DOMINGO 3° DE PASCUA
11 de Mayo de
2014
I San Pedro 2:
11-19; Salmo 110: 9;
San Juan 16:
16-22
Muy Queridos Hermanos en Cristo Jesús:
Continúa la Pascua,
continúa este proceso de Resurrección, pero es un proceso al cual se llega
mediante la cruz. Es Cristo Resucitado
quien le habla a cada corazón, es Cristo crucificado y resucitado quien le
habla a toda la Iglesia, incluso a través del Apóstol Pedro, primer Sumo
Pontífice.
Queridos hermanos, ¿qué
nos quiere dar a entender hoy con esta palabra, que además es clarísima?: que
debemos vivir con absoluta paz en nuestro corazón, que debemos vivir con
absoluta paz en nuestro ánimo, aunque somos conscientes de que estamos viviendo
en un mundo sumamente difícil, y no solamente difícil, sino en un mundo
contrario a Cristo, un mundo contrario a
la Fe. En las semanas anteriores incluso
Su Santidad el Papa Francisco, al igual que el Papa Emérito Benedicto XVI, al
igual que San Juan Pablo II, nos han recordado y nos han hecho ser conscientes
de que hoy día el cristiano está siendo perseguido, y ciertamente, queridos
hermanos, cuando se experimenta la persecución tenemos que ser conscientes,
tenemos que reconocer que somos humanos: cuando alguien es perseguido no puede menos
que experimentar cierto grado de tristeza en su
corazón. Ahora bien, ¿cuál debe ser en este momento
actual que vivimos nosotros el motivo de esa tristeza? Porque puede ser una tristeza mal orientada,
el hecho de ser perseguido puede encerrar a una persona en su propio
egoísmo: “¡Ay, es que soy
perseguido! ¡No me dejan hacer lo que yo
quiero! ¡No me dejan pensar como yo
quiero pensar” ¡como yo… yo… yo! Es el
eterno egoísmo del ser humano, y esa es una mala tristeza. En cambio, si la tristeza tiene otro motivo,
diferente, ver que esa persecución en realidad no va solamente dirigida a la
persona, va no solamente dirigida al cristiano, sino que va muy directamente,
muy sutilmente en contra de Cristo y en contra de la Fe. Cuando la tristeza es esa, tristeza porque
Cristo es perseguido, tristeza porque la Fe es denigrada, esa tristeza sí causa
paz, paz muy íntima, muy interna, que posiblemente en cierto momento no se
puede expresar, pero es una tristeza que fortalece. En cambio la anterior, aquella tristeza
egoísta, centrada en uno mismo, esa sí que realmente es triste, esa tristeza
valga la redundancia, una triste tristeza, que además debilita y acobarda a la
persona y la hace encerrarse en sí misma
y buscar seguridad, e incluso le puede llevar a renegar de Cristo, le puede
llevar a renegar de sus compromisos cristianos.
Por eso el Apóstol Pedro nos decía en la carta que no nos dejemos
envolver por las cosas del mundo, sino que pongamos nuestro corazón en el Señor. Y esa tristeza santa, esa tristeza por la
Gloria del Señor conculcada, la Gloria del Señor pisoteada, esa tristeza es a
la que se refiere el Señor en el Evangelio.
Y ciertamente, queridos
hermanos, tenemos que lamentarnos en unión con Su Santidad el Papa Francisco de
la tremenda persecución que están sufriendo hoy día los cristianos, porque,
repito, esa persecución en el fondo va directamente contra Cristo Nuestro
Señor, va contra el Reino de Cristo. Hermanos, pero el Señor mismo nos dice que ÉL
es el gozo de los que experimentan la tristeza de la persecución contra
Cristo. Cristo es el motivo del gozo,
¡Cristo es el motivo de que aquella tristeza se convierta en una tristeza
santa, en una tristeza gozosa! ¡En una
tristeza que fortalece! Y el Señor mismo
nos lo dice: “Llegará el momento en que
ya no me veréis, pero nuevamente me verán”
Cuando alguien pierde a Cristo por las imperfecciones o por el pecado
venial pierde esa intimidad con Cristo aunque no lo pierda por completo por el
pecado mortal: ahí hay tristeza, tristeza egoísta, debilitante. Pero cuando alguien experimenta la
persecución contra Cristo no ve a Cristo, pero sabe que lo verá. Y Cristo lo está llamando, y este llamado que
Cristo le hace hoy día a los cristianos, muchísimos cristianos no lo entienden,
están en la misma postura que los Apóstoles cuando decían “no entendemos lo que
Cristo quiere decirnos”, porque están envueltos en las cosas del mundo. No hay que dejarse envolver por el mundo, hay
que dejarse envolver por Cristo, hay que buscar a Cristo, y ÉL mismo lo
dice: “Volveréis a verme”. Hay que ir donde podemos ver a Cristo, hay
que ir en donde podemos experimentar a Cristo.
¿Y dónde podemos ver, dónde podemos experimentar a Cristo? ¿Dónde?
Los que están debilitados por el pecado nos dirán: “¡en el hermano!” ¡Ay!
No, hermanos, no es necesariamente en el hermano en quien hay que ver a Cristo.
A Cristo hay que buscarlo en donde ÉL verdaderamente ha querido quedarse
con nosotros, oculto, para que le veamos los que le somos fieles, ha querido
quedarse oculto para que le experimentemos los que le somos fieles, para que le
experimentemos aquellos que no nos encerramos en nosotros mismos sino que nos
entregamos por completo a ÉL, nos dejamos transformar por su Espíritu y, nos
gastamos y nos desgastamos por su Reino.
¿Dónde? Ya ustedes pueden suponer dónde voy a
decir. Por supuesto: en el Misterio de
la Eucaristía. El domingo pasado Su
Santidad el Papa Francisco nos lo recordaba precisamente: ¡busquemos a Cristo en la Palabra y en la
Eucaristía! Sepamos interpretar la
Palabra de Dios, y cuando no la sepamos interpretar, cuando vemos que es
difícil de interpretar, preguntemos. A
nadie se le prohíbe leer la Palabra de Dios.
Y busquemos a Cristo entonces en la Palabra, y busquemos a Cristo en la
Eucaristía. Y permitamos que Cristo sea
nuestro gozo aún en medio de la tristeza del mundo, aún en medio de esa
tristeza de ver cómo Cristo es perseguido, experimentemos esa unión con ÉL, esa
unión inquebrantable, queridos hermanos, esa unión inquebrantable.
¡Despojémonos de las
costumbres del mundo!. Despojémonos de
las costumbres del mundo, porque no somos esclavos del mundo, no somos propiedad del mundo, no somos
esclavos del libertinaje del mundo, tenemos que vivir la libertad de los hijos
de Dios, tenemos que vivir la libertad de los que nos dejamos transformar por
Cristo. Pero si vivimos esa libertad, no
le demos tiempo a las cosas del mundo, no le demos tiempo a las diversiones
tontas del mundo, no le demos tiempo a la perversidad del mundo, a la
corrupción de costumbres del mundo… Démosle tiempo a Cristo, y para que no nos
olvidemos, voy a insistir: démosle tiempo a Cristo en nuestra oración…
A ser posible oración
al pie del Sagrario, pero si no se puede porque las iglesias están cerradas,
pues démosle tiempo a Cristo en nuestra oración personal, ¡personal!,
¡personal!, no sólo de grupo, en la intimidad de nuestra habitación, o en un
oratorio en las casas, aunque no se tenga directamente el Santísimo Sacramento,
pero por lo menos que tengamos una imagen de Cristo en la Eucaristía, o el
Crucifijo, o la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, y entonces ahí nos
postramos en oración y nos unimos a Cristo, y le contemplamos y descubrimos los
anhelos de su Divino Corazón, ¡y los hacemos nuestros!, ¡y los vivimos! ¡Hagamos oración! ¡Hagamos oración! ¡Hagamos oración! Y vuelvo a repetir, y vuelvo a insistir: hagamos oración en la madrugada, no a
mediodía ni en la noche, porque ahí, a mediodía o en la noche le estaremos
dando al Señor las migajas, en cambio si hacemos oración por la madrugada le
estaremos dando al Señor la plenitud de nuestra vida. ¡Hagamos oración! ¡Contemplemos a Cristo ¡ Oremos con los salmos, oremos con la Oración
Litúrgica de la Iglesia, ¡pero oremos también con las jaculatorias! Esas jaculatorias que nos van a permitir
entonces proyectar nuestra oración de la madrugada a todas las horas del
día. ¡Y vivamos entonces conforme al
Corazón manso y humilde de Cristo Jesús!
Por eso nos decía
también el Apóstol Pedro que seamos obedientes, que seamos respetuosos de toda
autoridad humana. Y quiero hacer
hincapié en este punto porque a veces vemos a católicos que desprecian a la
autoridad humana. Hermanos, ¿en qué
momento histórico escribió San Pedro esa carta, inspirado por el Espíritu
Santo? ¿En qué tiempo? En el tiempo de la autoridad imperial romana,
y el Emperador no era cristiano, el Emperador era ¡bien pecador! Sin embargo, Pedro, inspirado por el Espíritu
Santo, nos dice: respeto a la autoridad, respeten al Emperador, respeten a los
Gobernadores, aunque sean pecadores.
Porque si no damos este ejemplo de respeto a la autoridad en el mundo,
nuestro testimonio sería basura.
Queridos hermanos, oremos, si vemos que la autoridad está fallando, si
vemos que la autoridad vive en pecado, pues oremos por la autoridad para que la
autoridad llegue a vivir en Gracia, llegue a tener también el encuentro pleno
con Cristo, pero no les critiquemos, mientras nos manden cosas que están de
acuerdo con la Ley de Dios, obedezcámosles con gozo, obedezcámosles con
humildad, y si nos mandan algo que no está de acuerdo con la Ley de Dios, por
supuesto que no les obedecemos, pero tampoco les vayamos a criticar incluso con
palabras soeces. No es cristiano eso,
eso en lugar de acercar a la sociedad hacia Cristo, más bien le aleja, y aquí
podemos recordar aquella frase famosa de un político que no era cristiano, pero
se leía la Biblia, y conocía la Biblia al pie de la letra, ya la había leído
varias veces en toda su vida, y era buen político, aunque no era cristiano, y
un día le preguntan: “Si usted ha leído
la Biblia tanto, ¿por qué no se convierte al Cristianismo?” ¿Y cuál fue la respuesta?: “¡Cristo me entusiasma, pero los cristianos
me dan asco!”… ¿No será eso también lo
que está sucediendo hoy día, en la relación con la autoridad? ¿Qué los cristianos en lugar de atraer con el
testimonio de una vida llena de Cristo, de una vida centrada en Cristo están
dando asco al mundo? Queridos hermanos,
examinemos nuestra vivencia cristiana plena, total, radical, global, aquí si
que tenemos que aplicar la globalidad en todos los aspectos de la vida humana,
tienen que estar totalmente centrados en Cristo, eso es lo que nos da a
entender en pocas palabras el Apóstol Pedro y el Señor en las lecturas de hoy
porque de lo contrario, queridos hermanos, más bien estaremos haciendo mal al mundo en lugar de
cristianizar al mundo, que es el compromiso de todo bautizado, el compromiso de
todo aquel que es… ¡hostia! ¡Alma hostia!
A eso tenemos que
aspirar, a eso tenemos que esforzarnos, ¡a ser almas hostias!, capaces de
demostrar que no vivimos según ningún criterio del mundo, sino que vivimos
radical y exclusivamente según los criterios del Evangelio con la Fuerza de
Cristo Eucaristía, para la gloria de Cristo Hostia. Así sea.
Pbro. José Pablo de Jesús Tamayo Rodríguez, o.c.e.