Jesús, el Buen Samaritano

DOMINGO 12° DESPUES DE PENTECOSTES

31 de Agosto de 2014
II Corintios 3: 4-9;  Salmo 33: 2-3;
Salmo 87: 2; San Lucas 10: 23-37



Muy queridos hermanos en Cristo:

Ciertamente, lo que nos enseña San Pablo hoy, podemos entenderlo si comparamos el sentimiento de un criminal que habiendo estado en la cárcel, es indultado por la ley, con el sentimiento de un cristiano que recibe la absolución de sus pecados en el Sacramento de la Confesión.  Aquel podrá sentirse libre en ese momento, pero con la incertidumbre de cuál será su suerte en el tiempo y en el lugar donde deba vivir y realizarse.  El cristiano en cambio experimenta algo totalmente diferente, perdurable, cierto:  la justicia y la misericordia del Señor que no sólo le perdona sino que le da Vida Nueva y Plena, su misma vida divina.

Pero Jesús va más allá en lo que nos revela en esa maravillosa parábola del Buen Samaritano, que no se contenta con atender al asaltado en el momento en que lo encuentra malherido sino que se hace responsable de que se le cuide y atienda hasta su total restablecimiento.  Eso es lo que Jesús sigue realizando: no sólo instituye el Sacramento de la Confesión para aplicarnos su Justicia, sino que instituye también el Sacramento de la Eucaristía.  Y éste no sólo para alimentarnos y fortalecernos en el camino hacia la eternidad.  También hace, continua algo más en la perpetua celebración de la Santa Misa.

Para descubrir eso veamos el ejemplo del Santo que hoy estaríamos celebrando litúrgicamente si no fuera Domingo:  San Ramón Nonato, quien, además de otros detalles interesantes de su vida, se consagró al Señor en la Orden Religiosa de los Mercedarios, que tuvo como misión especial rescatar a los cristianos cautivos de los musulmanes en aquellos tiempos (siglo XIII), y precisamente a eso se dedicó San Ramón Nonato: a rescatar a los cristianos cautivos de los sarracenos de Argelia, que al igual que los musulmanes de hoy día ya querían apoderarse de todo el mundo, obligando bajo pena de esclavitud o de muerte a quienes no querían convertirse a sus creencias.  Y además de entregarse en lugar de algunos de ellos para que les dieran la libertad, con los que permaneció les consolaba y les fortalecía con el amor a la Santísima Eucaristía y a la Santísima Virgen, predicándoles las verdades del Evangelio, logrando incluso la conversión de algunos de los captores, motivo por el cual le torturaron.  En pocas palabras, experimentó en su vida lo que Jesús continúa viviendo en la Santísima Eucaristía: su Oblación, como expresión y aplicación perenne de la Justicia y la Misericordia Divina.

¿Qué estoy insinuando con todo esto?  Que quien verdaderamente vive la Eucaristía, dejándose transformar por el Señor, se olvida de sí mismo, de su descanso, de su seguridad, de su propia realización egoísta, para vivir eucarísticamente su propia oblación, su entrega por la conversión, la salvación, la santificación de la Iglesia y de la humanidad.   

Jesús, en la Santa Misa, es el Buen Samaritano que se nos sigue entregando, que se sigue entregando, oblacionando por toda la humanidad para que lleguen a la salvación todos los que el Padre Celestial conoce por su Divina Providencia que han de llegar incluso a la santidad.  Y al entregársenos, si estamos abiertos sinceramente a su Divina acción  eucarística, descubriremos que también anhela que igualmente, en ÉL y con ÉL nos oblacionemos nosotros por la Iglesia, por la humanidad, concretamente en estos momentos históricos con todo lo que vive tanto la Iglesia como la sociedad en general. 

Sólo la Victimación sustitutiva de Jesús, vivida vicarialmente por todos y cada uno de nosotros en y desde el Altar y el Sagrario proyectados a todos los aspectos de la vida de la Iglesia y de la humanidad, logrará la solución de las situaciones dolorosas que conocemos y experimentamos.  Sólo Jesús es el Salvador, y nosotros desde el Altar y el Sagrario hemos de ser el puente para que esa Salvación de Justicia y Misericordia llegue hasta donde ha de llegar y como ha de llegar, repito, en la Divina y Misteriosa Providencia de Dios.
Pbro. José Pablo de Jesús Tamayo Rodríguez, o.c.e.

“Gloria in excelsis Deo,

et in terra pax hominibus bonae voluntatis”