Domingo de Resurrección
31 de Marzo de 2013
I Cor. 5: 7-8;
Mc. 16: 1-7
Muy queridos hermanos en el Señor:
¡Qué bien viene para
estos días de Resurección, especialmente hoy Domingo de Pascua, la actitud, el sentimiento que ha ido, por
así decirlo, insuflando el Espíritu del Señor en toda la Iglesia, a través de
Su Santidad el Papa Francisco, un sentimiento de gozo, un sentimiento de esperanza,
un sentimiento de veracidad, porque creemos en el que habiendo sido
crucificado, resucitó, Jesús!.
Mal haríamos queridos
hermanos en vivir desesperanzados, mal haríamos en vivir desconfiados, mal
haríamos en vivir negativistas, porque no estaríamos confesando la fe en
Jesucristo. Queridos hermanos, Jesucristo no es un recuerdo, es más, la presencia de Cristo en medio de la
Iglesia, no es un símbolo, es la realidad, Jesucristo Resucitó y está entre
nosotros, está entre nosotros de muchas maneras. Citaré dos:
Jesucristo está verdaderamente entre nosotros por la acción de la
Iglesia, la acción de la Iglesia que no es grupos divididos entre ellos, unos
de una manera, otros de otra forma, sino la Iglesia única, la Iglesia
verdadera, que guiada, orientada, gobernada, pastoreada por Cristo a través de
Su Santidad Francisco es verdaderamente el Cuerpo Místico de Cristo
Resucitado. Debemos gozarnos, queridos
hermanos, no sólo como personas de la Resurrección de Cristo, debemos gozarnos
como una sola Iglesia, debemos gozarnos como la única Iglesia verdadera que
vive no de recuerdos, sino que vive de la realidad de Cristo que está vivo en
la Iglesia.
Pero también queridos
hermanos íntimamente unido a ésto está la otra forma de la Presencia de Cristo,
Cristo le entregó a su Iglesia la Liturgia y como cumbre de la Liturgia la Eucaristía,
Eucaristía que es ante todo Sacrificio pero que también es Presencia Real y
Viva, del que habiendo sido victimado en la Cruz hoy está entre nosotros
también Resucitado. Por eso queridos
hermanos debemos gozarnos porque El es nuestro Señor, no está muerto, no es un
recuerdo, no es una idea filosófica que se enseña en las universidades, en los
seminarios, es Aquel con quien tenemos que encontrarnos diariamente, es Aquel
cuya experiencia viva debemos llegar a tener momento tras momento de nuestra
vida: Cristo Nuestro Señor. Y entonces, queridos hermanos, si realmente
tenemos esa experiencia no sólo como personas sino también como Iglesia, como
miembros gozosos de la Iglesia, como miembros que defendemos la unidad de la
Iglesia, la Verdad de Dios que la Iglesia tiene como depósito, seremos capaces
de cumplir lo que nos invitaba muy fuerte y claramente Su Santidad el Papa
Francisco desde el primer día de su pontificado: Predicar a Cristo, es a El a quien tenemos
que predicar. Ciertamente debemos
reconocer que cada comunidad de la Iglesia, incluso que cada miembro de la
Iglesia puede tener su manera de vivir
su espiritualidad, pero eso no nos divide, al contrario, no estamos
centrados en la espiritualidad de fulano de tal, o de mengano de tal, no
podemos estar centrados exclusivamente en la espiritualidad de tal o cual grupo,
ahí estaríamos cayendo en aquel error que ya denunció hace años el que entonces
era el Cardenal Joseph Ratzinger, hoy
gozosamente Papa Emérito Benedicto XVI, cuando en cierta ocasión en un sínodo
de Obispos dijo: Que la Iglesia estaba
cometiendo el error de preocuparse mucho por sus propios problemas en lugar de
ocuparse de su misión, y eso le puede estar pasando a muchos grupos, a muchas
instituciones de la Iglesia, se están preocupando de sí mismos, y no debemos
preocuparnos por nosotros mismos, no debemos preocuparnos por nuestro grupo,
por nuestra comunidad, queridos hermanos debemos ocuparnos por predicar a Cristo, porque si no, dice el
Papa Francisco, estaríamos predicando al Diablo.
Queridos hermanos, prediquemos
a Cristo, esto tiene que ser el fruto de nuestra auténtica vivencia de toda
esta Semana Santa que culminó con la Resurrección de Cristo, tenemos que ser
discípulos y testigos de Cristo, conforme nos lo dice el Magisterio de la única
y verdadera Iglesia Católica, porque si no somos discípulos y testigos de
Cristo, seríamos entonces testigos del Diablo.
Surge ahora una
pregunta: Cómo ser testigos y discípulos
de Cristo, la respuesta nos la da el
Apóstol en la Carta a los Corintios, nos dice que no podemos continuar viviendo
con levadura añeja, ni con levadura de malicia, ni de corrupción.
¿En qué podríamos
traducir esa levadura añeja, de malicia, de corrupción? La podemos traducir en uno de los graves
problemas que podríamos tener los católicos en nuestra Patria querida: el individualismo, la ignorancia religiosa, la
falta de compromiso, muchas veces somos individuales, egoístas, indiferentes,
indiferentes para con Dios, para con Cristo, cuando pasamos al frente del
Sagrario y no hacemos la genuflexión, cuando se le recibe en la Sagrada
Comunión en la mano, como si fuera una comida cualquiera, pero también
indiferentes para con Cristo, cuando
vemos a un hermano nuestro que necesita de consejo, de consuelo, de
orientación, y pasamos al lado de él como el fariseo hipócrita que pasó al lado
del judío que fue asaltado y asistido en cambio por el buen samaritano; queridos hermanos, indiferente con Cristo
cuando pasamos al lado de un hermano que
necesita ayuda para salir del vicio, un hermano que no necesita de limosna con
el cual se le hunde más en el pecado, sino que necesita un gesto de cariño, un
gesto de comprensión y una consecuente palabra de orientación y de ánimo, para
que también ese hermano viva en Cristo, como pretendemos decir que
vivimos. Queridos hermanos: ¿vivimos de
verdad la Resurrección de Cristo?, ¿qué levadura queremos tener en nuestra vida
para ser testigos y discípulos de Cristo?...
Debe ser hermanos, con
los panes ácimos de la sinceridad y de la verdad, no con el pan añejo de las
filosofías paganas, no con el pan añejo del lenguaje vulgar que se ha hecho común
en nuestros pueblos, algunas veces no nos tratamos como deben tratarse los
discípulos y testigos de Cristo. Si
realmente vivimos la Victimación y la
Resurrección de Cristo, tiene que llegar a tocar todos los aspectos de
la vida personal, familiar, comunitaria, profesional, cultural, educativa,
social, deportiva, política. Queridos
hermanos dejémonos entonces tocar por la fuerza de la Resurrección de
Jesucristo.
Anoche una hermana
me preguntó: ¿Padre cómo fue en realidad la Resurrección
de Jesucristo, qué sucedió en aquel Sepulcro en el momento que resucitó
Jesucristo? Y por los estudios que se
han hecho a la Sábana Santa de Turín, se sabe que en aquel momento que Cristo
Resucitó se dio algo, un acontecimiento mil veces mucho más fuerte que la
explosión de una bomba atómica, fue un explotar de Vida, fue un explotar de Poder
que transformó totalmente el ambiente de aquel Sepulcro hasta llegar a quitar
la loza que cubría la puerta, y eso fue lo que amedrentó fortísimamente a los
soldados romanos que estaban custodiando el Sepulcro del Señor, aquel
terremoto, aquel estruendo fortísimo, luminoso, no de destrucción, sino más
bien de resurreción, y cuando Cristo llega a nuestras vidas victimado y resucitado, especialmente cada
día al recibirlo en la Sagrada Comunión, exactamente lo mismo tiene que
suceder, tiene que darse esa explosión de Vida, porque Cristo Resucitado es Vida,
tiene que darse esa explosión que cambie totalmente nuestro ser, que cambie
totalmente nuestra manera de vivir, nuestra manera de hablar, nuestra manera de
trabajar, nuestra manera de estudiar, nuestra manera de comunicarnos con el
prójimo, y que intensifique, fortalezca, profundice nuestra manera de
relacionarnos con el Dios Uno y Trino.
Queridos hermanos
dejémonos tocar, dejémonos inundar por el Poder de la Resurrección de
Jesucristo y lo demás vendrá por añadidura, seremos en verdad discípulos y
testigos de Cristo. Y todo esto tenemos
que vivirlo personal y eclesialmente, nadie va a llegar al Cielo sino es como
Miembro de la Iglesia, y la Iglesia viviendo la Victimación y la Resurrección
de Jesucristo es Una, Santa, Católica, Apostólica y Romana. Queridos hermanos con gozo, con alegría,
después de esta Eucaristía volvamos a nuestros lugares de vivienda y de trabajo
siendo discípulos y testigos de Cristo para que así como hoy lo hacemos en el
tiempo y en el espacio, por toda la eternidad podamos decir: Santo, Santo, Santo es Dios Todopoderoso en
Cristo Jesús por el Poder del Espíritu Santo. Así sea.
Pbro. José Pablo de Jesús, o.c.e.
“¡ADORATUS
ET SATISFACTUS
IESUS
OBLATUS SIT!”
“¡NUNC
ET SEMPER, HIC ET OMNIUM
LOCUM
IN AETERNUM!”