DOMINICA
IN ALBIS
OCTAVA
DE PASCUA
Epístola: I San Juan 5:4-10;
Evangelio:
San Juan 20:19-31
Muy Queridos
hermanos todos en Cristo Jesús:
El Sábado
Santo, en la Misa de la Vigilia de Pascua de Resurrección, el Apóstol San Pablo
nos insistía que si habíamos resucitado con Cristo buscásemos las cosas de
arriba, o sea la vida en Dios. (Cf.
Colosenses 3:1-4) Y hoy es el
Apóstol San Pedro quien en el Introito de
esta Misa que desde hace mucho tiempo es conocida como “Misa Quasi modo”, nos dice que como niños recién nacidos, “Quasi modo geniti infantes, rationabile,
sine dolo lac concupiscite” (I Pedro
2:2) pero con uso de razón y sin engaño busquemos la leche espiritual, o
sea una verdadera vida en Dios, pero bien fundamentada. Y San
Juan nos insiste en lo mismo, aunque con otras expresiones, igualmente
profundas y vivenciales. Nos dice que:
“Todo lo que nace de Dios, vence al mundo, y lo que
nos hace alcanzar victoria sobre el mundo es nuestra fe” (I Juan 5:4).
Vivir la
fe. ¿Cuántas veces lo hemos dicho aquí,
hermanos? Ciertamente muchas, y lo seguiremos diciendo cuantas veces sea
necesario: Vivir la fe, ¿qué es vivir la fe? Es tener la experiencia vivencial de
Jesús. Pero no del Jesús falso,
tolerante con el pecado, que hoy con tanta frecuencia nos presenta el mundo,
incluso infiltrado en la vida de la Iglesia… Es la experiencia vivencial de
Jesús Crucificado y Resucitado, como la tuvieron los Apóstoles, que incluso
como Tomás tuvieron la posibilidad de tocarle, de meter la mano en su Corazón
herido y traspasado por la lanza.
Tuvieron la oportunidad de verle, de contemplarle, de escucharle durante
su Pasión y Crucifixión, así como en las diversas apariciones posteriores a su
Resurrección. Pero ¿cómo fueron esas
apariciones? ¿Ante las multitudes, en
público? ¿En un baile o en una reunión
politiquera? ¿Con el ruido satánico del rock?
No, sino que, primero desde la Cruz y luego a partir de la Resurrección,
fueron en la privacidad, en la intimidad
del Sepulcro vacío, del Cenáculo, de la orilla del lago después de la pesca infructuosa
que por la palabra de Jesús mismo se convierte en milagrosa. Oportunidad de abrir su entendimiento a la
Luz del Espíritu para ahora sí poder entender todo lo que ÉL les había enseñado
durante los años anteriores a la Pasión, y les estuvo iluminando en esos días
de Pascua…
Hermanos muy
queridos, hoy, teniendo en cuenta las circunstancias que estamos viviendo a
nivel de Iglesia en Costa Rica y en todo el mundo, debo insistir en esto.
Imitando dos actitudes de Tomás, primeramente que no se dejó llevar de primer
momento por lo que le contaban los demás apóstoles hoy no podemos dejarnos
llevar por todo viento de doctrina que nos llegue, no podemos mantenernos en
las doctrinas complacientes que se nos han comunicado en estos últimos lustros
de historia:
“Os recomiendo, hermanos, que estéis atentos a los
que producen divisiones y escándalos al margen de la doctrina que habéis
aprendido y que os apartéis de ellos, porque ésos no sirven a nuestro Señor
Cristo, sino a su vientre, y con discursos y lisonjas seducen los corazones de
los incautos.” (Romanos 16:17).
Si queremos
tener la verdadera experiencia de Jesús, como niños recién nacidos y con uso de
razón, debemos investigar, debemos formarnos en Doctrina, en Moral, en
Liturgia, en espiritualidad. Pero en las
únicas fuentes, que son aquellas que están en consonancia con el Depósito de la
Fe que desde un principio el Señor le dejo a su Cuerpo Místico la Iglesia bajo
la responsabilidad de los Apóstoles y sus sucesores fieles a ese Depósito de
Fe.
Y refiriéndome
a la segunda actitud de Tomás, que al tener la posibilidad de tocar al
Crucificado – Resucitado experimenta el fortalecimiento de esa fe viva, hoy
debo insistir en cuanto a la vivencia de la Fe desde el campo de la
Espiritualidad. ¿Por qué? Porque como a Tomás, también a nosotros ha de
sucedernos lo que a este Apóstol: hemos de acrecentar y fortalecer nuestra fe,
buscando el contacto íntimo con el Señor, no sólo tocando su Corazón, sino
metiéndonos en él, sumergiéndonos en él, viviendo en él, no viviendo para el
mundo ni según sus costumbres, lenguajes, diversiones mundanas y sin sentido,
sino, perdonen si lo repito insistentemente, sumergiéndonos en ÉL, viviendo en
ÉL y para ÉL.
Y ¿cómo
sumergirnos, cómo vivir en ÉL? Les quiero
recordar hoy cinco maneras de lograrlo:
. Acercándonos
con frecuencia al Sacramento de la Justicia y Misericordia del Señor como es la
Confesión, para que aplicándosenos el perdón de Jesús por el ministerio del
Sacerdote: “Quedan perdonados los
pecados a aquellos a quienes les perdonéis; y quedan retenidos a los que se los
retengáis.” (Juan 20:23).
. Viviendo con
la mayor frecuencia posible su Sacrificio en el Altar, haciéndonos uno en ÉL
para presentarnos en ÉL como “hostias
agradables ante el Padre Celestial” (cf. Rom 12:1)
. Comiendo y
bebiendo su Cuerpo y su Sangre con la mayor frecuencia posible: “El
que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él” (Juan 6:56)
. Visitándole frecuente
e íntimamente en su soledad del Sagrario:
“El oprobio me destroza el
corazón y desfallezco; esperé que alguien se compadeciese, y no hubo nadie;
alguien que me consolase, y no lo hallé” (Salmo 68:21)
. Y tratando
de mantener esa unión mística con ÉL de la manera más constante posible,
cumpliendo su anhelo:
“Padre Santo, guarda en tu nombre a estos que me has
dado, para que sean uno como nosotros”
(Juan 17:11)
manteniéndonos unidos en la verdad doctrinal,
viviendo la moral que no es la de cada uno sino la única que Dios y sólo Dios
ha infundido en todo corazón humano, celebrando y participando de la única
Liturgia, la que viene desde los Apóstoles, y viviendo una profunda
Espiritualidad, fortalecida, por ejemplo con el uso constante de las
jaculatorias, entre las cuales hoy les puedo sugerir estas:
“¡Señor mío y Dios mío!” (Juan 20:28),
“¡Adorado y desagraviado sea Jesús Hostia, ahora y
siempre, aquí y en todo lugar!”, y
“¡Jesús, me sumerjo en tu Corazón!”
repetidas
cuantas veces sea posible, desde lo íntimo del corazón, en todo momento, lugar
y circunstancia. De esa manera, viviendo en profundidad esos cuatro aspectos básicos
de una verdadera vida cristiana, podremos escuchar y aplicarnos esa importante
afirmación del Señor:
“Bienaventurados los que, sin haber visto, han creído” (Juan 20:29).
Así, muy
queridos hermanos, bien formados en todo sentido y viviendo realmente en Jesús,
podremos hacer frente a una realidad que ciertamente no es fácil en este
momento histórico para el verdadero cristiano.
Vivimos en un momento de confusión doctrinal, de tolerancia y/o
promoción de la inmoralidad en la vida personal y matrimonial, de Santas Misas
mal celebradas, de Confesiones sin las condiciones necesarias por parte del
penitente o mal administradas por el Sacerdote, de devociones convertidas en actos de hechicería y/o
vividas en situación de pecado, de un espiritualismo egoísta y falto de
compromiso, de una sociedad alejada del Señor en lo educativo, en lo cultural, en
lo artístico, en lo económico, en lo político.
Y sólo con Cristianos bien formados, fuertemente arraigados en la
“experiencia viva y constante de Jesús” se podrá hacer frente a todo eso,
cambiándolo hacia el establecimiento del Reinado de Cristo en el corazón del
ser humano, en la familia, en la sociedad, en el tiempo para la Eternidad.
“¡Jesús,
en Ti creo, en Ti vivo, por Ti me entrego!”
Pbro. José Pablo de Jesús, o.c.e.