DOMINGO 5° DESPUÉS DE
PENTECOSTES
13 de Julio de 2014
I Pedro 3: 8-15;
Salmo 83: 10, 9;
Salmo 20: 1;
San Mateo 5: 20-24
Nuevamente el Señor nos
invita a renovar y fortalecer nuestra verdadera vivencia de la Fe, la
Esperanza, la Caridad, con todo su fruto que comienza con la vivencia de las
virtudes, especialmente de las virtudes cardinales con todas sus derivadas.
Y hoy lo hace
especialmente con algunas de esas virtudes derivadas, que considero sumamente
importantes para el momento que nos toca vivir como cristianos en una sociedad
materialista y relativista como la que impera en el mundo.
Pero antes de referirme
a dichas virtudes, debo insistir en lo que podríamos llamar “fuente de virtudes”:
la relación directa, profunda, constante, humilde y valiente con Cristo Nuestro
Señor, especialmente a través de sus dos formas más inmediatas: la celebración
o participación a ser posible diaria en la Santa Misa y Sagrada Comunión por
una parte y la oración personal necesariamente diaria, fundamentadas ambas en
la urgente actitud de la adoración.
Quien no adora, no ora. Quien no
adora no tiene fruto profundo y duradero de la Santa Misa. Por supuesto que todo esto implica el
constante y creciente estado de gracia, recordando la utilidad fuerte y
profunda del uso de las Jaculatorias.
Dada esa premisa, en
primer lugar debo insistir en una de las virtudes cardinales, que escasea hoy
día en muchas circunstancias de la vida de muchos católicos. Me refiero a la virtud cardinal de la
Prudencia en el trato con el prójimo, tanto cercano como lejano. Efectivamente, sin prudencia es imposible ser
cristianamente compasivos, fraternales, misericordiosos, humildes. Sin prudencia se es violento. Sin prudencia no se sabrá callar cuando hay
que callar, hablar cuando se debe hablar.
En cambio con prudencia se sabrá relacionarse con toda persona sin
acepciones de ninguna clase, aplicando la norma verdaderamente cristiana de
aceptar la relación prudente, justa y comprensiva con el pecador aunque siempre
se debe rechazar total y abiertamente el pecado.
Y debemos reconocer
humildemente que una de las consecuencias de la falta de prudencia en los católicos es en primer lugar la negación explícita o tácita de Jesús, porque se
confunde la simple “prudencia humana”, que en realidad es orgullo y cobardía,
con la verdadera prudencia cristiana, que lleva a saber actuar y hablar como
verdaderos testigos de Jesús en todo momento, lugar, acto y circunstancia.
Y la otra consecuencia
de la falta de prudencia es la abundante presencia del individualismo entre los
católicos de nuestro país. Quien diga
que adora a Jesús Eucaristía, que participa frecuentemente en la Santa Misa,
que comulga con frecuencia, pero practica una “espiritualidad” egoísta,
encerrado en sí mismo y en todo caso en su entorno familiar y de amistades, se
está engañando a sí mismo, así como en gran medida al prójimo con quien se debe
ser sincero.
Pasemos ahora a otra
virtud que ya hemos mencionado en varias oportunidades, pero sobre la cual he
de ahondar algo más en este momento.
¿Somos sinceros? Ciertamente como
acabo de decirlo, debemos ser sinceros con el prójimo. Pero ¿somos sinceros con Dios? Alguno podrá decirme: “Dios lo sabe todo, no necesito decirle nada
porque ÉL ya lo sabe todo”… Sí eso es cierto.
Pero ¿han pensado alguna vez que si guardamos silencio sobre algún
pecado nuestro en la confesión no se es sincero? ¿o que si en la confesión tratamos de
justificarnos señalando al prójimo como responsable de nuestros pecados no
somos sinceros? ¿o que si silenciamos
pecados por no hacer correctamente un buen examen de conciencia, examen con
rectitud de conciencia, no somos
sinceros? Si no somos sinceros en el
Sacramento de la Confesión seguimos por el sendero del pecado, de la perdición
eterna.
Seamos cristianamente
sinceros, seamos cristianamente prudentes, seamos adoradores en espíritu y
verdad de Jesús Eucaristía y demos en nuestra vida el fruto de santidad que el
Señor pide de cada uno, como miembro gozoso de una auténtica comunión de
Fieles, una auténtica comunión de “Almas Hostia” en camino de vivir la oblación
de sus vidas en Jesús, desde Jesús, para Jesús, en camino a la Gloria Eterna
del Dios Uno y Trino. Amén.
Pbro. José Pablo de Jesús Tamayo
Rodríguez, o.c.e.