DOMINGO XXVII
DEL TIEMPO ORDINARIO
Is. 5: 1-7; Ps. 79: 9, 12-16, 19-20;
Fil. 4:
6-9; Mt. 21: 33-43
.
Muy queridos hermanos en Cristo Nuestro
Señor:
El Señor ha plantado una “Viña”, y es la
Iglesia. Pero esa “viña” hemos de
interpretarla en estos momentos en dos sentidos, totalmente válidos ambos, y
relacionados el uno con el otro.
El primer sentido es el Cuerpo Místico
de Cristo, verdadera viña, de la cual ciertamente los principales viñadores son
los Obispos con la ayuda de los Sacerdotes con la conveniente participación de
seglares comprometidos. Y si estos
viñadores no viven ni actúan según el Corazón de Cristo Nuestro Señor, y como
nos dice el Profeta Isaías, la viña dará agrazones, o sea malos frutos, y
entonces se caen los muros de protección que tenía la viña, a saber, el
espíritu de oración, la mortificación de los sentidos, la práctica frecuente de
los Sacramentos, y consecuentemente los seres humanos, olvidándose de Dios, son
víctimas de la corrupción, de la violencia, de la injusticia, de los asesinatos
entre los que debemos incluir tanto el
aborto como la fecundación in vitro.
Pero ¿Cuál es el segundo sentido? Es aquello que comúnmente llamamos “iglesia”,
o sea los templos. Es el lugar en el
cual los “viñadores principales” deben cultivar con el Poder de Dios en la
Liturgia a las plantas amadas de Dios Padre, que son todos y cada uno de los
Fieles que acuden a los templos. Pero
algunos de los viñadores han rechazado o incluso asesinado a los fieles al no
darles la asistencia debida, la sana doctrina, ni la verdadera celebración de
la Liturgia, de los Sacramentos, como debiera ser. Entonces el Dueño de la Viña envió a su Hijo,
Jesucristo verdaderamente Presente en la Eucaristía, en la cual continua
entregándose a cada uno y por cada uno.
Entonces al igual que los viñadores de la parábola, esos malos viñadores
de este momento han procurado dejar a los Fieles sin el Hijo que les salva, que
les da vida en plenitud, al alejarlo del centro de muchos de los templos, o
incluso al no consagrar válidamente por el cambio desautorizado de algunas
palabras de las fórmulas sacramentales de la consagración eucarística. O también cuando guardan silencio “tolerante”
ante las profanaciones de los templos y peor todavía las profanaciones y
sacrilegios en contra de Jesús en la Sagrada Eucaristía. Toda la Iglesia, y en todas las “iglesias”,
debieran manifestarse, tanto en actos privados y públicos de reparación y desagravio,
“en la oración y súplicas con acción de gracias”, como en manifestaciones
públicas, pacíficas pero firmes, en defensa de Cristo Nuestro Señor, viviendo
lo noble, lo justo, lo puro, lo amable, lo laudable, las virtudes cristianas.
Más claramente, muy queridos hermanos y
hermanas en Cristo: desde hace años vienen haciéndonos creer que lo más
importante es la beneficencia puramente social, la lucha de clases sociales, la
supuesta “ayuda a los pobres”, que con simples ayudas materiales o siguen
siendo pobres, o incluso llegan a vivir en la miseria, no sólo económica, sino
peor todavía en la miseria intelectual, moral, espiritual, eclesial, porque ni
siquiera saben lo que es ser Iglesia.
Y lo más grave de todo, muy queridos
hermanos y hermanas, se ha llegado a una situación en la cual hemos de
preguntarnos: ¿se cumple en el mundo
actual, se cumple en el ambiente de la Iglesia el primer mandamiento de la Ley
de Dios, que se nos dio desde el Antiguo Testamento y luego Cristo Nuestro
Señor lo reiteró clarísimamente: Amar a
Dios sobre todas las cosas, con todo el corazón, con toda el alma, con todas
las fuerzas, con toda la voluntad? ¿Se
cumple de verdad ese mandamiento? Porque
si no se cumple el primero, no se cumple ninguno. ¿Se vive realmente el Amor a Dios?...
Si se viviera el amor a Dios de verdad,
todos: Obispos, Sacerdotes, Consagrados, Seglares, nos uniríamos en la Verdad
tanto para expiar nuestros pecados y los del mundo entero, como para disponer
nuestros templos conforme a la verdadera “Arquitectura Litúrgica Católica”, así
como también nos dispondríamos todos a conocer mejor la verdadera forma de
celebrar cada uno de los “Actos Sagrados” que conforman toda la Liturgia, para
hacer de la Liturgia la auténtica “fuente, centro y cumbre de nuestra vida
eclesialmente cristiana”.
Si se viviera el amor a Dios de verdad,
todos los católicos con gozo, con amor, con humildad, se postrarían con
frecuencia de rodillas ante el Sagrario para adorar a Nuestro Señor
verdaderamente presente en la Eucaristía, lo visitarían al menos una vez cada
día para pasar al menos unos minutos de intimidad con ÉL, lo recibirían en la
Sagrada Comunión de rodillas y en la boca, que es la norma universal de la
Iglesia, y en todas partes se regresaría y/o se mantendría el Sagrario en el
centro para que todos, no sólo grupitos privilegiados, puedan visitarlo.
Si se viviera de verdad el amor a Dios,
y como fruto importantísimo de una auténtica vida eucarística, se vivirían
todas las virtudes cristianas tanto a nivel privado como a nivel público sin
ningún temor de nada y en todas las circunstancias de la vida, tanto en lo
fácil como en lo difícil, en las alegrías como en las tristezas, en los
triunfos como en los fracasos, en la salud como en la enfermedad, en la riqueza
como en la pobreza, en la paz como en la guerra, en la compañía como en la
soledad, en el descanso como en el trabajo, en la aceptación como en el
rechazo, en el templo como en la calle, en el tiempo para la eternidad.
Sí,
hermanos y hermanas, demos esos frutos que el Señor espera de nosotros
como su viña que somos. Entonces lo
demás vendrá por añadidura:
Amor
a Cristo Eucaristía y, desde ÉL: Amor a
Dios…
Amor
a Cristo Eucaristía y, desde ÉL: Amor a
Dios…
Amor
a Cristo Eucaristía y, desde ÉL: Amor a
Dios…
ADOREMOS
Y AMEMOS AL SEÑOR.
Pbro. José Pablo de Jesús, o.c.e.
"¡EGO ADORO TE ET SATISFACTIO TE,
IESUS OBLATIO!"
"¡NUNC ET SEMPER, HIC ET OMNIUM LOCUM
IN AETERNUM!"