Santidad de la Familia desde la Liturgia

FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA

Primer Domingo después de Epifanía
11 de Enero de 2015
Colosenses 3:12-17;  Salmos 26:4; 83:5;
Isaías 45:15; San Lucas 2:42-52


Muy queridos hermanos en Cristo Jesús:

Considero que al celebrar la Fiesta de la Sagrada Familia debemos no sólo reconocer sino también fortalecer esta realidad básica tanto de la sociedad civil como de la Iglesia.  Y por encima de las costumbres pecaminosas lastimosamente imperantes en la sociedad civil de cada país, en el conjunto de los mismos, y en las mismas organizaciones que reúnen a muchos países, la Iglesia que es Una, Santa, Católica, Apostólica debe implantar la verdad revelada por Dios en Cristo sobre lo que es realmente la familia: la unión sagrada de un hombre con una mujer para amarse, respetarse y ser instrumentos de Dios para dar la vida a nuevos seres humanos, los hijos, que al igual que ellos forman parte de la familia, pero también forman parte de la sociedad y de la Iglesia.

¿Y cómo fortalecerla siendo conscientes del materialismo y el relativismo del mundo que hacen todo lo posible por destruir constantemente la familia, incluso con ataques continuos contra el Sacramento del Matrimonio? 

A esa pregunta encuentro una sola respuesta cierta, clara y contundente: logrando que Cristo Nuestro Señor sea el centro de la vida de las niñas y de los niños, de las y los adolescentes, de las señoritas y de los jóvenes desde que se preparan para el Matrimonio durante su noviazgo para culminar en el centralismo perpetuo de Cristo en el hogar, tanto para los papás como para los hijos que hayan de ser dados por Dios a los padres como un don precioso que ha de ser santamente custodiado, en un ambiente favorable para una auténtica vida espiritual, moral, como primera escuela de la Fe absolutamente necesaria para todo ser humano, sin diferencia ni de clase social ni de raza, ni de época.  Cristo fuente, centro y culmen de la familia cristiana.

Pero surge otra pregunta:  ¿Cómo lograr lo anterior? Se logrará si cada miembro de la familia tiene su oración personal, si la familia unida como tal tiene también su tiempo de oración familiar a ser posible diariamente basada fundamentalmente en la Palabra de Dios contemplada, aplicada y vivida, y si no al menos cada Domingo, cada día de Fiesta Eclesial, y si la familia vive lo que de inmediato expreso, como lo más importante en la vida tanto de la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo como también en la vida de cada cristiano:
Me refiero a la participación no individual sino familiar mínimo todos los domingos, [no los sábados por la tarde, que fue una concesión pontificia exclusivamente para ciertos grupos de fieles que debido a las circunstancias de la época actual lo necesitan], repito, todos los domingos y solemnidades en la Santa Misa vivida plenamente como lo que en realidad es y debe seguir siendo: el Sacrificio de Cristo Nuestros Señor, por tanto no con carácter de fiesta ni de banquete, ni de simple sacrificio de seres humanos, sino del verdadero y único Sacrificio de Cristo Nuestro Señor, único Sacrificio Salvífico y consecuentemente con fuerza divina para transformar la vida de quienes en él participan unidos al Sacerdote que lo ofrece “in persona Christi”. 

¿Qué debemos entender por lo último que acabo de expresar, “fuerza divina para transformar la vida”?  Pues bien, si un fiel, o un conjunto de fieles, va a Misa sin participar verdaderamente en ella, sin atender ni unirse realmente al Sacerdote ni escuchar la Palabra de Dios ni la homilía, ni se abre realmente a esa acción transformante para abandonar completamente la soberbia, el egoísmo, la pereza, la gula, la envidia, la lujuria, la ira y se deja transformar por la gracia de Dios para vivir la Fe, la Esperanza, la Caridad, la Prudencia, la Sabiduría, la Fortaleza, la Templanza, la Pureza, la Comprensión, la Mansedumbre, la Justicia, en realidad no está cumpliendo con la Voluntad del Señor expresada por Jesús mismo cuando dijo:  “Si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre no tendréis vida en vosotros”  (Cf. Juan 6:53), que luego sería explicada muy claramente por el Apóstol San Pablo cuando escribió: “Así pues, quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor” (I Corintios 11:27)  ¿Qué significará el adverbio “indignamente”?:  Dos cosas:  Que la Sagrada Comunión se recibe encontrándose en pecado mortal, sacrílegamente o supersticiosamente, o bien que aún recibiéndola en gracia, se le recibe indiferentemente, descuidadamente, sin respeto, muchas veces por simple compromiso social en un bautismo en un matrimonio o funeral, sin oración de preparación ni de acción de gracias, de pie y en la mano, mal vestido, las mujeres con pantalones y sin velo, los hombres vestidos de cualquier manera, los niños como si fueran a un campo de juego a una fiestecilla mundana, la familia cada quien por su lado y a diferentes horas, dejando la Santa Misa para las últimas horas del día, como si fuera sólo una obligación y no un compromiso de amor y de fidelidad, la mayor parte de los católicos más preocupados por agradar a los hombres, o por defender sus intereses temporales, y no interesados por corresponder y ser fieles al Señor que se sigue dando todo por todos y cada uno.  Se vive la Santa Misa sin Fe, sin Esperanza, sin Caridad Divina.

Por eso está el mundo como está, por eso está la familia como está: destruida, dividida, en el mundo se llama familia lo que no es familia, y se desprecia lo que sí es familia: porque no se vive la Liturgia como debe ser, no se vive la Eucaristía como debe ser.


“Fuerza Divina que transforma” quiere dar a entender entonces que cada fiel logra de su vida de oración y su participación frecuente, en la Santa Misa, en la Forma Extraordinaria o Tridentina a ser posible, la mejor, constante y perpetua vivencia de las virtudes cristianas en lo personal y en lo familiar, en lo privado y en lo público, para llegar a poder decir con toda sinceridad:  “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Y aunque al presente vivo en carne, vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gálatas 2:20) así como también llegar a cumplir su anhelo que hago mío para con todos y cada uno de ustedes: “Que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, y arraigados y fundados en la caridad, podáis comprender, en unión con todos los santos, cuál es la anchura, la longura, la altura y la profundidad y conocer la caridad de Cristo, que supera toda ciencia, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios”  (Efesios 3:17-19), y más que el anhelo de San Pablo y mío, el anhelo de Jesús mismo:  “Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno y conozca el mundo que tú me enviaste y amaste a éstos como me amaste a mí.” (Juan 17:23)

Por ello mi más viva e insistente exhortación a renovar, fortalecer, vivir y promover la Fe Litúrgica y Eucarística como lo que realmente es, con el Poder del Espíritu Santo, en y desde la Verdad y el Amor del Señor, en la verdadera Tradición y Magisterio de la Iglesia, con constancia, con humildad, con valentía, sin violencia pero con firmeza.

Sólo así tendremos familias capaces de imitar a Jesús en unión con María Santísima y San José, familias capaces de ser santas y de promover la santidad en el mundo, para la Gloria de Dios en el tiempo y el espacio, y hasta la eternidad.  Así sea.



Pbro. José Pablo de Jesús, o.c.e.