DOMINGO 8° DESPUES DE
PENTECOSTES
03 de Agosto de 2014
Romanos 8: 12-17; Salmo 30: 3; 70:
1;
Salmo 47: 2; San Lucas 16: 1-9
Con las lecturas bíblicas que
acabamos de proclamar coincide también la lectura que nos da hoy el Breviario
en Maitines, tomada del Primer libro de los Reyes 9: 1-14, en que se nos narra
cómo Dios le promete a Salomón, después de haber construido el Templo de
Jerusalén y la casa real, seguridad en el reino, siempre y cuando se mantenga
fiel él y su descendencia, pero le advierte de exterminio y destrucción si le
son infieles.
Por eso nosotros debemos escuchar
muy atentamente la advertencia clarísima de Jesús en el Evangelio cuando el
mayordomo infiel es expulsado por su negligencia y malversación de bienes, y a
San Pablo que nos invita a no volver a esclavizarnos del pecado con todo lo que
implica: esclavitud del demonio, esclavitud del mundo, esclavitud de la carne,
para que podamos vivir en la libertad de los hijos de Dios.
Para ello debemos contemplar,
imitar y acompañar a Nuestra Señora de los Ángeles. Ella, que ha dicho: “Hágase en mí según tu
palabra” (San Lucas 1: 38) ha sido plenamente dócil a la Palabra y la Acción de
Dios, como Madre amorosa con todo derecho nos dice: “Haced lo que Él os diga” (San Juan 2: 5).
Escuchemos entonces una de las muchas
enseñanzas que nos da Jesús, tanto con el ejemplo de su vida y muerte en cruz
como con su palabra: “El que no toma su
cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí”
(San Mateo 10: 38). Hemos
entonces de tomar la cruz. Pero, en la
realidad de lo que hoy se vive en el mundo y en la misma Iglesia, ¿qué significa
para nosotros tomar la cruz y seguir a Jesús?
En pocas palabras significa que hemos de dejarnos transformar por su
Santo Espíritu en Jesús mismo, separados del mundo, del demonio, de la carne,
para vivir en Jesús, y como, con y en ÉL llegar a ser “hostias oblativas”,
capaces de reparar tantas ofensas que ÉL recibe especialmente en la Sagrada
Liturgia, en la Santa Misa mal celebrada, en el Sagrario, expuesto en la Santa
Custodia manipulada en circunstancias de pecado, de profanación sacrílega.
Y si somos verdaderamente “hostias oblativas” seremos también capaces de
trabajar incansablemente por el establecimiento del Reino de Cristo en el
corazón de la humanidad, en el universo.
Y todo ello sin dejarnos engañar por la mentira del enemigo de que somos
muy pequeños para ello. Si vivimos a un
lado de Jesús sí seremos incapaces, pero si vivimos en Jesús seremos capaces de
lo que ÉL mismo nos vaya pidiendo en cada momento de nuestra vida.
Consecuentemente, con María
Santísima, como Ella, ofrezcámonos cada día como hostias oblativas en y desde
la cruz. Lo demás vendrá como añadidura.
Pbro. José Pablo de Jesús Tamayo Rodríguez, o.c.e.