DOMINGO
SEGUNDO
DE CUARESMA
I Tesalonicenses 4: 1-7;
Salmos
24: 17-18; 105: 1-4;
Mateo 17: 1-9
24 de Febrero 2013
La Oración y la Liturgia nos llevan a Quien es Fuente de la Verdad y el Amor
Muy queridos hermanos todos en el Señor Jesús:
Voy a retomar lo que podríamos considerar la
idea central del Domingo anterior: En el
Amor somos poderosos, si somos capaces de amar a Jesús, somos poderosos. El domingo anterior cuando decía esta
expresión recuerdo un ejemplo, que no cité y que nos lo pone la tradición de la
Iglesia, cuando se llama a María Santísima la omnipotente en la súplica, María
en su oración es poderosa, pero ¿por qué?,¿ por qué a María Santísima la Tradición
de la Iglesia la llama poderosa en su oración?, precisamente porque María amó y
ama a Jesús, pero yo creo que es conveniente hoy por el pasaje del Evangelio de
la Transfiguración del Señor, volver a insistir y a profundizar todavía más en
dos de los medios que también señalábamos el domingo anterior. ¿Qué fue lo que en realidad pudieron tener
Pedro, Santiago y Juan durante la transfiguración del Señor? Podríamos llamarlo un éxtasis, ya ellos iban
creciendo no habían llegado a la madurez
en el amor, pero iban creciendo en el amor a Cristo, por algo los escogió, para
ese evento, iban creciendo en el amor al Señor, y por tanto el Señor les
permitió entrar en ese éxtasis, y a qué se le llama en una auténtica
espiritualidad cristiana, éxtasis, muchos piensan que necesariamente tiene que
haber una elevación física del cuerpo de quien entra en éxtasis, y no es
necesario la elevación física del cuerpo, lo que si es necesario en un éxtasis,
es esa plena unión con el Señor, esa experiencia de la Presencia de Cristo, que
es precisamente en lo que ha venido
insistiendo tanto Su Santidad Benedicto XVI desde el inicio de su
Pontificado.
Pero muy especialmente para este año de la fe
que estamos viviendo, les estoy invitando a que nosotros también tengamos esa
experiencia del éxtasis en nuestra oración, recordemos lo que decíamos el
domingo anterior que no es solamente
pedir y pedir, sino que es contemplar a Cristo en cuya Presencia se está. Por supuesto, ¿quién puede llegar a experimentar
eso en un crecimiento continuo?, ¿quién puede llegar a experimentarlo?... Lo
puede experimentar quien de verdad vive la Eucaristía, aquel que no llega a la Eucaristía solamente a pedir y pedir favores,
sino aquel que llega a la Eucaristía, con aquella actitud de humildad y de
adoración que experimentaron esos tres apóstoles durante la Transfiguración del
Señor, cuando durante la misma se manifestó la voz del Padre Celestial, la
Presencia y la Voz del Padre Celestial que les decía: Este es mi Hijo amado en quien tengo todas
mis complacencias, a El debéis escuchar, ¡a El debéis escuchar!, no dijo a El
debéis pedirle, ni dijo a El debéis hablarle, sino que dijo a El debéis
escuchar .
Queridos hermanos: ¿a qué
llegamos nosotros en nuestra oración, llegamos a convertirla en un rezo de boca
para afuera, o a abrir por completo nuestro corazón, nuestra mente, nuestra
voluntad, nuestros afectos a la acción
de Dios, a la acción de Cristo, llegamos a nuestra oración abiertos, dispuestos
a que el Señor nos tome por completo en sí mismo y nos transforme en sí mismo?,
eso debe ser la oración. Por eso también
nos decía Pablo en su Primera carta a
los Tesalonicenses, que esa es la
Voluntad de Dios: nuestra santificación,
y la santificación de un ser humano no
es más que una progresiva transformación en Cristo, y una progresiva
transformación en Cristo por la oración, por la unión con Cristo.
Pero queridos hermanos, si esta oración es
auténticamente así tiene que tener una proyección necesaria a las veinticuatros horas del día, por eso en
otras ocasiones cuando damos el curso sobre el método de oración decimos e insistimos
que nuestra oración no debe ser ni a medio día, ni a media mañana, ni en la
tarde, ni en la noche, sino que nuestra oración debe ser en horas de la
madrugada, para que todo el día esté sumergido, no solamente inundado,
sumergido en Cristo Jesús y que entonces nuestra relación con Cristo no tenga
interrupción, eso debe llegar a ser la vida de un auténtico cristiano, por eso
en su oración sacerdotal el Señor dijo aquello:
“están en el mundo pero no son del mundo” (Cf. Jn. 17: 14-16). Por eso a los que realmente llegan a tener
esa experiencia ya no les interesan las cosas del mundo, por eso a los que
llegan a tener esa experiencia profunda, íntima de transformación en Cristo, ya
no les interesa la fornicación, ya no les interesa la gula, ya no les interesa
la pereza, sino que son diligentes, ya no les interesa el egoísmo de pensar solamente en el grupito más
inmediato que les rodea, ya no les interesa sólo el bienestar de su propia
familia, o de sus amistades más inmediatas, sino que se interesan por la conversión
y la santificación de toda la Iglesia y de toda la humanidad, porque al irse
transformando en Cristo Jesús, van viviendo el mismo amor de Cristo, y ¿cuál
fue la consecuencia de que Cristo fuera el mismo amor en persona?: Fue
única pero doble, primero llegó la Cruz y segundo esa Cruz la perpetua en su
victimación en la Eucaristía, por puro amor Cristo se dejó crucificar, por puro
amor Cristo se deja eucaristizar, por puro amor Cristo obedece y extiende sus
manos y piernas para que le crucifiquen, por puro amor Cristo obedece a los
Sacerdotes cuando pronunciamos sus Palabras en la Eucaristía.
Y vemos que lo que viven en el mundo no es amor,
es soberbia, orgullo, egoísmo, lo que viven en el mundo aunque dieran todo su
dinero en limosna, y aunque entreguen su vida en la guerrilla es puro egoísmo,
en cambio el que se olvida de sí mismo y llega
por ejemplo a ocultarse para llevar una vida auténtica de oración ese
está viviendo el Amor verdadero, un ejemplo maravilloso lo tenemos en este momento
en la persona de Benedicto XVI: renuncia
al pontificado, no para llevar una vida tranquila, porque si él hubiera
renunciado para llevar una vida tranquila sencillamente se va a Alemania, a
vivir allá con su hermano, y no, renuncia al Pontificado y ¿qué va a hacer?: se va a dedicar a la oración, va a continuar
trabajando, doblando sus rodillas ante Dios por toda la Iglesia, y ¡cuántos
católicos prefieren mantenerse en su
tranquilidad pecaminosa, egoísta, y no
aprenden a vivir el amor como lo vivió y lo sigue viviendo Cristo Nuestro Señor
en su Cruz que se perpetua en su Victimación Eucarística.
Queridos hermanos fomentemos nosotros la oración
de contemplación, no tengamos miedo de llegar a ese éxtasis de contemplar a
Cristo durante nuestra vida, de
contemplar a Cristo frente a nosotros, de contemplar a Cristo en la
Eucaristía. El mundo pretende llenarnos
de actividades sociales, de actividades profesionales, de actividades de todo
tipo, para impedirnos esa unión con Cristo, no le hagamos caso al mundo,
trabajemos por nuestra santificación orando, contemplando a Cristo, adorando a
Cristo. ¿Cuál fue la actitud de los
Apóstoles cuando vieron aquella luz que les inundó y aquella voz que escucharon
durante la Transfiguración del Señor? ¿Cuál fue su actitud?: postrarse en tierra, y ¡cuántos católicos hoy
con soberbia y orgullo pretenden recibir a Cristo de pie y en la mano!, cuando se le debe recibir con humildad y
adoración de rodillas y en la boca.
Queridos hermanos, lleguemos a postrarnos ante
el Señor… ¡hay católicos que me preguntan que si pueden hacer la oración
acostados!, “¡viera que bien que me
siento!”, sí, ¡qué bien que te sientes!,
mientras Cristo sigue victimándose… Póstrate
de rodillas para hacer tu oración y vas a experimentar de verdad que eres
envuelto, inundado y sumergido en la realidad del Dios Uno y Trino, del Dios
que es la Verdad, del Dios que es el Amor.
Y el segundo medio, la Liturgia. Vivir la Liturgia, unir la oración con la
Liturgia, si los católicos pudieran descubrir el fundamento que puede tener su
misma oración personal, su oración de contemplación, llamémosle también su
oración de éxtasis ante el Señor en la Liturgia, en los sentimientos humano
divinos de Cristo N.S. que se reflejan, que se manifiestan, que se revelan al
ser humano en los salmos… La Liturgia está repleta de salmos, que expresan no
sólo los sentimientos del ser humano, sino también del Dios hecho Hombre, que
manifiesta a través de los salmos sus sentimientos, sentimientos amor, sentimientos
de sumisión, sentimientos de entrega, sentimientos de autenticidad,
sentimientos de victimación.
Queridos hermanos, descubramos los sentimientos
de Cristo en los salmos cuando recemos la Liturgia de las Horas o el Breviario,
descubramos los sentimientos de Jesús cuando participamos en la Celebración de
la Eucaristía, cuando participamos en la
celebración de cualquier Sacramento, en la celebración del Sacramento de
la Reconciliación y por supuesto cada vez que participamos en la Santa Misa. Queridos hermanos no busquemos nuestros
propios sentimientos mientras se celebra la Eucaristía, busquemos los
sentimientos de Cristo, no lleguemos a la Misa a presentar lo que nosotros
queremos, lleguemos a la Misa para adorar al Señor, para contemplar al Señor,
para unirnos en su Sacrificio, para unirnos a su Victimación y en El hacernos
victimas de amor, hostias de amor, eucaristía de amor, sumergidos, ahogados, en
la verdad del Dios Uno y Trino. Vivamos
la Misa de cada día, como un momento de total sumergimiento en el océano infinito del Misterio de Dios
que no se comprende pero sí se vive, pobrecitos los soberbios que tratan de
entender la Misa, dichosos los humildes que aceptan que no la comprenderán
jamás pero que si se pueden sumergir en el Misterio del Amor y la Verdad de
Dios. Para eso es esta Cuaresma. Vivámosla así para que toda nuestra vida
después de esta Cuaresma sea un total vivir en Cristo, un vivir y un sentir en
Cristo, un sufrir en Cristo, un
alegrarse en Cristo, sin preocuparnos de las cosas del mundo sino que haciendo
lo que nos corresponda durante esta vida en la perfección que hacen los
humildes que se atreven a vivir el
éxtasis en Cristo, con Cristo, por Cristo, en Iglesia y con la Iglesia para dar
testimonio de Cristo ante el mundo. Así
sea.
Pbro. José Pablo de Jesús, o.c.e.3
“¡Adoratus et satisfactio
Iesus Oblatus
sit!”
“¡Nunc et
Semper, hic et ómnium locum in aeternum!”