De la Hostificación a la Oblación

DOMINGO CUARTO DE CUARESMA
                                                         

                                                                         30 de Marzo de 2014

Gálatas 4: 22-31;  Salmo 121: 1,7;
Salmo 124: 1-2;  San Juan 6: 1-15


Muy queridos hermanos en Cristo Jesús:

El Señor nos  ha invitado a ser “hostias”, viviendo como “hombres fuertes”, capaces de defender su “Castillo”, el alma en Gracia en proceso de vivir la santidad con las armas de un verdadero cristiano, que sintetizábamos en las siguientes: Disciplina, Liturgia, Eucaristía, Oración, Jaculatorias y uso del Hostificador.

Y hoy, parece que el Señor nos quiere insistir en cuanto a la forma de usar esas armas, insistiendo en algunas de ellas. 

En cuanto a la forma de usarlas debo concretarla en la práctica de las virtudes, insinuando algunas de ellas, que ciertamente deben estar presentes en la vida de un auténtico cristiano.  Me refiero a la humildad, la veracidad, la constancia, la fortaleza, la pureza, conservada como la casta Susana que nos recordaba  o recuperada como la adúltera misericordiosamente perdonada por el Señor en las lecturas de ayer sábado.

Y en cuanto a la insistencia en algunas de las armas, podemos descubrir la Liturgia, especialmente los Sacramentos del Bautismo, de la Confesión y de la Eucaristía.

¿Por qué me refiero al Bautismo?  Cuando San Pablo habla en su Carta a los Gálatas sobre los hijos de la esclava y los hijos de la libre, en este momento histórico que vivimos podemos entenderlo de la forma siguiente:  los hijos de la esclava son todos aquellos que de una u otra forma son esclavos del materialismo y el relativismo del mundo actual, que se concretan en los vicios, la corrupción, la violencia;  en cambio los hijos de la libre somos los que de una manera sincera, humilde, fuerte, consciente, constante, hacemos el esfuerzo por vivir las virtudes que nos han sido infundidas por el Espíritu Santo en el Bautismo.

Y cuando reconocemos que hemos cometido el pecado, rechazando vivir cada vez mejor el amor, acudimos a la Confesión, no encontramos a un Sacerdote apurado e indiferente, sino al Señor que a través de un buen Sacerdote que, siendo instrumento de la justicia y la misericordia de Dios, nos perdona, nos orienta, nos anima a seguir adelante en el verdadero camino que nos ha trazado quien es el Camino verdadero, Jesús mismo, el camino de la santidad, o sea el camino de la “hostificación”.

Y para ello el mismo Señor Jesús nos deja el admirable Sacramento de la Eucaristía, Sacramento de Presencia, Sacramento de Sacrificio, por el cual en realidad no comemos a Jesús, sino que ÉL nos asimila, nos hace uno en ÉL, y nos permite ser oblación agradable en Él ante el Padre.

Y como consecuencia de lo anterior, vienen para todos y cada uno de nosotros las siguientes preguntas desde el Corazón Eucarístico del Señor, muy propias y oportunas para este tiempo de Cuaresma, que continua avanzando:

1.-  ¿Quieres sinceramente vivir los frutos del Bautismo, siendo un hijo fiel, amoroso de Dios en Cristo Jesús, viviendo así como un miembro sincero y valiente de la única y verdadera Iglesia Católica?

2.-  ¿Serás suficientemente humilde para acudir con la debida frecuencia al Sacramento de la Confesión, cumpliendo los cinco pasos necesarios para que sea no sólo válida, sino también fructífera para toda tu vida, en un auténtico proceso de conversión y hostificación?

3.-  ¿Quieres vivir con la mayor frecuencia posible, no sólo los domingos y fiestas de guardar, sino a ser posible incluso todos los días, la Eucaristía, como Presencia, Sacrificio, transformación en Cristo, para llegar a ser realmente oblación agradable en Cristo al Padre?

Hermanos, respondámosle al Señor a estas tres preguntas en nuestra intimidad con ÉL que nos une a su Sacrificio desde la Consagración, que nos asimila a Sí mismo en el momento de la Comunión, y nos permite postrarnos ante ÉL presente en el Sagrario, para que en adelante nuestra vida personal, nuestra vida de comunión, nuestra vida de Iglesia, sea realmente eso que ÉL anhela de todos y cada uno:

“Sed, en fin, imitadores de Dios, como hijos amados, y caminad en el amor, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros en oblación y sacrificio de fragante y suave olor.”  (Efesios 5: 1-2)

Y de estas palabras del Espíritu a través de San Pablo surge la pregunta con la cual debo continuar hoy:  ¿Está cada uno de ustedes dispuesto a entregarse por la humanidad, por la  Iglesia, por las almas, por el reino de Cristo, en oblación y sacrificio de fragante y suave olor, incluso hasta el olvido de sí mismo y de pronto al martirio por fidelidad y amor al Señor y su santa Iglesia?

¿Quiénes son en este momento los hijos de la esclava?  ¿Quiénes son los hijos de la libre?   Queridos hermanos todos los católicos hemos sido bautizados, y teóricamente todos debiéramos poder decir: Somos hijos de la libre, pero también dice San Pablo algo muy cierto: “Los hijos de la esclava han nacido de la carne, y los hijos de la libre han nacido de la promesa?  Cuál es la promesa, y cuál es esa carne de la que han nacido los esclavos.  

La carne de la que se  ha nacido cuando se permanece como esclavo, es el espíritu de mundo, que esclaviza aún a muchos bautizados, el espíritu de mundo, ese espíritu de relajo, ese espíritu de superficialidad, ese espíritu de indiferencia religiosa, ese espíritu de egoísmo, ese espíritu de cobardía, ese espíritu de sexo desbocado, ese espíritu de lujuria, ese espíritu de soberbia, ese espíritu de envidia, ese espíritu de pereza, esa es la carne de la cual han nacido todos aquellos  que aún católicos no quieren vivir según Cristo, ese espíritu de comodidad, ese espíritu de facilismo, ese espíritu de una religión light, esa religión acomodada a los gustos y placeres del ser humano, esa es la carne de la cual nacen todos los católicos que no les importa vivir en pecado grave, ese espíritu de la carne del cual han nacido los católicos que no les importa incluso vivir en pecado venial, ah, como no cometo pecado grave, no importa que cometa pecado venial, no importa me confieso; una confesión bien hecha lleva a no cometer los pecados  que ha confesado, y continúa luchando para no volver a cometer otros; por eso tan sabiamente  Juan Pablo II, recomendaba la confesión frecuente, Benedicto XVI, y ahora el Papa Francisco, que no temió dar el bellísimo ejemplo de confesarse en público, el viernes pasado.  Queridos hermanos, cada cuánto acudimos a la confesión, ¿somos hijos de la esclava, hijos de la carne, preferimos vivir una religión acomodada, una religión bailadora, una religión de aplausos y de bailes, estilo no católico?;  ¿ó realmente queremos ser hijos de la libre, hijos de la promesa?, y vuelvo a hacer la pregunta: ¿Cuál es esa promesa?

 Esa Promesa es Cristo en la Eucaristía.  Veamos a Jesús en la multiplicación de los panes, uno de tantos detalle, después que habían comido todos, y estaban saciados, Jesús le dijo a los Apóstoles:  Recoged los fragmentos que quedan para que no se pierdan, de qué puede ser signo eso, en la teología sana, bíblica, signo de que Cristo quería que una vez que El instituyera  el Sacramento de la Eucaristía, ese Sacramento de la Eucaristía permaneciera no solamente sobre el Altar, sino también en el Sagrario, ¿para qué?...  Para ser Alimento, y ¿por qué quería ser ÉL Alimento?   Aquí sucede algo contrario a lo que naturalmente sucede, nosotros cuando tomamos los alimentos normales a la mesa, nuestro cuerpo asimila esos alimentos y los convierte en parte del organismo, en la Eucaristía sucede lo contrario a eso, en la Eucaristía nosotros no asimilamos ningún pan, en la Eucaristía nosotros no asimilamos ningún vino, sino al contrario, Cristo nos asimila a nosotros y nos une a ÉL, para hacernos partícipes de la Promesa, porque la gran Promesa es que quienes participen de la Eucaristía, tanto por su Presencia en el Sagrario como por su Sacrificio sobre el Altar, como por ser asimilados en el momento de la Comunión, llegaremos a participar del Premio Eterno…  “Quien no coma de mi Carne y no beba mi Sangre no tendrá Vida Eterna, quien coma mi Carne y beba mi Sangre, tendrá Vida Eterna y Yo le resucitaré en el último día”  (Jn. 6:53-54).

Hermanos cuando la Eucaristía se toma como una simple devoción se está tergiversando toda la profundidad del Misterio, una devoción, lo voy a decir con todo el cariño y con todo el respeto, es la Virgen del Carmen, una devoción es la Virgen de los Ángeles, una devoción es la Virgen de Guadalupe, una devoción es  San Martín de Porres, una devoción es cualquier santo; pero Cristo en la Eucaristía es la  Promesa que nos lleva a la Gran Promesa Eterna; y el que no vive la Eucaristía está muerto, y quien no comparte el fruto de la Eucaristía con los demás es un hipócrita, compartir el fruto de la Eucaristía con los demás significa no contentarse con ser santo, que hasta ahí nos llevaría la hostificación, sino que implica también ser oblación, oblación es entrega, entrega para que el prójimo tenga dignidad humana y cristiana.

¿Te entregas para que el prójimo no viva en pecado, sino que viva en santidad, y para que experimente la justicia y la misericordia del Dios Santo, eso es vivir a plenitud la Eucaristía, olvidarse de uno mismo y entregarse, y si para eso hay que estar oculto para el mundo pero al mismo tiempo ser motivo de rechazo del mundo hay que aceptarlo, hay que estar oculto para el mundo, pero siendo continuamente atacado por el mundo… Hay que estar dispuesto a eso.

Hermanos ¿queremos solamente salvarnos, o queremos ser santos?...  ¿Siguiendo la invitación del Señor, queremos ser hostias o queremos también llegar a ser oblación de sacrificio agradable y de suave olor para Dios Padre en Cristo Jesús?   Respondámosle estas preguntas al Señor en nuestra oración diaria y démosle una respuesta de verdadero fruto, los medios, las armas el Señor nos las ha puesto en las manos, no las guardemos,  utilicémoslas, seamos Eucaristía, seamos hostias, y seamos oblación en el tiempo para la Eternidad.

Pbro. José Pablo de Jesús Tamayo Rodríguez, o.c.e.