Necesidad de director espiritual

DOMINGO 7° DESPUES DE PENTECOSTES

27 de Julio de 2014
Romanos 6: 19-23;  Salmo 33: 12, 6;
 Salmo 46: 2; San Mateo 7: 15-21

     
Muy queridos Hermanos en Cristo Nuestro Señor:
   
 Trato de ser sincero con Ustedes ante Nuestro Señor.  Recuerdo que después de la celebración litúrgica del Domingo anterior, algunos de ustedes manifestaban gracias al Señor con gran confianza que estaban analizando seriamente lo que el Señor nos comunicaba por su Palabra, y que lo sentían exigente, comprometedor.  Cierto, lo es, especialmente en el momento histórico que vivimos y el entorno social que nos rodea, en un mundo lastimosamente materialista, relativista, dominado por la corrupción a todo nivel, con búsqueda de lo placentero, lo fácil, sin compromiso, incluso tristemente a nivel de Iglesia en la que más de un Sacerdote presenta la Religión, la fe, como si fuera algo mundanamente alegre, hasta de compartir con las costumbres y orgías satánicas que se disfrazan de dignidad y caridad, así como proponen abiertamente las doctrinas anticristianas como aceptables, las cuales hay que mezclar con la verdad en un equívoco sincretismo ideológico cuyo único resultado es confundir cada vez más a los fieles.
    
Es pues un panorama oscuro el que se nos ofrece en el mundo.  Pero qué nos dice hoy el Señor en su Palabra:  En el tiempo pasado sí fuimos esclavos de la mentira, del mundo, del demonio, de nuestras pasiones.  Pero Dios en su infinita misericordia nos ha salvado en Cristo Jesús, y en ÉL nos da no sólo la protección en contra de todo aquello, sino que nos da muy especialmente la sabiduría, la prudencia, la fortaleza, la constancia para vivir la santidad y crecer en ella día tras día, aún en medio de ese mundo que sigue tratando de envolvernos, aún frente al demonio que trata de hacernos caer en la desconfianza.

Ciertamente, si confiamos sólo en nosotros mismos, la soberbia, la pereza, nos harán caer.  Pero si nos escondemos en el Corazón Eucarístico de Cristo por la Oración personal diaria, por la Santa Misa y Comunión diarias, perdonen si insisto -vividas no como fiesta sino como sacrificio, no como acto social sino en actitud de adoración ante el Dios Uno y Trino que actúa para salvarnos, recrearnos y santificarnos en Cristo-, así como por el uso de las Jaculatorias constantes, viviendo el constante, humilde y valiente proceso de transformación en Cristo.

Pero hoy voy a recordar otro medio importante que ya en alguna oportunidad lo hemos mencionado.  Quien desea vivir ese proceso, sabiendo que por sí solo no puede, y que todo lo puede en Cristo Jesús que le conforta (cf. Filipenses 4: 13), reconoce que también necesita la dirección que Cristo le ofrece a través del director espiritual, no digo orientador, digo e insisto: “Director Espiritual” que puede ser el mismo Confesor.  No nos justifiquemos con la equívoca idea de que no los hay, sí los hay, sólo que hay que saberlo buscar, cada uno el que Dios quiera en cada etapa de su propia vida.  Y digo que ciertamente hay que saberlo buscar.  No aquel que le complace a uno en sus caprichos, en sus deseos y gustos personales, no aquel que se le ve y escucha estar de acuerdo con los criterios del mundo.  Sino aquel que sea capaz de presentarnos siempre la Verdad de Cristo y su Palabra, su Evangelio, como ideal único y precioso a cumplir, no sólo para una salvación egoísta, sino para una verdadera realización personal y eclesial en santidad.  No busquemos nunca un supuesto director espiritual que nos lleve por caminos fáciles.  Busquemos el director espiritual que sea capaz de comprendernos pero al mismo tiempo que sea capaz de exigirnos todo lo que podemos dar al Señor.  No busquemos un director espiritual que tenga mucha fama en el mundo, busquemos al Director Espiritual que esté viviendo en sí mismo la hostificación oblativa de Cristo Nuestro Señor.  No busquemos un director espiritual que nos ofusque con la necesidad de ser solidarios con el prójimo y la sociedad… Antes al contrario busquemos al Director Espiritual que por el camino de la humildad cristificante nos lleve a ser instrumentos de comunión en Cristo. 

No busquemos un director espiritual que nos llevaría a ser simples filántropos, encontremos al Director Espiritual que, por la muerte a nosotros mismos nos lleve a ser puentes de la Misericordia Divina.  No busquemos un director espiritual que nos llevaría a estar de acuerdo con los criterios del mundo, sino al Director Espiritual que nos lleve a vivir las bienaventuranzas.  No aceptemos al Director Espiritual que se contenta con enseñar de palabra, pero no da ejemplo, aceptemos al Director Espiritual que enseña primero con el ejemplo de vida y luego con la palabra. 

No sigamos al Director Espiritual que se manifieste de acuerdo con las modas y costumbres inmorales del mundo, sigamos al Director Espiritual que vive y exige la virtud preciosa de la pureza tanto en el vestir como en costumbres, gestos y palabras.  No aceptemos al Director Espiritual que nos alaba y lleva por caminos anchos, aceptemos al Director Espiritual que nos azota con la Verdad de la Cruz y la Victimación Oblativa de Cristo.  No busquemos al director que alejándonos de Cristo Hostia nos acerca  al chiste y la superficialidad de conversaciones sin sentido, sino al Director Espiritual que alejándonos de los bailes y espectáculos mundanos nos acerca a la gozosa vida oculta en Cristo.  No aceptemos a aquel que nos enfocaría hacia el triunfo y la complacencia temporal, social, económico, profesional, politiquero, sino a aquel que nos enfoca hacia el Sagrario de Cristo olvidado y despreciado, hacia el Altar del sacrificio de Cristo.  No busquemos para nosotros ni para la juventud un director espiritual que sólo sabe orientar hacia el matrimonio temporal puramente humano, sino a aquel Director Espiritual que sabe descubrir y orientar muy especialmente a la juventud hacia el Sacerdocio y la Vida Consagrada.

El verdadero cristianismo no es realizar una romería cada año sólo para pedir y/o agradecer favores divinos.  El verdadero cristianismo es el Altar que desde la Liturgia Eucarística pasando por la vida concreta de cada momento y circunstancia nos lleva al monte de la Cruz para catapultarnos, o sea lanzarnos hacia la Plenitud de la Vida Eterna en la Gloria del Dios Uno y Trino. Recordemos en fin, hermanos, que Cristo en la Eucaristía no es sólo consuelo, sino ante todo es Vida Plena, y por tanto, Sabiduría Divina, Fortaleza Divina.  Quien transforma su vida en una Eucaristía Oblativa para el Padre Celestial en Cristo, lo pierde todo según el mundo, lo gana y lo tiene todo para la eternidad.  

Así sea.  


Pbro. José Pablo de Jesús Tamayo Rodríguez, o.c.e.