DOMINGO 5° DESPUÉS DE
PENTECOSTÉS
Lectura:
I San Pedro 3:8-15; Salmo 83:10,9;
Salmo 20:1;
Evangelio: San Mateo 5:20-24
Noveno día de la Novena a los Santos Apóstoles
San Pedro y San Pablo
Por la conversión y
santificación de la Iglesia
28 de Junio de 2015
Muy queridos
Hermanos todos en Cristo Jesús:
Comencemos hoy
por insistir en algo que ningún Católico debe ignorar ni olvidar nunca, y nos
lo recuerda el Apóstol San Pedro al inicio de la Lectura: “Unánimes en la oración” (I San Pedro 3:8). Sí hermanos, sólo quien es verdaderamente
persona de oración diaria y constante es capaz de comprender vivencialmente más
que intelectualmente los Misterios de Dios, los Misterios de la Salvación.
Y dentro de
todo ese Misterio de Salvación se da un aspecto del que ya hemos hablado, y
debo insistir hoy muy concretamente: la Justicia, que no es la simple justicia
humana que es equitativa distribución de los bienes, sino que en su sentido más
profundo, bíblico y teológico Justicia es equivalente a santidad de vida. Y es a eso a lo que se refieren tanto San Pedro
y el Señor mismo en las lecturas de hoy.
Pero como
parte de esa santidad hacia la cual debemos esforzarnos todos está el trato, la
relación constante que tenemos con el prójimo.
Y es en esto en lo que debemos volver a señalar un defecto, que llega a
ser pecado muy directamente en nuestro pueblo: el individualismo y egoísmo,
acompañados de una muy fuerte falta de compromiso, que se ve en una inmensa
cantidad de católicos.
Y debemos
preguntarnos cuáles puedes ser las causas de ello, porque mientras no se
conozca la causa, será muy difícil solucionar el problema.
Y analizando
todo esto en oración, y a la luz de la Palabra de Dios, puedo decir lo
siguiente: Una de las causas, quizá muy
importante y profunda, es el concepto engañoso que se ha propagado sobre la
Iglesia como “Pueblo de Dios”. Y es un
concepto que siendo cierto, reconocemos que lo es, Israel lo vivió desde el
Antiguo Testamento, pero aplicado a la Iglesia tiene cierto grado de
relativismo. Y ello será fácil de comprender si se tiene en cuenta que un
pueblo está conformado por muchos individuos, que viven en cierta extensión de
territorio los unos al lado de otros y hasta ahí, pero que muy difícilmente se
conocen entre sí y ni se interesan los unos por los otros, imposible que uno “viva
en otro”.
Y veamos lo
que realiza Jesús ya en el Nuevo Testamento, no sólo lo dice sino que lo
realiza: establece la Iglesia ya no como un “Pueblo”, sino como su “Cuerpo”…
Así se lo pide al Padre Celestial en su Oración Sacerdotal: “Yo en ellos y tú en mí, para que sean
perfectamente uno…” (San Juan
17:23) Todos sabemos que en un cuerpo
todas las células están íntimamente unidas entre sí: si me ocasiono una herida en el dedo, todo mi
cuerpo se estremece, si me duele la cabeza, todo mi cuerpo se indispone, y
donde está la cabeza necesariamente está todo el cuerpo, y donde están los pies
está todo el cuerpo, si cada miembro del cuerpo tiene salud, todo el cuerpo
está sano, si se enferma un miembro, todo el cuerpo se afecta… En el cuerpo se
da ese “ser uno” al que se refiere Jesús.
De manera que por mucho tiempo en el Magisterio de la Iglesia se
profundizó en la doctrina preciosa y absolutamente necesaria del Cuerpo Místico
de Cristo. Eso es en verdad la Iglesia,
y sólo si volvemos a vivir así, no como “pueblo” sino como “Cuerpo Místico de
Cristo”, llegaremos a la santidad plena.
Y ¿cómo llegar
a ello? La única forma es viviendo en
Cristo. Y para vivir en Cristo debemos
sumergirnos en ÉL, recibiéndole frecuentemente en la Sagrada Comunión y viviendo
realmente su Santo Sacrificio, para dejarnos transformar en Cristo, y así ser
capaces de dar el fruto tan anhelado por Jesús mismo: si vivimos unidos a ÉL viviremos unidos
también con todos y cada uno de los que se unen a ÉL, y viviremos entonces como
“Miembros de su Cuerpo”, no como simples ciudadanos de un pueblo…
Y la
consecuencia, el fruto lógico de ello es que amando primeramente a Cristo,
necesariamente amaremos con sinceridad y entrega a los hermanos, Miembros como
nosotros del único Cuerpo de Cristo. Se
termina así el individualismo, el egoísmo, la falta de compromiso. Habrá comprensión, interés por el bien
integral de todos y cada uno de los hermanos en la fe, y especialmente interés
sincero, esfuerzo sincero y constante no sólo por el bien temporal, sino sobre
todo por la conversión y la santificación de todos y cada uno de los Miembros del
Cuerpo Místico, por la santidad de toda la Iglesia.
Consecuentemente,
dejemos de ser “pueblo de individuos”… seamos Miembros del Cuerpo Místico de
Cristo, interesados por que ÉL reine en el corazón de todos y cada uno, en la
Iglesia, en el mundo. Así sea.
Pbro. José Pablo
de Jesús, o.c.e.