Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Stma. siempre Virgen María


SOLEMNIDAD  DE LA
INMACULADA CONCEPCIÓN
DE  LA SANTÍSIMA siempre VIRGEN MARÍA

Gen. 3:  9-15, 20;   Ps.  97: 1, 2-3ab,  3c-4;
Ef.  1: 3-6, 11-12;   Lc. 1:  26-38

8 de Diciembre de 2011



            En esta preciosa e importantísima Solemnidad en que la Iglesia celebra la Inmaculada Concepción de María Santísima, hay muchísimos aspectos que habría que considerar, un primer aspecto del cual María Santísima nos da un ejemplo maravilloso y por el cual lo primero que tenemos que hacer es venerar de una manera especialísima a María Santísima, venerarla, felicitarla, alegrarnos con Ella, porque quien no se alegra con María Santísima, no solamente en este día, sino todos los días de su vida, quiere decir que no conoce a María, y no ama a María de verdad. A María hay que conocerla para amarla y para felicitarla, felicitarla por su humildad, aquella humildad que va unida a la pureza,  yo siempre lo he dicho y lo diré:   María Santísima es totalmente pura en su Cuerpo, pero también es purísima en su alma, en su corazón, en sus intenciones, en sus sentimientos, en sus deseos, y por lo mismo que es purísima en todo su ser corporalmente, sicológicamente, espiritualmente, por lo mismo es también humilde.

             Y podríamos analizar todos los dones que el Espíritu Santo infunde en una persona humana, podríamos  descubrirlos en María Santísima.  Pero fijémonos hoy en la humildad de María por su pureza.  Esta humildad  lleva a María Santísima a aceptar que Ella es capaz de cumplir la Voluntad Santísima de Dios, aun sin comprenderla,  María Santísima no comprendió cómo iba  a suceder aquello que el Arcángel le estaba diciendo, pero lo aceptó y se puso a disposición del Espíritu del Señor, a disposición de la Sabiduría del Señor, a disposición de la Fortaleza del Señor, a disposición del Amor del Señor, y porque María Santísima amó a Dios fue capaz de amar a toda la humanidad diciendo:  "Hágase en mí según tu Palabra",  porque fue humilde.  Si María Santísima hubiera sido soberbia como lastimosamente es casi todo ser humano, no hubiera podido decir “hágase en mí según tu palabra”,  porque María Santísima fue purísima, fue humilde, y siendo purísima y siendo humilde, fue capaz de  estar abierta a la acción del Espíritu en Ella, y por eso el Espíritu Santo hizo maravillas en Ella… 

            Así como no podemos olvidar ese "Fiat de María", por lo mismo nunca podremos olvidar el “Magníficat” de María:  "Proclama mi alma la grandeza del Señor", María Santísima no se guarda las grandezas del Señor, todo lo atribuye a la Voluntad de Dios, cumple la Voluntad de Dios, y lo atribuye a Dios mismo, esa es la grandeza de María, y es por la grandeza de María por la que tenemos que felicitarla a Ella, por lo que tenemos que sentirnos unidos a Ella, y por lo que tenemos que imitar a  María.  Muchos dirán:  pero ¿cómo vamos nosotros a imitar a María, si no somos puros?... Eso mismo nos lleva a descubrir la insinuación continua del Espíritu del Señor, ya no solamente para María sino para cada uno de nosotros , el Espíritu a través del ejemplo de María nos está diciendo: "sed puros", porque si somos puros, también seremos humildes y siendo humildes y puros como María, también seremos capaces de decir “hágase en mí según tu Palabra”,  para después también nosotros como María Santísima, proclamar las grandezas del Señor, pero esas grandezas que el Señor hizo en María.

             De esa manera se tendrá  el fruto ubérrimo o sea el fruto más grandioso que puede dar un ser humano… El fruto más grandioso que un ser humano puede dar no es hacer grandes obras materiales, no es escribir grandiosas obras de literatura o de espiritualidad.  María Santísima dio el mayor fruto que podía haber dado cualquier ser humano:   engendrar y darle vida en su seno nada menos que al Hijo de Dios que se hacía Hombre;  porque María Santísima fue purísima y fue humilde, y fue capaz de decir “hágase en mí según tu Palabra”, por eso se engendró en Ella el fruto del Hijo de Dios encarnado hecho Hombre; y ese mismo fruto Dios quiere que lo demos nosotros, no es un capricho nuestro, no es por mérito nuestro , como tampoco fue mérito de María, sino que fue por Gracia de Dios, por la Gracia especialísima de Dios, María Santísima fue purísima desde su Inmaculada Concepción, por Gracia de Dios, consecuentemente fue humilde, por Gracia de Dios María Santísima estuvo abierta a la acción del Espíritu para decir “Hágase en mí según tu Palabra”, por Gracia de Dios como consecuencia de todo esto, María dio el fruto del Hijo de Dios que se hacía Hombre y que nació de Ella, haciéndola a Ella por tanto, también, Madre de Dios.  Nosotros también, por Gracia de Dios, en el Sacramento del Bautismo podemos ser  puros, por Gracia de Dios, a través del Sacramento de la Reconciliación podremos recuperar la pureza para no volverla a perder, por Gracia de Dios, por el Bautismo y por la Reconciliación, podemos recuperar la virtud de la humildad, para no volverla a perder, y por Gracia del Señor, por la Acción del Espíritu del Señor al igual que María Santísima, nosotros también podemos engendrar en nosotros mismos al Hijo de Dios hecho Hombre… ¿Cómo?:   Eucarísticamente, así como María Santísima engendró al Verbo de Dios hecho Carne, así también el mismo Espíritu Santo por el Sacerdocio de la Iglesia hace que el Verbo de Dios hecho Carne en el seno de María Santísima, se haga presente en las Sagradas Formas, para que desde esas Sagradas Formas el Hijo de Dios hecho Carne, se engendre Eucarísticamente en nosotros, siempre y cuando vivamos la pureza, la humildad, y la disposición, la apertura al Espíritu Santo, esa disposición por la cual todos los días, momento tras momento con María y como María digamos:  "Hágase en mí según tu Palabra". 

            Ciertamente,  ¡Oh Virgen María Santísima!,   nosotros tenemos que imitar al pueblo israelita, cuando después de aquella hazaña, felicitaban a  Judith  y le decían “tú eres la más grande entre todos porque lograste salvar al pueblo israelita del poder filisteo”, así también nosotros te decimos:  "María Tú eres la más Grande", "Tú eres la más privilegiada de toda la Iglesia",  “Tú eres el Miembro por excelencia de la Iglesia”,   “Tú eres Madre de Dios y Madre nuestra”,   “Tú eres Madre de la Iglesia”,   “Tú eres Purísima”, “Tú eres humildísima”,   “Tú eres instrumento fiel y amoroso del Espíritu Santo”,    “Tú eres nuestra Madre y Modelo por excelencia”;   María alcanza para cada uno de nosotros y para toda la Iglesia, para todo el Clero,  para todos los Obispos,  para todos los Sacerdotes,  para todos los que te aman de verdad,  la gracia de la pureza, la gracia de la humildad, la gracia  de la fidelidad a la acción del Espíritu Santo,  la gracia de que como Tú eucarísticamente engendremos día tras día al Hijo de Dios hecho Hombre;  alcanza para toda la Iglesia la gracia especialísima de que por la Liturgia seamos como Tú, sagrarios vivos del Verbo de Dios  encarnado; sagrarios vivos que como Tú seamos capaces de entregarlo a la humanidad, para que la humanidad pueda llegar a vivir, no sólo en el tiempo,  sino también en la Eternidad la Liturgia Celestial y Perfecta para la Gloria del Dios Uno y Trino.   Amén.   
            
Pbro.  José Pablo de Jesús, o.c.e.

“¡EGO ADORO TE ET SATISFACTIO TE,  IESUS OBLATIO!”
“¡NUNC ET SEMPER,  HIC ET OMNIUM LOCUM IN AETERNUM!”