DOMINGO PRIMERO DE CUARESMA
9 de marzo de 2014
2 Corintios 6:
1-10; Salmo 90: 11-12;
Salmo 90: 1-7,
11-16; San Mateo 4: 1-11
Muy queridos hermanos
en Cristo Jesús:
Estamos iniciando el
solemne tiempo de Cuaresma. Como sabemos
es tiempo de conversión, de penitencia, en preparación a celebrar en Semana
Santa los misterios de la redención realizada por Cristo Nuestro Señor. Pero, hagámonos una pregunta: ¿Es la salvación un acto mágico de Cristo que
se nos aplica a todos los seres humanos por si misma? Por supuesto que no. Cristo Nuestro Señor desea la salvación de
todos, pero no la impone ni a la fuerza ni mágicamente. Cada uno debe aceptarla, viviendo conforme a
los mandamientos del Señor. Pero esto nosotros
no lo podemos considerar suficiente si es que queremos sinceramente participar
de la verdadera salvación en Cristo.
Digo lo anterior porque
quien pretenda salvarse en solitario, más bien corre el riesgo de condenarse
por egoísmo, por ignorancia, por indiferencia. Para salvarse es necesario saber
compartir la vivencia de la Fe con todos sus contenidos sacramentales,
espirituales, morales, doctrinales y apostólicos con aquellos con quienes se
convive, sea en familia, sea en Iglesia, sea en sociedad, sea en el campo
educativo y laboral, para además ser testigos del Señor ante el mundo, aunque
sea en medio de las tentaciones comunes a todo ser humano así como en medio de las
situaciones que nos señala San Pablo.
Muchas veces, cuando se
habla de esas realidades de la vida cristiana, tentaciones y tribulaciones,
muchos católicos se asustan o se preocupan.
Eso quiere decir que no están viviendo a plenitud la Fe, ni la Esperanza
ni la Caridad. Debemos llegar a tener
aquello en lo que vengo insistiendo desde hace años y hoy debo hacerlo con toda
la fuerza de la Verdad y el Amor de Dios:
me refiero a la experiencia vivencial de Cristo Jesús en su Misterio
Eucarístico, Misterio de Presencia, Misterio de Sacrificio, Misterio de
Hostificación, Misterio de Oblación, Misterio de Victimación.
Hermanos, quien vive
este Misterio enfrenta con la fuerza de Cristo las tentaciones, cualesquiera
que sean, y en lugar de caer en ellas, las convierte en ocasión para
fortalecerse y crecer más y más en el amor radical a Cristo, en la fidelidad
radical a Cristo, en la constante transformación en Cristo, hasta poder llegar
a decir con y como San Pablo “Cuanto a
mí, jamás me gloriaré a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por
quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo” (Gálatas 6: 14),
por lo cual también pudo decir: “Todo lo soporto por amor de los elegidos,
para que éstos alcancen la salud de Cristo Jesús y la gloria eterna” (II Timoteo 2: 10).
Y quien vive lo anterior será capaz de enfrentar
con paz, con gozo espiritual profundo, en la cruz del Señor, todas las
tribulaciones que le vengan por ser cristiano de verdad tanto en lo privado
como en lo público, en todo momento, circunstancia y lugar, así como también
por ser verdadero apóstol de Cristo Hostia igualmente, en lo privado y en lo
público, en todo momento, lugar y circunstancia.
Ustedes se preguntarán
por qué estoy insistiendo tanto en esto que se refiere a Cristo en la
Eucaristía. Hermanos, quiero dar una
respuesta clara y fuerte a esa interrogante.
En los últimos días,
orando y analizando todo lo que está sucediendo en el mundo y especialmente en
la Iglesia, he llegado a confirmar muy fuertemente algo que conocía desde hace
años, pero que ahora lo veo clarísimo:
hace unos treinta años una persona me dijo algo con lo que nunca estuve
de acuerdo, pero ahora lo veo como uno de los principales motivos de tantas
desviaciones en la Iglesia, tanto a nivel del clero como de los laicos. Se me dijo:
“La Presencia de Cristo en la Eucaristía es espiritual”. No lo dijo en el correcto sentido teológico,
sino en el sentido de una presencia simbólica, prácticamente el sentido que se
le da a los Sacramentos según la mal llamada teología de la liberación, según
la cual los sacramentos son sólo símbolos psicológicos de simples sentimientos
humanos. Este error herético ha traído
muchas consecuencias nefastas para la vida de la Iglesia, entre los cuales debo
mencionar ahora muy especialmente la desacralización y consecuente
socialización, camino seguro para el reino del materialismo, el relativismo, el
temporalismo en el seno mismo de la Iglesia, convertida así en lo denunciado
por S.S. el Papa Francisco: una simple O.N.G.
No, no es simple
presencia simbólica. Es Presencia real,
viva. Jesús está verdaderamente presente
en el Santísimo Sacramento, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma, su
Divinidad. Es Presencia física en el
Espíritu mismo del Señor. Pero no es el cuerpo y la sangre de Jesús antes de su
Pasión y muerte de cruz. Es el Cuerpo y la Sangre de Jesús Resucitado en el
Poder de su Santo Espíritu que sigue viviendo su sacrificio, su Victimación. Como
lo dice Santo Tomás de Aquino citando a San Agustín: “Os he comunicado un misterio”. (Suma Teológica, p. III, c. 75, art.
1). Además, insisto, no siendo
simbólica, no siendo un simple símbolo de fraternidad, de filantropía, siendo
presencia real, es también presencia victimal.
Jesús sigue entregándose no sólo
en lugar nuestro, que es su Victimación por la que nos sustituye ante la
Justicia del Padre Celestial, sino que también se nos entrega a nosotros, los
que con Fe y Amor verdaderos participamos de su Santo Sacrificio, para
purificarnos, para transformarnos, para darnos su sabiduría, su fortaleza, su
Vida misma, y así poder presentarnos ante la Misericordia, el Amor, la Santidad
del Padre. Y nos da todo eso también
para que seamos sus testigos reales, kerygmáticos ante los demás, ante el
mundo.
Esa es una de las
razones por la que hoy puedo yo decir que me alegro por todas las dificultades
que he vivido y posiblemente seguiré viviendo.
Esta semana que acaba de terminar alguien me decía: “Esas dificultades que has vivido pueden ser
una señal de que ya debes cambiar de proyecto, dejar ese carisma que viven en
esa Asociación y con el que no han logrado nada ”… Precisamente por las
dificultades que nos permiten vivir la Cruz de Cristo confirmamos que nuestro
carisma es válido y necesario en una sociedad materialista, relativista,
temporalista, necesario en la Iglesia lastimosamente infiltrada por el enemigo
de Dios y de las almas. Sólo por la
Victimación Sustitutiva de Cristo su salvación llegará a todos aquellos por
quienes ÉL mismo instituyó este admirable y victimal sacramento. Hermanos, con gozo puedo decir, también con
San Pablo: “Que no nos ha dado Dios espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor
y de templanza. No te avergüences jamás
del testimonio de nuestro Señor y de mí, su prisionero; antes conlleva con
fortaleza los trabajos por la causa del Evangelio, en el poder de Dios… Porque
sé a quién me he confiado” (II Timoteo 1: 7-8, 12. ¿Dirán ustedes como los
judíos: “¡Duras son estas palabras!
¿Quién puede oírlas?” (San Juan 6: 60)…
Y les dice Jesús: “¿Esto os escandaliza?... Las palabras que yo
os he hablado son espíritu y vida; pero hay algunos de vosotros que no creen”
(San Juan 6: 61, 63-64). Recordemos:
no creer es no querer abrirse a la acción del Espíritu Santo para tener como
María Santísima la experiencia de Jesús que se entrega a quien comulga y se
deja transformar en Cristo mismo. Y Cristo vuelve y les pregunta ahora: “¿Queréis
iros vosotros también?” (San Juan 6: 67).
Hermanos, respondámosle
a Jesús, que esta Cuaresma sea verdaderamente para todos y cada uno el kérygma
litúrgico – hostificante que les transforme globalmente (en todos los sentidos
de su vida), radicalmente (con toda su voluntad y fuerza), irreversiblemente (sin volver a ver para
atrás), universalmente (en unión con todos los que vivimos la misma Fe) en
Cristo, y les haga capaces de llevar el fruto de las virtudes cristianas
vividas siempre sin medir consecuencias, así como también de ser constructores
del Reino de Cristo en el tiempo y el espacio para la eternidad, siendo sus
testigos en medio de las tribulaciones que puedan llegar, siendo sus testigos
gozosos e incansables, incluso si fuera necesario hasta el martirio, don
maravilloso que no merecemos pero el Señor puede pedírnoslo en cualquier momento en medio de la persecución que se
vive contra los discípulos fieles de Jesús Eucaristía.
Sigamos, fortalezcamos,
propaguemos la “Campaña de Adoración y Desagravio”
Por eso tengo el
derecho y deber de exhortarles a Ustedes:
“Os ruego, pues, hermanos, por la
misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa,
grata a Dios; éste es vuestro culto racional.” (Romanos 12: 1) Como yo me he dejado hostificar por Cristo,
dejénse hostificar ustedes, hostifiquen sus familias, hostifiquen sus estudios,
hostifiquen sus trabajos, hostifiquen la Iglesia, hostifiquen su vida social, hostifiquen
la calle, hostifiquen la política, hostifiquen el deporte, hostifiquen la
ciudad, hostifiquen el campo, hostifiquemos el mundo. Que Jesús Hostia sea adorado, desagraviado y
glorificado y a su Santo Nombre se doble toda rodilla en cielos, tierra e
infiernos, ahora y siempre, aquí y en todo lugar.
Pbro. José Pablo de Jesús Tamayo
Rodríguez, o.c.e.