DOMINGO 11° DESPUES DE
PENTECOSTES
24 de Agosto de 2014
I Corintios 15: 1-10;
Salmo 27: 7,1;
Salmo 80: 2-3; San Marcos 7: 31-37
Muy
queridos hermanos en Cristo:
Ciertamente el panorama que nos presenta hoy la
Palabra de Dios debemos verlo desde dos perspectivas: Una negativa y angustiante, la otra positiva
y esperanzadora.
El panorama “negativo” que nos permite confirmar hoy
el Señor es que ciertamente la inmensa mayoría de las personas, incluyendo el
“pueblo católico”, (…Clero, Vida Consagrada, Laicado…) en la realidad profunda
de sus vidas, no viven la Fe. Porque
recordemos que vivir la Fe es tener la experiencia no sólo constante sino
también continuamente creciente, -fontal, central, cumbral-, de Cristo Nuestro Señor, y menos todavía si
nos referimos al Misterio Eucarístico de Jesús:
Presencia, Sacrificio, Alimento de Vida Eterna.
Y si no se vive la Fe, experiencia viva y continua
de Cristo, todo se complica, se corrompe, es dominado por las consecuencias de
los pecados capitales: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia,
pereza. Dominado por los gustos y
placeres del mundo, aparentemente buenos pero asesinos de una verdadera vida
cristiana, y fomentados por espectáculos públicos y los medios de comunicación
social mal utilizados. Y por eso todo lo que estamos viendo y escuchando en el
mundo y experimentando en la sociedad, en la familia, en la misma Iglesia. Un panorama ciertamente angustiante si se ve
con ojos puramente humanos.
El panorama “positivo” que se contrapone a lo
anterior es precisamente que quienes con humildad, sinceridad, firmeza, generosidad
vivimos la experiencia de Cristo podemos estar ciertos de que en ÉL y sólo en
ÉL hay salvación, en ÉL y sólo en ÉL hay plenitud de Vida, sólo en ÉL hay
Verdad, sólo en ÉL hay Esperanza, sólo en ÉL hay Paz, sólo en ÉL hay Luz, sólo
en ÉL hay verdadera solidaridad que debe convertirse en “Comunión de vida”.
Pero debemos fortalecer esa experiencia vivencial de
Cristo Nuestro Señor, repito con humildad, sinceridad, firmeza, generosidad.
Con humildad ante todo en la relación con el Señor,
porque lo primero que debe hacer quien realmente experimenta la acción de
Cristo en su vida es reconocer que es pecador:
ha cometido pecados, y siente las tentaciones del mundo, del demonio, de
la carne, cada día, y reconoce con sinceridad que necesita el perdón del Señor
dejándose aplicar el valor infinito de su Preciosísima Sangre en el Sacramento
de la Confesión periódica, sincera con un buen examen de conciencia, con
sincero dolor de los pecados por haber ofendido a Quien sigue entregándose
eucarísticamente por su salvación, con fuerte propósito de enmienda y
santificación, sin ocultar ningún pecado grave ni venial, cumpliendo la
penitencia impuesta por el confesor.
Con firmeza, porque no sólo lucha contra el pecado y
las tentaciones, sino que con constancia se esfuerza por alcanzar el grado de
santidad que Dios le pide, con la debida orientación del director espiritual y
el uso de los medios que Dios le concede en una auténtica vida espiritual y
eclesial.
Con generosidad, por una parte buscando cumplir
siempre, no importa las circunstancias, la Voluntad de Dios en y desde la
vivencia en Cristo, y por otra parte siempre dispuesto a dar el testimonio
público gozoso, sincero, valiente de Cristo sin importar las consecuencias
incluso martiriales que puedan llegar en cualquier momento.
Hermanos, ante estos dos panoramas muy rápidamente
esbozados, no examinemos a los demás.
Examinémonos a nosotros mismos, y permitámosle a Cristo que nos cure de
nuestra ceguera, de nuestra sordera, de nuestra mudez y/o tartamudez, vivamos
con confianza, con gozo y seriedad simultáneas, las virtudes cristianas: Fe, Esperanza, Caridad, Prudencia, Fortaleza,
Sabiduría, Templanza, Pureza, Diligencia, Humildad, Desprendimiento, Paciencia,
Perseverancia.
Vivamos la oración personal, no sólo para pedir por
las necesidades, vivamos la adoración, la contemplación, la escucha de Dios
para vivir realmente como ÉL quiere de cada uno, para descubrir los jóvenes el
posible llamado a la vocación sacerdotal… Vivamos la oración litúrgica: Breviario y Celebración de la Santa Misa, no
como simple acto cultural ni social según cree el mundo, sino como verdadera
experiencia del Acto Salvífico del Señor que nos sumerge en el Océano Infinito
de su Verdad y su Amor y en su relación trinitaria con el Padre y el Espíritu
Santo.
Y culminemos cada día, cada mes, cada año, cada
etapa de nuestra vida con la vivencia plena del Sacrificio de Cristo en la
Santa Misa, del Cristo que sigue sacrificándose, entregándose, que sigue
amando, que sigue comunicando vida en plenitud, que sigue invitándonos a vivir
igualmente, en y desde su Divino Corazón, nuestro propio sacrificio de
hostificación, de oblación eucarística, para el establecimiento del Reino de
Cristo en el corazón de la Iglesia, en el corazón de cada cristiano, en el
mundo. Así podremos no sólo ver y
experimentar paz, sino que podremos con toda la Iglesia continuar peregrinando
esperanzadoramente hacia el Reino Eterno de Dios, que debe ser conscientemente
la meta de cada uno y de todos en la verdadera “Comunión en Cristo”.
Si no se vive la Fe, experiencia permanente de
Cristo, habrá oscuridad, habrá destrucción, habrá odio, habrá violencia, habrá
pecado. Si se vive esa Fe luminosa, esa
experiencia amorosa, fiel, gozosa de Cristo, en medio de todo y a través de la
Cruz, habrá verdadera y eterna realización, verdadera y luminosa plenitud.
Cristo ayer, Cristo hoy, Cristo siempre, Cristo en
la salud, Cristo en la enfermedad, Cristo en la pobreza y en la abundancia
compartidas, Cristo en las dificultades y sufrimientos, Cristo en los triunfos
y en los gozos, Cristo en la aceptación, Cristo en el hablar, Cristo en el
callar, Cristo en la persecución, Cristo en la mente, Cristo en el corazón,
Cristo en la voluntad, Cristo en el ser, Cristo en el hacer, Cristo en la vida,
Cristo en la muerte, Cristo en la eternidad.
“Sed, en fin,
imitadores de Dios, como hijos amados, y caminad en el amor, como Cristo nos
amó y se entregó por nosotros en oblación y sacrificio de fragante y suave
olor” (Efesios 5: 1-2)
Pbro.
José Pablo de Jesús Tamayo Rodríguez,
o.c.e.