DOMINGO 2° DE PASCUA
04 de Mayo de 2014
I San Pedro 2: 21-25;
San Juan 10: 11-16
Muy queridos hermanos en Cristo Jesús:
Seguimos comprobando de
muchas maneras y cada vez más fuertemente que la inmensa mayoría de los
católicos se han dejado envolver por el
ambiente, y como consecuencia de ello tenemos el gran enfriamiento e incluso la
pérdida de la fe, la falta de experiencia de Cristo. Y cuando algunos van llegando a tocar fondo
en sus crisis, es cuando descubren que realmente necesitan de Dios, necesitan y
vuelven a Cristo. Y debo recalcar que
muchos, la gran mayoría de católicos se han dejado envolver muy astutamente,
muy sutilmente, por el ambiente de mundo.
Y lo recalco porque podemos considerar que así está al menos el noventa
y nueve por ciento de la Iglesia Católica.
No se está viviendo la Fe, no se está viviendo la Gracia, no se está
viviendo la experiencia de Cristo. Creen
en Cristo, pero… Y es aquí entonces, queridos hermanos, cuando viene muy al caso la liturgia de hoy, la liturgia
que nos pone frente a Cristo como el Buen Pastor. El Buen Pastor que da su vida por sus
ovejas, el Buen Pastor que no huye, porque los que huyen cuando viene el lobo
son mercenarios, no son buenos pastores.
Y eso es lo que ha pasado, en muchos lugares, en muchísimos sectores de
la Iglesia los pastores son
mercenarios. Y cualquier sacerdote,
cualquier obispo que se centre demasiado, casi exclusivamente en la situación
social del pueblo, y que trabaje solamente por el bienestar social, por el
bienestar económico, por el bienestar
profesional de los fieles, es un mercenario.
El verdadero pastor se entrega como Cristo se entregó. Y no solamente eso, el verdadero pastor se
entrega por el motivo por el cual Cristo se entregó, y voy a decirlo más
claro: el verdadero pastor se entrega
continuamente de la misma manera y por el mismo motivo por el cual Cristo se
sigue entregando.
¿Cómo se entrega
Cristo? Hasta la Cruz. ¿Y por qué se entrega Cristo? Para darnos la plenitud de vida, la plenitud de la Verdad, la plenitud
del Amor, la plenitud de la Santidad, para darnos y para llevarnos al Reino de
Dios. Ese Reino que no es sólo temporal,
ese Reino que es Eterno. Po eso se
entrega Cristo, para darnos su propia vida.
¿Y cómo podemos definir la vida
de Cristo, y consecuentemente la vida en Cristo? De una sola manera la podemos definir: ¡Vida
en Dios! ¡Y Dios es Santidad, Dios es
Belleza, Dios es Gozo verdadero, Dios es Plenitud, Dios es Sabiduría, Dios es Amor,
Dios es Justicia, Dios es Misericordia, Dios es Santidad, Dios es
Eternidad! ¡Eso nos quiere dar
Cristo! Y por eso se entrega, se entrega
en la Cruz. Y por eso se sigue
entregando en su Victimación Sustitutiva.
Ese es el Buen Pastor.
Pero aquí hay varias
conclusiones que tenemos que sacar, hermanos.
Una primera conclusión es que Cristo se entrega de esa manera y por ese
motivo por mí… Cristo se entrega de esa manera y por ese motivo por cada uno de
Ustedes que están participando en esta Santa Misa. O sea, no podemos nosotros pensar de una
manera general, que es cierta, pero que no es la profundidad de la Verdad:
Cristo se entrega por cada uno, no sólo por todos, sino por cada uno. Podemos entonces, cada uno de los que hoy
estamos aquí, experimentar que somos objeto del pastoreo amoroso,
misericordioso, justo, de Cristo. A cada
uno de nosotros Cristo nos quiere… santos.
Y podríamos abundar en esto, podríamos sobreabundar en este primer
detalle: Cristo nos quiere santos.
Pero no solamente nos
quiere santos. Podemos decir que Cristo
quiere santos a todos los miembros de la Iglesia. Pero a
nosotros que participamos de esta espiritualidad eucarística, que participamos
de esta espiritualidad y carisma eucarísticos, Cristo espera algo más que una
sola santidad, algo más… Cristo quiere que seamos como ÉL, nos lo dice el Apóstol Pedro en la primera
lectura: en ÉL tenemos ejemplo para que seamos como ÉL, en ÉL no hubo pecado. Dice Pedro: “Nos dejó ejemplo para que sigamos
sus pasos” (Cf. I Pedro 2: 21) No
solamente nos invita a ser santos, sino que nos está impulsando a que sigamos
sus pasos, o sea a que vivamos exactamente a como ÉL vivió mientras
estuvo aquí en la tierra. O sea en otras
palabras: victimados, hostificados. Si
ÉL se hace hostia para seguir entregándose, nosotros también, estamos
invitados, impulsados por Cristo a ser hostias.
Recuerden que ser hostia no es solamente alcanzar el grado mínimo de
Gracia, el grado mínimo de santidad. Ser
hostia significa mucho más, es una santidad que yo me atrevería a decir,
uniéndome un poquito a Santa Teresa de Jesús, es un grado más, es una estancia
en el palacio del Padre Celestial, una estancia más cercana al Padre
Celestial. Ser hostias significa no
contentarse con ser santos, no contentarse con vivir en Gracia, sino que
significa hacer el esfuerzo por llegar a la perfección que el Señor quiere de
nosotros en todos los detalles de la vida, ¡en todos los detalles de la
vida!
Pero, viene otra etapa,
ya no solamente la hostificación, viene la otra etapa que también la hemos
mencionado en las semanas anteriores: la Oblación. Así como Cristo es el Buen Pastor que se
entrega, nosotros también estamos invitados a entregarnos, ocupándonos no
solamente de la salvación sino también interesándonos por ayudar al prójimo
para que también el prójimo llegue por lo menos a la santidad. Y esto implica dos cosas, hermanos: el
testimonio de la vida y el consejo de la palabra. Testimonio de vida y consejo por la
palabra. Cuando vemos que un hermano,
que una hermana va por mal camino, o está envuelto en ese ambiente que decíamos
al principio, ese ambiente de indiferencia religiosa, ese ambiente de
alejamiento de Dios, ese ambiente de alejamiento de la experiencia de Cristo,
en que vive la inmensa mayoría, hermanos, tenemos que darles el ejemplo a esos
hermanos, a esas hermanas, ejemplo de una auténtica vida no solamente santa, eucarística, vida
eucarística, vida de adoración, vida de desagravio, tenemos que, tenemos que
vivirlo…¡Vida en Gracia! ¡En Gracia
constante, en gracia constante! ¡Vida en
Gracia creciente! No podemos contentarnos
con la gracia santificante que recibimos en el Sacramento del Bautismo, no
podemos contentarnos con la Gracia Santificante que recibimos cuando
periódicamente, no cada año, ni cada cinco años, sino periódicamente nos
confesamos, esa Gracia Santificante, esa Gracia Actual, no podemos contentarnos
con eso, sino que tenemos que procurar que la Gracia vaya en aumento progresivo
durante toda nuestra vida, minuto tras minuto, eso es ser hostia, y ese ejemplo
tenemos que darlo a la luz pública, ¡a la luz pública! La sociedad está hambrienta de ese ejemplo,
está necesitando ese ejemplo de los católicos, y en Costa Rica los católicos no
están dando ese ejemplo.
Queridos hermano, y
luego el consejo. Cuando vemos a un
hermano que está necesitando el consejo, ¿se lo damos? Es una de las obras de misericordia
espiritual que tenemos que practicar. Y
yo digo que es mucho más importante dar consejo que dar limosna. Queridos hermanos, ¿damos el consejo? ¿Animamos a un hermano, a una hermana a
salir del pecado, a acercarse al Señor, a tener la experiencia del Señor, a
tener la experiencia de Cristo, a acercarse a la vida de los sacramentos, a la
práctica sacramental, Confesión, Comunión, Santa Misa, Oración? ¿Hacemos nosotros oración diaria? ¿Damos ejemplo ante nuestra familia de
oración diaria? ¿Damos ejemplo ante la
Iglesia, en la Parroquia, de oración postrados ante el Sagrario? ¿Damos ejemplo de participación diaria en la
Santa Misa, en la Sagrada Comunión? Hay
miedo, hermanos, hay mucho miedo, hay mucha vergüenza hoy día en los católicos,
mucha vergüenza en los católicos, y no solamente vergüenza, hay demasiado materialismo,
se interesan más por las cosas materiales, se interesan más por las tonterías
del espectáculo pagano que abunda hoy desgraciadamente en el mundo, pero no hay
ningún interés por vivir en Cristo, ¡no hay interés por buscar al Buen Pastor!,
se buscan incluso pastores que complacen, ¡pero no pastores que llevan a
Cristo! Se buscan pastores que compartan
las tonterías del mundo, pero no se buscan pastores que compartan la Cruz de la
Salvación en Cristo. Demos el consejo
oportuno, y demos el ejemplo. Ejemplo de
adoración, ejemplo de desagravio, ejemplo de crecimiento en la oración, ejemplo
de crecimiento en la práctica de las virtudes…
¿Nos esforzamos por crecer en la práctica de las virtudes? ¿Tanto en lo privado como en lo público? ¿O nos da vergüenza practicar las virtudes
públicamente?
Si somos seguidores del
Buen Pastor, sigamos su ejemplo. Seamos
hostias, incluso, no tengamos miedo de que si el Señor nos lo pide, seamos
también capaces de vivir la Oblación.
Entreguémonos. Yo estoy seguro de
que todos nosotros, en algún momento de nuestra vida, o incluso ahora en este
momento, estamos sintiendo internamente la voz del Señor que nos dice: “Entrégate
como oblación viva, santa, agradable a Dios, dando ejemplo, danto testimonio de
Cristo, en todo momento, en todo lugar, en toda circunstancia.
Hermanos, el Buen
Pastor no es alcahueta, el Buen Pastor no es tolerante. El Buen Pastor es firme y comprensivo a la
vez. El Buen Pastor no es mediocre. El Buen Pastor es Perfecto. El Buen Pastor es Hostia, y ese ejemplo nos
da día tras día, para que nosotros día tras día, minuto tras minuto, seamos
como ÉL también, porque hoy día la Iglesia y el mundo necesitan buenos pastores imitadores, y más que imitadores, capaces de
hacerse uno en Cristo Jesús, para la Gloria de Dios Padre. Así sea.
Pbro. José Pablo de Jesús Tamayo Rodríguez, o.c.e.