LA OBLACIÓN DE CRISTO
06 de abril
de 2014
Salmo 128:
1-4; San Juan 8: 46-59
Muy queridos hermanos
en Cristo Jesús:
Los domingos anteriores
hemos venido descubriendo algo de lo más íntimo que Cristo Nuestro Señor vive
desde el momento mismo en que se encarnó en el seno de María Santísima, pero
muy especialmente durante el tiempo de lo que conocemos como su vida pública
hasta culminar en su Pasión, Muerte y Resurrección, que estaremos celebrando de
manera muy concreta y vivencial durante estas dos semanas de Pasión: Su propia hostificación y oblación, que se
traducen en su entrega perpetua por nosotros, en lugar de cada uno de nosotros
ante la Justicia Divina e Infinita de su Padre y Padre Nuestro.
Y es precisamente a esa
entrega oblativa a la que se refiere el Apóstol en la carta a los Hebreos que
se acaba de proclamar en esta Liturgia.
Pero como digo, esa oblación de Cristo Nuestro Señor se inició desde
que, sin dejar de ser Dios, se hizo Hijo del Hombre, entrega, oblación que se
fue intensificando progresivamente, y la podemos descubrir en el constante
enfrentamiento que Jesús vivió con los dirigentes judíos, que se plasma en el
Evangelio de San Juan proclamado litúrgicamente desde la semana anterior. Jesús es constante y fuertemente atacado por
las autoridades judías, profundamente mundanas y materialistas, le calumnian,
le critican, y Jesús les responde con la paz y la firmeza que le es propia
porque ÉL es la Verdad, ÉL es la Luz, ÉL es la Vida, ÉL es la Salvación, ÉL es
el que se entrega, ÉL es el que se nos entrega.
Y si ÉL, Cristo Jesús
es el que se entrega, el que se nos entrega, entonces nos da la posibilidad, la
sabiduría, la fortaleza, para ser lo que ÉL es:
Hostia, Oblación.
Sí, hermanos, esa es la
Cuaresma, esa es la época de Pasión que se nos invita a vivir. ¿Y cómo?
San Pablo nos ha venido dando la respuesta todos los anteriores
domingos, especialmente con su texto de Romanos 12: 1, en el que nos ruega, nos
exhorta a ofrecer nuestros cuerpos como hostia viva, santa, grata a Dios, ya
que ese es nuestro culto racional, o sea que si vivimos verdaderamente,
sinceramente, humildemente la Liturgia, el fruto debe ser nuestra
santificación, nuestra hostificación, nuestra oblación.
Pero en el versículo
siguiente, Romanos 12: 2, el Apóstol añade algo que es consecuencia lógica y
necesaria de lo anterior: “No os
conforméis a este siglo, sino que os transforméis por la renovación de la
mente, para que sepáis discernir cuál es la Voluntad de Dios, buen, grata y
perfecta.” O sea, que al igual que Jesús, tanto en lo privado
como en lo público, nuestra vida, nuestro pensar, nuestro hablar, nuestro
actuar sean contrarios al mundo materialista, placentero, facilista, egoísta,
individualista, ignorante, que nos rodea y pretende esclavizarnos a una
religión idolátrica del mismo ser humano, que nos lleva incluso a creer,
consciente o inconscientemente , que tenemos comprada la vida y no necesitamos
convertirnos ya, que podemos seguir viviendo sea en el pecado, sea en la
tibieza espiritual.
Hermanos, debemos
esforzarnos por vivir en santidad, y nosotros que somos más conscientes de
Quién es Jesús y lo que sigue viviendo en la Sagrada Eucaristía, hemos de
esforzarnos también por vivir la hostificación de toda nuestra vida y
actividad, e incluso si nos dejamos tocar más profundamente por el Espíritu
Santo, imitando a María Santísima, hemos de dar nuestro Fiat para vivir incluso
la Oblación de nuestra vidas, aceptando la Cruz del Señor para nosotros, sea
cual sea la forma en que se presente, sea la soledad, sea la incomprensión, sea
la burla, sea el rechazo, incluso de parte de las autoridades, sea la calumnia,
sea el aparente fracaso humano, sea la amenaza, sea la tortura, sea el
martirio, con tal de contribuir tanto cuanto lo espera el Señor de cada uno,
para la aplicación de los Méritos Salvadores de Cristo Nuestro Señor a todas
las personas que ÉL mismo quiera encomendar a cada uno. Así podremos, algún día, decir como San
Pablo:
“Cuanto
a mí, a punto estoy de derramarme en libación,
siendo
ya inminente el tiempo de mi partida. He
combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado la fe.
Por
lo demás, ya me está preparada la corona de la justicia,
que
me otorgará aquel día el Señor, justo juez,
y
no sólo a mí, sino a todos los que aman su manifestación.”
(II
Timoteo 4: 6-8)
Pbro. José Pablo de Jesús Tamayo Rodríguez, o.c.e.