DOMINGO
7° DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Lectura: Romanos 6:19-23; Salmo 33:12,6;
Salmo 46:2; Evangelio:
San Mateo 7:15-21
12 de Julio de 2015
Muy queridos Hermanos todos en Cristo
Jesús:
Estamos en el
mes de Julio, que tradicionalmente está dedicado a la Preciosísima Sangre de
Nuestro Señor Jesucristo. Muy queridos
hermanos, preguntémonos con toda sinceridad cada uno a sí mismo: ¿Somos conscientes de la importancia infinita
de la Sangre de Nuestro Señor, tanto en la vida de la Iglesia como en la vida
de cada uno? Es por esa Divina Sangre
con la que Cristo Nuestro Señor pagó el precio de nuestros pecados. ¿Y cómo nos aplica Jesús mismo ese precio
infinito, total? Ciertamente de la forma
que ÉL la sigue entregando: en la Cruz
la derramó para siempre, y ahora la sigue entregando, y nos la aplica sólo a
“los muchos” que aceptamos su señorío real y pleno en nuestras vidas, al
participar en gracia en su Santo Sacrificio de la Misa. De ahí la importancia absoluta de participar
con la mayor frecuencia posible, mínimo todos los Domingos y Solemnidades, en
la Santa Misa de manera plena, o sea comulgando, recibiendo su Cuerpo y
Sangre.
Y esa recepción
de la Sagrada Comunión ha de llegar a su más perfecta vivencia si la recibimos
no sólo con la conciencia de que le estamos recibiendo a Jesús que se nos
entrega y aplica su Preciosísima Sangre, sino más bien con la conciencia aún
más profunda y cristiana de que en realidad al comulgar somos nosotros quienes
hacemos efectiva nuestra amorosa entrega a Jesús con todo nuestro ser: nuestro cuerpo, nuestra sangre, nuestra alma,
nuestro espíritu, nuestra voluntad, nuestros sentimientos, nuestras actitudes,
nuestra actividad, uniéndonos así a su Sacrificio Perpetuo, para que realmente
seamos purificados, transformados, santificados, pero también para lograr que
ese fruto redentor de su Preciosísima Sangre se aplique a tantas almas que lo
necesitan.
Y esta realidad
a la que acabo de referirme, importantísima como Ustedes pueden comprenderlo,
hoy día es sin embargo silenciada por los lobos rapaces que habiéndose
infiltrado en la Iglesia desde hace bastantes años, nos ha tenido a todos,
Pastores y Fieles, engañados, quitándole a la Iglesia su carácter real de
Cuerpo Místico de Cristo para que funcione como si fuera una simple “ONG”
(organización no gubernamental) dedicada no a la salvación y santificación de
las almas sino a labores y prédicas de corte puramente sociológico, político,
económico, promoviendo el “centralismo y el reino del ser humano”, en lugar de
promover e implantar como debiera ser el “Reino de Cristo Nuestro Señor” en
todos los ámbitos de la vida personal, familiar, eclesial, social, cultural,
deportiva, civil, política.
Por eso,
reconociendo que ya no somos esclavos del pecado, alejándonos de toda ocasión
de tentación, esforzándonos por mantener la Gracia de Dios que Cristo nos ha
alcanzado con su Preciosísima Sangre para que en una auténtica vida
eucarística, hostificante, lleguemos a la santidad que el Señor desea y espera
de cada uno. Conservemos la Verdad,
conservemos la Sabiduría, conservemos la Pureza, conservemos la Paciencia,
conservemos la Prudencia, conservemos la Fortaleza, conservemos el Coraje, conservemos
la Templanza, conservemos la Diligencia, conservemos la Sencillez, conservemos
la Comprensión, conservemos la Afabilidad, conservemos la Generosidad,
conservemos la Sagrada Liturgia, conservemos la Oración. En la Santa Misa,
desde la Santa Misa, seamos santos en el tiempo, seamos santos en el espacio,
seamos santos para la eternidad.
Adorando al Dios
Uno y Trino, “Sed, en fin, imitadores de
Dios, como hijos amados, y caminad en el amor, como Cristo nos amó y se entregó
por nosotros en oblación y sacrificio de fragante y suave olor” (Efesios 5:1-2).
Pbro. José Pablo de Jesús, o.c.e.