SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS
DOMINGO 9 DE JUNIO DE 2019
Hechos de los Apóstoles 2:1-11; San Juan 14:23-31
Muy
Queridos hermanos en Cristo Nuestro Señor:
Hemos
de celebrar esta Solemnidad de Pentecostés… ¿Pero de qué manera? ¿Al estilo actual, modernista, fiestero,
sentimental, pasajero, a como lo celebran muchos, que se contentan con las
actividades movidas y sonoras de una falsa liturgia que se convierte en algo que
rápido se olvida?
Por
supuesto que no. Hemos de celebrar, o
mejor vivir, Pentecostés exactamente cómo lo vivieron los Apóstoles: con
absoluto recogimiento, en una actitud de humilde y asombrada acogida, abiertos
a una total, verdadera y perdurable transformación de nuestras vidas, dispuestos
a que el Espíritu Santo siga actuando fuertemente en la vida de cada uno y en
todos los aspectos de la misma:
personal, familiar, social, educativa, eclesial, profesional, política,
temporal y eterna.
Viene
ahora otra pregunta que debemos hacernos siempre: ¿Cuál será la señal de una auténtica y
fructífera señal de que realmente el Espíritu Santo está actuando en nuestras
vidas? El hecho de que podamos
experimentar, con la necesaria dirección y confirmación del Confesor y Director
Espiritual de que nos vamos transformando progresivamente en Cristo Nuestro
Señor, hasta el punto de que podamos ir cumpliendo cada vez más plenamente
aquel ideal ya señalado por el Apóstol San Pablo cuando decía: “Vivo, pero no soy yo quien vive sino que es
Cristo quien vive en mí, y lo que vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo
de Dios que me amó y se entregó por mí.”
(Gálatas 2:20)
Ahora
bien, ¿cómo lograr que dicha acción del
Espíritu Santo sea plena y constante en nuestras vidas? Señalo tres medios, quizá no los únicos, pero
sí absolutamente necesarios: renuncia
efectiva, total y definitiva del espíritu y criterios de mundo, vida de
oración, y vivencia de la Sagrada Liturgia.
Me
refiero rápidamente a los dos primeros, a los cuales ya me he referido en otras
ocasiones, y tendré que volver sobre ellos más adelante. En cuanto a la renuncia al mundo, es
absoluta y urgente que se dé en todos los que queremos ser fieles a Nuestro
Señor Jesucristo, único Salvador y Señor del mundo entero, especialmente en
estos momentos en que el materialismo y el modernismo ateos lo dominan
fuertemente, si no se da esa renuncia es imposible la salvación. Y en cuanto a la vida de oración no sólo lo
he mencionado sino que lo estoy mencionando constantemente, y precisamente por
ello estamos dando todo un Curso específico sobre ello: el Católico que no es de oración tarde o
temprano se debilita y será engañado con falsas y equívocas doctrinas, como la
masonería, el comunismo, el nuevo orden mundial, el luteranismo con todas sus
derivaciones, el sedevacantismo que está sembrando confusiones y divisiones en
el seno mismo de quienes quieren ser fieles pero se apartan peligrosamente de
la verdadera Iglesia que tiene el ser esencialmente jerárquica como una de sus
características desde que precisamente el día de Pentecostés fue fundada por
Nuestro Señor Jesucristo por la acción del Espíritu Santo sobre el fundamento
de los Apóstoles con Su Santidad el Papa como cabeza visible y única. La Iglesia no puede tener dos cabezas
visibles, ha tenido, tiene y siempre tendrá
una sola cabeza, que no es dueña sino defensora y promotora de la Verdad
contenida en la Doctrina, en la Sagrada Liturgia, en la Moral infundida
exclusivamente por Dios en todo ser humano, la Pastoral que debe tener siempre
como su principal impulsor al Espíritu Santo, precisamente a través muy
especialmente de la vida de Oración…
Católico sin vida de oración es una víctima segura del demonio y sus
instrumentos como lo son los falsos teólogos y falsos pastores.
Pero
lleguemos al principal tema que hoy debemos tocar, ya que es el principal medio
a través del cual el Espíritu Santo actúa en todos y cada uno de los miembros
de la única y verdadera Iglesia Católica.
Me refiero a la Sagrada Liturgia, que implica todos y cada uno de los
siete Sacramentos, así como el Oficio Divino, que no es ni puede ser tomado
como si fuera una devoción entre muchas que siendo buenas, son parte de la
piedad popular pero no tienen la fuerza que sí tiene la Oración Oficial de la
Santa Madre Iglesia, y constituye el Culto Sagrado que la humanidad debe
dirigir constantemente al Dios Único y Verdadero, el Dios Uno y Trino, revelado
en Jesucristo.
El
Oficio Divino, contenido en el “Breviario”, que viene desde hace siglos, no en
la “Liturgia de las Horas” que viene desde el Concilio Vaticano II, es la
Oración Oficial que se le dirige cada hora a Dios con los mismos fines de la
Santa Misa y siempre es oración oficial y pública de la Iglesia, tanto cuando
se reza individualmente como cuando se reza en comunidad, circunstancia ésta
que la hace más agradable ante Dios. Y
es por ello que el Oficio Divino, o sea el Breviario, debe rezarse estando las
personas bien vestidas, y debe observarse una actitud digna, decorosa,
respetuosa, atenta a lo que se hace y se dice, ya que no basta leer con la
vista, sino que se debe pronunciar los Salmos, Lecturas, Himnos y Oraciones que
contiene. Así se le da oportunidad al
Espíritu Santo de que actúe prodigiosamente para la Gloria de Dios y el
constante crecimiento en la Fe de aquellos que viven esta preciosa, profunda y
fuerte Oración de Iglesia.
Y
veamos ahora la acción del Espíritu Santo en aquellos Sacramentos que todos
debemos vivir necesariamente para poder llevar una auténtica vida cristiana,
recordando que aunque esa acción divina muchas veces ni se ve ni se siente,
siempre se da. Y sí la persona que
recibe cada Sacramento está bien preparada y no lo recibe por rutina, ni por
simple cumplimiento, sino por fidelidad y amor a Dios sobre todas las personas
y cosas, será de mucha Gloria para el Señor y provecho para la persona y para
toda la Iglesia. Pero si la persona
estuviera mal preparada, mal dispuesta, entonces el Sacramento sería pecado
contra el Señor y gran daño temporal y eterno para quien lo recibe.
¿Y
como comienza lo que podríamos llamar la “Acción Sacramental del Espíritu
Santo”? Pues nada más y nada menos que
expulsando al Demonio de la vida de quien va a ser bautizado: Con los Exorcismos que deben hacerse como uno
de los primeros Ritos del Sacramento del Bautismo, Rito en el que el Sacerdote
no pide por el bautizando sino que en y con el Poder del Espíritu Santo expulsa
al Demonio y le ordena alejarse de la vida de aquel que luego, y también por la
acción del Espíritu Santo a través del Agua Bautismal, será purificado de toda
mancha de pecado, y convertido en miembro de Cristo y por tanto de su Cuerpo
Místico la Iglesia, capaz de participar de todas las virtudes y dones que el
mismo Espíritu Santo infunde en el alma de quien es bautizado, para que luego
durante su vida pueda llegar a la santidad que Dios espera de cada persona. plena,
en el Sacramento de la Confirmación, en la cual el ya bautizado recibe esa
plenitud para, viviendo en santidad, sea testigo y auténtico “soldado de
Cristo”, que se esfuerce por implantar y defender el Reino de Cristo en sí
mismo y en toda la sociedad y a ser posible en todo el mundo.
Pero
reconociendo que somos humanos, y por tanto limitados, fácilmente podemos caer
en pecado, y entonces el Espíritu Santo sigue actuando en el importantísimo
Sacramento de la Confesión, en la cual a través del Sacerdote, el penitente es
liberado y purificado de toda atadura de pecado grave y venial, siempre y
cuando no oculte ninguno, y recibe nuevamente la plenitud de vida cristiana que
ha perdido, y la sabiduría, la fuerza, el ánimo para seguir esforzándose en el
camino estrecho pero precioso de la santidad.
Llegamos
ahora al Sacramento en el cual el Espíritu Santo se da constante y plenamente
de una forma mucho más abundante y fuerte para lograr su gran propósito:
implantar verdaderamente el Reino de Cristo en cada persona y en el mundo
entero. Me refiero al Sacramento de la
Eucaristía, visto en todo el conjunto de verdades que se encuentran implicadas
en este Augusto Misterio, sea que lo consideremos como Presencia, o como
Sacrificio, o como Alimento de Vida Eterna.
Porque, queridos hermanos, voy a insistir hoy en esta gran verdad, sólo
viviendo intensa y constantemente una verdadera y profunda experiencia
eucarística se logrará ser verdadero católico, y se podrá confiar en que se
alcanzará la salvación prometida por Nuestro Señor.
Y
lo voy a decir muy claramente: sólo
abiertos a la acción, a las mociones, a los impulsos del Espíritu Santo se
logrará experimentar la Presencia Real, Oblativa, Perenne de Nuestro Señor en
el Sagrario. Quien no hace la
genuflexión, o la hace a la carrera y descuidadamente, quien no invierte mínimo
una media hora cada día para acompañar a Jesús en el Sagrario, es porque está
cerrado a la acción del Espíritu Santo.
Quien
no participa todos los Domingos y Fiestas de Guardar y con la mayor frecuencia
posible el resto de días en el Santo Sacrificio de la Misa, es porque se ha
olvidado y rechaza al Espíritu Santo, y lleva una vida muy raquítica, muy
débil. En cambio, quien sí vive fuerte,
frecuente y piadosamente la Santa Misa, preparándose cada vez por la invocación
del Espíritu Santo antes de cada participación y totalmente abierto a su
Sagrada Acción todo el tiempo que dure este Sagrado y Salvífico Sacrificio del
Altar, será capaz de llegar realmente a
la santidad cristiana y al necesario testimonio de Cristo en la vida concreta
de cada día y de cada momento y circunstancia y en todo lugar, para la Gloria
de Dios y salvación de las almas.
Y
siempre bajo la acción del Espíritu Santo, el verdadero cristiano no estará en
ninguna Santa Misa como espectador o como un mero oyente, sino que participará
uniéndose plenamente, a través del Sacerdote, al actual Sacrificio de Cristo
sobre al Altar, llegando siempre a la cumbre de esa “Unión Sacrificial” por la
recepción de la Sagrada Comunión, manteniéndose por supuesto con la ayuda del
mismo Espíritu Santo siempre en Estado de Gracia. Así, con la asistencia y continua acción del
Espíritu Santo, participará de ese Alimento de Vida Eterna. De lo contrario, aquella debilidad a la que
me refería hace un momento será más grave, la persona que no comulga con la
debida frecuencia, mínimo cada Domingo, es un enfermo en peligro de muerte
temporal y eterna, o peor todavía, se ha convertido en un “cadáver ambulante”,
que aparenta ser católico, pero no es más que eso, un “cadáver ambulante”, que
se acerca a la condenación eterna y está hiriendo y debilitando también a todo
el Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia.
El
Señor Jesús, en y desde su Misterio Eucarístico, merece que por la acción del
Espíritu Santo vivamos la Gracia de todos y cada uno de los Sacramentos, pero
especialísimamente la Gracia nunca apreciada en debida forma de su Presencia
Oblativa en el Sagrario, por la acción del Espíritu Santo cada vez más
enamorados de la Santa Misa, que por la acción del Espíritu Santo cada día
recibamos con mayor adoración, mayor humildad, mayor agradecimiento, mayor
disposición su Sagrado Cuerpo y Sangre en la Sagrada Comunión para llegar a ser
como la Santísima Virgen María sus Sagrarios Vivos, sus Altares Victimales, sus
Apóstoles ante un mundo que aunque lo rechaza lo necesita urgentemente. Sólo quienes por la constante, perpetua,
eclesial y pública apertura a la acción del Espíritu Santo vivamos los
Sacramentos, especialmente la Sagrada Eucaristía como Presencia, Sacrificio y
Alimento, podremos llegar a participar de aquel Coro que eternamente cantará: Hosanna, Hosanna, Hosanna, Santo, Santo,
Santo es el Dios Uno y Trino. Gloria sea
dada en cielos y tierra al Dios Único y Verdadero. Así sea para todos y cada uno de Ustedes.
Pbro. José Pablo de
Jesús, o.c.e.