en Cristo mismo. Y Cristo vuelve y les pregunta ahora:  “¿Queréis iros vosotros también?” (San Juan 6: 67).

Hermanos, respondámosle a Jesús, que esta Cuaresma sea verdaderamente para todos y cada uno el kérygma litúrgico – hostificante que les transforme globalmente (en todos los sentidos de su vida), radicalmente (con toda su voluntad y fuerza),  irreversiblemente (sin volver a ver para atrás), universalmente (en unión con todos los que vivimos la misma Fe) en Cristo, y les haga capaces de llevar el fruto de las virtudes cristianas vividas siempre sin medir consecuencias, así como también de ser constructores del Reino de Cristo en el tiempo y el espacio para la eternidad, siendo sus testigos en medio de las tribulaciones que puedan llegar, siendo sus testigos gozosos e incansables, incluso si fuera necesario hasta el martirio, don maravilloso que no merecemos pero el Señor puede pedírnoslo en cualquier  momento en medio de la persecución que se vive contra los discípulos fieles de Jesús Eucaristía.     

Sigamos, fortalezcamos, propaguemos la “Campaña de Adoración y Desagravio”

Por eso tengo el derecho y deber de exhortarles a Ustedes:  “Os ruego, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, grata a Dios; éste es vuestro culto racional.” (Romanos 12: 1)  Como yo me he dejado hostificar por Cristo, dejénse hostificar ustedes, hostifiquen sus familias, hostifiquen sus estudios, hostifiquen sus trabajos, hostifiquen la Iglesia, hostifiquen su vida social, hostifiquen la calle, hostifiquen la política, hostifiquen el deporte, hostifiquen la ciudad, hostifiquen el campo, hostifiquemos el mundo.  Que Jesús Hostia sea adorado, desagraviado y glorificado y a su Santo Nombre se doble toda rodilla en cielos, tierra e infiernos, ahora y siempre, aquí y en todo lugar.

Pbro. José Pablo de Jesús Tamayo Rodríguez, o.c.e.

Preparación a Cuaresma

DOMINGO  DE  QUINCUAGÉSIMA
                         2 de Marzo 2014


           I Corintios 13: 1-13;  Salmo 76: 15, 16;
            Salmo 99: 1-2;  San Lucas 18: 31-43



                      Muy queridos hermanos en Cristo Jesús:

El gran Apóstol San Pablo, a quien también me refería el Domingo anterior, nos habla hoy muy claramente sobre lo que debe ser la esencia de nuestra vida cristiana, sin la cual no tendría sentido nada de lo que seamos ni hagamos:  la caridad, el amor.  Y nos indica algunas de las características o frutos de esa caridad, que como ya lo hemos dicho muchas veces tiene su fuente verdadera y única en Dios Uno y Trino.  Frutos como la paciencia, la benignidad, sincera, comprensiva, humilde, generosa, justa. 

Y esos frutos deben darse ¿en quiénes?  En los verdaderos discípulos de Quien es el modelo perfecto del amor:   “Nadie tiene amor mayor que este de dar uno la vida por sus amigos”  (San Juan 15: 13)  Y Jesús se revela en la intimidad a sus Apóstoles como Quien dará su vida por sus amigos,  “los que hacen lo que ÉL manda”  (cf. Juan 15:14).  Ya nos hemos  referido en otras oportunidades a esos mandatos del Señor. 

Pero ahora debo recordar uno que está muy claramente insinuado por la actitud de Jesús en el Evangelio de este día:  “Tomando aparte a los Doce” (Lucas 18: 31) Jesús les forma en la intimidad, por tanto en la oración.  ¿Para qué hacemos oración cada uno de nosotros?  Perdonen que insista en lo que ahora voy a decir:  ¿para pedirle a Dios su perdón, su protección, la salud, la solución de problemas?  ¿O bien para conocerle sinceramente y recibir de ÉL la vida eterna:  “Esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo”  (San Juan 17: 3).  ¿Seguimos diariamente el mandato del Señor de hacer oración?   ¿Y como fruto de ello conocemos realmente a Jesucristo?...

Porque, hermanos, sólo así seremos capaces de vivir en el Amor, practicando todas las demás virtudes que se derivan del Corazón Amantísimo de Jesús.  Y sólo así seremos verdaderos católicos, capaces de dar testimonio de Cristo, incluso cargando la cruz… ¡Dios mío!  ¿Qué acabo de decir?:  ¡cargando la cruz!  ¡Causa temor, causa en lo íntimo de muchos rechazo, verdad!  No digamos que no, seamos sinceros.  Porque muchos, cuando he empezado a hablar de las diversas etapas del Proceso de Eucaristización, especialmente de las que de alguna forma se refieren a aspectos de la Cruz… Pero, ¿cuál cruz?  ¿la supuesta cruz de un problemita personal?  Por supuesto que no, me refiero a la única Cruz que realmente salva, o sea la Cruz de Cristo, la Cruz en la cual ÉL nos redimió, cruz en la cual cada uno de nosotros, si queremos ser verdaderamente católicos, hemos de unirnos íntima, profundamente a Cristo con dos fines:

Primeramente ser partícipes de la Salvación en Cristo.  Ya que Cristo Crucificado no es un mago que nos salvó sin nuestra aceptación, como si fuéramos una máquina rescatada de un basurero o reciclada.  ÉL es el Hijo de Dios que haciéndose Hombre vivió la cruz para llevarnos, si lo aceptamos, a la vida eterna a la que me refería hace un momento.  ¿Y qué significa aceptar a Cristo Crucificado en nuestras vidas?  Significa vivir según su enseñanza, según su ejemplo, y aún más, significa dar nuestro “Fiat” a imitación de María Santísima, para que el Espíritu del mismo Señor Crucificado nos conceda el ánimo, la humildad, el coraje para morir a nosotros mismos, a nuestras seguridades, a nuestras comodidades, a nuestra soberbia, a nuestra envidia, a nuestras iras, a nuestra pereza, a nuestra gula, a nuestra lujuria, a nuestra avaricia,  además de morir al mundo de materialismo y relativismo que nos rodea.

Y debo referirme a uno de esos pecados capitales que acabo de mencionar:  la pereza, analizándola en dos de sus aspectos:  la pereza espiritual, que nos impide crecer espiritualmente e igualmente nos impide continuar seriamente nuestra formación en las cosas que se refieren al Señor, y que por tanto pone en  riesgo nuestra salvación, y por otro lado la pereza apostólica, unida al egoísmo y a la cobardía para dar testimonio de Jesús en todo momento, lugar y circunstancia.  Y pongo un caso muy concreto:  ¿cómo estamos viviendo la Liturgia?  ¿Tratamos de conocer y formarnos cada día mejor en lo que se refiere a la experiencia de Cristo en la celebración de su Sacrificio Perpetuo?  ¿Le visitamos en el Sagrario cada día para adorarle y desagraviarle?  ¿Nos dejamos transformar cada día más en ÉL al recibirle en la Sagrada Comunión?  ¿Somos apóstoles eucarísticos de Jesús, o pensamos que es algo sin importancia, o sólo invento de un Sacerdote, que no es algo pedido realmente por Jesús mismo?  Porque este apostolado eucarístico es el segundo fin de nuestra intimidad con el Señor, al que me refería anteriormente.

Y si nos referimos a otros aspectos de nuestras vidas de cada día, ¿reflejamos a Cristo por nuestra manera de vestir, no sólo cuando participamos en la Santa Misa, sino en todo momento y circunstancia, no conforme a las costumbres y comodidades del mundo pagano, sino conforme a la plena dignidad de un templo vivo de Cristo, que lleva siempre en sí ese reflejo de santidad, de dignidad, de pureza? 

¿Reflejamos a Cristo por nuestra manera de pensar y de hablar, sin importar dónde, con quiénes estemos, qué actividad se esté realizando?

¿En qué invertimos nuestro tiempo y cómo lo utilizamos, cómo realizamos nuestras diversas actividades?  ¿Cómo si fuera un cualquiera, a quien no le importa condenarse?  ¿O como un verdadero discípulo y templo vivo de Cristo? 

¿Cómo vemos y reaccionamos ante las diversas circunstancias que se nos van presentando en la vida?  ¿Las vemos bajo una mirada soberbia, puramente humana y temporalista?  ¿O las vemos e interpretamos bajo la mirada de Cristo, dejándonos inspirar y guiar por su Santo Espíritu, para descubrir en cada una de ellas la Providencia Divina y Amorosa del Padre Celestial, que no nos acepta ni nos ve si no es en Cristo Crucificado, para llevarnos personal y eclesialmente a su Reino?

Muy queridos hermanos, dentro de tres días, el Miércoles de Ceniza,  estaremos dando inicio una vez más a un tiempo de misericordia al cual no se puede acceder si no es a través de la sincera y decidida conversión así como de la práctica de la penitencia, tanto acercándonos al Sacramento de la Confesión como viviendo la muerte a nosotros mismos que he recordado hace unos momentos.  Que al llegar la Semana Santa, especialmente el Triduo Santo, no sea para nadie un deseo de ver espectáculos, sino la voluntad decidida de aceptar en nuestras vidas la Cruz de Cristo, la Cruz de la muerte a nosotros mismos y continuar transformándonos cada vez más en Cristo, la Cruz del Discipulado y el Testimonio.  Que el fruto precioso de este tiempo de Cuaresma sea que cada uno se transforme en Cristo, así como también  que Cristo sea anunciado siempre y en todo lugar, para que no sólo haya paz y progreso en el mundo, sino que Cristo sea proclamado Rey en los hogares, Cristo Rey en las Escuelas, Cristo Rey en los Colegios, Cristo Rey en el Ministerio de Educación Pública, Cristo Rey en Casa Presidencial, Cristo Rey en los Hospitales y Clínicas, Cristo Rey en los estadios y plazas de deportes, Cristo Rey en todo tipo de vehículos, Cristo Rey en las calles, carreteras y caminos,  Cristo Rey en los diversos Medios de Comunicación Social, Cristo Rey en pobres y ricos, Cristo Rey en patronos y obreros, Cristo Rey en profesionales y campesinos, Cristo Rey en Obispos y Sacerdotes, Cristo Rey en niños y ancianos, Cristo Rey ayer, hoy y siempre.

Pero recordemos que Cristo no va a reinar porque demos limosnas, o porque nosotros hagamos grandes cosas y/o empresas, Cristo no va a reinar ni siquiera por Liturgias muy vistosas y alegres, Cristo reinará en y desde la Cruz.  Y es en y desde la Cruz que nosotros podremos llegar a ser verdaderamente conformes a la Verdad, al Amor que Dios Uno y Trino tiene para cada uno.  ¿Qué queremos?  ¿lo fácil, lo cómodo, lo honroso, lo corrupto, lo pasajero y falso que el mundo nos ofrece?  ¿O la cruz de Jesús que nos llevará a la Vida Eterna?   En oración ante el Sagrario, en cruz orada y vivida en el Altar, démosle cada uno nuestra respuesta al Señor.  Y así podamos un día decir como San Pablo:


“Por esta causa sufro, pero no me avergüenzo,
porque sé a quién me he confiado,
y estoy seguro de que puede guardar
mi depósito para aquel día”
(II Timoteo 1: 12)

 Pbro. José Pablo de Jesús Tamayo Rodríguez, o.c.e.


Jesús es el sembrador de la Fe

DOMINGO DE SEXAGÉSIMA

23 de Febrero de 2014


II Corintios 11: 19-33, 12: 1-9;  Salmo 82: 19 y 14,
Salmo 59: 4 y 6;  San Lucas 8: 4-15




Muy queridos hermanos en Cristo:

Hoy, la Iglesia pone su atención en un primer momento en quien personalmente me alegro por ser además de Gran Apóstol de las Gentes, mi patrono personal, San Pablo, y como se han dado cuenta, se le invoca en la Oración Colecta del día, ello por el gran ejemplo que nos da a todos, sin diferencia de estado ni de condiciones de vida.
En primer lugar reconoce con sinceridad que él por sí solo no tiene mérito alguno, pero al mismo tiempo reconoce la obra que el Señor ha hecho en él, permitiéndole hacer el esfuerzo por salir del error en que vivía con muy buena fe en medio de los engaños de los Sacerdotes de aquel tiempo, apegados a leyes inventadas por ellos mismos y a la corrupción de los intereses materialistas del mundo.

Reconoce también todas las dificultades, contradicciones y persecuciones que con la fuerza que le da el Señor ha tenido que enfrentar durante tanto tiempo, especialmente de parte de falsos hermanos, insistiendo en que todo el mérito es del Señor, enfocándose por tanto en lo que es la misión de la Iglesia: implantar el Reino de Cristo en el corazón de todos aquellos a quienes ha tenido que “kerygmatizar”.  Porque eso es lo que ha hecho San Pablo en toda su vida: transformarse cada vez más en Cristo y al mismo tiempo llevar su mensaje por todas partes, sin temor de las consecuencias.  En otras palabras, San Pablo es de aquellos a los que Cristo mismo se refiere en el Evangelio al explicar la parábola del sembrador, la semilla que ha caído en buena tierra.

Ahora debemos preguntarnos:  en el caso de cada uno de nosotros: 
¿qué clase de tierra hemos sido al acoger la semilla del Sembrador que es Cristo mismo desde su Sacrificio Eucarístico que nos aplicamos cada vez que participamos en la Santa Misa y la Sagrada Comunión? 

Vienen entonces otras preguntas muy necesarias en estos momentos: 
¿Cómo participamos en cada Santa Misa? 
¿La consideramos como dicen los falsos maestros como celebración del Misterio Pascual, con carácter de fiesta? 
¿O la consideramos como algo que nosotros debemos ofrecer a Dios?
¿O la consideramos como enseña el verdadero Magisterio de la Iglesia, el Sacrificio Perpetuo del Señor que nos salva, o sea que nos ofrece no sólo el perdón sino también la fuerza para como San Pablo convertirnos en sus fieles Discípulos y Testigos ante el mundo? 

¿Y participamos en ella uniéndonos al Sacerdote para vivir el Acto Divino del Único Sumo y Eterno Sacerdote, Cristo Nuestro Señor? 
¿Cómo lo recibimos en la Sagrada Comunión? 
¿O estamos como simples espectadores?  
¿O como verdaderos partícipes que al recibirlo con la mayor frecuencia posible, no sólo los domingos o en algunas ocasiones, nos hacemos partícipes de su Sacrificio para asumir su Salvación en todos los aspectos de nuestra vida al mismo tiempo que nos convertimos en sus Testigos, sin importar las privaciones, cansancios, incomprensiones, soledades, persecuciones que puedan sobrevenirnos por ser uno en Cristo para la Gloria de Dios Uno y Trino y la salvación de la humanidad?
Y como consecuencia de lo anterior ¿rechazamos todas las situaciones del mundo, aun las más sutiles, que nos pueden hacer perder la Gracia Santificante para alejarnos del Señor, lo que nos llevaría a vivir superficialmente y sin fruto el Sacrificio Perpetuo del Señor?

Y voy a decir, como mi Santo Patrono, una locura:  Como este servidor ¿vivimos la alegría de la cruz del Señor, en y desde el Altar del Sacrificio, proyectándola a toda la vida privada y pública, espiritual, moral, familiar,  comunitaria, eclesial, apostólica, social, profesional, educativa, política?

Todo lo anterior me permite hacer referencia directa al Carisma de Opus Cordis Eucharistici:  Carisma de “Victimación Vicarial”, que podemos decir fue lo que San Pablo en realidad vivió hasta culminar en su martirio por Cristo, que le permitió escribir, inspirado por el Espíritu Santo: 
                              “Estoy crucificado con Cristo”  (Gálatas 2: 19);
ó “Llevo en mi cuerpo las señales del Señor Jesús” (Gálatas 6: 17); 
ó  “Jamás me gloriaré a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” 
(Gálatas 6: 14);
ó “Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia”  
(Colosenses 1: 24);  y que luego le permite exhortarnos a todos escribiendo:  
“Os ruego, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, grata a Dios; éste es vuestro culto racional.”  (Romanos 12: 1). 
No hay mucho que explicar sobre ello.  Lo mejor es vivirlo como María Santísima: “Hágase en mí según tu Palabra”  (Lucas 1: 38), imitando a San Pablo que vivió todo lo que vivió en la oscura luminosidad del Riesgo de la Fe:  “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí.  Y aunque al presente vivo en carne, vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí:  No desecho la gracia de Dios”  
(Gálatas 2: 20-21)

Muy queridos hermanos, ¿cómo ha caído la semilla de la vida en Cristo en cada uno de nosotros?  ¿A lo largo del camino?... ¿ó sobre peñas?...  ¿ó entre espinas?... ¿ó en buena tierra?

Que no pase de hoy el que encontremos la respuesta sincera, humilde y valiente a esas preguntas, con el fin de que nuestras vidas, nuestra Obra Litúrgico – Eucarística, la Iglesia, sean capaces de responder al llamado que el Señor nos hace a todos y cada uno en este tiempo, para que viviendo la Cruz de Cristo, como San Pablo, renovemos el mundo de una manera verdaderamente cristiana, santa, sencilla, instaurando en el tiempo y el espacio el Reino de Cristo, de Cristo Crucificado, eucarísticamente Victimado, pero precisamente desde la Cruz Señor del Universo.

“Se humilló, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz…
para que al Nombre de Jesús doble la rodilla
todo cuanto hay en los cielos, en la tierra
y en las regiones subterráneas,
y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor
para gloria de Dios Padre.”
(Filipenses 2: 8 y 10-11)

¡Así sea!

Pbro. José Pablo de Jesús Tamayo Rodríguez, o.c.e.