JESUS, JOSE Y MARIA
OS DOY EL CORAZON
Y EL ALMA MIA
Colosenses 3: 12-17; Pss. 26: 4 y 83: 5;
San Lucas 2: 42-52
Es necesario que cada
familia contemple, analice, imite las virtudes que pueden descubrirse en la
Sagrada Familia: Jesús, María Santísima, San José.
La vida de la Sagrada Familia se centró en Jesús.
María Santísima: en el momento de la anunciación del Arcángel
San Gabriel, responde “Fiat” -“Hágase”-, y esa actitud
de humilde, generosa, obediente, valiente apertura a la acción del Espíritu
Santo la continuará viviendo Ella durante toda su vida, no sólo en la niñez de
Jesús, sino siempre, sin huirle a ninguna circunstancia ni gozosa ni dolorosa
de toda la vida de ellos, pasando por la Pasión y Muerte de Cruz del Señor,
experimentando la recompensa de la Fe por la resurrección del Señor hasta el
momento en que fue asunta a los cielos.
En todo: “Fiat Voluntas Tua”. Y por ello vivió siempre totalmente centrada
en Jesús.
Igualmente San José, servidor radical de
Jesús, obediente a las mociones del Espíritu Santo a Quien puede comprender por
su profunda vida de oración, cumpliendo su responsabilidad como Padre de
familia que no sólo ve por las necesidades, sino también que renuncia a la
deseada estabilidad durante los primeros años con el fin de proteger su Familia
de los intentos de los que intentan matar al Niño, y para terminar
estableciéndose en donde se le indica de parte de Dios. Así, nos enseña cómo quien ocupe el primer
lugar en nuestras vidas debe ser siempre Jesús, por quien vale la pena perder
todo lo que ofrece el mundo.
Pero también hemos de tratar de
descubrir cómo fueron las relaciones personales entre la Santísima Virgen María
y San José: relaciones de pureza, de comprensión, de mutua ayuda, y de una
total disposición de colaborar con la sociedad de su tiempo desde y hacia el
cumplimiento de la misión de Jesús.
Así, si nuestras familias de hoy
vivieran en todo imitando a la Sagrada Familia, centradas en Jesús, orientadas
desde y hacia Jesús, motivadas por Jesús, amando a Jesús sobre todas las
personas y cosas, podrían vivir no sólo en paz, sino también progresando
constantemente en la consecución de la santidad familiar hacia la cual es
Voluntad de Dios que se orienten todas las familias realmente cristianas. El esposo amando, respetando, comprendiendo a
la esposa como San José a María Santísima.
La esposa imitando a la Santísima Virgen dedicada en todo al hogar en su
trato a San José. Los dos cuidando, protegiendo
a Jesús, involucrándolo progresivamente en la vida del pueblo tanto en lo
religioso como en lo civil. Y según lo
insinúa el mismo relato evangélico incluso educando ellos a Jesús, sin
entregarlo a maestros pagados por gobiernos corruptos.
A este propósito debo recordar, en la
coyuntura política que vive el País por la campaña que se vive en vistas a las
próximas elecciones, que quien quiere una familia capaz de imitar como debe ser
a la Sagrada Familia, no puede votar por candidatos que sutil o abiertamente se
manifiesten a favor del aborto, o a favor de la fecundación in vitro, o a favor
de las uniones de homosexuales que no deben darse de ninguna manera a nivel
religioso, pero tampoco a nivel civil ya que eso sería una puerta peligrosa
para que posteriormente se apruebe el mal llamado “matrimonio gay”, totalmente
contrario a Dios y a la misma naturaleza del ser humano. Como tampoco se puede escoger a candidatos
que de una u otra forma estén en contra del derecho ciudadano y cristiano a la
propiedad privada, tanto de terrenos o casas como de capitales que podrían
conculcarse con ciertas medidas financieras que aumentarían la pobreza o la
miseria de las familias. Votar por esos candidatos sería pecado grave contra
Dios y también contra la Patria a la que tenemos que amar, promover y defender
sin violencia pero con la verdad y firmeza del espíritu verdaderamente
cristiano.
Si los papás y mamás de hoy, las
familias de hoy vivieran así, totalmente centrados en Jesús, incluso cuando tienen que corregir a
sus hijos, no serían ni violentos ni alcahuetas, no serían ignorantes ni
irresponsables. Al momento de corregir,
en lugar de regañar inútilmente, llevarían a sus hijos desde pequeñitos a fijar
su atención en Jesús, modelo perfecto para todo hijo: modelo de obediencia, modelo de amor a los
padres, modelo de cómo se debe desarrollar toda persona desde la infancia hasta
la edad madura.
Pero en segundo lugar hemos de hacernos
una pregunta: ¿Cómo pueden las familias
llegar a imitar a la Sagrada Familia en ese centralismo radical en Jesús? Y con toda sinceridad desde el Corazón
Sacerdotal y Eucarístico de Cristo siento que la respuesta es una sola y muy
clara: desde la Liturgia.
El Bautismo: las familias han de vivir
el Sacramento del Bautismo de todos y cada uno de los hijos que Dios quiere
darles, no como un requisito burocrático de la Iglesia que no es, sino como el
Acto de Cristo que a través del ministerio litúrgico de la Iglesia otorga a
cada persona la filiación divina y la pertenencia al Cuerpo Místico de Cristo.
Participando en la catequesis en la que
la Iglesia forma a todos sus miembros, niños y adultos, para una correcta
vivencia de la Liturgia misma así como para la vida cristiana en su integridad,
en Cristo, desde Cristo, para Cristo.
La Confesión Sacramental, acudiendo a la
cual los papás van perfeccionando su propia vida cristiana frente a sus hijos y
a la sociedad en general, enseñando a los niños y adolescentes cuál es el
camino del creyente que reconociéndose pecador se esfuerza por vivir cada vez
con mayor fidelidad el Evangelio.
La Confirmación, recordando que todo
cristiano, sea el estado de vida y situaciones en que pueda encontrarse en cada
momento de la vida, necesita siempre la fortaleza del Espíritu Santo para ser
Discípulo y Testigo creible de Cristo ante el mundo, incluso hasta la
posibilidad del martirio.
El Matrimonio, viviéndolo también de
cara a la sociedad pero especialmente en unión con los hijos, que observándoles
aprenderán a vivirlo de la manera que decíamos al principio, en fidelidad
radical en toda circunstancia, dando testimonio de Jesús, al mismo tiempo que
se colabora en el justo progreso material y cristiano de la sociedad.
La Eucaristía, enseñando a los hijos
primeramente lo que es el Lugar Sagrado, Casa de Dios, al cual no se llega ni a
jugar ni a hacer vida social sino que se llega a adorar al Señor y a participar
de su Santo Sacrificio, para no contentarse jamás sólo con llevar a los niños
hasta el momento de la Primera Comunión, sino a una vivencia constante, diaria
si fuera posible, de ese Augustísimo Sacrificio del Altar, para que no sólo
cada miembro sino toda la familia lleguen a ser uno en Cristo para Gloria de
Dios, santificación de la Iglesia y salvación de la humanidad.
La Unción de los Enfermos, logrando que
todos los miembros de la familia tengan conciencia tanto de la debilidad como de
la trascendencia de toda vida humana, y por tanto que además de vivir personal y familiarmente
la santidad, si a un miembro de la familia le llegara la prueba de la enfermedad
o cuando a cada miembro le llegue la llamada del Señor para pasar a la vida
eterna, no duden en acudir al auxilio de Dios mediante el precioso, sanador y
fortalecedor Sacramento de la Unción de los Enfermos, que hace maravillas tanto
en lo físico como en lo espiritual.
Pero no puedo terminar hoy sin referirme
a otro aspecto importantísimo de la realidad de la Familia Cristiana. ¡Qué gozo!
¡Qué bendición! Cuando Dios
bendice a la familia escogiendo para el Sacerdocio y/o para la Vida Consagrada
a uno o varios de sus miembros. Hoy día
pareciera que muchos padres de familia tienen temor de que Dios llame a
alguno(s) de sus hijos. Queridos padres
de familia, ciertamente cuiden a sus hijos como María Santísima y San José
cuidaron a Jesús, teniendo incluso que devolverse a Jerusalén durante tres días
hasta encontrarlo en el Templo. Y ante
la respuesta de Jesús, no pusieron ninguna objeción… Ustedes, papás y mamás, no se asusten si sus
hijos les dicen que sienten el llamado del Señor. Más bien anímenlos, orienten a sus
hijos. Me permito una rapidísima
disgreción aludiendo rápidamente a mi experiencia personal: cuando yo adolescente anuncié en mi casa que
sentía el llamado de Dios, mi propio papá me orientó hacia lo que él pensaba
que era lo correcto para mí, el Sacerdocio. Y cuando mi vocación sacerdotal se
confirmó, fue él quien desde su lecho de enfermo me regaló el que sería mi
Cáliz de Ordenación, con el cual todavía tengo hoy el gozo de poder celebrar la
Santa Misa, trayendo a Cristo al Altar para que continúe viviendo su
Santo Sacrificio de la Cruz y poder al mismo tiempo entregárselo a cada uno de
ustedes. Saquen enseñanzas.
Pero no sólo enseñanzas para los padres
de familia. También para los hijos: tanto las señoritas como los varones: imiten a Jesús… si sienten el llamado del
Señor imiten a Jesús que se quedó en el Templo ocupándose de las cosas del
Padre Celestial. Costa Rica necesita de
muchos santos sacerdotes capaces de eso:
de separarse del mundo para vivir la Cruz de Cristo en y desde el Altar,
desde el Confesionario, desde el Púlpito, desde la Catequesis de niños, jóvenes
y adultos, gastándose y desgastándose por convertir verdaderamente el mundo
para Cristo. Es necesario señoritas capaces de consagrarse radicalmente, totalmente, perpetuamente al
Señor, para servir a la Iglesia y a la humanidad en Cristo, desde Cristo, para
Cristo dando al mismo tiempo testimonio del Reino Eterno al vivir la Pobreza,
la Castidad, la Obediencia, la Victimación Vicarial, la Fidelidad.
Que sus familias sean
una imitación radical, gozosa, sencilla, sincera, de la Sagrada Familia de
Nazaret, para la Gloria de Dios Uno y Trino, así como para el correcto progreso
de la sociedad mientras se peregrina a la Trascendencia del Reino.
Pbro. José Pablo
de Jesús o.c.e.