Homilía Quinto Domingo después de Pascua


Santiago 1: 22-27;  San Juan 16: 23-30



Muy Queridos Hermanos todos en Cristo Nuestro Señor:

Volvamos en este día a preguntarnos:  ¿Cuál es el centro, el núcleo esencial de nuestra fe, de la fe de la Iglesia Católica, única verdadera?  Y evidentemente volvemos a encontrar la respuesta en la Palabra misma de Cristo Nuestro Señor:  el núcleo esencia de nuestra Fe es creer, vivir y anunciar que Jesús es Dios y Hombre, único Salvador y Señor del mundo entero.  Y debemos volver a reafirmar que esa precisamente es la misión de la Iglesia y de todos y  cada uno de sus miembros, tanto a nivel personal, como a nivel familiar, a nivel eclesial, a nivel social, a nivel profesional.

Y esa Fe, ese vivir y anunciar el Misterio de Jesús, insisto, es la misión de la Iglesia, que no ha sido inventada por ella misma ni por ser humano alguno, sino que fue dada de manera directa,  exclusiva, incambiable, permanente, por el mismo Jesús a sus Apóstoles y a su Iglesia que ÉL mismo instituyó sobre el fundamento real y ontológico de los propios Apóstoles.  Ninguna persona ni circunstancia de tiempo ni de lugar tienen derecho de cambiar dicha misión, insisto:  creer, vivir y anunciar a Jesús Dios y Hombre, Salvador y Señor Único, Pleno, Universal, Eterno… Jesús Dios y Hombre, Salvador y Señor.

Pero hoy, con conceptos ambiguos, equívocos, engañosos, confusos, sectores de la Jerarquía eclesiástica infiltrada por el enemigo y Gobernantes civiles mal o maliciosamente enseñados  pretenden rechazar a Jesús totalmente de la vida misma de la Iglesia y de la sociedad.  Por ejemplo con el concepto del “derecho sobre el propio cuerpo”, o el concepto de la “identidad de género”, o el concepto comunista de la “extinción del derecho de propiedad privada”, o el concepto equívoco de “libertad religiosa”.  Y debo profundizar un poco sobre este último, en base al cual se pretende defender el “Deber del Secreto de Confesión” que tenemos los Sacerdotes Católicos”.  La “libertad religiosa” se refiere a la supuesta igualdad de todos los credos religiosos, equiparando la Fe Católica con otras confesiones y/o filosofías cristianas o no cristianas, lo cual es un total engaño.  Lo que debiera defenderse es la “Libertad de la Iglesia Católica para vivir, practicar privada y públicamente y evangelizar a todo el mundo para atraer al único rebaño de Cristo a todos los que han de ser salvos.  Y de esa manera se fortalece y defiende la verdadera sacralidad y santidad de la Iglesia, que se vive y comunica especialmente en y desde la administración de los Santos Sacramentos.  Así se puede hablar y comprender el “Secreto de la Confesión” desde su realidad Sagrada, imposible de equipararlo a un simple “Secreto Profesional”, que deben guardar los abogados, los médicos, los psicólogos, los educadores, que en ciertas circunstancias muy graves sí se podría romper, mientras que el “Secreto de Confesión” no lo podemos romper bajo ninguna circunstancia ni de tiempo ni de lugar, ya que es un “Secreto que le pertenece entera y exclusivamente a Dios” cuyo Ministro es el Sacerdote tanto como en la Santa Misa, Secreto Sagrado que todo Sacerdote debe defender incluso a costa de su propia seguridad y/o de su propia vida.

Y todo ello porque Jesús, Dios y Hombre, Salvador y Señor, es y comunica vida en plenitud a través del Ministerio Sagrado de la Iglesia, que implica Culto, que implica Doctrina, que implica Evangelización, o sea Pastoral, no simple acción social.  Y todo ello con la misión de implantar la Vida en Gracia, el Reino de Cristo en el corazón de todo ser humano, en las familias, en la educación, en la política, en la medicina, en la industria, en el comercio.

Como conclusión, no dejen de acercarse con frecuencia a la Catequesis que impartimos los Sacerdotes, a los Sacramentos, muy especial y directamente a la Santa Misa así como a la Santa Confesión, con confianza, con humildad, con voluntad de ser fieles, de ser santos, con voluntad de amar a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo sobre todas las personas, cosas y circunstancias, y de transmitir esa gozosa y fuerte vivencia de la Fe a todos cuantos nos rodean.  Porque Jesús, Dios y Hombre, es Nuestro Salvador y Señor.  Amén.