LLamado a la santidad en comunión

DOMINGO DE SEPTUAGÉSIMA
16 de Febrero de 2014
I Corintios 9: 24-27, 10: 1-5;  Salmo 9: 10-11, 19-20
Salmo 129: 1-4;  San Mateo 20: 1-16
 

Muy queridos hermanos en Cristo:

Hoy, Domingo de Septuagésima, estamos iniciando un tiempo litúrgico muy especial, de preparación para el tiempo sumamente importante de la Cuaresma.  Tiempo de Septuagésima en el que San Pablo nos motiva a aplicar un poco más de disciplina en nuestra vida para una verdadera ascesis cristiana que nos fortalecerá para continuar en el necesario proceso de conversión.

Y ¿cómo aplicar esa disciplina?  Lo más inmediato será negándonos los placeres, aun lícitos, que nos ofrece continuamente el mundo, infiltrados en una aparente vida cristiana, que practican muchos por la superficialidad, la vulgaridad y la dejadez en el hablar y el vestir, la ignorancia mantenida por no buscar cómo formarse y/o autoformarse, la pereza por ejemplo en el acto de levantarse o en la forma de cumplir las tareas ordinarias de cada día sin amor a Dios y al prójimo, la pérdida de tiempo en conversaciones inútiles y/o en diversiones malsanas e inconvenientes, el mal uso o despilfarro del dinero.

Pero también el Señor Jesús nos llama a esforzarnos ciertamente durante toda la vida, pero especialmente en este tiempo de Septuagésima y Cuaresma, en un proceso de conversión mejor definido, posiblemente en algún cambio radical de vida, para que podamos responder a la otra llamada que cada día nos hace desde el Sagrario y desde el Altar, el llamado a la santidad, para que algún día estemos entre los escogidos que han de participar del Reino Eterno de Dios.

Pero podría ser que a alguien lo anterior podría parecerle como si fuera el ejercicio de una religión restrictiva, negativa. Veamos, cuando una persona se propone alcanzar el éxito en alguna empresa, ¿no tendrá que enfrentarse a esfuerzos, a sacrificios, a renuncias?  ¿Y las enfrentará a regañadientes, a disgusto, con desgana, impulsado por un temor negativo?  ¿O las enfrentará conscientemente, con esperanza, con gozo, con responsabilidad, asumiendo los esfuerzos, los sacrificios, las renuncias que sean necesarias?...  ¿Y para una empresa tan importante que debe enfrentar todo ser humano como es la de la salvación eterna?  ¿Cómo la enfrentaremos?  Ahora bien, veamos qué les sucedió a los trabajadores de primera hora, que pensaron sólo en su propio salario, envidiosos de que a los de la última hora se les pagara igual:  fueron despedidos con ese sentimiento de envidia en su corazón, no pudieron gozar ni siquiera de lo que justamente habían recibido; en cambio si se hubieran gozado de la equidad del dueño de la mies, hubieran gozado con todos de un buen salario compartido.  ¿Qué nos enseña esto?  Que el esfuerzo por la salvación no puede ser egoísta: debe tener un propósito mucho más alto…  Antes que una simple salvación egoísta, debe aspirar a realizar en el tiempo para la eternidad la Gloria de Dios, así como la santidad de todos en comunión.

Por ese motivo insisto una vez más en la gran ayuda que es el Proceso de Eucaristización que siempre hemos recomendado, una de cuyas primeras etapas es el olvido de uno mismo en una sincera, humilde, confiada y valiente búsqueda de la Voluntad Santísima de Dios para con cada uno así como también para con la comunidad a la que se pertenece y para con toda la Iglesia, y ¿por qué no? para con la Patria terrenal.

Y en estos momentos que nos toca vivir a nivel de la Iglesia, estoy cada vez más convencido de que es absolutamente necesario que salgamos de nuestros egoísmos, incluso espirituales, que abundan lastimosamente en nuestra patria, en nuestro continente, para lograr la Gloria del Señor de la manera mejor y más concreta posible:  recuperando el espíritu de adoración a Dios que tanto se ha perdido aun entre nosotros, muy especialmente a través de la adoración y el desagravio al Señor que se hace perennemente presente y Víctima Sustitutiva por Amor en la Sagrada Eucaristía.

Hermanos, acabo de decir:  “egoísmos incluso espirituales”  ¿Con qué intención nos acercamos muchas veces al Señor?  ¿Con qué intención vamos a la Santa Misa el día domingo?  ¿Para lograr favores de Dios?  ¿Para no cometer pecado grave, por un simple miedo al infierno, que no deja de ser necesario muchas veces?  ¿O nos acercamos al Señor ante todo, primero que todo, olvidándonos de nosotros mismos, olvidándonos de nuestras necesidades, para alabarle por ser ÉL Quien es, para adorarle a ÉL como Dios Único y Verdadero?  ¿Para darle gracias por permitirnos vivir en su Presencia?  ¿Para darle gracias por permitirnos vivir dependiendo de ÉL?  ¿Cuál es la intención profunda del ser humano, y por tanto de cada uno de nosotros, cuando nos acercamos al Señor?

Hermanos, tenemos que cambiar, eso es lo primero que tenemos que cambiar en nuestras vidas, la actitud con la cual nos acercamos a Dios.  Que no sea una actitud de centralismo egoísta en nosotros, que no sea una actitud de centralismo egoísta en la humanidad, sino que sea aquella actitud ¡eucarística!, o sea de entrega.  Cristo es eucaristía ¿por qué? porque se entrega.  Antes que acción de gracias es entrega.  Cristo en la Santa Misa no es una a simple acción de gracias, no es una fiesta, es entrega perpetua, perenne.  Es Sacrificio, con auténtica entrega de su sangre.  Ciertamente no hay derramamiento, pero hay continua entrega. El derramamiento fue solamente el Viernes Santo, en la Cruz, pero Cristo sigue entregándose.  ¿Nos acercamos así nosotros también a Dios?  ¿Nos acercamos a Dios tratando de ser uno en Cristo, por una verdadera y profunda vida litúrgica y eucarística?  ¿Cambiamos nuestra actitud?  ¿De una actitud egoísta,  temporalista,  materialista, a una actitud verdaderamente cristiana, de centralismo radical en Dios, en el Dios Uno y Trino?    

 Y este es el motivo por el cual hemos iniciado desde el Domingo anterior la “Campaña de Adoración y Desagravio”, con el gran instrumento que es la Jaculatoria “Te adoro y te desagravio, Jesús Hostia”.  Y digo gran instrumento ya que es una gran ayuda para olvidarnos de nosotros mismos, de nuestras necesidades, enfrentando con gozo, con humildad, con constancia, con valentía, el reto de hacer a Jesús la Fuente, el Centro, la Cumbre de nuestras vidas en todos los ámbitos de la misma, tanto en lo personal como en lo familiar, en lo eclesial, en lo social, en lo cultural, en lo profesional, en lo deportivo, en lo político, en lo económico.

Unámonos, por tanto en esta “Campaña de Adoración y Desagravio”.  Que no sea un esfuerzo aislado, individual, que nada ni nadie logre dividirnos, separarnos, sino que sea manifestando tanto en lo privado como en lo público que somos un solo corazón, una sola Iglesia, un solo Cuerpo Místico de Cristo, que superando las fronteras geográficas y políticas de los pueblos de este mundo, logra implantar su Reino en el tiempo para la eternidad.

Ayer, hoy y siempre:


“¡Te adoro y te desagravio, Jesús Hostia!”



Pbro. José Pablo de Jesús Tamayo Rodríguez, o.c.e.