Corazón de Jesús, Tesoro de Dios

                        SOLEMNIDAD  DEL
                SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

Viernes 27 de Junio de 2014

Efesios 3: 8-19; Salmo 24: 8-9;
San Mateo 11: 29; San Juan 19: 31-37





Muy queridos hermanos en Cristo Jesús:


Considero que hoy hemos de insistir en algo que acabamos de escuchar de parte del Apóstol San Juan:  “Mirarán al que traspasaron”, citando al Profeta Zacarías:  “En cuanto a aquél a quien traspasaron, harán lamentación por él como lamentación por hijo único, y le llorarán amargamente como se llora amargamente a un primogénito.”  (Zacarías 12: 10).

Antiguamente era abundante la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.  Hoy se ha perdido, y debemos recuperarla, ya que es sumamente importante, fructífera en una vida auténticamente cristiana y eucarística.

Pero, ¿En qué sentido hemos de recuperar esta devoción, que más bien debiéramos calificar como central, no como simple devoción, en la vida tanto de cada cristiano como de toda la Iglesia?  Ciertamente que no ha de ser sólo en el sentido de una Fe interesada, centrada en el temporalismo del ser humano, sino que ha de ser en el sentido de la Fe vivencial que nos permite experimentar la plenitud que sólo se encuentra en Cristo.  O sea que hemos de recuperar la experiencia del Corazón de Cristo centrados precisamente, totalmente en Jesús Hostia.

Por eso hemos de volver a escuchar:  “Mirarán al que traspasaron”.  Es una verdadera e insistente invitación del Espíritu del Señor para que nosotros lo hagamos, ahora, cada día, siempre, durante nuestra oración personal ante Jesús en el Sagrario y el Crucifijo del Altar, durante la Santa Misa en la Consagración así como al momento de recibirle en la Sagrada Comunión, en cada momento del día cuando tomamos en nuestra mano nuestro crucifijo que llevamos siempre con nosotros y/o cuando vemos el Crucifijo de nuestras casas y/o en cualquier otro lugar donde se encuentre.

“Mirar al Traspasado”…  ¿Para qué?  Vuelvo a repetir algo muy necesario:  Para, olvidándonos de nosotros mismos y de lo puramente material y pasajero, centrarnos radicalmente, totalmente en el Corazón de Jesús Traspasado no sólo por la lanza del soldado, sino por su Amor Infinito al Padre Celestial, ofendido por nuestros pecados, Traspasado por su Amor Infinito a cada uno de nosotros, heridos, débiles, enfermos, muertos por nuestros propios pecados.  ÉL anhela desagraviar al Padre Celestial, anhela cargar todos nuestros pecados para atraer sobre nosotros la Misericordia Transformante del Padre Celestial.

Además, acabo de insinuar otro detalle importante, fruto de nuestra mirada al Traspasado de la Cruz:  atrae sobre nosotros la Misericordia Transformante del Padre.  ¿Qué doy a entender con esto?  Con esto les recuerdo lo que en otras ocasiones hemos dicho sobre la Misericordia de Dios:  no es sólo perdón, sino que además es purificación, es pureza, es sabiduría, es prudencia, es fortaleza para el alma que experimentando la Misericordia de Dios, se convierte, se arrepiente, se transforma en verdadero discípulo de Jesús, que progresivamente irá aumentando y profundizando su conocimiento de Jesús, y descubrirá lo importante y necesario de aceptar también la invitación que Jesús mismo nos hace cuando le dice al Apóstol Tomás:  “Trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente” (S. Juan 20: 27), para sumergirnos totalmente en la vida misma de Jesús. 

Así lograremos aquello que también nos ofrece el Señor por su Apóstol Pablo:  la anchura, la longitud, la altura, la profundidad del Misterio de Cristo del que podremos participar si no nos contentamos con mirarlo, sino que nos sumergimos en el Océano Infinito de su Vida con el Padre y el Espíritu Santo.   Miremos a Jesús Traspasado en la Cruz, miremos a Jesús Traspasado en la Sagrada Hostia, contemplemos a Jesús en su Oblación… Hagámonos uno en ÉL Traspasado, dejémonos transformar en ÉL al contemplar su Divino Corazón Traspasado, al contemplar sus pies traspasados, sus manos traspasadas, su cabeza traspasada.  Así, permitamos que su Santo Espíritu actúe en nosotros, en nuestras vidas. 

Vivamos ya no para el mundo, vivamos para Jesús, vivamos en Jesús… Proyectemos la vida en Jesús a todo nuestro alrededor, comuniquemos la vida en Jesús a todos aquellos con quienes debemos relacionarnos sea cual sea la circunstancia de cada momento y lugar.  ¿Qué mejor acto de caridad podremos hacer en esta tierra que el “Mirar al traspasado”?  ¿Qué mejor acto de caridad que invitar al prójimo a que “Mire al Traspasado y se deje tocar por ÉL?  Caridad para con Jesús, caridad con nosotros mismos, caridad para con el prójimo…

Jesús merece que le acompañemos, Jesús merece que le miremos, Jesús anhela que mirándole nos sumerjamos en ÉL, Jesús merece que le adoremos y le desagraviemos, Jesús merece que le amemos, Jesús merece que le sirvamos, Jesús merece que le seamos fieles, Jesús merece que seamos sus testigos logrando que muchos también le miren, le adoren, le desagravien, le amen, le sirvan, le sean fieles… Jesús se ha dejado traspasar para entregarse al Padre llevándonos a nosotros con ÉL, se ha dejado traspasar para entregársenos…  Entreguémonos nosotros también a ÉL, no como nos insinúa el mundo, no como nosotros pensamos o quisiéramos, sino como ÉL nos impulsa a hacerlo…  ¿Por qué no incluso en el Sacerdocio al que ÉL puede estar llamando a más de uno?  

Eso es precisamente gran parte de lo que Jesús espera y merece de parte de Opus Cordis Eucharistici, que en estos días que han transcurrido desde Corpus Christi hasta hoy ha celebrado por trigésima segunda vez su Solemnidad Institucional, en la “Oscura Luminosidad del Riesgo de la Fe”, acompañando e imitando a Nuestra Señora del Fiat, a San José, a San Pablo.

No miremos qué nos dará el Corazón de Jesús… Miremos con qué llegamos nosotros a ÉL, miremos cómo lo toma ÉL y cómo lo transforma, y con y como María Santísima habremos de exclamar:



“Engrandece mi alma al Señor
y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador
porque ha puesto los ojos
en la humildad de su esclava”
(San Lucas 1: 46-48)


                                                               Y con San Pablo:


“Bendito sea el Dios y Padre
de Nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha… elegido de antemano
para ser sus hijos adoptivos…
para alabanza de la gloria de su gracia
con la que nos agració en el Amado.”
(Efesios 1: 3, 5, 6)



Pbro. José Pablo de Jesús Tamayo Rodríguez, o.c.e.