TRIDUO SANTO 2014

DOMINGO DE RAMOS
EN LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR

13 de abril de 2014
Filipenses 2: 5-11;  Salmo 72: 24, 1-3;
Salmo 21: 2-9, 18, 19, 22, 24, 32;  San Mateo 26: 36-75; 27: 1-60


Muy queridos hermanos en Cristo Jesús:

Hay muchos aspectos de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo que podríamos mencionar y analizaren este momento.  Pero dadas las circunstancias que se dan actualmente y hacia el futuro en Costa Rica y en el mundo entero,  considero que es sumamente importante y urgente que, olvidándonos de nosotros mismos y  de todos los que nos rodean y de todo lo que nos condiciona temporal y materialmente, nos centremos únicamente en la persona de Nuestro Señor Jesucristo, de manera mucho más fuerte, profunda y consciente de lo que hayamos podido hacerlo en la Liturgia de todo el Tiempo de Cuaresma y Pasión que ya ha pasado.

¿Quién es Jesucristo?  Hijo de Dios, coeterno con el Padre y el Espíritu Santo, Omnipotente y Omnisciente con y como el Padre y el Espíritu Santo, Justicia Infinita, Misericordia Infinita, Amor Infinito, que en el tiempo y sin dejar de ser Dios, se hace Hijo del Hombre en el Seno de la Santísima Virgen María, asumiendo así su Divina Misión de Salvador de la humanidad.

Pero ¿cómo lleva adelante esa función?  ¿Desde un palacio real?  ¿Con la autoridad de un gobierno monárquico?  ¿O con la de una democracia?  ¿Con el poder de las armas?  ¿Con el poder del dinero?  ¿Con el poder de la política? ¿Con filosofías humanas?  ¿Con técnicas sociológicas?  ¿Con técnicas psicológicas?  ¿Para fines puramente temporales?

Ciertamente, que no ha usado ninguna de esas formas.  Según lo que nos expresa tanto la narración de la Pasión como el Apóstol San Pablo en su carta a los Filipenses, Jesús vive su Misión de Salvador de la humanidad de una manera totalmente diferente y opuesta a lo que el mundo esperaría y quisiera.  Lo que nos dice el Apóstol es en realidad comprobación de lo que nos narra el Evangelista.  Por ello podemos insistir hoy en dos características de esa acción salvífica de Cristo.  Primeramente nos enseña que Cristo no usa ningún tipo de poder humano. Primeramente debemos recordar y tener muy en cuenta que el Hijo de Dios al hacerse Hijo del Hombre realiza su propia hostificación, o sea sólo ÉL es el hombre perfecto, sólo ÉL es capaz de llevar la humanidad a la perfección en todos los aspectos.

Y ahora veamos cómo nos salva.  Con el Poder Divino y a través de su realidad humana Cristo nos salva “haciéndose obediente hasta la muerte”.  Y en segundo lugar:  ¿con qué tipo de muerte?  “hasta la muerte de cruz”, o sea mediante la oblación, o sea su entrega total y perfecta a la Justicia del Padre en lugar nuestro.  Y esa entrega ¿cómo la realiza?  ¿Simplemente poniéndose al servicio del Padre Celestial?  ¿O poniéndose a nuestro servicio?  Por supuesto que no.  Lo hace por su Pasión y Muerte de Cruz.  Consecuentemente podemos decir que Cristo nos salva entregando a la Justicia del Padre Celestial el sacrificio, mediante el sufrimiento de su Pasión y Cruz en el que implica no sólo su cuerpo humano, sino también su alma y su Persona Divina, todo su ser divino – humano.  Y no lo hace sólo por nosotros, o en nombre nuestro.  Lo hace en lugar nuestro, ¡cargando por tanto con todo el peso del pecado, de los pecados de toda la humanidad de todos los tiempos!  Satisface así la Justicia del Padre ofendido por esos pecados.  Satisface así mismo la Misericordia, el Amor del Padre que anhela la salvación, la santidad de toda la humanidad.

Muy queridos hermanos, insisto en lo que decía al principio de esta homilía.  Durante esta Semana Santa no nos dediquemos a pasear ni a descansar ni a una simplista reflexión o meditación puramente filosófica.  Dediquémonos a contemplar todo lo que podamos sobre Nuestro Señor, especialmente sobre su Oblación, y todo lo que la misma implicó para ÉL:  Última Cena, traición de Judas Iscariote, Oración Sacerdotal de Jesús, Institución de la Eucaristía y del Sacerdocio, Agonía en el Huerto de los Olivos, abandono de parte de los Apóstoles, juicio de los fariseos,  juicio de Poncio Pilato, flagelación, coronación de espinas, salivazos, bofetadas, burlas, preferencia de un asesino por parte de los judíos, condena a muerte, camino del calvario, despojo de vestidos, crucifixión, levantamiento de la cruz, coparticipación de la Santísima Virgen María y de San Juan, rifa de sus vestidos por los soldados, experiencia de la sed, promesa del Reino al ladrón arrepentido, entrega en manos de su Padre, muerte, sepultura.  Todo vivido sólo por Jesús, abandonado no sólo por los Apóstoles, sino también por cada uno de nosotros cada vez que le despreciamos aun con el más mínimo de nuestros pecados…

Y podremos terminar toda esta contemplación haciéndonos cada uno las siguientes preguntas:

¿Al contemplar toda la Pasión del Señor, con sus razones y motivaciones, cómo debo responder al Señor?

¿Estoy dispuesto a vivir mi propia hostificación para llegar a vivir realmente en Cristo?

¿Y estoy así mismo dispuesto a vivir la oblación de toda mi persona, de todo mi ser, de toda mi vida, de toda mi actividad de cada día, de toda mi vida eclesial, de todas mis relaciones espirituales, de mi actividad educativa y cultural, de todas mis relaciones sociales, obreras, profesionales?

Sólo así podremos llegar a entender verdaderamente aquello otro que también decía el Apóstol:

“Y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí.  Y aunque al presente vivo en carne, vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí.”  (Gálatas 2: 20)

Porque San Pablo no sólo entendió, sino que vivió lo que decía Jesús mismo en su Oración Sacerdotal en la Última Cena, con la que termino, haciéndola una exhortación de Jesús para cada uno a través de mi sacerdocio:

“Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno y conozca el mundo que tú me enviaste y amaste a éstos como me amaste a mí.”  (San Juan 17: 23)


 Pbro. José Pablo de Jesús Tamayo Rodríguez, o.c.e



JUEVES SANTO

                                                                                           17 de abril de 2014
Éxodo 12: 1-8, 11-14;  Salmo 116: 12-18;
I Corintios 11: 23-26;  San Juan 13: 34;  13: 1-15



 Muy queridos hermanos en Cristo Jesús:

Inicia hoy la Iglesia la grandiosa solemnidad del Triduo Santo, concretamente con la celebración gozosa pero también misteriosa de esta Misa “In Caena Domini”, en la cual, además de recordar el insustituible Mandato del Amor, celebramos especialmente la Institución de la Sagrada Eucaristía.

Siento la necesidad de comenzar con una pregunta muy respetuosa pero también muy sincera:  ¿comprendemos realmente lo que es la Sagrada Eucaristía?  ¿Lo vivimos día tras día como lo que realmente es?
¿Lo vivimos cómo quiere Jesús que lo vivamos, según todo lo que ÉL mismo nos ha revelado en el Santo Evangelio?   Tratemos de profundizar tanto cuanto podamos con la luz del Espíritu Santo.

Para ello, hagámoslo contemplando, y haciendo vida en todos y cada uno de nosotros, especialmente tres aspectos de este insondable misterio que es la Eucaristía, en la perspectiva de la Semana Santa, que aunque culmina necesariamente en la gloriosa Resurrección del Señor, es primero una Semana de dolor, de Pasión y Muerte en Cruz.  Dicho sea de paso, no es una semana de paseo ni de descanso ni de turismo de playa ni de montaña, así como tampoco de simple reflexión filosófica o lectura de libros piadosos, ni de representaciones teatrales de cultura o recuerdo del pasado.  Insisto, es Semana de dolor, de pasión, de muerte en Cruz… redentora, consecuentemente de transformación personal, familiar, social.

Y volviendo al Misterio que concretamente celebramos en este momento de Jueves Santo:  Contemplemos la Eucaristía primeramente como Misterio de Presencia.  Para ello me permito recordar una preciosa anécdota que le sucedió a cierto Párroco:  La mamá de un niño discapacitado le preparó ella misma como mejor pudo para luego presentarlo al Párroco pidiéndole si podía darle la Primera Comunión.  El Sacerdote cconsideró prudente hacerle una prueba al niño, para lo cual lo llevó a la Iglesia, en donde le preguntó si ahí estaba Jesús, a lo cual el niño, señalando el Crucifijo dijo: “Ahí parece que está pero no está”, y luego, señalando el Sagrario, añadió:  “Ahí parece que no está pero sí está”.  Suficiente respuesta.  El Sacerdote, admirado, le aceptó para la Primera Comunión.  Sí, hermanos:  parece que no está, no se le ve, muchas veces decimos que no le sentimos cuando vamos al Sagrario a pedirle algo o a presentarle nuestras diversas situaciones.  Pero sí está, y mucho más real que nosotros mismos en donde quiera que nos encontremos. ¡Es “Misterium Fidei”!

Y precisamente sobre esto nos dice el Papa Pablo VI en la Encíclica que comienza con esas palabras latinas: “Mysterium Fidei”:
Tal presencia se llama real, no por exclusión, como si las otras no fueran reales, sino por antonomasia, porque es también corporal y substancial, pues por ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro [41 Cf. Conc. De Trento]. Falsamente explicaría esta manera de presencia quien se imaginara una naturaleza, como dicen, «pneumática» y omnipresente, o la redujera a los límites de un simbolismo, como si este augustísimo sacramento no consistiera sino tan sólo en un signo eficaz de la presencia espiritual de Cristo y de su íntima unión con los fieles del Cuerpo místico [42 Pio XII]. (M.F. 5:8)

Nuestro Señor, por tanto, está realmente Presente en nuestros Sagrarios.  Y ahí nos espera y merece que le visitemos, no sólo por lo nuestro, sino por ÉL mismo que continua entregándose, merece que le acompañemos ¡Pero cuántas veces lo dejamos solo, olvidado, despreciado.  A este respecto también nos dice el Venerable Pablo VI en la misma Encíclica:
“Además, durante el día, que los fieles no omitan el hacer la visita al Santísimo Sacramento, que ha de estar reservado con el máximo honor en el sitio más noble de las iglesias, conforme a las leyes litúrgicas, pues la visita es señal de gratitud, signo de amor y deber de adoración a Cristo Nuestro Señor, allí presente.” (M.F. 8:4)
Quisiera continuar más sobre este primer aspecto.  Si el Señor lo permite será en otra oportunidad.  Veamos ahora el segundo aspecto, igualmente importantísimo, referente a la acción litúrgica durante la Santa Misa.  Muchas veces escuchamos frases equívocas sobre ella.  Por ejemplo cuando se dice que en la Sa nta Misa vamos a una fiesta, o se presenta como una reunión en la cual pueden participar, hasta comulgar, todo tipo de personas, sin importar si son o no católicos, o si siéndolo no importa si se encuentran en situación de pecado grave como el adulterio, o el aborto, o la práctica del  homosexualismo, o la corrupción profesional y/o política. O un acto de encuentro entre los Fieles y el Sacerdote.  ¿Qué es en realidad la Santa Misa?  Es la perpetuidad del acto salvífico de Cristo Nuestro Señor.  Por tanto no es un acto meramente humano, es el Acto Perenne, Divino,  de Cristo, que por su Sacerdocio transmitido a la Iglesia ÉL mismo perpetua a lo largo del espacio y de la historia.  Por lo cual, además de llamarle “Santa Misa”, podemos también llamarle “Santo Sacrificio del Señor”, “Santo Sacrificio de la Misa”.  Es, repito, el Acto Divino del Señor, en el cual no vamos a encontrarnos con ningún Sacerdote en especial, sino que todos presididos por el Sacerdote, vamos al encuentro con Dios, vamos al encuentro con Cristo.  No es un acto espectacular en el cual cada quien puede hacer lo que quiera, sino que debe celebrarse en todo el mundo de la manera que Dios mismo le ha enseñado al hombre, determinado concretamente por la Iglesia, que respeta y ha de hacer respetar las normas establecidas por Dios en la Sagrada Escritura y en la Sagrada Tradición de la Iglesia, en la prudente “hermenéutica de la continuidad”, que nos han enseñado siempre los Sumos Pontífices. Por lo cual la actitud correcta para participar de este Santo Sacrificio no ha de ser la de un encuentro social ni en ropa deportiva, sino con dignidad, pero sobre todo en actitud sincera, humilde, valiente de adoración y de total apertura a la acción del Señor que durante la Santa Misa hace milagros en el corazón humano.

Y uno de esos milagros, no el único, es que nos permite dejar de lado el pecado capital del egoísmo, sobre el cual no es el momento hoy para insistir, y sólo me permito citar algo  que dice también Pablo VI:
“De aquí se sigue que el culto de la divina Eucaristía mueve muy fuertemente el ánimo a cultivar el amor social [71 Cf. San Agustín], por el cual anteponemos al bien privado el bien común; hacemos nuestra la causa de la comunidad, de la parroquia, de la Iglesia universal, y extendemos la caridad a todo el mundo, porque sabemos que doquier existen miembros de Cristo.”  (M.F. 8:7)
Y un tercer aspecto, importantísimo pero muy poco profundizado en estos momentos históricos que estamos viviendo, es la Sagrada Comunión.  ¿Para qué lo recibimos?  ¿Somos conscientes del fruto de vida que debe dar quien comulga con frecuencia?  ¿Sabemos que hay dos frutos que debe dar la Sagrada Comunión en quien la recibe con la debida frecuencia, al menos todos los domingos y fiestas de guardar, y mejor si fuera todos los días?  El primer fruto es el que da el Sacramento por sí mismo, especialmente el de la Sagrada Eucaristía por ser el mismo Cristo en persona a quién se recibe. En los demás Sacramentos se recibe la Gracia específica de cada uno, pero en la Sagrada Comunión recibimos al mismo autor de la Gracia, Cristo Señor.  Y el otro fruto es el que depende de las disposiciones de cada persona al recibir el Sacramento.  Por eso nos recuerda muy claramente el Apóstol San Pablo:
“Así, pues, quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor.  Examínese, pues, el hombre a sí mismo, y entonces coma del pan y beba del cáliz, pues el que come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación. Por esto hay entre vosotros muchos flacos y débiles y muchos dormidos.”  (I Cor. 11: 27-30)

Porque el Señor mismo nos dice:
“En verdad, en verdad os digo que, si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su Sangre, no tendréis vida en vosotros.  El que come mi sangre y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo le resucitaré el último día.  Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.  El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él.”  (Jn. 6: 53-56). 

¡Qué afirmación la del Señor!:  ¡Contundente!  ¡Clarísima!  Ahora sólo voy a insistir en la última frase:  “está en mí y yo en él”…

Queridos hermanos y hermanas, ¿habremos comprendido la profundidad sublime de estas palabras del Señor refiriéndose a la Sagrada Eucaristía?  Comer su carne y su sangre.  Me permito decir que quien comulga y no cambia de vida, no vive una constante conversión, está dando a entender que está tragando la Sagrada Hostia, pero no está comiendo en realidad a Nuestro Señor.  Quien en verdad come a Jesús da fruto de constante conversión y se esfuerza por llegar a la perfección, a la santidad a la que nos invita Jesús mismo.  Pero voy a decir algo mucho más profundo:  cuando nos alimentamos ciertamente estamos comiendo el arroz, los frijoles, el plátano, nuestro organismo asimila correctamente dichos alimentos.  Pero cuando comemos a Jesús, Señor de la Vida, en realidad no somos nosotros quienes asimilamos a Jesús, sino que es ÉL quien nos asimila a nosotros, y nos convierte, nos transforma en ÉL.  Así, ÉL transforma nuestros sentimientos, transforma nuestros deseos, transforma nuestros pensamientos, transforma nuestras actitudes, transforma nuestra forma de actuar, transforma nuestro egoísmo en su Amor, transforma nuestra pereza en su Diligencia, transforma nuestra imprudencia en su Prudencia, transforma nuestra ignorancia en su Sabiduría, transforma nuestra supuesta religión individualista en su Entrega por la salvación de los demás, transforma nuestros problemas en oportunidad de vivir la Cruz.

Por ello puedo volver a citar a Pablo VI, que también nos dice, dirigiéndose especialmente a Obispos y Sacerdotes:   

“Que los fieles, bajo vuestro impulso, conozcan y experimenten más y más esto que dice San Agustín: «El que quiere vivir tiene dónde y de dónde vivir. Que se acerque, que crea, que se incorpore para ser vivificado. Que no renuncie a la cohesión de los miembros, que no sea un miembro podrido digno de ser cortado, ni un miembro deforme de modo que se tenga que avergonzar: que sea un miembro hermoso, apto, sano; que se adhiera al cuerpo, que viva de Dios para Dios; que trabaje ahora en la tierra para poder reinar después en el cielo»[66 San Agustín]. Diariamente, como es de desear, los fieles en gran número participen activamente en el sacrificio de la Misa se alimenten pura y santamente con la sagrada Comunión, y den gracias a Cristo Nuestro Señor por tan gran don.”  (M.F. 8:2)

Y vuelve este Santo Padre a decirnos:
“Todos saben que la divina Eucaristía confiere al pueblo cristiano una dignidad incomparable. Ya que no sólo mientras se ofrece el sacrificio y se realiza el sacramento, sino también después, mientras la Eucaristía es conservada en las iglesias y oratorios, Cristo es verdaderamente el Emmanuel, es decir, «Dios con nosotros». Porque día y noche está en medio de nosotros, habita con nosotros lleno de gracia y de verdad [68 Cf. Jn. 1: 14]; ordena las costumbres, alimenta las virtudes, consuela a los afligidos, fortalece a los débiles, incita a su imitación a todos que a El se acercan, de modo que con su ejemplo aprendan a ser mansos y humildes de corazón, y a buscar no ya las cosas propias, sino las de Dios. Y así todo el que se vuelve hacia el augusto sacramento eucarístico con particular devoción y se esfuerza en amar a su vez con prontitud y generosidad a Cristo que nos ama infinitamente, experimenta y comprende a fondo, no sin gran gozo y aprovechamiento del espíritu, cuán preciosa es la vida escondida con Cristo en Dios[69 Cf. Col. 3: 3)] y cuánto sirve estar en coloquio con Cristo: nada más dulce, nada más eficaz para recorrer el camino de la santidad.”  (M.F. 8:5)
Hermanos, voy a decir algo que humanamente podría considerarse una locura, Cristo desde la Eucaristía, desde el Altar y desde el Sagrario me transformó, me eucaristizó y debo reconocer que mi único interés es que toda la Iglesia se centre radicalmente en Cristo Hostia. Porque nadie salva a nadie, sólo Cristo Hostia es el Salvador de todos los humanos que le aceptan a ÉL en sus corazones, en sus vidas.  Por ello quisiera en esta noche continuar comunicándoles las profundidades del Corazón Eucarístico de Cristo, las cosas sublimes que ÉL anhela hacer en cada uno de ustedes.  Pero no voy a alargarme más. Quiero terminar invitándoles a encontrarse verdaderamente con Cristo Hostia, invitándoles a abrir todo su corazón, toda su vida, toda su actividad a la acción eucarística, a la acción hostificante del Señor.  Y les invito a que su unión con Cristo sea tan fuerte, tan continua, que olvidándose de las pequeñeces de la vida humana, le tributen al Señor la adoración, el desagravio, y una vida plenamente eucarística.
Y para ello les ofrezco un medio sumamente eficaz, muy antiguo en la tradición viva de la Iglesia, y poco fomentado en la actualidad:  las Jaculatorias, sobre las cuales hablaremos en otra oportunidad.  Y hoy les ofrezco una que últimamente ha dado mucho fruto en la vida de más de una persona, y que les permitirá unirse a nuestra “Campaña de Adoración y Desagravio”.  Es:   

“Te adoro y te desagravio, Jesús Hostia.
Ahora y siempre, aquí y en todo lugar”


Pbro. José Pablo de Jesús Tamayo Rodríguez, o.c.e.




VIERNES SANTO


18 de Abril 2014
Oseas 6: 1-6; Habacuc 3: 1-3;
Éxodo 12: 1-11; Salmo 139: 2-10, 14
San Juan 18: 1-40; 19: 1-42


Muy queridos hermanos: 

Una frase que se utiliza en la Liturgia es:  “Adoramus te, Christe et benedicimus tibi, quia per sanctan crucen tuam redimisti mundum”    (“Te adoramos oh Cristo, y te bendecimos, pues por tu Santa Cruz Redimiste al mundo”).  Expresión suficiente para continuar con la contemplación, la  adoración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo; pero en este momento especialísimo de su Pasión y su Muerte de Cruz,  ya que no se puede llegar a la Resurrección sino es por el camino de la Cruz, y recordando las palabras del Papa Francisco en semanas anteriores, “no hay cristiano sin cruz y no hay cruz sin Cristo”.  La Cruz sin la imagen de Cristo no significa nada, pero  Cristo en la Cruz,  Cristo en su Pasión y en su muerte en la Cruz es nuestro Salvador. 

¿Verdaderamente hemos podido celebrar  la Pasión y la Muerte en Cruz de Cristo durante esta semana?, recordando que celebrar la Muerte de Cristo es estar ahí al pie de la Cruz con aquel Crucificado, en compañía de María Santísima y San Juan; o sea como Iglesia.  Cristo dio su vida por cada uno, pero también Cristo dio su vida por su Iglesia y debo añadir, por toda la humanidad, pero insisto, por su Iglesia que comenzó en aquel momento con el grupo de los Apóstoles y de los primeros discípulos pero que a lo largo de la historia ha continuado con todos los bautizados y por tanto con nosotros y los que están por venir. 

Su Pasión y Muerte de Cruz debemos vivirla personalmente y podemos ponernos frente a Jesús Crucificado diciéndole:  Jesús,  por mí, por mí estás ahí, por tu Iglesia estás ahí, Jesús yo te he ofendido, Jesús tu Iglesia te sigue ofendiendo, Tú sigues padeciendo y sigues muriendo por tu Iglesia y tu Iglesia te sigue ofendiendo, ese es el Amor verdadero del que da su vida por los suyos,   eso sólo Jesús lo ha hecho;  da su vida en la Cruz  para que cada uno de nosotros tengamos  vida plena y eterna.

Otro aspecto importante de la Pasión y Muerte de Cristo en la Cruz, es que nuestro Salvador, Cristo en la Cruz es constituido Señor, Señor del Universo, del Tiempo, de la Historia, Señor de cada uno de nosotros, de la Iglesia.  Contemplemos a Jesús como Salvador y como Señor. 

Recordemos algo muy importante, la Liturgia de la Iglesia, sea la Santa Misa, Maitines, Laudes, Vísperas, Completas, en cada rincón de la tierra la Liturgia no deja de celebrarse un solo momento, y Cristo continúa su Pasión, su Muerte de Cruz y su Resurrección de manera continua en la Eucaristía, por eso me atrevo a decir que Cruz, Altar y Sagrario están íntimamente unidos como una sola realidad de entrega, de vivencia, de salvación y de Señorío de Cristo en la vida de la Iglesia, y así debemos vivirla nosotros, por eso, cada vez que hablamos de la victimación sustitutiva de Cristo, podemos hacer referencia inmediatamente a Cruz, Sagrario y Altar, es Jesús que continúa su Cruz, es Cristo que continúa su presencia en el Sagrario, es Cristo que continúa su Sacrificio en el Altar, es Cristo que continúa siendo nuestro único Salvador y nuestro único Señor.    Muchas veces el ser humano sufre sin ningún fruto, pero es porque no sabemos vivir esto, la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, no sabemos vivir la Cruz de Cristo, no sabemos vivir la victimación de Cristo, no sabemos aplicarnos a nosotros la Victimación  Sustitutiva de Cristo, y no sabemos tampoco unir nuestra propia victimación vicarial a la Victimación Sustitutiva de Cristo.   Sólo podrá decir que ama al prójimo quien le dice al Señor:   “Señor soy victima vicarial en tu Victimación Sustitutiva para que tu salvación y tu señorío se establezcan en el corazón de la humanidad”…

Por eso contemplemos continuamente la Pasión y la Muerte en Cruz de nuestro Señor, apliquémosnosla y apliquémosela a la Iglesia, y luego a toda la humanidad.  Cristo en la Pasión y su Muerte en la Cruz es Salvador y Señor.  Por eso hoy doblamos nuestra rodilla ante Cristo Crucificado que en la Cruz es el Salvador y el Señor, por eso esa Cruz es la Cruz bendita del Señor; por eso la señal de la Cruz es la señal del cristiano y la llevamos al pecho, viviendo su propia entrega a Aquel que murió en la Cruz.   Adoremos la Cruz del Señor en su Victimación Sustitutiva, único Salvador y Señor del mundo, cada vez que lo recibimos en la Sagrada Comunión, y digámosle: “Señor me uno a Tu Cruz, me uno a tu Victimación para alcanzar la salvación y la vida eterna  para mí y para todos aquellos por los que Tú has muerto en la Cruz y la aceptan. 


“Adoramus te Christe, et benedicimus tibi

quia per sanctan Crucen tuam redimisti mundum.”

Pbro. José Pablo de Jesús Tamayo Rodríguez, o.c.e.








VIGILIA PASCUAL

                                                                                                                          19 de Abril de 2014



Génesis 1: 1-31; 2: 1-2;  Éxodo 14: 24-31; 15: 1;
Isaías 4: 2-6;  5: 1-2;  Deuteronomio 31: 22-30; 32: 1-4;
Colosenses 3: 1-4;  Salmo 117: 1; 116: 1-2;
San Mateo 28: 1-7

Muy queridos hermanos en el Señor: 

Alegrémonos, gocémonos, con todo motivo hace unos momentos  cantábamos el Aleluya, porque ciertamente Cristo ha Resucitado  y ciertamente la Resurrección de Cristo es motivo de Alegría, de Fe, de Esperanza, es motivo y causa de que nosotros tenemos que vivir en el Amor. 

Ahora bien hermanos, me recuerdo de unas Palabras de Jesús en su Oración Sacerdotal, el Jueves Santo en la noche, le decía ÉL al Padre Celestial, refiriéndose a todos sus Apóstoles y a todos sus Discípulos y por tanto a nosotros, “están en el mundo pero no son del mundo”,  (cf. Juan  17: 11-16), y esta expresión del Señor en su Oración Sacerdotal tiene muchísimas implicaciones,  muy profundas que no nos permiten vivir este momento de la Resurrección de Cristo de una manera pasajera, aparente, como si viviéramos en otro mundo, el Señor lo dijo:  “Están en el mundo pero no son del mundo”.  

Hermanos, ¿qué ha quedado como resultado de la Resurrección de Cristo, después de haber vivido la Semana Santa que ya terminó, como la hemos vivido nosotros, como una semana de dolor, de muerte de cruz?  Y habiendo llegado a la Resurrección del Señor, cómo tenemos que vivir de ahora en adelante, estando en el mundo sin ser del mundo; escondidos en Cristo, escondidos al mundo estando en el mundo, sin ser del mundo.  Escondidos en Cristo el mundo tiene que vernos pero no nos va a ver a nosotros tiene que ver a Cristo en cada uno de nosotros, si realmente hemos vivido una semana de pasión, de muerte, de cruz, y resucitamos habiendo muerto al pecado, habiendo muerto incluso a las ocasiones de pecado que el mundo nos ofrece, habiendo muerto incluso para las cosas que aunque no sean pecaminosas y son lícitas, pero no son necesarias, y, escondidos en Cristo, el mundo tiene que ver a Cristo en nosotros, haciendo hincapié en “ya no  vivo yo es Cristo quien vive en mí y lo que vivo en la carne lo vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”, (Gálatas 2: 20).  Cristo se entregó por mí, Cristo se entregó por la Iglesia, Cristo se entregó en lugar mío y en lugar de la Iglesia a la justicia única y verdadera de Dios Padre, y si Cristo se entregó en lugar nuestro, ciertamente Cristo está en lugar nuestro ante el Padre Celestial, y está en lugar nuestro delante de los hombres,  ¿a quién ven los hombres?  ¿A Cristo?  

Tenemos que vivir según Cristo, pero para eso, tenemos que tener muy en cuenta todas las palabras de Cristo en el Evangelio, tenemos que vivir en nosotros mismos todo lo que Cristo vivió en la tierra, ¿pero cómo?  Uniéndonos a El que sigue viviendo todo eso de una única manera: Sacramentalmente, Litúrgicamente, Eucarísticamente.  No logramos vivir todo el fruto de la Semana Santa y del Domingo de Resurrección si no vivimos Eucarísticamente.  Queridos hermanos, cada día que pasa con todas las circunstancias que se están  dando en el mundo, en ese mundo en el cual estamos sin ser de él, con todas las circunstancias que se están dando a nivel de Iglesia, yo cada día que pasa me convenzo más:  sólo por una auténtica vida eucarística, somos capaces de vivir continuamente la Cruz y la Hostificación de nuestras vidas en Cristo.  Tenemos que ser hostias vivas en Cristo para Dios. 

Durante la Semana Santa hemos contemplado la Pasión, la Muerte de Cristo en la Cruz, la Resurrección,  ahora tenemos que seguir contemplándola y viviéndola.  Pongamos todo esto no sólo en nuestra mente, sino en nuestro corazón, en nuestra voluntad y vivámoslo.  Queridos hermanos, desde hace 31 años vengo diciendo que tenemos que ser hostias en Cristo, para que seamos cristianos, católicos,  e implantemos el Reino de Cristo en el corazón del ser humano, en el corazón de la Iglesia, porque muchos sectores de la Iglesia han abandonado a Cristo, lo han traicionado, los que seamos fieles tenemos que ser hostias para que Cristo vuelva a Reinar en la Iglesia, aunque sea en el resto de la Iglesia, y llegue a reinar  también en el mundo.  Así sea.

“Sed, en fin, imitadores de Dios, como hijos amados,
Y caminad en el amor, como Cristo nos amó
y se entregó por nosotros
en oblación y sacrificio de fragante y suave olor.”
(Efesios 5: 1-2)


Pbro. José Pablo de Jesús Tamayo Rodríguez, o.c.e.






DOMINGO DE PASCUA
DE RESURRECCIÓN

20 de abril de 2014
I Corintios 5: 7-8;  Salmo 118: 24, 1;
San Marcos 16: 1-7


Ha Resucitado y está en la Santísima Eucaristía
Muy queridos hermanos:

Anoche, en la Vigilia Pascual, recordábamos también otras palabras del Apóstol San Pablo cuando nos decía que no estamos ya en el mundo, estamos en el mundo pero no somos ya del mundo, que debemos buscar las cosas de arriba, no las de la tierra, o sea debemos buscar los intereses de Dios, no los intereses del mundo pagano.  debemos buscar la Gloria de Dios, debemos buscar la Voluntad de Dios, no los caprichos del mundo pagano.  Y hoy el Apóstol nos insite en otra de sus cartas que también, que debemos dejar todo lo viejo, o sea lo del mundo, que debemos ser masa nueva, y esto nos permite también continuar profundizando en lo mismo con que terminábamos anoche:  tenemos que hostificarnos, tenemos que ser hostias.

Pero en el Evangelio de hoy, el Evangelio de San Marcos, cuando narra la Resurrección del Señor, encontramos otros datos muy importantes, que nos permitirán ver cómo debemos vivir esa resurrección de Cristo, que nos permitirá ser hostias, en el mundo actual y en el futuro inmediato. En esa narración de San Marcos hay varios detalles muy importantes:  nos dice que aquellas santas mujeres fueron de mañanita al sepulcro, de mañanita, no a media mañana, madrugaron, primer dato importante, madrugaron... madrugaron y fueron al sepulcro, creyendo que Jesús estaba todavía allí sepultado, pero fueron al sepulcro, y además de eso no sabían cómo entrar al sepulcro porque tenía una roca muy grande a la puerta, ellas no podían correr aquello, se necesitaban varios hombres para poder correr esa roca que estaba tapando la puerta, y sin embargo fueron.  No buscaron ayuda de nadie, fueron al sepulcro.  Esto me recuerda, y nos puede recordar a todos, algo que nos ha venido enseñando durante mucho tiempo, y nos lo va a seguir recordando por mucho tiempo, la Santísima Virgen María:  la "oscura luminosidad del riesgo de la Fe", otro dato importante para quienes quieren verdaderamente ser hostias en el momento actual y en el futuro inmediato:  hay que actuar en la oscuridad de la Fe, no sabemos cómo, no sabemos de qué manera se va a realizar todo lo que Dios nos pide, pero lo hacemos, vamos a realizarlo, nos ponemos en camino, ellas se pusieron en camino sin saber quién les iba a abrir, pero se pusieron en camino, quien actúa en Fe se pone en camino, no se queda esperando, ¡no se queda esperando!, se pone en camino, actúa. 

Y además, hay un riesgo, no solamente no sabían quién les iba a mover la piedra de la puerta, sino que sí sabían que se iban a enfrentar con los soldados que estaban allí custodiando el sepulcro, que no les iban a permitir fácilmente entrar al sepulcro, sin embargo enfrentaron el riesgo, enfrentaron el peligro, tercer detalle importante:  no solamente se enfrenta la oscuridad, se enfrenta el peligro... ¿el peligro de qué?:  de ser rechazadas... Quien quiere ser hostia, debe estar dispuesto a vivir en la oscuridad de la Fe pero también debe estar dispuesto a recibir el rechazo del mundo, el rechazo de los infiltrados. 

Y podríamos continuar con muchos otros detalles, pero voy a lo último:  ¿qué termina diciéndoles el Ángel?:  "Id a decir a los Discípulos y a Pedro que os precederá a Galilea.” (Mc. 16: 7).  Es un detalle también importante.  Y de una manera muy sabia, y muy clara, lo recordaba anoche S.S. el Papa Francisco en su homilía de la Vigilia Pascual:  "Volver a Galilea" ¿Por qué a Galilea?  Es la Providencia  Amorosísima,  pedagógicamente amorosa del Señor:  ¿Por qué el Señor citó a los Apóstoles después de su Resurrección en Galilea?  Tengamos en cuenta que la inmensa mayoría de los Apóstoles, de los doce Apóstoles, eran galileos.  Estando ellos en Galilea fue cuando el Señor, al principio de su ministerio apostólico, les llamó, les escogió, en Galilea.  ¿Qué nos quiere dar a entender este dato?  Queridos hermanos, nos quiere dar a entender que tenemos que volver al inicio...  ¿A cuál inicio podemos referirnos nosotros ahora?  Al inicio de nuestro encuentro con Cristo, ahí, donde quiera que haya sido... Quien quita que tenga que ser en un futuro con el Papa Francisco en Galilea... ¡en Galilea! el inicio de nuestro encuentro con Cristo. 

Para unos pudo haber sido en Heredia, para otros pudo haber sido en el centro de San José, para otros pudo haber sido en Cartago, en Tres Ríos, en Alajuela, en Puntarenas, donde quiera que haya sido, para otros de pronto haya sido en el extranjero, el lugar no importa tanto ahora, importa el momento, aquel momento inicial de nuestro encuentro con Cristo, y esto nos puede recordar aquella expresión del Señor en el Libro del Apocalipsis, cuando le dice a una de las Iglesias el Ángel:  "Conozco tu conducta, y sé que eres fiel, pero has caído de tu primer amor"  (Cf. Apocalipsis 2: 2-5)  ¡Ahí tenemos que volver!, a nuestro primer encuentro amoroso con Cristo, aquel primer momento en el cual le dijimos al Señor:  "Señor Tú me amaste, yo te amo", y que se lo dijimos con sinceridad, pero después posiblemente con el paso del tiempo nos fuimos enfriando, con las dificultades que se han ido presentando a lo largo de los años, de pronto nos hemos ido enfriando, y a este respecto puedo también decir lo siguiente: 

Esta Obra Eucarística, Opus Cordis Eucharistici, tiene ya más de treinta años de existencia, y me recuerdo en aquellos primeros momentos, aquellos primeros días, aquellos primeros meses que comenzamos siendo un grupito de veintidós personas, y luego de esas veintidós personas quedaron conmigo cinco jóvenes, de los cuales solamente perseveran conmigo dos.  ¿Cuál fue el primer amor que tuvimos en aquel momento?  Y después a lo largo de los años se nos han ido uniendo otras personas, ¡se nos han unido Ustedes!  Y desde el primer momento que se acercaron a nosotros, que se acercaron a Opus Cordis Eucharistici, que se acercaron a Jesús Hostia, a Jesús Oblacionado, a Jesús Victimado, a Jesús Crucificado, lo hicieron con entusiasmo, lo hicieron con amor, y todos le dijimos como Pedro:  "Señor, donde quiera que vayas te sigo" (Cf. Marcos 14: 26-31),  pero ¿cómo ha sido ese seguimiento?  ¿Ha sido con aquel mismo primer entusiasmo, con aquel primer amor?  Las dificultades, las contradicciones, las calumnias, las persecuciones que hemos experimentado, los intentos de la masonería, los intentos de la sociología de la liberación por destruir esta Obra Eucarística, posiblemente nos han enfriado, o nos han hecho caer en la rutina.

Queridos hermanos, a ese primer amor tenemos que volver, con la decisión de no volver a enfriarnos jamás, sino al contrario,  habiendo experimentado anoche y hoy la Resurrección de Cristo, después de haber vivido toda una Semana Santa de Dolor, de Pasión, de Muerte en Cruz,  y dispuestos a continuar viviendo en la Cruz, y continuar viviendo la Victimación Vicarial en la Victimación Sustitutiva de Cristo Nuestro Señor, no nos dejemos enfriar por nada, y esto lo digo con toda claridad, apoyándome también en otras palabras del Papa Francisco, que en semanas anteriores él dijo claramente que hoy día el cristianismo está siendo perseguido en todo el mundo, y ciertamente en algunos países está siendo perseguido de forma violenta, hay mártires, pero en otros países, y en estos últimos incluyo a Costa Rica, Ecuador, Nicaragua, el cristianismo, la Iglesia, está siendo perseguida de una manera "muy suave", pero muy constante, se intenta prohibir la vivencia de la Fe en público, se prohíbe llevar signos de cristiano en público, se prohíbe hablar de Jesús en público, incluso esos enemigos del Señor se han infiltrado en la misma Iglesia, y de parte de miembros de la Iglesia hemos recibido prohibición de hablar de Jesús, hemos recibido prohibición de hablar de espiritualidad, hemos recibido prohibición de vivir el carisma eucarístico, se nos ha dicho que el carisma eucarístico no es para este tiempo, ¡que ya pasó de moda!... Eso es persecución, suave, pero muy fuerte.

¿Estamos dispuestos, hermanos, a vivir no sólo el primer amor, sino ese primer amor intensificado y ya perpetuo, que nada lo pueda bajar, que nada lo pueda disminuir?  ¿Somos capaces de amar de verdad a Cristo por encima de todo?  ¿A ese Cristo crucificado, a ese Cristo Victimado, a ese Cristo Hostificado, a ese Cristo Oblacionado, lo amaremos así, viviendo lo que ÉL mismo continúa viviendo?   Porque queridos hermanos, esa persecución "suave", esa persecución "sutil" aquí en Costa Rica y Latino América, no va a disminuir, va a aumentar, y llegará, estoy seguro, llegará el momento en que los verdaderos cristianos seremos lo que ya desde el Antiguo Testamento decían los Profetas:  "el Resto de Israel"...  Seamos ese "Resto" del verdadero y definitivo Israel, la Iglesia del Señor, la verdadera y única Iglesia del Señor.  ¿Estamos dispuestos a eso?  Esa pregunta que nos lanza desde lo profundo de su Corazón, el Crucificado que ha resucitado....  ¿Cuál será nuestra respuesta?  Y esa respuesta no puede tardar, no puede tardar más de... más de un día,  porque tendrá que verse el fruto de esa respuesta en muy poco tiempo, de lo contrario, caeremos en la infidelidad, pero si vivimos verdaderamente una respuesta de fidelidad, de amor, una respuesta de victimación, una respuesta de oblación, una respuesta de hostificación, al Señor, nos gozaremos, tal vez no aquí en la tierra, pero sí en el Reino del Resucitado.  Así sea.

“Ahora me alegro de mis padecimientos
por vosotrosy suplo en mi carne
lo que falta a las tribulaciones
de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia.”
(Colosenses: 1: 24)


Pbro. José Pablo de Jesús Tamayo Rodríguez, o.c.e.