SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
Lecturas: Hch 1,1-11. Sal 46. Ef 1, 17-23. Mt 28, 16-20
Jueves de la Sexta Semana de Pascua
Hoy
celebramos en la verdadera Iglesia en unión con el Papa la gloriosa Solemnidad
de la Ascensión del Señor. Durante cuarenta días hemos vivido las enseñanzas
que Jesús le confío en intimidad a los Apóstoles después de su Resurrección
para permitirles vivir el misterio de la Salvación en Cristo, que es plenitud de vida, es decir
vivir en Cristo. Jesús por su propio poder sube a los Cielos, el Señor se va
pero está con nosotros como El mismo lo dice “Estaré con vosotros hasta el
final de los siglos”. Por ello en esta solemnidad podemos experimentar variados
sentimientos; primero, un sentimiento de profundo gozo y glorificación a Dios que
ha realizado la salvación del género humano en Cristo.
Hay
otros sentimientos, que muchos equivocadamente los confunden con la angustia y
soledad por la ida del Señor, en lugar de esto debemos experimentar un
sentimiento de ansiedad por llegar también nosotros donde Cristo nuestra Cabeza
ya llegó, porque ese ascender de Cristo no es irse, es un plenificar en Dios la
naturaleza humana que El en la Encarnación había asumido y en la Redención la redimió
y purificó y en la Ascensión plenifica. Si vivimos la fe eucarísticamente,
comiendo la carne y bebiendo la sangre del Señor, transformándonos en Cristo
debemos experimentar que El nos sumerge para la eternidad en el misterio del
Amor y la Verdad de Dios. La Ascensión es un deseo ilimitado y fortísimo de
querer vivir ya en lo mismo que Cristo vive: la plenitud de Dios Padre en la
unidad del Espíritu Santo, es algo inexplicable con palabras humanas pero si
vivimos la Eucaristía podemos experimentar la gozosísima ansiedad de vivir
eternamente en Cristo.
Si
experimentamos esa ansiedad de vivir en Cristo con fuerza y sinceridad esa
ansiedad se transforma en realidad: Vivimos en Cristo y por Cristo en Dios,
llegando también a experimentar lo que dice el Señor “Yo os he sacado del mundo,
estáis en el mundo pero no sois del mundo”, esto se convierte en una doble experiencia
de estar pero no ser, esto tiene una consecuencia preciosa y a su vez muy
fuerte, si estamos en el mundo pero no somos del mundo no participamos de las
costumbres, superficialidad e ignorancia del mundo. El que vive en Cristo vive
con dignidad, limpieza y orden, porque es del Reino de Dios y éste es digno, es
glorioso, es santidad, pureza, luz, es precioso, en cambio el mundo es feo, el
arte profano se queda corto con el arte sagrado del Reino de Dios.
Experimentemos
la fortaleza del Espíritu que supera la simple fortaleza psicológica, psíquica
y la física, que no se deja envolver por el mundo e implanta la gloria de Dios
a su alrededor. La persona que vive la experiencia de estar en el mundo sin ser
del mundo porque vive en Cristo en el Reino de Dios tiene el poder del Espíritu
para influir e implantar el Reino de Dios en todos los campos en los que se
desenvuelve, por su parte el mundo rechaza lo que le damos, ese rechazo nos
tiene que ocasionar alegría y gozo, sabiendo que todo es mérito del Señor,
porque vivimos en la verdad y estamos dándole al mundo lo que necesita que es
Cristo, nuestro propio testimonio del Señor. No temamos vivir la ansiedad
ocasionada por la Ascensión del Señor, entonces seremos capaces de vivir lo que
está por venir que es la fortaleza del Espíritu de vivir en el Padre en Cristo
Jesús, viviendo la doble experiencia de la ansiedad que se convierte en
realidad, siendo testigos del Crucificado que Resucitó y Ascendió,
experimentando que vivimos escondidos del mundo en el Corazón de Cristo que ha
ascendido al Reino con la naturaleza humana de quienes hemos aceptado su
Redención y Resurrección.
Pbro. José Pablo de Jesús, o.c.e.
"¡TE ADORO Y TE DESAGRAVIO, OH JESÚS HOSTIA!"
"¡AHORA Y SIEMPRE, AQUÍ Y EN TODO LUGAR!"