DOMINGO 22º
DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
SOLEMNIDAD DE
JESUCRISTO REY UNIVERSAL
25 de Octubre de 2015
Colosenses
1:12-20; Salmo 71:8,11
Daniel 7:14; San Juan 18:33-37
Ciertamente, celebramos hoy la Solemnidad de
Jesucristo Rey Universal. Puede ser que
muchos se pregunten:
¿Por qué esta Solemnidad? ¿Por qué llamar a Jesucristo “Rey”?
¿Por qué esta Solemnidad? ¿Por qué llamar a Jesucristo “Rey”?
Una respuesta inmediata: Porque ÉL, sin dejar de ser Hijo de Dios, se
hizo Hijo del Hombre, y siendo Dios – Hombre realizó una revolución para
merecer ser proclamado Rey no sólo de Israel sino del Universo entero. Pero esa revolución ¿contra quién la
realizó? ¿Contra nosotros con armas
destructivas para dominarnos, como lo haría cualquier ser humano deseoso de
poder? Por supuesto que no: realizó esa revolución contra nuestro enemigo
único y común: el demonio y el pecado, y con un arma más que liberadora,
constructiva: su Fidelidad Amorosa al
Padre que desea envolvernos en su Amor Infinito y sumergirnos en su propia Vida
Divina… Fidelidad por la cual Jesucristo
utilizó, entregó directamente su propia sangre para comprar no sólo nuestra
libertad, sino para comprar y darnos la participación en ese Don del Padre, su
propia Vida Divina.
Ahora bien, tengamos en cuenta que el participar
de la Vida de Dios es participar en algún grado de su Verdad Infinita. Por eso Jesús le dijo a Pilatos: “Yo soy Rey.
Yo para esto nací, y para esto vine al mundo, para dar testimonio de la verdad:
todo aquel que pertenece a la verdad escucha mi voz.” (Juan 18:37)
Pero ¿en qué circunstancias le dice eso Jesús
a Pilatos? Veamos tres momentos de todo
el proceso de su Pasión. El primer
momento se da al comienzo de su Pasión
ha instituido el sacramento de la Eucaristía y le ha dado a la Iglesia en la
persona de los Apóstoles –consecuentemente de todos los Sacerdotes que les
sucederíamos- la siguiente “expresión-acto divino” que prolongará todo ese
hecho salvífico a lo largo y ancho de la historia humana: “Hoc est corpus meum, quod pro vobis datur; hoc facite in meam commemorationem…Hic est
calix novum testamentum in sanguine meo, qui pro vobis fundetur” “Este es mi cuerpo, que es entregado por
vosotros; haced esto en memoria mía…Este cáliz es la nueva alianza en mi
sangre, que es derramada por vosotros”
(San Lucas 22:19-20)
El segundo momento precisamente durante el
juicio inicuo que Pilatos le hace a Jesús, antes de consumar su condena a
muerte, instigado por los Sumos Sacerdotes y el pueblo judío, que como sabemos
culminó en su crucifixión, su Sacrificio en la Cruz, desde la cual derramó, entregó
su Sangre… ÉL, voluntariamente,
libremente entregó su vida, su sangre por todos y cada uno de nosotros. Y la Eucaristía, en la Santa Misa, -“Hoc
facite in meam commemorationem”- es la
perpetuidad de esa entrega, entrega por la cual nos compra a cada uno, y así
tiene derecho a todo lo nuestro.
Y veamos el tercer momento: Jesús ya ha entregado su Espíritu al Padre,
viene el soldado y atraviesa su costado con la lanza, y nos dice el Texto
Sagrado: “Videbunt in quem transfixerunt.”
“Mirarán al que traspasaron” (San
Juan 19:37) En ese “mirar” bíblico
descubramos dos realidades: el mirar en futuro se refiere a la humanidad de
todos los tiempos y lugares , por tanto nos incluye a nosotros, y además ese
“mirar” no es un simple “ver” superficial y pasajero, sino que es un “penetrar
profundamente” en Aquel que es mirado, contemplado. Es Dios mismo que en ese momento crucial de
la muerte de su Hijo divino nos está diciendo constantemente: “Miren, contemplen, sumérjanse profundamente
en el Corazón, en la vida misma de Aquel, mi Hijo Amado, que ha derramado y
sigue entregando su sangre por cada uno de ustedes… Ahoguénse en esa Sangre
Divina y déjense transformar en ÉL”.
Y vamos más allá, en esa perpetuidad de su
entrega no sólo se entrega por nosotros, sino que llega al colmo del Acto
Salvífico que es su Sacrificio, se nos entrega, nos entrega su Cuerpo, su
Sangre, su Alma, su Divinidad, sus Deseos, sus Anhelos, sus Sentimientos, su
Divino Corazón, todo su Ser Divino, y nos toma con todo lo nuestro, por su
Sangre nos purifica, y haciéndonos uno en ÉL por el Poder del Espíritu Santo
nos entrega a la Gloria del Padre, nos sumerge en la vida misma de la Trinidad
Santísima.
Y todo eso sucede en cada uno cada vez que,
por el ministerio del Sacerdote en la Santa Misa, se participa en ese
“Sacrificio – Entrega” de Cristo, especialísimamente al entregarse ÉL a
nosotros y nosotros a ÉL recibiendo la Sagrada Comunión.
Es por eso que debemos proclamar con
humildad, con gozo, con valentía, siempre y en todo lugar y circunstancia, sin
medir consecuencias, privada y públicamente:
JESUCRISTO ES REY UNIVERSAL.
Ahora bien, la constatación de esta realidad,
de la cual los más conscientes son precisamente los enemigos de Jesús frente a
la dormición, la indiferencia, la ignorancia y la cobardía de muchos católicos
actuales, les ha llevado a aquellos a hacer todo lo que les es posible por
sacar a Jesús de la vida de la sociedad e incluso de la misma Iglesia
convirtiendo a ésta en una simple institución de carácter puramente humano,
social, político. Ya no se respeta a
Jesús, no se respeta, se profana incluso sacrílegamente su Sacrificio
Eucarístico, su Presencia Eucarística, se profanan sus Templos en todo el
mundo, se niega la realidad trascendente de su Reinado, se pisotea su Verdad en
todos los aspectos de la vida humana y en todos los campos del saber humano,
que debieran estar sometidos totalmente a su Reinado.
Por el intento de lograr la paz puramente
humana, se niega la Verdad de Jesús y se condesciende con todo tipo de
doctrinas equívocadas e incluso con culturas de orígenes ocultistas y
satánicos. Se equipara a Jesús y se le
pone al mismo nivel de cualquier líder puramente humano, o se le presenta como
si fuera un simple símbolo filosófico del bien y de la caridad filantrópica. Hasta se niega la eficacia salvadora y
universal de su Santo Sacrificio o incluso se dice que fue sólo en el pasado
negando su actualidad perenne. Incluso
se escucha y se ve a Obispos y Sacerdotes que por lograr el respeto de los
derechos humanos y/o de sólo ciertos principios de moral universal, niegan y/o
callan los Derechos y Merecimientos de Jesucristo. Obispos y Sacerdotes que
debiendo proclamar a Jesús como Señor y Rey de la sociedad, como dueño de la
vida humana que ÉL y sólo ÉL ha comprado con su Sangre, lo callan “por respeto
al parecer” filosófico, político, cultural y/o seudocientífico equivocados y
engañosos del mundo pagano. O hablan y proclaman enseñanzas con lenguaje de
medias tintas, ambiguo por “no lastimar susceptibilidades” de gente libertina,
o por defender intereses de políticos corruptos.
Y con esas ambigüedades incluso defienden
aspectos de la doctrina moral, pero dejando a Jesús en un segundo o último
lugar de importancia, por ejemplo si se dice que la necesidad del estado de
gracia para recibir la Sagrada Comunión es apenas un aspecto de la pastoral de
la Iglesia en relación con la familia. Y
todos estos ataques no son sólo de estos últimos años, o sólo de la época
conciliar y postconciliar, sino que vienen de hace mucho tiempo y con el paso
del mismo han ido cobrando más fuerza, apoyados por el “padre de la mentira”,
el demonio, que promueve no sólo la mentira, sino también la corrupción, el
pecado, los errores litúrgicos so pretexto de socializar y hacer más
comprensible la misma, propiciando así que el ser humano se aleje y
desconozca cada vez más a Dios y a
Jesucristo Nuestro Señor, creando una situación general de confusión y división
tanto en la sociedad como en la misma Iglesia.
Por ello de forma muy oportuna, acertada,
luminosa, actual, S.S. el Papa Pío XI decretó que todos los años, para esta
Solemnidad de Jesucristo Rey Universal se realizara la Consagración del género
humano al Sagrado Corazón de Jesús, con la fórmula establecida para tal fin y
las Letanías al sagrado Corazón, delante del Santísimo expuesto. Así lo haremos hoy, inmediatamente después de
esta Santa Misa, con el deseo de que nuestras vidas se conviertan en vidas de
Adoración Perpetua, vidas de Desagravio Perpetuo, vidas de continuo e
incondicional servicio testimonial a Jesús en medio del mundo y en las
realidades circunstanciales y temporales de la vida de cada uno, de cada
familia, de Opus Cordis Eucharistici y de cada Institución Eclesial.
Y voy a insistir una vez más en lo que es
primordial para un auténtico reinado de Jesucristo, muy sabiamente impulsado
por Pío XI con esa iniciativa y prescripción,
como por otros muchos Sumos Pontífices con diferentes y magníficas iniciativas,
muy concretamente eucarísticas, como el establecimiento de las solemnidades del
Corpus Christi, del Sagrado Corazón de Jesús, la Hora Santa, las procesiones
eucarísticas en diversas circunstancias, el Ejercicio de las Cuarenta Horas, la
conveniencia del centralismo del Sagrario en los Templos, el Santo Viático a
los Enfermos.
Y en todas esas importantes iniciativas
eclesiales debemos descubrir eso que llamo “primordial”, a lo que ya me he
referido en otras oportunidades y continuaré haciéndolo cuanto sea necesario,
ya que se ha perdido en muchos sectores de la Iglesia, concretamente como
efecto de la desacralización de la Liturgia y de toda la vida de la Iglesia
ocasionada por la mal llamada “teología de la liberación” y por el materialismo
infiltrado en la Iglesia por la masoneria.
Y siento que el señor merece que se insista en ello. Me refiero al espíritu de adoración y de
desagravio eucarístico que debe darse, verse, practicarse, promoverse por parte
de todos y cada uno de los que son verdaderamente católicos.
Por eso he promovido la práctica de la
Jaculatoria “Te adoro y te desagravio, oh Jesús Hostia”, y a partir de esta
gran Solemnidad que hoy celebramos lo promoveremos más fuertemente por la
vivencia de lo que podemos llamar la “Espiritualidad de la Adoración Perpetua”,
que consiste en lo que tanto hemos igualmente insistido por mucho tiempo: que
la vida de cada uno se convierta realmente en una Hostia viva, santa agradable
a Dios en Cristo Jesús, sea el estado de vida que sea el de cada uno, en todo
lugar y momento, en toda circunstancia, en privado y en público. Y así, de manera constante y consciente,
Jesús Hostia sea Fuente, Centro y Cumbre de toda la vida. Y toda la vida y actividad de cada uno tenga
como objetivo adorar y desagraviar a Jesús Hostia. Y que esa Espiritualidad de la Adoración
Perpetua” tenga como fin especialmente el realizar, promover e implantar el
Reinado Universal de Jesús Hostia.
“Ut in Nomine Iesu omne genu flectatur
caelestium, terrestrium et infernorum, et omnis lingua confiteatur, quia
Dominus Iesus Christus in Gloria est Dei Patris.”
“Que al nombre de Jesús doble la rodilla todo
cuanto hay en los cielos, en la tierra y en las regiones subterráneas, y toda
lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre.” (Filipenses 2:10-11)
Amén.
Pbro.
José Pablo de Jesús, o.c.e.
CONSAGRACIÓN DEL GENERO HUMANO
AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
Prescrita por Su Santidad Pio XI
para la fiesta de Cristo Rey
¡DULCÍSIMO Jesús, Redentor del género humano!
Miradnos humildemente postrados delante de vuestro altar; vuestros somos y
vuestros queremos ser; y a fin de vivir más estrechamente unidos con Vos, todos
y cada uno espontáneamente nos consagramos en este día a vuestro Sacratísimo
Corazón.
Muchos, por desgracia, jamás os han conocido; muchos, despreciando
vuestros mandamientos, os han desechado.
¡Oh Jesús benignísimo!, compadeceos de los unos y de los otros, y
atraedlos a todos a vuestro Corazón Santísimo.
¡Oh Señor! Sed Rey, no sólo de
los hijos fieles que jamás se han alejado de Vos, sino también de los pródigos
que os han abandonado; haced que vuelvan pronto a la casa paterna para que no
perezcan de hambre y de miseria.
Sed Rey de aquellos que, por seducción
del error o por espíritu de discordia, viven separados de Vos; devolvedlos al
puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que en breve se forme un solo
rebaño bajo un solo Pastor. Sed Rey de
los que permanecen todavía envueltos en las tinieblas de la idolatría o del
islamismo: dignaos atraerlos a todos a la luz de vuestro reino.
Mirad,
finalmente, con ojos de misericordia a los hijos de aquel pueblo que en otro
tiempo fue vuestro predilecto: descienda también sobre ellos, como bautismo
de redención y de vida, la sangre que un día contra sí reclamaron. Conceded, ¡oh
Señor!, incolumidad y libertad segura a vuestra Iglesia; otorgad a todos los
pueblos la tranquilidad en el orden; haced que del uno al otro confín de la
tierra no resuene sino esta voz:
¡Alabado sea el Corazón Divino, causa de nuestra salud! A Él se entonen
cánticos de honor y de gloria por los siglos de los siglos. Amén