DOMINGO XIII DESPUÉS DE
PENTECOSTÉS
7 de Septiembre de
2014
Gálatas 3:
16-22; Salmo 73: 20, 19, 22
Salmo 89: ; San Lucas 17: 11-19
Muy queridos hermanos en Cristo. Ciertamente el panorama que nos presenta hoy la Palabra de Dios, debemos verlo desde dos perspectivas: Una negativa y angustiante, la otra positiva y esperanzadora. El panorama negativo que nos permite confirmar hoy el Señor es que ciertamente la inmensa mayoría de las personas incluyendo el pueblo católico: Clero, vida consagrada, laicado, en la realidad profunda de sus vidas no viven la fe, porque recordemos que vivir la fe es tener la experiencia no sólo constante, sino también continuamente creciente, central, umbral de Cristo nuestro Señor y menos todavía si nos referimos al Misterio Eucarístico de Jesús: Presencia, Sacrificio, Alimento de Vida Eterna; y si no se vive la fe, experiencia viva y continúa de Cristo todo se complica, se corrompe, es dominado por las consecuencias de los pecados capitales: Soberbia , avaricia, lujuria, ira, gula, envidia, pereza; dominado por los gustos y placeres del mundo, aparentemente buenos, pero, asesinos de una verdadera vida cristiana; y fomentados por los espectáculos públicos y los medios de comunicación social mal utilizados. Y por eso todo lo que estamos viendo y escuchando en el mundo y experimentando en la sociedad, en la familia, en la misma Iglesia, es un panorama ciertamente angustiante, si se ve con ojos puramente humanos.
El panorama
positivo, que se contrapone a lo anterior es precisamente que quienes con
humildad, sinceridad, firmeza, generosidad, vivimos la experiencia de Cristo, podemos
estar ciertos de que en Él y sólo en Él, hay salvación, en Él y sólo en Él, hay
plenitud de vida, sólo en Él hay verdad, sólo en Él hay esperanza, sólo en Él
hay paz, sólo en Él hay luz, sólo en Él hay verdadera solidaridad; que debe convertirse
en comunión de vida.
Pero debemos
fortalecer esa experiencia vivencial de Cristo nuestro Señor, repito con
humildad, sinceridad, firmeza, generosidad.
Con humildad ante todo en la relación con el Señor, porque lo primero
que debe hacer quien realmente experimenta la acción de Cristo en su vida, es
reconocer que es pecador; ha cometido pecados y siente las tentaciones del
mundo, del demonio de la carne, cada día y reconoce con sinceridad que necesita
el perdón del Señor, dejándose aplicar
el valor infinito de su Preciosísima Sangre en la confesión periódica, sincera,
con un buen examen de conciencia, con sincero dolor de los pecados por haber
ofendido a quien sigue entregándose eucarísticamente por su salvación, con
fuerte propósito de enmienda y santificación, sin ocultar ningún pecado grave
ni venial, cumpliendo la penitencia impuesta por el confesor.
Con firmeza,
porque no sólo lucha contra el pecado y las tentaciones, sino que con
constancia se esfuerza por alcanzar el grado de santidad que Dios le pide, con
la debida orientación del director espiritual, y el uso de los medios que Dios
le concede en una auténtica vida espiritual y eclesial.
Con
generosidad, por una parte buscando cumplir siempre, no importa las
circunstancias, la Voluntad de Dios en y desde la vivencia en Cristo; y por
otra parte siempre dispuesto a dar el testimonio público, gozoso, sincero,
valiente de Cristo, sin importar las consecuencias, incluso, martiriales que
puedan llegar en cualquier momento.
Hermanos, ante
estos dos panoramas, muy rápidamente esbozados, no examinemos a los demás, examinémonos
a nosotros mismos y permitámosle a Cristo que nos cure de nuestra ceguera, de nuestra
sordera, de nuestra mudez o tartamudez , vivamos con confianza, con gozo y
seriedad simultáneas las Virtudes Cristianas, Fe, Esperanza, Caridad,
Prudencia, Fortaleza, Sabiduría, Templanza, Pureza, Diligencia, Humildad,
Desprendimiento, Paciencia, Perseverancia.
Vivamos la
Oración personal, no sólo para pedir por las necesidades, vivamos la adoración,
la contemplación, la escucha de Dios para vivir realmente como ÉL quiere de
cada uno, para descubrir los jóvenes el posible llamado a la vocación
sacerdotal, vivamos la oración litúrgica, Breviario y Celebración de la Santa
Misa, no como simple acto cultural y social según cree el mundo, sino como
verdadera experiencia del Acto Salvífico del Señor, que nos sumerge en el
océano infinito de su Verdad y su Amor y de su Relación Trinitaria con el Padre
y el Espíritu Santo. Y culminemos cada
día, cada mes, cada año, cada etapa de nuestra vida con la vivencia plena del
Sacrificio de Cristo en la Santa Misa, del Cristo que sigue sacrificándose, que
sigue entregándose, que sigue amando, que sigue comunicando vida en plenitud,
que sigue invitándonos a vivir igualmente en y desde su Divino Corazón nuestro propio
sacrificio de hostificación, de oblación eucarística, para el establecimiento
del Reino de Cristo en el corazón de la Iglesia, en el corazón de cada cristiano, en el
mundo.
Así podremos
no sólo ver y experimentar paz, sino que podremos con toda la Iglesia,
continuar peregrinando esperanzadoramente hacia el Reino Eterno de Dios, que
debe ser concientemente la meta de cada uno y de todos en la verdadera comunión
en Cristo. Si no se vive la Fe,
experiencia permanente de Cristo, habrá oscuridad, habrá destrucción, habrá
odio, habrá violencia, habrá pecado. Si
se vive esa Fe luminosa, esa experiencia amorosa, fiel, gozosa de Cristo, en
medio de todo y a través de la Cruz, habrá verdadera y eterna realización,
verdadera y luminosa plenitud.
Cristo ayer,
Cristo hoy, Cristo siempre. Cristo en la
salud, Cristo en la enfermedad, Cristo en la pobreza y en la abundancia
compartidas, Cristo en las dificultades y sufrimientos, Cristo en los triunfos
y en los gozos, Cristo en la aceptación,
Cristo en el hablar, Cristo en el callar, Cristo en la persecución,
Cristo en la mente, Cristo en el corazón, Cristo en la voluntad, Cristo en el
ser, Cristo en el hacer, Cristo en la vida, Cristo en la muerte, Cristo en la
eternidad.
“Sed, en fin
imitadores de Dios como hijos amados y caminad en el amor como Cristo nos amó y
se entregó por nosotros en oblación y sacrificio de fragante y suave olor” (Efesios)
Así sea.