SOLEMNIDAD DE
LA
DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA
Domingo II de Adviento
8
de Diciembre de 2013
Proverbios
8: 22-35; Judit 13: 23; Cantar 4: 7;
San
Lucas 1: 26-28
Muy
queridos hermanos en Cristo:
Celebramos
hoy esta preciosa e importantísima Solemnidad de la Santísima Virgen
María. ¿Por qué digo que preciosa? Lo digo porque precisamente la Pureza es una
de las virtudes más queridas de Dios, ya que es reflejo de su Infinita
Santidad, de su Infinita y resplandeciente Belleza Divina. Y María Santísima es ese reflejo luminoso de
la Santidad, de la Belleza, del Amor de Dios.
Y ¿Por qué digo importantísima Solemnidad? Lo digo ya que ciertamente el momento en que
María Santísima fue concebida sin pecado en el seno de su madre, tiene un lugar
muy especial en toda la Historia de la Salvación. Ya había sido anunciado por Dios mismo en el
momento del pecado original cuando le dice a Satanás: “Pongo
perpetua enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y el suyo. Este te aplastará la cabeza, y tú le
acecharás el calcañal.” (Génesis 3: 15) Satanás que es el causante del pecado, es
enemigo de la mujer, María Santísima, que siendo criatura como él, fue libre de
todo pecado en atención a la Redención realizada por el linaje de María misma,
o sea Jesús que le aplasta la cabeza a Satanás, venciéndole en el Árbol de la
Cruz, y alcanzando así el perdón del pecado para el resto del linaje de María
Santísima, nosotros que le aceptamos a Jesús como Salvador y Señor, Dios y
Hombre. Y luego el Señor mismo lo
confirma por medio del Arcángel Gabriel:
“Dios te salve, llena de gracia,
el Señor es contigo” (Lucas 1: 28)
Pero
veamos algunos aspectos importantes de María Inmaculada en esta Solemnidad, que
la Iglesia reconoce como la más importante de todas las de la Virgen Santísima. Ella, en las apariciones ya reconocidas por
la Iglesia se reconoce a sí misma así: “Soy la Inmaculada”. Así está Ella ante la Presencia Tres veces
Santísima de Dios. Y por tanto, nuestro
trato para con Ella debe ser igual que el trato que Dios mismo le da y quiere
que le demos nosotros: un trato de
privilegio, un trato de suprema veneración, un trato de amor filial, un trato
de respeto, un trato de contemplación y de escucha, especialmente cuando Ella
dice: “Oidme, pues, hijos míos;
bienaventurado el que sigue mis caminos. Escuchad la instrucción y sed sabios, y no lo
menospreciéis.” (Proverbios 8: 32-33)
Y
muy especialmente contemplemos, escuchemos a la Inmaculada cuando dice: “He
aquí a la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra.” (Lucas 1: 38) y más adelante cuando dice:
“Haced
lo que Él os diga” (Juan 2: 5). ¿Con qué finalidad? Para poder imitarla. Pero, realmente, ¿quiénes podrán contemplar,
escuchar, imitar a la Siempre Inmaculada Virgen María? Creo no equivocarme al decir que sólo lo
lograrán aquellos que hagamos el esfuerzo por mantener la pureza de corazón, de
mente, de voluntad, de cuerpo, sea desde el Bautismo, sea desde la última o
próxima Confesión Sacramental, con la intención de aumentarla, fortalecerla,
embellecerla, por la Santa Misa participada a ser posible todos los días no
como una fiesta sino como Sacrificio de Cristo en el que también nos entregamos
en Cristo a Dios, sin importar las diversas circunstancias de vida que le
correspondan a cada uno, en la experiencia cristiana de la Fe, de la Esperanza,
de la Caridad.
Y
así, siendo puros como Ella, podamos decir:
“Hágase en mí según tu palabra”, no una vez, sino todos los días, como
fruto de nuestra oración personal de la madrugada, para vivir cada día
sinceramente, valientemente, como Ella y con Ella, la Oscura Luminosidad del
Riesgo de la Fe, sin rechazar las posibles consecuencias de ello. Consecuencias de renuncia al mundo, renuncia
a la falsa Navidad pagana, renuncia a trabajos inmorales y forzados, renuncia a
vanidades, renuncia a placeres, renuncia a viajes innecesarios, renuncia a
conversaciones inútiles, renuncia a vanidades y modas mundanas, renuncia al
egoísmo, renuncia a la comodidad y la seguridad temporal mundanas;
consecuencias de muerte a uno mismo, para poder presentarse hoy y siempre como
hostias vivas ante Dios en Cristo Jesús; consecuencias incluso martiriales.
De
la misma manera, puros como Ella y con Ella, y en compañía de la Santa Iglesia,
apartándonos de simples “organizaciones no gubernamentales”, escuchar
igualmente cada día lo que Jesús nos dice, descubriendo y viviendo en santidad
la vocación personal de cada uno, y no para el provecho ni material ni
espiritual sólo de cada uno, sino para la Gloria de Dios, santificación de la
Iglesia y salvación de la humanidad.
“Nuestra
Señora del Fiat, Siempre Virgen Inmaculada, que como y contigo, vivamos el
Riesgo de la Fe en la Oscura Luminosidad de la Voluntad Santísima del Padre.”
Pbro. José Pablo de Jesús Tamayo Rodríguez, o.c.e.