Sólo por Jesús se llega a la Misericordia de Dios

DOMINICA IN ALBIS
OCTAVA DE PASCUA

12 de Abril de 2015
Epístola:  I San Juan 5:4-10;
Evangelio: San Juan 20:19-31

Muy Queridos hermanos todos en Cristo Jesús:

El Sábado Santo, en la Misa de la Vigilia de Pascua de Resurrección, el Apóstol San Pablo nos insistía que si habíamos resucitado con Cristo buscásemos las cosas de arriba, o sea la vida en Dios. (Cf. Colosenses 3:1-4)  Y hoy es el Apóstol San Pedro quien  en el Introito de esta Misa que desde hace mucho tiempo es conocida como “Misa Quasi modo”, nos dice que como niños recién nacidos, “Quasi modo geniti infantes, rationabile, sine dolo lac concupiscite”  (I Pedro 2:2) pero con uso de razón y sin engaño busquemos la leche espiritual, o sea una verdadera vida en Dios, pero bien fundamentada.  Y  San Juan nos insiste en lo mismo, aunque con otras expresiones, igualmente profundas y vivenciales.  Nos dice que:
“Todo lo que nace de Dios, vence al mundo, y lo que nos hace alcanzar victoria sobre el mundo es nuestra fe”  (I Juan 5:4).

Vivir la fe.  ¿Cuántas veces lo hemos dicho aquí, hermanos? Ciertamente muchas, y lo seguiremos diciendo cuantas veces sea necesario:  Vivir la fe,  ¿qué es vivir la fe?  Es tener la experiencia vivencial de Jesús.  Pero no del Jesús falso, tolerante con el pecado, que hoy con tanta frecuencia nos presenta el mundo, incluso infiltrado en la vida de la Iglesia… Es la experiencia vivencial de Jesús Crucificado y Resucitado, como la tuvieron los Apóstoles, que incluso como Tomás tuvieron la posibilidad de tocarle, de meter la mano en su Corazón herido y traspasado por la lanza.  Tuvieron la oportunidad de verle, de contemplarle, de escucharle durante su Pasión y Crucifixión, así como en las diversas apariciones posteriores a su Resurrección.  Pero ¿cómo fueron esas apariciones?  ¿Ante las multitudes, en público?  ¿En un baile o en una reunión politiquera? ¿Con el ruido satánico del rock?  No, sino que, primero desde la Cruz y luego a partir de la Resurrección,  fueron en la privacidad, en la intimidad del Sepulcro vacío, del Cenáculo, de la orilla del lago después de la pesca infructuosa que por la palabra de Jesús mismo se convierte en milagrosa.  Oportunidad de abrir su entendimiento a la Luz del Espíritu para ahora sí poder entender todo lo que ÉL les había enseñado durante los años anteriores a la Pasión, y les estuvo iluminando en esos días de Pascua…

Hermanos muy queridos, hoy, teniendo en cuenta las circunstancias que estamos viviendo a nivel de Iglesia en Costa Rica y en todo el mundo, debo insistir en esto. Imitando dos actitudes de Tomás, primeramente que no se dejó llevar de primer momento por lo que le contaban los demás apóstoles hoy no podemos dejarnos llevar por todo viento de doctrina que nos llegue, no podemos mantenernos en las doctrinas complacientes que se nos han comunicado en estos últimos lustros de historia:
“Os recomiendo, hermanos, que estéis atentos a los que producen divisiones y escándalos al margen de la doctrina que habéis aprendido y que os apartéis de ellos, porque ésos no sirven a nuestro Señor Cristo, sino a su vientre, y con discursos y lisonjas seducen los corazones de los incautos.” (Romanos 16:17). 

Si queremos tener la verdadera experiencia de Jesús, como niños recién nacidos y con uso de razón, debemos investigar, debemos formarnos en Doctrina, en Moral, en Liturgia, en espiritualidad.  Pero en las únicas fuentes, que son aquellas que están en consonancia con el Depósito de la Fe que desde un principio el Señor le dejo a su Cuerpo Místico la Iglesia bajo la responsabilidad de los Apóstoles y sus sucesores fieles a ese Depósito de Fe. 

Y refiriéndome a la segunda actitud de Tomás, que al tener la posibilidad de tocar al Crucificado – Resucitado experimenta el fortalecimiento de esa fe viva, hoy debo insistir en cuanto a la vivencia de la Fe desde el campo de la Espiritualidad.  ¿Por qué?  Porque como a Tomás, también a nosotros ha de sucedernos lo que a este Apóstol: hemos de acrecentar y fortalecer nuestra fe, buscando el contacto íntimo con el Señor, no sólo tocando su Corazón, sino metiéndonos en él, sumergiéndonos en él, viviendo en él, no viviendo para el mundo ni según sus costumbres, lenguajes, diversiones mundanas y sin sentido, sino, perdonen si lo repito insistentemente, sumergiéndonos en ÉL, viviendo en ÉL y para ÉL.

Y ¿cómo sumergirnos, cómo vivir en ÉL?  Les quiero recordar hoy cinco maneras de lograrlo: 
. Acercándonos con frecuencia al Sacramento de la Justicia y Misericordia del Señor como es la Confesión, para que aplicándosenos el perdón de Jesús por el ministerio del Sacerdote: “Quedan perdonados los pecados a aquellos a quienes les perdonéis; y quedan retenidos a los que se los retengáis.” (Juan 20:23).

. Viviendo con la mayor frecuencia posible su Sacrificio en el Altar, haciéndonos uno en ÉL para presentarnos en ÉL como “hostias agradables ante el Padre Celestial” (cf. Rom 12:1)  

. Comiendo y bebiendo su Cuerpo y su Sangre con la mayor frecuencia posible:  “El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él”  (Juan 6:56)

. Visitándole frecuente e íntimamente en su soledad del Sagrario:  “El oprobio me destroza el corazón y desfallezco; esperé que alguien se compadeciese, y no hubo nadie; alguien que me consolase, y no lo hallé” (Salmo 68:21)

. Y tratando de mantener esa unión mística con ÉL de la manera más constante posible, cumpliendo su anhelo: 
“Padre Santo, guarda en tu nombre a estos que me has dado, para que sean uno como nosotros”  (Juan 17:11)
 manteniéndonos unidos en la verdad doctrinal, viviendo la moral que no es la de cada uno sino la única que Dios y sólo Dios ha infundido en todo corazón humano, celebrando y participando de la única Liturgia, la que viene desde los Apóstoles, y viviendo una profunda Espiritualidad, fortalecida, por ejemplo con el uso constante de las jaculatorias, entre las cuales hoy les puedo sugerir estas:
“¡Señor mío y Dios mío!”  (Juan 20:28)
“¡Adorado y desagraviado sea Jesús Hostia, ahora y siempre, aquí y en todo lugar!”, y
“¡Jesús, me sumerjo en tu Corazón!”
repetidas cuantas veces sea posible, desde lo íntimo del corazón, en todo momento, lugar y circunstancia. De esa manera, viviendo en profundidad esos cuatro aspectos básicos de una verdadera vida cristiana, podremos escuchar y aplicarnos esa importante afirmación del Señor: 
“Bienaventurados los que,  sin haber visto, han creído” (Juan 20:29).

Así, muy queridos hermanos, bien formados en todo sentido y viviendo realmente en Jesús, podremos hacer frente a una realidad que ciertamente no es fácil en este momento histórico para el verdadero cristiano.  Vivimos en un momento de confusión doctrinal, de tolerancia y/o promoción de la inmoralidad en la vida personal y matrimonial, de Santas Misas mal celebradas, de Confesiones sin las condiciones necesarias por parte del penitente o mal administradas por el Sacerdote, de devociones  convertidas en actos de hechicería y/o vividas en situación de pecado, de un espiritualismo egoísta y falto de compromiso, de una sociedad alejada del Señor en lo educativo, en lo cultural, en lo artístico, en lo económico, en lo político.  Y sólo con Cristianos bien formados, fuertemente arraigados en la “experiencia viva y constante de Jesús” se podrá hacer frente a todo eso, cambiándolo hacia el establecimiento del Reinado de Cristo en el corazón del ser humano, en la familia, en la sociedad, en el tiempo para la Eternidad. 

“¡Jesús, en Ti creo, en Ti vivo, por Ti me entrego!”


Pbro. José Pablo de Jesús, o.c.e.