DOMINGO II
DE ADVIENTO
Isaías 40: 1-5, 9-11; Ps. 84: 9ab-10, 11-12, 13-14;
II Ped. 3: 8-14;
Mc. 1: 1-8
Muy queridos hermanos, cuando se habla entre los seres humanos de consolar, en qué
pensamos? Pensamos en una persona que
posiblemente está pasando por algún problema, por una dificultad, porque está
triste por alguna situación, y entonces ese consuelo que damos es simplemente un consuelo de palabra,
afectivo, pero ese consuelo humano… ¿ ayuda efectivamente a la persona a salir
de la dificultad, de la tristeza?, muy
difícil, en todo caso anima un poquito pero nada más.
En la Sagrada Escritura Isaías nos habla de consolar, pero no es un hombre
cualquiera el que habla, es el profeta de Dios y dice: “consolad, consolad a mi pueblo, hablad al
corazón de Jerusalén”, ya no es un
consuelo dirigido a una persona, sino que es el consuelo de parte de Dios a
todo un pueblo; y podríamos comparar el consuelo que Dios concede al consuelo
puramente humano, ciertamente que no, el consuelo humano ante el consuelo de
Dios: Dios consuela porque perdona, y cuando Dios perdona, Dios recrea a aquel
a quien perdona, dice: "Gritadle
que se ha cumplido su servicio y está
pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus
pecados", por eso en el Salmo responsorial, le decíamos al Señor ten
misericordia de nosotros y dadnos tu salvación, y sabemos que la salvación en Cristo es
plenitud de vida y por tanto es resurrección, es recreación, Dios recrea
aquello que El mismo había creado.
Dios en Cristo Jesús, quiere recrear a su Iglesia, y eso es lo que la
Iglesia debe proclamar hoy día en el mundo, una recreación en Cristo, a eso viene el Hijo de Dios, para eso el Hijo
de Dios, coeterno con el Padre y el Espíritu Santo, en el tiempo prefijado, se hace hombre y nace
de María Santísima, pero, esa recreación, ese nacimiento del Hijo de Dios hecho
Hombre, en medio de su pueblo, en medio de la Iglesia, necesita algo, que
alguien prepare su camino, su venida, su llegada, así como cuando viene un gran
personaje a nuestra casa, a nuestra ciudad, a la nación, la casa, el pueblo, el
País se limpia, se adorna, se prepara la llegada del Señor. Adviento es esa espera, y es una espera en
oblación victimal.
Hermanos, este adviento que estamos viviendo tiene que ser especial,
esperar en oblación victimal, pero esa oblación victimal implica todo un
proceso, el proceso que la Iglesia debe ofrecerle a todos sus miembros, para
proyectarse afuera, no podemos pensar que otros sean santos si nosotros no
somos santos, no podemos pensar que otros vivan en santidad la liturgia, vivan
en santidad la Eucaristía, si primero nosotros no la vivimos en santidad; no podemos pensar que haya justicia, equidad
en la sociedad, si primero en nosotros mismos no hay paz, la justicia de
Cristo; si primero nosotros no experimentamos la misericordia de Dios para con
nosotros, nosotros mismos no podemos ser misericordiosos para con el prójimo,
es muy fácil practicar filantropía que es buena pero es simplemente horizontal, se necesita vivir en santidad. Y ello para
poder experimentar la misericordia de Dios con uno mismo, y así experimentar
esa misericordia de Dios para con el prójimo, entonces quiere decir que la
Iglesia es la continuidad de la misión de Juan el Bautista como precursor de la
venida del Señor, esta es la misión de la Iglesia, y cuando decimos Iglesia
somos nosotros, Su Santidad, cada Obispo,
cada Sacerdote, cada fiel, cada
uno de nosotros, y la Iglesia debe estar continuamente abierta como Juan el
Bautista a la misericordia de Dios y tiene que ser capaz de anunciar, proclamar
y realizar como sacramento de salvación la misericordia de Dios para con todos
los fieles y luego con toda la humanidad.
Hermanos, ¿a qué nos lleva esto?,
si realmente vivimos la espera como oblación victimal, conscientes de que
oblación significa ofrenda, entrega, un acto oblativo, es un acto de entrega, y
a Dios nuestro Señor no se le entrega sino
lo perfecto.
Otra realidad importante, ¿cuándo será el momento de entregarle al Señor
nuestra propia vida en perfección, cuándo?
No sabemos. Litúrgicamente está
cerca, tres semanas para el 25 de
Diciembre; y en este día el Señor viene hacia
nosotros para que nosotros vayamos hacia El, ciertamente el Señor viene
a la Iglesia, en los dos sentidos de la Iglesia: En el sentido del templo físico y en el
sentido del Cuerpo Místico. El Señor en
el templo o sea en la Liturgia, quiere
ser encontrado por cada miembro de la Iglesia.
Ahora bien, hermanos, tengamos en cuenta que ese encuentro con Cristo nos
tiene que encontrar en santidad, en perfección, viviendo el proceso de
conversión, viviendo no sólo ese proceso de arrepentimiento sino de conversión
y de transformación, de santificación, tiene que encontrarnos así, en esa
venida del Señor, y ¿de qué manera nos vamos a encontrar con el Señor en la
Liturgia?... Pero el Señor es tan providentemente prodigioso que en la
Liturgia, y sólo en la Liturgia nos da la posibilidad de recibir en nosotros el
efecto maravilloso, el efecto salvífico de su misericordia, el efecto
maravilloso de su consuelo que es Vida, es Plenitud, es Alegría, es Santidad,
es Gloria, es Amor que se recibe, y amor que se entrega.
El que recibe el Amor de Dios recibe la fortaleza del Espíritu para
entregar amor, amor en la Verdad, el Amor de Dios a Dios mismo y al
prójimo. Por eso es necesario que
aprendamos a vivir así, ese encuentro litúrgico con el Señor que solamente por
la Liturgia permite vivir ese encuentro, solamente por la Liturgia nos permite llegar a El, pero muchos dirán es
que yo no puedo llegar a Cristo por la Liturgia Eucarística, porque todavía me
encuentro en pecado, me encuentro indigno… Queridos hermanos, ahí está la
providencia misericordiosísima, sabia, ingeniosa del Señor, en la misma
liturgia nos ofrece el medio para borrar nuestros pecados, para recibir el
consuelo de Dios, para recibir la medicina de Dios, el perdón de Dios, pues ya ha pagado por nuestros pecados en la Cruz,
habiéndose hecho Hombre llegó hasta la Cruz, para pagar por nuestros pecados, y
ese perdón el Señor nos lo aplica en otro de los actos litúrgicos
importantísimo de la vida de la Iglesia, el Sacramento de la
Reconciliación.
Hermanos no nos alejemos de la Reconciliación. Hay que reconocer que la reconciliación tiene dos aspectos importantes, son inclusivos el uno con el otro. El primer
aspecto es que la Confesión es un juicio, uno se presenta ante el Ministro de
Dios que de parte de Dios es Juez, y con toda sinceridad uno tiene que
reconocer de viva voz sus pecados ante el juez de Dios que es el Sacerdote, eso es difícil, hay que reconocerlo, como
efecto de la soberbia humana, pero contra soberbia, humildad, y el Señor da la fuerza de la humildad, el que
solamente se deja llevar por la soberbia es cobarde, pero el que reconociendo
su soberbia actúa con la humildad que Dios le da, con la humildad supera la
soberbia, y el que es humilde es valiente; entonces tenemos que reconocer
nuestros pecados ante el Sacerdote, o sea ante Cristo, ante Dios, y Cristo a
través del Sacerdote ha pagado y nos aplica ese pago que es su perdón. Y el
otro aspecto importante de la Confesión, además de ser un juicio, es medicina,
el Sacerdote aplica la medicina, y una parte importante de esa medicina, es la
penitencia precisamente para curar. Si
un médico le dice a un paciente yo te voy a operar de ese cáncer, aplica el
bisturí, extrae el tumor, le cose y sin medicamentos lo manda a la casa, el
enfermo no se va a curar completamente, necesita tratamiento para fortalecerse;
el Sacerdote en la Confesión nos trata como médico divino, nos saca nuestro
mal, y luego nos aplica la penitencia, para que no quedemos débiles, la
penitencia es medicina.
Hermanos, muchísimos son los fieles que al terminar su confesión, me han
dicho: “Padre, me siento gozoso, alegre,
restaurado, como nuevo, lleno de la Gracia preciosa”. Hermanos animémonos, vivamos esta espera oblativo - victimal en un verdadero proceso de conversión y si
necesitamos la confesión, con la humildad superemos la soberbia y acerquémonos
al Sacerdote para confesarnos con confianza, humildad, valentía, y recibamos al
Señor en la Eucaristía durante el Adviento de tal manera que el 25 de Diciembre
podamos recibir al Señor en la Sagrada
Comunión, y sea algo exuberante en
gracia, exuberante en santidad, exuberante en
Gozo del Señor que nace eucarísticamente, como un día nació de la
Santísima Virgen María. Vivamos la
Liturgia de la Reconciliación en esta semana, para que vivamos la Liturgia Eucarística como auténticos
cristianos en oblación victimal que en
Cristo le damos Gloria a Dios con toda nuestra vida, y damos Gloria a Cristo en este mundo que necesita la Luz
Plena de Cristo que viene en Navidad.
Pbro. José Pablo de Jesús, o.c.e.
"¡Ego Adoro Te et Satisfactio Te, Iesus Oblatio!"
"¡Nunc et semper, hic et omnium locum in aeternum!"