I Domingo de Adviento

HOMILIAS PARA
AÑO LITURGICO 2013 - 2014
DOMINGO I DE ADVIENTO

Romanos 13: 11-14;  Ps. 24: 3-4;
San Lucas 21: 25-33

                                                   1ero. de Diciembre de 2013


Muy queridos hermanos en Cristo:

El Domingo recién pasado se clausuró a nivel de toda la Santa Iglesia el “Año de la Fe”, que había sido convocado e iniciado por S.S. Benedicto XVI, Papa Emérito, y luego continuado y culminado por S.S. el Papa Francisco.  Podemos preguntarnos ahora cada uno:  ¿Lo vivimos realmente, lo aprovechamos para crecer realmente en la importante y fundamental Virtud Teologal de la Fe?  Podemos aplicar perfectamente lo que acaba de decirnos el Apóstol San Pablo en su Carta a los Romanos:  “Pues estamos más cerca de nuestra salud, que cuando recibimos la Fe” (Rom. 13: 11).  Desde aquella primera época apostólica hasta nuestros días el tiempo ha avanzado, el día de la llegada del Señor se acerca al iniciar hoy el nuevo año litúrgico con este Primer Domingo de Adviento, tiempo que nos prepara una vez más para la celebración renovadora de la Navidad por un lado, y por otro nos prepara también para su venida definitiva, que puede ser esta misma noche como dentro de un tiempo que sólo el Padre Celestial conoce.  Por tanto:
¿Hemos dejado las tinieblas de la ignorancia religiosa?  Esa ignorancia en que hemos vivido envueltos pero de la cual el Señor ha querido sacarnos, haciéndonos experimentar el Fruto infinito de su Sacrificio Redentor, muy especialmente en el Bautismo, en la Confirmación, en la Confesión, y especialísimamente en la Santa Misa.  Ignorancia moral, ignorancia litúrgica, ignorancia espiritual, ignorancia eclesial, ignorancia apostólica, ignorancia cultural, ignorancia histórica.  De todos esos aspectos de la ignorancia debemos apartarnos totalmente:  ¿lo hemos hecho?  ¿Estamos dispuestos a hacerlo?
 Además:  ¿Hemos dejado las tinieblas de la superficialidad de costumbres y de la vulgaridad en el lenguaje?  ¿O fácilmente, por la fuerza de la costumbre o el temor al qué dirán, nos dejamos envolver por las costumbres del mundo, por las costumbres de un pueblo fiestero, egoísta, cobarde ante el compromiso?  Nos presentamos como católicos, como cristianos, pero ¿qué relación de intimidad tenemos con Aquel cuyo advenimiento nos disponemos a celebrar, y es Quien nos da por así decir “nuestro apellido  de “Cristianos”?  Consecuentemente, ¿perdemos tiempo en las diversiones, comilonas, borracheras, vanidades del mundo?  ¿O tenemos por lo menos un rato cada día, preferentemente por la mañana, en la madrugada, para nuestra Oración de adoración, de contemplación, de escucha del Señor, de apertura a su Santo Espíritu para que día tras día continúe su divina obra de nuestra purificación y transformación en el camino de la santidad?
Sí, hermanos, el Señor, nuestro Redentor, se acerca,  las señales se están dando, y hemos de interpretarlas en el discernimiento del Espíritu Santo, para dar al Señor una respuesta humilde, seria, valiente, gozosa, uniendo así a la virtud teologal de la Fe, la otra importante virtud también teologal de la Esperanza que nos permitirá enfrentar los acontecimientos del mundo como verdaderos cristianos, que viviendo responsablemente el momento histórico en que nos ha puesto la Divina Providencia, seamos capaces de cumplir la misión que nos corresponde como ciudadanos al igual que como cristianos y miembros de la Iglesia, construyendo realmente el Reino Eterno del Dios Uno y Trino.  Porque “el cielo y la tierra se mudarán”, pero las palabras, la acción redentora y santificadora de Cristo no faltará. 
Y que la comprobación de ello, como fruto de nuestra vivencia de la Fe, de la Esperanza, de la Caridad que especialmente en la Santa Misa nos lleva a vivir la entrega a Cristo y en Cristo por la Iglesia para la Gloria de Dios, vivamos en todo momento, lugar y circunstancia como verdaderos cristianos, capaces de amar a Cristo por encima de todo lo creado, capaces de defender la Presencia y Acción Salvífica de Cristo, incluso a costas de nuestra vida.
Hermanos, hermanas, el compromiso del cristiano es serio.  No caigamos en los engaños, las mentiras, las atracciones del mundo de pecado, de materialismo, de relativismo que nos rodea.  El Señor vino, volverá, vendrá definitivamente no para darnos cosas que se terminan.  Sino que vendrá para juzgar nuestra vida, mandarnos al infierno (aunque suene a algo “pasado de moda” es cierto), o para tomarnos consigo y llevarnos a su Reino.  Vivamos en consecuencia.  Busquemos la sabiduría que viene de lo Alto, busquemos la seriedad gozosa del Altar que por el Sacrificio eleva al Cielo, busquemos la pureza de la honestidad en el vestir y el hablar, busquemos la Cruz de Cristo.  Que este tiempo que hoy iniciamos no sea un tiempo de vagancia, de ignorancia, de superficialidad, de placeres, de materialismo, de relativismo, de regalos.  Que sea, en santidad, el Tiempo de Cristo, el Tiempo con Cristo, el Tiempo por Cristo, el Tiempo para Cristo, el Tiempo en Cristo.
“…Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Y aunque al presente vivo en carne, vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí.”  (Gálatas 2: 19-20)

                                                                                                                                                            Pbro.  José Pablo de Jesús, o.c.e.