PASCUA
DE RESURRECCIÓN
Domingo
5 de Abril 2015
Salmo
117: 24, 1;
I
Corintios 5: 7 ; San Marcos 16: 1-7
Muy
queridos hermanos en Cristo Víctima Perpetua:
En
primer lugar, habiendo vivido intensamente centrados, sumergidos en el Misterio Salvífico del mismo Cristo
toda esta Semana Santa que hoy culmina, y experimentando el Poder de su Cruz y
su Resurrección, felicidades para todos.
Gloria y alabanza para el Señor Crucificado y Resucitado. Aleluya, Aleluya.
Anoche,
en la Vigilia Pascual, con ocasión de vivir la Vigilia en espera de la
Resurrección del Señor, que luego se experimentó en la Solemne Misa de la misma
Vigilia, iniciamos un tema que es sumamente importante, profundo, y al mismo
tiempo muy delicado, y que puede tener frutos muy buenos, pero al mismo tiempo
consecuencias peligrosas si no se entiende correctamente. Por ello continuaré con dicho tema. Decíamos anoche:
Viviendo
las dos realidades inseparables de la Cruz y la Resurrección, considero
absolutamente necesario que todos seamos conscientes de un asunto doctrinal y
pastoral que hemos de conocer, comprender y vivir correctamente, ya que hoy día
debido a las corrientes materialistas que abundan en todo el mundo y se han
infiltrado fuertemente en muchos sectores de la Iglesia se presta a confusiones
muy serias. Me refiero a algo que ya fue
tratado incluso por los Apóstoles, especialmente Santiago y San Pablo, en sus
Epístolas en el Nuevo Testamento, y es un asunto tan profundo que posiblemente
tendremos que dedicarle algún tiempo, para el bien de todos. Se trata de la Doctrina sobre la
Justificación en Cristo. Y en esta
oportunidad lo voy a iniciar muy brevemente.
Hemos
venido insistiendo en los últimos tiempos constantemente sobre la realidad de
que sólo en Cristo Crucificado hay salvación.
Y ello es una verdad que me permito calificar de primordial, central. Pero, repito, ha sido un problema desde los
inicios de la Iglesia, que después se agravó a partir de los errores enseñados
por Martín Lutero y sus seguidores. Y
que hoy se han agudizado incluso en el seno mismo de la Iglesia debido a la
influencia tanto de dichos seguidores como de los sociólogos de la liberación, de
la masonería y del comunismo.
Y
de entre esos errores podríamos citar dos afirmaciones por supuesto
equivocadas: “Como Cristo ya murió y
resucitó ya todos sin excepción estamos salvados, no debemos sacrificarnos”, o
bien otra contraria “La pasión y muerte en Cruz de Cristo no tiene poder
salvador, cada quien debe salvarse personalmente”.
En
la Iglesia que peregrina en el tiempo pero trasciende el tiempo debemos
insistir una y otra vez en esta doctrina importantísima de la salvación en
Cristo, pero completa, bien entendida y aplicada, ya que de lo contrario puede
caerse en errores como el “quietismo” que consiste en pensar por ejemplo que
como sólo en Jesús hay salvación ya estamos todos salvados, ya no es necesario
ningún esfuerzo y se puede vivir alegremente según el mundo. Ya lo advierte San Pablo en la primera
lectura de su carta a los Colosenses al
decirnos “porque moristeis y vuestra vida está escondida con Cristo en
Dios” (Colosense 3:3) Y es Jesús mismo quien rechaza estos errores
cuando afirma clarísimamente que el camino de salvación es estrecho, o cuando
declara que hemos de llevar nuestra cruz… pero añade algo importantísimo: “siguiéndole
a ÉL”… O sea que para que nuestras
cruces tengan valor de salvación debemos “vivir
en Cristo”…
Hemos
de vivir el espíritu de las bienaventuranzas contra los criterios del mundo,
hemos de vivir no sólo las virtudes humanas sino las cristianas que nos son
infundidas en el Bautismo y se aclaran, se purifican y fortalecen con los demás
Sacramentos, muy especialmente la Eucaristía “Presencia, Sacrificio Actual,
Alimento de Vida Eterna” y con el esfuerzo de la perenne formación, e insisto,
viviendo con y como María Santísima, Nuestra Señora del Fiat, en la Oscura
Luminosidad de la Voluntad Santísima del Padre, nuestras propias cruces a la
Cruz Salvadora de Cristo. Y tengan en
cuenta que acabo de mencionar precisamente los dos Sacramentos que se viven en
esta noche de profunda vida eclesial: el
Bautismo y la Eucaristía.”
Hasta
aquí lo que decíamos anoche. Ahora añado
otro error muy común, consciente o inconscientemente, en la vida y el hablar de
muchísimos cristianos incluso de buena fe pero poca formación doctrinal: me refiero a la forma en que se trata a
Jesús, como si ÉL fuera en estos momentos históricos un simple sirviente del
ser humano, a quien entonces se pone en el centro de la historia. Jesús ciertamente vino no a ser servido, sino
a servir y dar su vida en rescate de muchos, pero…
…Hermanos,
¡Jesús, con el servicio cruento que no sólo dio, sino que sigue dando en su
Sacrificio Actual en la Santa Misa, ¡nos ha comprado a precio de sangre! Por tanto, nosotros ¡somos suyos! Pero no
como sirvientes, sino como miembros de su Cuerpo Místico, en ÉL hijos,
herederos, coherederos del Reino del Padre Celestial. Por tanto el trato que debemos darle a Jesús
ya no puede ser como si ÉL fuera nuestro sirviente, sino como SEÑOR. ÉL es Nuestro Salvador, Nuestro Señor.
Como
fruto de lo anterior, hemos de ser humildes, primero adorando al Señor Presente
en la Eucaristía. Pero también
respetándole siempre en todo lugar y circunstancia por encima de todos y de
todo. Respetando nuestro cuerpo,
manteniendo y colaborando con la limpieza en todas partes, especialmente en los
Templos, que no son comercios ni salones de fiestas y/o bailes… Al Señor se le
respeta donde quiera que esté en todo momento y circunstancia. Como María Santísima hemos de decir: “Ecce Ancilla Domini” “He aquí la Esclava del Señor”… “Fiat mihi
Voluntas Tus” “Hágase en mí según tu
Voluntad”…
Hermanos,
por ello, al culminar la Semana Santa y volver a las actividades ordinarias de
la vida tanto a nivel familiar como social y profesional, no nos dejemos
apartar de Cristo Crucificado y Resucitado, sino que al contrario,
intensificando, protegiendo, fortaleciendo nuestra “vida en ÉL” dispongámonos a
esforzarnos por vivir las virtudes cristianas, las teologales de Fe, Esperanza
y Caridad, las Cardinales de Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza, y
todas las derivadas de estas siete.
Viviéndolas y transmitiéndolas sobre todo a los más pequeños, a los
adolescentes, a los jóvenes, para que en el futuro tengamos el gozo de muchos
más santos según el Corazón Traspasado de Nuestro Señor Jesucristo. Así, tanto en lo personal como en lo
eclesial, contribuiremos al establecimiento de su Reinado en la Iglesia y el
mundo ya desde ahora. Así sea.
Pbro. José Pablo de Jesús, o.c.e.