Adoración y Contemplación, camino a la fidelidad eucarística

DOMINGO  6º  DESPUÉS  DE  PENTECOSTÉS


20 de julio de 2014

                                                                                              Romanos 6: 3-11;  Salmo 89: 13, 1;                                                                                              Salmo 30: 2-3;   San Marcos 8: 1-9

Muy queridos hermanos en Cristo Nuestro Señor:

Nos narra el Evangelista Marcos la multiplicación de los panes y los peces.  Y considero importante que hoy pongamos nuestra atención en un doble detalle que de pronto, por parecer muy obvio y humanamente natural, no se le analiza lo suficiente ni con profundidad, y que hemos re relacionarlo con la primera lectura de la carta del Apóstol Pablo a los Romanos.

Me refiero a lo que dice el Espíritu a través de Marcos:  “Y comieron y se saciaron, y recogieron de los mendrugos que sobraron siete canastos”… ¿Qué significa “se saciaron”?  En lenguaje bíblico, siempre más profundo que el lenguaje ordinario, podemos entender que Jesús les permitió experimentar plenitud.  ¡Sólo Jesús en la Eucaristía nos da, ahora y siempre, esa plenitud que se experimenta no sólo en lo corporal y material, sino también muy especialmente en la realidad más profunda del ser humano que es el plano espiritual! ¡Sólo Jesús Hostia plenifica al ser humano!
Ahora bien, ¿qué significa ser plenificado por Jesús?   Es lo que San Pablo nos responde en su carta a los Romanos.  Ser plenificado por Jesús es morir con Cristo al mundo, morir con Cristo a las pasiones, morir con cristo a las tentaciones, vencer con Cristo al demonio, para así comenzar a vivir realmente, profundamente no sólo con Cristo, sino como lo venimos insistiendo, para llegar a vivir en Cristo según los anhelos de su Divino Corazón, como ÉL mismo lo expresó antes de su Pasión: 
“En aquel día conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros”  (San Juan 14: 20).

Pero tenemos que preguntarnos:  ¿Vive la cristiandad ese “ser uno en Cristo?  Lastimosamente tenemos que responder que no: no se vive la unidad entre nosotros, y menos somos uno en Cristo.  Se prefiere el mundo, se prefieren los placeres, conciente o inconcientemente se le da campo a la soberbia, al egoísmo, a la lujuria, a la pereza, a la superficialidad, a la gula, a la envidia, a la ira, a la falta de compromiso.

Ahora, ante  la contradicción entre lo que acabo de señalar y la sublime realidad de aquel anhelo de Cristo, analicemos un precioso texto de la Liturgia del Sagrado Corazón de Jesús, la Oración colecta de esa solemnidad, que dice: 

“Dios nuestro, que has depositado infinitos tesoros de misericordia en el Corazón de tu amado Hijo, herido por nuestros pecados, concédenos que, al rendirle nuestro homenaje de amor, logremos también tributarle una debida reparación.  Por nuestro Señor Jesucristo.”  (Misal Romano, Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús)

Es muy posible que muy poco han escuchado ustedes esa oración, que en el nuevo Misal fue sustituida por otra, que  aunque es válida, se refiere a una espiritualidad más general.  Mientras que la que analizamos nos dirige a la espiritualidad mucho más profunda de la victimación de Cristo Nuestro Señor y nuestra correspondencia en el mismo sentido de unirnos a Cristo en esa entrega victimal como reparación por los pecados propios y de la Iglesia y el mundo. 

Y podemos afirmar que esa línea de espiritualidad litúrgico –eucarística, que es precisamente la nuestra, nos permitirá cumplir mucho mejor ese anhelo sublime, profundo de Cristo Nuestro Señor.  Y recordemos que el demonio, el mundo, la carne, incluso infiltrados en la vida de la Iglesia, tratan por todos los medios de destruir todo lo que se relacione con Cristo Eucaristía, con Cristo Victimado, con nuestra espiritualidad, con la única y verdadera Iglesia Católica.

Hermanos, hermanas, ¿deberé insistir en los medios para alcanzar esa espiritualidad de hostificación, de oblación, de victimación, de amor a Cristo, a la Iglesia, a las almas?  Ya los conocemos:  muerte y renuncia al mundo, a uno mismo, vida sencilla y digna, vida de oración diaria, Jaculatorias, Santa Misa y Comunión diarias, práctica de las virtudes cristianas,  amor en y desde Cristo al prójimo.

Pero Ustedes, queridos hermanos, se preguntarán por qué insisto tanto una y otra vez en la necesidad, la conveniencia de llegar a vivir nuestra espiritualidad hasta la oblación e incluso la victimación en Cristo Jesús.  La causa de ello podremos comprenderla sólo desde la adoración y contemplación del Corazón Eucarístico de Cristo, sea reservado en el Sagrario, sea expuesto en la Custodia durante la Hora Santa, acompañando e imitando a Nuestra Señora del Fiat en su disposición de Fe a la acción del Señor, así como a San José en su dedicación radical y riesgosa, y a San Pablo en su radical transformación y amor incondicional a Cristo, entregando así eclesialmente, en y desde la Cruz de Cristo toda nuestra vida y acción por la implantación de su Reino en las almas y en el mundo entero.   Porque sólo Cristo Hostia es el Salvador y Señor del mundo entero, sólo en, con y por Cristo Hostia habrá paz en el mundo, sólo en, con y por Cristo Hostia el ser humano encuentra el sentido temporal y eterno de su vida.  Sólo Cristo Hostia es Luz, sólo Cristo Hostia es Camino, sólo Cristo Hostia es Verdad, sólo Cristo Hostia es Vida, sólo en Cristo Hostia se vive el verdadero amor a Dios, sólo en Cristo Hostia se vive el verdadero amor al prójimo. 

Adoremos a Cristo Hostia.  Contemplemos a Cristo Hostia. Oblacionémonos en Cristo Hostia Oblativa.  Lo demás vendrá por añadidura, para nosotros, para la Iglesia, para la humanidad.


Pbro. José Pablo de Jesús Tamayo Rodríguez, o.c.e.