DOMINGO 4° DESPUES
DE PENTECOSTES
06
de Julio de 2014
Romanos
8: 18-23; Salmo 78: 9-10;
Salmo 9: 5, 10; San Lucas 5: 1-11
Hoy, como fruto de la
Palabra de Dios que vivimos en y desde esta Liturgia, hemos de centrarnos en
dos aspectos de una verdadera vida cristiana:
Nos dice el Apóstol San
Pablo: “Tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son nada
en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros;… pues las
criaturas están sujetas a la vanidad,… Pues sabemos que la creación entera
hasta ahora gime y siente dolores de parto, y no sólo ella, sino también
nosotros… gemimos dentro de nosotros mismos suspirando por la adopción, por la
redención de nuestro cuerpo” (Romanos 8: 18, 20, 22-23)
Y el Evangelista Lucas nos relata: “Viendo
esto Simón Pedro, se postró a los pies de Jesús, diciendo: Señor, apártate de mí, que soy hombre pecador…
Dijo Jesús a Simón: No temas; en
adelante vas a ser pescador de hombres.
Y atracando a tierra las barcas, lo dejaron todo y le siguieron” (San Lucas 5: 8, 10-11)
Muy queridos
hermanos: Primeramente hemos de ser muy
conscientes de lo que realmente es la vida cristiana. Sintetizando lo que nos decía el Apóstol con
lo que nos dice Jesús mismo: “¡Qué estrecha es la puerta y qué angosta la
senda que lleva a la vida, y cuán pocos los que dan con ella!” (San Mateo 7:14) Una verdadera vida cristiana es una
continua lucha, podríamos decir en dos sentidos: primeramente con las propias pasiones que mal
orientadas llevan a la senda ancha del pecado, aun de aquel que el mundo puede
presentarnos como “cosa pequeña” o como “pasada de moda” o como “algo para
vivir sólo en privado”, y en segundo lugar con las contradicciones y
persecuciones del mundo contra los verdaderos discípulos de Jesús, que podemos
fácilmente descubrirlas no sólo de forma abierta y violenta en muchos lugares,
sino también de forma muy sutil, escondida, engañosa y divisoria incluso entre
nosotros, en el seno mismo de la Iglesia.
Pero en medio de esa real necesidad de la Cruz en la
vida cristiana, hemos de descubrir la vocación eminentemente apostólica de quienes
caminan por el sendero angosto y pasan por la puerta estrecha de la vida, ya
que sólo quienes carguen la cruz, podrán escuchar el verdadero llamado del
Señor a ser pescadores de hombres.
Quienes quieran vivir un cristianismo fácil, complaciente, honroso,
falso, podrán atraer a los muchos que desean escuchar y seguir a hombres
soberbios. Pero quienes carguen con la
verdadera cruz de Jesús y se dejen transformar por su Santo Espíritu, viviendo
constantemente el Sacrificio de Cristo en y desde el Altar y el Sagrario,
podrán guiar hacia Jesús a los que buscan y se esfuerzan por ser verdaderos
discípulos y testigos de Cristo.
Por tanto, hermanos, lancémonos a ser cada día
mejores, sinceros, valientes discípulos de Jesús Crucificado que sigue viviendo
su hostificación oblativa. Lancémonos a
serlo en todo, siempre, en todo lugar y circunstancia, privada y públicamente.
Viviendo en y desde la Cruz la prudencia, viviendo en y desde la Cruz la
pureza, viviendo en y desde la Cruz la paciencia, viviendo en y desde la Cruz
la sinceridad, viviendo en y desde la Cruz la diligencia, aunque ello nos
traiga los sufrimientos del tiempo presente, ya que nos espera la libertad de
la gloria de los hijos de Dios, en nuestro Señor Jesucristo. Así sea.
Pbro. José Pablo de Jesús Tamayo
Rodríguez, o.c.e.