DOMINGO 13° DESPUÉS
DE PENTECOSTÉS
Epístola: Gálatas
3:16-22; Salmo 73:20,19,22;
Salmo 89:1;
Evangelio: San Lucas 17:11-19
Muy Queridos Hermanos todos en Cristo Jesús:
Como lo dice el Apóstol, ciertamente las
promesas de Dios se han cumplido y siguen cumpliéndose. Pero sólo, exclusiva y definitivamente por
Jesucristo. Fuera de Jesucristo no hay
participación en esas promesas divinas y eternas. Solamente viviendo en Jesucristo es el ser
humano capaz de participar de las Promesas de Dios.
Y es precisamente cuando los leprosos se
encuentran con Jesucristo que quedan curados… Pero qué sucede en esa
oportunidad: Dos aspectos podemos
descubrir. El primero con lo que Jesús
les responde de inmediato a los leprosos:
“Id, y mostraos a los sacerdotes”
(San Lucas 17:14). Y con ello el
Señor nos permite comprobar el rasgo importantísimo de la Iglesia: su sacramentalidad, es por los sacramentos
que la Iglesia comunica las promesas de Dios en Cristo, y en este caso
específico, el Sacramento absolutamente necesario de la Confesión…
Reconociéndose cada uno como pecador necesita acercarse a la Confesión
Sacramental para recibir la Gracia del Perdón de Dios en Cristo.
Y el segundo aspecto en el hecho de los
diez leprosos: sólo uno regresa a dar
gracias y a proclamar la grandeza de Aquel que le ha curado.
Esto me permite y me compromete a
insistir en la gran verdad por la cual el Señor se dignó sin mérito alguno de
mi parte agregarme al número de sus Sacerdotes:
para que viviéndola anunciara y promoviera esta gran verdad,
absolutamente necesaria y urgente en estos momentos que vivimos: la Gran Verdad de su Presencia en el
Sagrario, su Sacrificio en el Altar, su realidad como Alimento de Plenitud. Verdad que es Fuente, Centro y Cumbre de la
vida y misión de la Iglesia y de cada cristiano.
Hermanos, a lo largo de los años, y
ahora lo digo con profundo dolor: he comprobado cada vez más fuertemente cómo
Nuestro Señor es olvidado, despreciado, profanado en su realidad en el
Sacramento Misterioso del Altar. Cómo
muchos de los que por años han dicho que aman a Jesús en la Eucaristía no han
llegado todavía a vivir este Misterio en la plenitud que le es posible a un ser
humano. Y debo aclarar que muchas veces
esto no es culpa directa de Ustedes los Fieles Seglares sino que se debe a la
poca o ninguna formación correcta que han recibido y/o siguen recibiendo de
parte de Pastores que así mismo de pronto han sido mal formados en los
Seminarios en donde les han impartido doctrinas desviadas, incorrectas. Consecuencias de esto podríamos señalar
muchas, unas más graves que otras, y que
de pronto podríamos descubrirlas entre Ustedes mismos… Por ejemplo:
No hacer la genuflexión al pasar delante del Sagrario, o no dirigirse
directa e inmediatamente después de ingresar a un Templo hacia el Sagrario para
saludar y adorar al Señor a Quien prácticamente se le mantiene en el olvido,
sino que se dedican a saludar a los presentes, el hecho de dar a seglares
funciones litúrgicas que son exclusivas del Sacerdote como las Lecturas de la
Palabra de Dios, o la misma preparación del Altar al momento del Ofertorio, el
hecho de que el Sacerdote se coloque de espaldas a Dios, la distribución de la
Sagrada Comunión en la mano, los cambios, supresiones y/o añadiduras que se
realizan sin haber sido aprobadas ni por la Autoridad Eclesiástica
correspondiente ni mucho menos indicadas por Dios ni antes ni después de
Nuestro Señor Jesucristo… Cuando a muchos se les habla de Jesús Eucaristía, de
Jesús Hostia, de Jesús Oblacionado, o no entienden, o no prestan atención, o
cambian de conversación. Jesús Hostia
sigue siendo desconocido, despreciado. Pero
quiero señalar en este momento de manera muy especial el ambiente en que sucede
todo esto y mucho más que se podría señalar de manera muy concreta.
¡¡¡Jesús sigue siendo desconocido,
olvidado, despreciado, profanado en la Sagrada Eucaristía¡¡¡
¿Qué sucedió con los diez leprosos que
el Señor curó? Sólo uno regresó… ¿y a
qué regresó? No regresó a pedir más
favores, ni más curaciones ni para él ni para nadie más… Regresó a dar gracias… ¿y de qué manera? ¿a escondidas y en privado? No, sino a grandes voces y postrándose
delante de Jesús… ¿Y quién era? ¿Uno de los Apóstoles u otro que ya conocía y
seguía a Jesús? ¿O alguien importante en
el pueblo judío? ¿O bien otro judío
creyente, supuestamente practicante de la fe judía? No, sino que era un samaritano, de los que
eran tenidos por los judíos como pecadores y enemigos suyos, por tanto fue
alguien que sin cobardías de ningún tipo rompió con todo temor de ser rechazado
por quienes rodeaban a Jesús, rompió con los respetos humanos y públicamente,
en voz alta dio gracias y se postró para adorar a Jesús.
Lo anterior nos permite que nos
preguntemos, no sólo en general sino cada uno a sí mismo: “En mi vivencia de la Fe, ¿a quién busco? ¿Busco a Dios?... Pero… ¿a cuál Dios busco en verdad? ¿ O busco a quien es el único que me puede
llevar al Dios único y verdadero, al único que ha podido decir: “Yo
soy el camino,… nadie va al Padre sino por mí”, (cf. San Juan 14:6) Jesús
en persona? ¿Busco a Jesús en
persona? ¿Y lo busco en donde ÉL me
espera, el Sagrario y el Altar? ¿Y me
postro de rodillas ante ÉL en el Sagrario, ante ÉL durante la Consagración,
ante ÉL para recibirle en la Sagrada Comunión?
¿Y con qué finalidad concreta le recibo en la Sagrada Comunión? ¿Le recibo para que ÉL me perdone, me
ilumine, me fortalezca, me sane a mí y/o a otra persona? ¿o por alguna otra necesidad? Si es así, no digamos que estamos comulgando
a Jesús Hostia, sino que estamos comulgando a Jesús como Alimento Divino, o
como Alimento de Vida Eterna, pero nada más.
Entonces, preguntémonos hoy: ¿Qué hemos de entender cuando decimos “Jesús Hostia”? La palabra hostia hace referencia a la
ofrenda que se entrega, por tanto la oblación que se realiza como sacrificio. Por tanto cuando decimos “Jesús Hostia” hemos
de tener muy presente la entrega que Jesús realiza de sí mismo en la Cruz y que
se renueva cada vez sobre el Altar en la Santa Misa, es por tanto la Oblación Perfecta que Jesús
continua realizando perpetuamente de sí mismo a la Justicia del Padre. Entonces, cuando participamos en la Santa Misa,
no ha de ser sólo para recibir sus dones, ni sólo para recibir su perdón, sino
que hemos de recibirle así como ÉL se entrega, como “Hostia”, como “Oblación”.
No nos acerquemos a Jesús en la Santa
Misa, en la Sagrada Comunión como los nueve leprosos sólo para recibir sus
favores sin regresar, y después en nuestra vida concreta olvidarnos de ÉL, o
para ocultar nuestra Fe por cobardía o por intereses oscuros, sino como el
samaritano que sí regresó sin miedos ni intereses, para que al recibirle en la
misma disposición que le recibió María Santísima, de cumplimiento de la
Voluntad de Dios, en la misma disposición del Apóstol San Pablo de total
entrega y trabajo por su reino en las almas, también nosotros lleguemos a ser
como María Santísima “Sagrarios vivientes”, como San Pablo lleguemos a ser “sus
Fieles hostia”, capaces de proclamar e implantar el Reino de Cristo a nuestro
alrededor, en la Iglesia y la sociedad.
Y así seamos capaces de entender y vivir
lo que precisamente dice a ese respecto San Pablo, y me permito recordar una
vez más como verdadero, maravilloso y gozoso plan de vida:
“Os
ruego, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros
cuerpos como hostia viva, santa, grata a Dios; éste es vuestro culto
racional” (Romanos 12:1). Por tanto, todos y cada uno de nosotros,
seamos hostias vivas en Jesús y ofrezcámonos en y con ÉL en su Santo Sacrificio
de la Misa, proyectando luego esa hostificación a todas las circunstancias de
toda nuestra vida, tanto en lo privado como en lo público, en lo familiar como en
lo religioso, en lo eclesial, lo cultural, lo educativo, lo social, en lo
deportivo, en lo profesional, en lo económico, en lo político.
Pero en este momento histórico que nos
toca vivir no podemos olvidar la segunda parte de lo que dice San Pablo:
“Que
no os conforméis a este siglo, sino que os transforméis por la renovación de la
mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, buena, grata y
perfecta.” (Romanos 12:2) Porque
si somo en todo “Fieles Hostia”, no podemos vivir según los criterios del mundo
pagano corrupto e hipócrita en el que estamos pero del cual no podemos ser
partícipes, sino que por lo contrario en dicho mundo hemos de ser “Hostia”,
“Oblación”, dispuestos a todo por Jesús, incluso si fuera necesario y así lo
dispone Dios, a dar la vida por el Nombre de Jesús Hostia, Jesús Oblación
Perfecta. Así sea.
Pbro. José Pablo de Jesús, o.c.e.