El mundo necesita de Jesús Crucificado, Víctima Oblativa

DOMINGO 3° DESPUÉS DE PASCUA



26 de Abril de 2015
Epístola: I San Pedro 2:11-19;  Salmo 110:9; San Lucas 24:46;
Evangelio:  San Juan 16:16-22

Muy Queridos Hermanos todos en Cristo Jesús:

Si hoy escuchamos y releemos con atención y profundidad las lecturas que se acaban de proclamar en esta Sagrada Liturgia, nos daremos cuenta de que tocan un tema central, que hoy el mundo materialista y temporalista pretende callar y ocultar a la consideración y mirada de los Católicos, pretendiendo hacernos a todos esclavos de ese materialismo, por el cual pareciera que el único objetivo del ser humano es lo referente a esta vida, como si el tiempo no pasara y lo material no se terminara.

Nuestros pueblos, que no viven en realidad la Fe aunque se llaman “Católicos”, viven ignorando todo lo sobrenatural, ignorando lo eterno, atados y en una carrera loca por obtener lo inmediato, lo que se ve y se toca, aquello que aparentemente complace, aquello que satisface las necesidades más inmediatas, aquello que aparentemente permitiría al ser humano una plena realización, una plena estabilidad.  En una palabra, no se vive el sentido de lo trascendente.  Se siente aun en los pastores de la Iglesia una preocupación sólo por el bienestar temporal del ser humano.  Sólo se escucha hablar de paz, de justicia, de  misericordia, de concordia, de cambio de estructuras socio-políticas, e incluso se llega a creer que no importa las creencias de cada quien, con tal de que se experimente una supuesta paz humana, un supuesto progreso en la sociedad.  Se piensa que se puede prescindir de Dios, que el ser humano se basta por sí solo.

Y por lo mismo se llega a equiparar todas las creencias religiosas, como si fueran igual de creibles, igual de eficaces, y cuyos objetivos serían todos iguales y con una misma meta:  todos serían puramente temporales, en pro del bienestar material del ser humano, que podrá comportarse como cada quien quiera, sin sujeción ni siquiera a ninguna norma de convivencia humana, mucho menos a normas morales, que no tendrían razón de ser ya que cada quien se regiría por su propia conciencia, sin importar el respeto a los demás, mucho menos a Dios Nuestro Señor.  Y una de las consecuencias de todo esto, especialmente aquí en Costa Rica, es el individualismo y la indiferencia con que vive la inmensa mayoría de la población.   Los sistemas educativos, los programas de educación en todas las áreas son totalmente contrarios a la Fe, contrarios a la Moral privada y pública.  En nuestras escuelas, colegios, universidades, no se educa, no se forma, si acaso se instruye  y/o se adiestra para que la población del futuro no sean más que servidores en favor del Estado, maestros, profesores que dicen ser católicos pero viven y trabajan con conceptos sobre la vida, sobre el ser humano, sobre el mundo, sobre la cultura, sobre la política, sobre la moral, sobre la Fe, totalmente equivocados.  En la misma educación religiosa, se notan orientaciones exclusivas hacia un humanismo desacralizado, en el cual Dios está enfocado hacia el simple bien material y temporal del ser humano y no como debiera ser, el ser humano enfocado hacia la Gloria Eterna de Dios y la Salvación Eterna del mismo ser humano.   El lenguaje está más enfocado en la línea de una simple convivencia humana, no en la línea de lo sobrenatural, de lo eterno, y mucho menos se habla de la verdadera santidad cristiana ni de la práctica heroica de las virtudes cristianas.   

Y todo ello, queridos hermanos, tiene una sola y profunda causa: el rechazo de Cristo Nuestro Señor, tanto en la vida personal como en la vida de las diversas colectividades humanas de toda índole, incluyendo la misma Iglesia, en la cual se oye hablar de Cristo, pero en el fondo lo que se descubre es tanto una tergiversación como una manipulación de su persona, de su doctrina, de todo su misterio, de todo el misterio creador, redentor, santificador de Dios Uno y Trino.   Hay un desprecio y un rechazo generalizado, consciente o inconsciente,  hacia lo Sagrado, y consecuentemente un desprecio y tergiversación de la Sagrada Liturgia.

Muy queridos hermanos, Cristo nos dice muy claramente que los criterios facilistas, complacientes, triunfalistas del mundo no pueden ser los criterios de un verdadero cristiano.  Los criterios del verdadero cristiano son los del Evangelio, que se sintetizan en las bienaventuranzas y los podemos encontrar reflejados en la Cruz de Nuestro Señor, en el camino estrecho de la salvación.  Por eso no esperemos que el mundo nos acepte, no esperemos que la sociedad nos acepte, ni siquiera la sociedad que llamándose “católica” nos acepte.  Si fácilmente nos acepta, es señal de que debemos revisar nuestras vidas a la luz de la Cruz, de las bienaventuranzas, para salirnos del camino ancho que lleva a la perdición y tomar el estrecho.  En cambio si en este momento y/o en el futuro cercano nos rechaza, hemos de examinarnos también para no caer en una tranquilidad engañosa y soberbia, sino para descubrir en qué debemos mejorar, para así poder cumplir siempre la Voluntad Santísima de Dios, como discípulos fieles de Cristo y testigos suyos en medio y en frente de la sociedad que, aunque rechaza a Cristo, necesita de Cristo.

Si el principio de nuestra vida a partir de nuestro Bautismo no es Cristo, si el centro de nuestra vida en la vivencia constante de los Sacramentos dependiendo del estado de vida de cada uno no es Cristo, si la cumbre de nuestras vidas por la Eucaristía no es Cristo, estaríamos perdiendo el tiempo, estaríamos viviendo sin un verdadero sentido, sin un horizonte, sin verdaderos ideales, sin una meta, nuestras vidas serían vacías.
Estaríamos entre aquellos que se contentan con decir que son católicos, que son cristianos, y luego en la vida práctica le dan la espalda a Cristo, sea por ignorancia, sea por cobardía, sea por intereses sociales, políticos, económicos, puramente temporales.

Que Cristo, desde su Sacrificio en el Altar y su Presencia en el Sagrario, sea siempre el ideal a seguir.  Que Cristo, desde el Altar y el Sagrario, sea siempre el modelo a imitar.  Que Cristo, desde el Altar y el Sagrario, sea la cumbre a alcanzar tanto para la vida personal de cada uno como para todo su Cuerpo Místico la Iglesia.

Que Cristo desde su Sacrificio en el Altar y desde su Presencia en el Sagrario reine en nuestro corazón, que Cristo reine en nuestra mente, que Cristo reine en nuestro respirar, que Cristo reine en nuestro quehacer, que Cristo reine en nuestra vida, que Cristo reine en nuestro entorno, que Cristo reine en nuestros hogares, que Cristo reine en nuestras sociedades, que Cristo reine en los centros educativos, que Cristo reine en los hospitales, que Cristo reine en el corazón de los Sacerdotes y de los Obispos, que Cristo reine en el corazón, la mente y la voluntad de los gobernantes.

¡Que Cristo sea todo en todos, ayer, hoy y siempre!


Pbro. José Pablo de Jesús, o.c.e.

El Buen Pastor y las Vocaciones Sacerdotales

DOMINGO 2° DESPUÉS DE PASCUA

19 de Abril de 2015
Epístola: I San Pedro 2:21-25;  San Lucas 24:35;
Evangelio:  San Juan 10:11-16

Muy Queridos Hermanos todos en Cristo Jesús:

Una vez más los  Apóstoles San Pablo y San Juan, ambos célibes consagrados al Señor, nos insisten en lo fundamental del Evangelio, el anuncio –“Kérygma”- de Cristo Nuestro Señor como único Salvador del ser humano.  Sólo Cristo ha podido entregarse, y sigue entregándose por el ser humano.

Pero hay algo muy importante en todo esto en lo que debo insistir:  Cristo ciertamente se entrega con absoluta libertad por cada uno y se entrega con absoluta libertad de su parte a cada uno de quienes le aceptan, pero no coacciona a nadie a aceptarle como Salvador, no coacciona a nadie a aceptarle en su propia vida.  Por tanto cada uno de nosotros también debe vivir en un constante, consciente e ininterrupido acto de libre aceptación de Jesús en su propia vida, sin importar momento, lugar o circunstancia en que se esté viviendo.

Y recordemos que aceptar a Jesús en su propia vida implica seguir a Jesús como el único y verdadero Pastor de nuestras almas.  Y para seguirle debemos cargar la cruz…  Siguen al pastor las ovejas que son de su aprisco, no las ajenas.  Pero Jesús es el único verdadero pastor.  Lo cual significa que sólo el rebaño de Jesús es el único rebaño verdadero, su Cuerpo Místico la Iglesia, y ello nos permite reafirmar un punto que tiene íntima relación con el tema que iniciábamos el Domingo de Resurrección: el tema de la Justificación.

Nadie puede justificarse a sí mismo, nadie puede ser justificado por otra persona semejante a sí mismo.  Sólo Jesús puede justificar a quienes le aceptan, sólo Jesús es el Justificador, que cargando sobre sí nuestros pecados en la Cruz, nos purifica de los mismos.  Y sólo en la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, hay justificación, sólo en la Iglesia hay salvación.

Ahora bien, ¿cómo nos aplica Jesús su justificación?.  Nos lo recordaba en la tarde del Domingo de su Resurrección, aunque lo leemos a los ocho días el Domingo In Albis, cuando le dio a la Iglesia en la persona de los Apóstoles y sus sucesores el poder de perdonar o retener los pecados:  “A quienes perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos.” (San Juan 20:23). Pero esa misma justificación se plenifica al participar en el Sacrificio propiciatorio de Jesús que es la Santa Misa:  “El buen Pastor sacrifica su vida por sus ovejas” (San Juan 10:11).

De todo lo anterior hemos de descubrir y profundizar muchas enseñanzas más, insistiendo constantemente en Jesús, que especial y directamente desde la Liturgia, la Eucaristía y la Confesión es Fuente, Centro y Cumbre de la vida y misión de la Iglesia. 

Pero hoy debo centrarme en una de esas enseñanzas:  Ciertamente Jesús es el Único Salvador, y en el Evangelio nos decía:  “Tengo otras ovejas que no son de este aprisco, y es preciso que yo las traiga, y oirán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor.”  (San Juan 10:16)  Y antes de ascender a los cielos dijo a los Apóstoles, fundamento de la Iglesia naciente:  “Pero recibiréis el poder del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta el extremo de la tierra.”  (Hechos 1:8)  Les envió por todo el mundo como pastores para continuar su misión su pastoreo, para atraer a todas esas ovejas que han de ser de su único aprisco.  Ese aprisco por el cual el mismo Jesús, Supremo y Único Pastor, oraba al Padre que se mantuviera unido en ÉL mismo:  “Pero no ruego sólo por éstos, sino por cuantos crean en mí por su palabra, para que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean en nosotros, y el mundo crea que tú me has enviado.”  (San Juan 17:20-21).

Entonces, cada Apóstol y sus Sucesores, el Sumo Pontífice, cada Obispo fiel, cada Sacerdote, somos continuadores del pastoreo de Jesús, somos pastores en y desde el Supremo y Único Pastor, Jesús.  Y aquí debemos sacar varias conclusiones prácticas:

En primer lugar los Sacerdotes debemos ser  no sólo “celebrantes In Persona Christi” cuando celebramos los Sacramentos, sino siempre y en toda circunstancia “Ipsus Christus”, el mismo Cristo, capaces de decir y vivir como San Pablo:  “Y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí.  Y aunque al presente vivo en carne, vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí.”  (Gálatas 2:20), tanto en lo interno de nosotros mismos como también en nuestra propia presentación ante los demás, identificándonos siempre, en todo momento, lugar y circunstancia como Sacerdotes, incluso con el uso constante, perenne de la ropa que nos es propia y exclusiva, el Hábito Talar, conocido más comúnmente como “Sotana”.  Dispuestos a orar intensamente porque en la oración tiene el encuentro diario, íntimo con el Señor a Quien necesita siempre, así como a celebrar los Sacramentos según las rúbricas de siempre para la Gloria del Señor y bien de la Iglesia y de las almas.  Dispuestos a separarnos totalmente, como Jesús, de nuestras familias, para gastarnos por las ovejas, las almas; dispuestos a no perder el tiempo en conversaciones inútiles y según las costumbres del mundo sino capaces de orientar a los fieles según el espíritu de Cristo, el espíritu de las bienaventuranzas, no llevándoles nunca a orientadores paganos ni profanos, sino a los pies del Divino Pastor que a todos espera en el Sagrario y en el Altar; dispuestos incluso a perderlo todo y entregar nuestras propias vidas, como Cristo Buen Pastor, por todas y cada una de las ovejas que nos son encomendadas, con tal de orientarles y llevarles siempre por el camino de la Verdad y la Santidad en Cristo Jesús.
    
Y en segundo lugar lo que les corresponde a Ustedes mismos, como ovejas que son del Buen Pastor, pero también de los correspondientes Pastores de quienes dependen, en varios aspectos que debo señalar: Primeramente Ustedes deben buscar y escoger muy bien su Sacerdote, su pastor, no sea que vayan detrás de un mercenario, -léase sacerdote mal formado y también desorientado, o asalariado que confunde el sacerdocio con una profesión lucrativa, o cobarde que huye ante el peligro de perder un “status quo”, o por falsa obediencia se sujeta a Superiores equívocos-, o de un lobo con piel de oveja que lograría dividir y dispersar el rebaño hacia sectas o grupos paganos y/o ateos.

En tercer  lugar, habiendo encontrado el Sacerdote/Pastor que realmente el Señor quiere para Ustedes, han de obedecerle, aprender y vivir sus enseñanzas, así como unirse con él en esa unión tan anhelada por el Señor mismo, a la que tanto nos referimos en muchas oportunidades, y unirse con él muy especialmente en la celebración de la Santa Misa, dejándose llevar por él en Cristo hasta lo más profundo posible de los Misterios del Dios Uno y Trino, porque el Sacerdote debe dar cuentas a Dios de sus almas.

En cuarto lugar, Ustedes también deben orar tanto por los que ya somos Sacerdotes para que seamos radicalmente fieles a ese compromiso de ser “Ipsus Christus” hasta la Victimación de nuestras vidas, como por las futuras vocaciones para que vivan el gozo de esa experiencia crucificante, transformante, santificante que es responder con generosidad, con humildad, con valentía, con perseverancia al llamado del Señor.  Y sabiendo que tristemente hay Sacerdotes que se han desviado y han abandonado la fidelidad a la vocación, orar intensamente por ellos.  Y si saben o se enteran de algún sacerdote que siempre ha sido infiel, porque posiblemente desde que entró al seminario era ya un lobo con piel de oveja, orar para que el Señor lo aparte totalmente del ministerio sacerdotal, y tenga tiempo de arrepentirse y no sea condenado al infierno.


Y en quinto lugar, ustedes deben colaborar con su Sacerdote/pastor en la promoción vocacional.  Con generosidad dediquen algún tiempo para orientar a los jóvenes en el descubrimiento de lo que realmente Dios quiere y espera de cada uno de ellos.  Y los padres de familia, no tengan miedo ni sean egoístas con Dios, si el Señor llama a uno o varios de sus hijos para el Sacerdocio, más bien ofrézcanlos con gozo, aún desde que están en el seno materno; no hay mayor gozo para padres de familia verdaderamente católicos que el tener entre sus hijos uno o varios Sacerdotes.  No continuemos con el error que hoy se está cometiendo en el “mundo moderno”, lastimosamente materialista por esencia, de orientar a todos los jóvenes de forma casi exclusiva hacia el matrimonio, o el error muy difundido incluso en muchos medios eclesiales de presentar el sacerdocio como una profesión de bien social o cultural, o de líderes comunales y/o políticos, el Sacerdocio no es eso, es lo que anteriormente señalábamos, y que ahora lo repito y sintetizo diciendo que el Sacerdocio es cargar con la Cruz de Cristo.

Y cuando ven que realmente un joven puede tener el llamado del Señor, la vocación para el Sacerdocio, oriéntenlo para que se ponga en manos de un buen Sacerdote que sea su mentor, su “padre sacerdotal”, capaz de llevarle a vivir radicalmente la santidad de esta sublime vocación.

Propongamos con sencillez, con sinceridad, con frecuencia a los niños, a los adolescentes, a los jóvenes, que ellos mismos oren para descubrir su propia vocación, así como por la vocación de los demás.

Además, recordemos que los semilleros de buenas vocaciones son las familias verdaderamente cristianas, estables, practicantes, santuarios de oración y de acendradas virtudes cristianas, y que unidas vivan al menos todos los Domingos como debe ser, cuyo momento primordial sea la Santa Misa de siempre, familias cuyo centro sea realmente Jesús mismo, familias que con gusto y constancia participan en la vida de la Iglesia, colaborando según les corresponde en la acción litúrgica y pastoral de la misma, familias que viviendo en fe y rechazando la cultura de la muerte tienen la experiencia gozosa de defender y promover el derecho a la vida exclusivo de Dios.

Y finalmente, no duden en colaborar incluso económicamente en la promoción de las vocaciones sacerdotales:  como sabemos, los estudios, la preparación para el sacerdocio es larga, profunda, amplia, seria, y con frecuencia debemos pensar en Seminarios lejanos a los lugares de procedencia de los candidatos, la mayoría de los cuales provienen de familias dignas sencillas, que no tienen suficientes recursos económicos, y por ello muchas veces se pierden vocaciones.  Y si saben de necesidades de orden económico por parte incluso de Sacerdotes ya ordenados, no duden en ayudarles.

Muy queridos hermanos, si queremos que Jesús ocupe el lugar que le corresponde en la vida de la Iglesia y también en la vida de la sociedad en general, fortalezcamos nuestra propia vivencia en Jesús, único Justificador, único Salvador, único Señor absoluto y Universal, promovamos su Reino en el espacio y el tiempo hacia la eternidad.  Y promovamos urgente y abundantemente las vocaciones sacerdotales, ya que es Jesús quien llama “Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres” (San Mateo 4:19), “porque son muchos los llamados y pocos los escogidos”  (San Mateo 20:16; 22:14), y teniendo en cuenta que la actual crisis vocacional no es sólo de cantidad, sino también de fidelidad, sería pecado de omisión el no trabajar, con oración y promoción, por las vocaciones. Pero vocaciones fieles en la Doctrina, fieles en la Moral, fieles en la Liturgia, radicales y valientes en el amor exclusivo a Jesús en el seno de la Iglesia Católica, dispuestos a desgastarse e incluso a vivir la Victimación, hasta el martirio, por el reino de Cristo y la salvación de las almas.

Hermanos, sabemos cómo está la mayoría de los católicos hoy en todo el mundo.  Sabemos que en general la Fe no se vive como debiera ser.  Sabemos que se está dando una gran desorientación doctrinal, moral, litúrgica, en una gran cantidad de católicos.  Muchos viven en la ignorancia, en la indiferencia, en el desamor hacia Jesús, grandes sectores de la Iglesia van en direcciones equivocadas, incluso viven y actúan como simples “ONGs”  (organizaciones no gubenamentales) que sólo se preocupan por las necesidades temporales, sociales, económicas, políticas, o por conceptos de tipo filosófico-sociales, como la preocupación casi exclusiva, primordial, por la paz y la justicia.  Y se deja de lado o en un lugar secundario a Jesús, a quien incluso se le presenta como un simple líder incluso religioso al lado de falsos profetas y falsos dioses…  La verdadera misión de la Iglesia se desconoce o se rechaza o se mal interpreta.  Por eso termino citando el Evangelio mismo:

“Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor.  Entonces dice a sus discípulos: “La mies es mucha y los obreros pocos.  Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies.”  (San Mateo 9:36-38)


Pbro. José Pablo de Jesús, o.c.e.

Sólo por Jesús se llega a la Misericordia de Dios

DOMINICA IN ALBIS
OCTAVA DE PASCUA

12 de Abril de 2015
Epístola:  I San Juan 5:4-10;
Evangelio: San Juan 20:19-31

Muy Queridos hermanos todos en Cristo Jesús:

El Sábado Santo, en la Misa de la Vigilia de Pascua de Resurrección, el Apóstol San Pablo nos insistía que si habíamos resucitado con Cristo buscásemos las cosas de arriba, o sea la vida en Dios. (Cf. Colosenses 3:1-4)  Y hoy es el Apóstol San Pedro quien  en el Introito de esta Misa que desde hace mucho tiempo es conocida como “Misa Quasi modo”, nos dice que como niños recién nacidos, “Quasi modo geniti infantes, rationabile, sine dolo lac concupiscite”  (I Pedro 2:2) pero con uso de razón y sin engaño busquemos la leche espiritual, o sea una verdadera vida en Dios, pero bien fundamentada.  Y  San Juan nos insiste en lo mismo, aunque con otras expresiones, igualmente profundas y vivenciales.  Nos dice que:
“Todo lo que nace de Dios, vence al mundo, y lo que nos hace alcanzar victoria sobre el mundo es nuestra fe”  (I Juan 5:4).

Vivir la fe.  ¿Cuántas veces lo hemos dicho aquí, hermanos? Ciertamente muchas, y lo seguiremos diciendo cuantas veces sea necesario:  Vivir la fe,  ¿qué es vivir la fe?  Es tener la experiencia vivencial de Jesús.  Pero no del Jesús falso, tolerante con el pecado, que hoy con tanta frecuencia nos presenta el mundo, incluso infiltrado en la vida de la Iglesia… Es la experiencia vivencial de Jesús Crucificado y Resucitado, como la tuvieron los Apóstoles, que incluso como Tomás tuvieron la posibilidad de tocarle, de meter la mano en su Corazón herido y traspasado por la lanza.  Tuvieron la oportunidad de verle, de contemplarle, de escucharle durante su Pasión y Crucifixión, así como en las diversas apariciones posteriores a su Resurrección.  Pero ¿cómo fueron esas apariciones?  ¿Ante las multitudes, en público?  ¿En un baile o en una reunión politiquera? ¿Con el ruido satánico del rock?  No, sino que, primero desde la Cruz y luego a partir de la Resurrección,  fueron en la privacidad, en la intimidad del Sepulcro vacío, del Cenáculo, de la orilla del lago después de la pesca infructuosa que por la palabra de Jesús mismo se convierte en milagrosa.  Oportunidad de abrir su entendimiento a la Luz del Espíritu para ahora sí poder entender todo lo que ÉL les había enseñado durante los años anteriores a la Pasión, y les estuvo iluminando en esos días de Pascua…

Hermanos muy queridos, hoy, teniendo en cuenta las circunstancias que estamos viviendo a nivel de Iglesia en Costa Rica y en todo el mundo, debo insistir en esto. Imitando dos actitudes de Tomás, primeramente que no se dejó llevar de primer momento por lo que le contaban los demás apóstoles hoy no podemos dejarnos llevar por todo viento de doctrina que nos llegue, no podemos mantenernos en las doctrinas complacientes que se nos han comunicado en estos últimos lustros de historia:
“Os recomiendo, hermanos, que estéis atentos a los que producen divisiones y escándalos al margen de la doctrina que habéis aprendido y que os apartéis de ellos, porque ésos no sirven a nuestro Señor Cristo, sino a su vientre, y con discursos y lisonjas seducen los corazones de los incautos.” (Romanos 16:17). 

Si queremos tener la verdadera experiencia de Jesús, como niños recién nacidos y con uso de razón, debemos investigar, debemos formarnos en Doctrina, en Moral, en Liturgia, en espiritualidad.  Pero en las únicas fuentes, que son aquellas que están en consonancia con el Depósito de la Fe que desde un principio el Señor le dejo a su Cuerpo Místico la Iglesia bajo la responsabilidad de los Apóstoles y sus sucesores fieles a ese Depósito de Fe. 

Y refiriéndome a la segunda actitud de Tomás, que al tener la posibilidad de tocar al Crucificado – Resucitado experimenta el fortalecimiento de esa fe viva, hoy debo insistir en cuanto a la vivencia de la Fe desde el campo de la Espiritualidad.  ¿Por qué?  Porque como a Tomás, también a nosotros ha de sucedernos lo que a este Apóstol: hemos de acrecentar y fortalecer nuestra fe, buscando el contacto íntimo con el Señor, no sólo tocando su Corazón, sino metiéndonos en él, sumergiéndonos en él, viviendo en él, no viviendo para el mundo ni según sus costumbres, lenguajes, diversiones mundanas y sin sentido, sino, perdonen si lo repito insistentemente, sumergiéndonos en ÉL, viviendo en ÉL y para ÉL.

Y ¿cómo sumergirnos, cómo vivir en ÉL?  Les quiero recordar hoy cinco maneras de lograrlo: 
. Acercándonos con frecuencia al Sacramento de la Justicia y Misericordia del Señor como es la Confesión, para que aplicándosenos el perdón de Jesús por el ministerio del Sacerdote: “Quedan perdonados los pecados a aquellos a quienes les perdonéis; y quedan retenidos a los que se los retengáis.” (Juan 20:23).

. Viviendo con la mayor frecuencia posible su Sacrificio en el Altar, haciéndonos uno en ÉL para presentarnos en ÉL como “hostias agradables ante el Padre Celestial” (cf. Rom 12:1)  

. Comiendo y bebiendo su Cuerpo y su Sangre con la mayor frecuencia posible:  “El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él”  (Juan 6:56)

. Visitándole frecuente e íntimamente en su soledad del Sagrario:  “El oprobio me destroza el corazón y desfallezco; esperé que alguien se compadeciese, y no hubo nadie; alguien que me consolase, y no lo hallé” (Salmo 68:21)

. Y tratando de mantener esa unión mística con ÉL de la manera más constante posible, cumpliendo su anhelo: 
“Padre Santo, guarda en tu nombre a estos que me has dado, para que sean uno como nosotros”  (Juan 17:11)
 manteniéndonos unidos en la verdad doctrinal, viviendo la moral que no es la de cada uno sino la única que Dios y sólo Dios ha infundido en todo corazón humano, celebrando y participando de la única Liturgia, la que viene desde los Apóstoles, y viviendo una profunda Espiritualidad, fortalecida, por ejemplo con el uso constante de las jaculatorias, entre las cuales hoy les puedo sugerir estas:
“¡Señor mío y Dios mío!”  (Juan 20:28)
“¡Adorado y desagraviado sea Jesús Hostia, ahora y siempre, aquí y en todo lugar!”, y
“¡Jesús, me sumerjo en tu Corazón!”
repetidas cuantas veces sea posible, desde lo íntimo del corazón, en todo momento, lugar y circunstancia. De esa manera, viviendo en profundidad esos cuatro aspectos básicos de una verdadera vida cristiana, podremos escuchar y aplicarnos esa importante afirmación del Señor: 
“Bienaventurados los que,  sin haber visto, han creído” (Juan 20:29).

Así, muy queridos hermanos, bien formados en todo sentido y viviendo realmente en Jesús, podremos hacer frente a una realidad que ciertamente no es fácil en este momento histórico para el verdadero cristiano.  Vivimos en un momento de confusión doctrinal, de tolerancia y/o promoción de la inmoralidad en la vida personal y matrimonial, de Santas Misas mal celebradas, de Confesiones sin las condiciones necesarias por parte del penitente o mal administradas por el Sacerdote, de devociones  convertidas en actos de hechicería y/o vividas en situación de pecado, de un espiritualismo egoísta y falto de compromiso, de una sociedad alejada del Señor en lo educativo, en lo cultural, en lo artístico, en lo económico, en lo político.  Y sólo con Cristianos bien formados, fuertemente arraigados en la “experiencia viva y constante de Jesús” se podrá hacer frente a todo eso, cambiándolo hacia el establecimiento del Reinado de Cristo en el corazón del ser humano, en la familia, en la sociedad, en el tiempo para la Eternidad. 

“¡Jesús, en Ti creo, en Ti vivo, por Ti me entrego!”


Pbro. José Pablo de Jesús, o.c.e.

!!!Exultemus in Eis... Venite et videte locum ubi est!!! !Altare et Tabernaculum!

PASCUA DE RESURRECCIÓN 




Domingo 5 de Abril 2015

Salmo 117: 24, 1;
I Corintios 5: 7 ;  San Marcos 16: 1-7

Muy queridos hermanos en Cristo Víctima Perpetua:

En primer lugar, habiendo vivido intensamente centrados, sumergidos  en el Misterio Salvífico del mismo Cristo toda esta Semana Santa que hoy culmina, y experimentando el Poder de su Cruz y su Resurrección, felicidades para todos.  Gloria y alabanza para el Señor Crucificado y Resucitado.  Aleluya, Aleluya.

Anoche, en la Vigilia Pascual, con ocasión de vivir la Vigilia en espera de la Resurrección del Señor, que luego se experimentó en la Solemne Misa de la misma Vigilia, iniciamos un tema que es sumamente importante, profundo, y al mismo tiempo muy delicado, y que puede tener frutos muy buenos, pero al mismo tiempo consecuencias peligrosas si no se entiende correctamente.  Por ello continuaré con dicho tema.  Decíamos anoche:

Viviendo las dos realidades inseparables de la Cruz y la Resurrección, considero absolutamente necesario que todos seamos conscientes de un asunto doctrinal y pastoral que hemos de conocer, comprender y vivir correctamente, ya que hoy día debido a las corrientes materialistas que abundan en todo el mundo y se han infiltrado fuertemente en muchos sectores de la Iglesia se presta a confusiones muy serias.  Me refiero a algo que ya fue tratado incluso por los Apóstoles, especialmente Santiago y San Pablo, en sus Epístolas en el Nuevo Testamento, y es un asunto tan profundo que posiblemente tendremos que dedicarle algún tiempo, para el bien de todos.  Se trata de la Doctrina sobre la Justificación en Cristo.  Y en esta oportunidad lo voy a iniciar muy brevemente.

Hemos venido insistiendo en los últimos tiempos constantemente sobre la realidad de que sólo en Cristo Crucificado hay salvación.  Y ello es una verdad que me permito calificar de primordial, central.  Pero, repito, ha sido un problema desde los inicios de la Iglesia, que después se agravó a partir de los errores enseñados por Martín Lutero y sus seguidores.  Y que hoy se han agudizado incluso en el seno mismo de la Iglesia debido a la influencia tanto de dichos seguidores como de los sociólogos de la liberación, de la masonería y del comunismo.

Y de entre esos errores podríamos citar dos afirmaciones por supuesto equivocadas:  “Como Cristo ya murió y resucitó ya todos sin excepción estamos salvados, no debemos sacrificarnos”, o bien otra contraria “La pasión y muerte en Cruz de Cristo no tiene poder salvador, cada quien debe salvarse personalmente”.

En la Iglesia que peregrina en el tiempo pero trasciende el tiempo debemos insistir una y otra vez en esta doctrina importantísima de la salvación en Cristo, pero completa, bien entendida y aplicada, ya que de lo contrario puede caerse en errores como el “quietismo” que consiste en pensar por ejemplo que como sólo en Jesús hay salvación ya estamos todos salvados, ya no es necesario ningún esfuerzo y se puede vivir alegremente según el mundo.  Ya lo advierte San Pablo en la primera lectura  de su carta a los Colosenses al decirnos  “porque moristeis y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”  (Colosense 3:3)  Y es Jesús mismo quien rechaza estos errores cuando afirma clarísimamente que el camino de salvación es estrecho, o cuando declara que hemos de llevar nuestra cruz… pero añade algo importantísimo:  “siguiéndole a ÉL”…  O sea que para que nuestras cruces tengan valor de salvación debemos “vivir en Cristo”

Hemos de vivir el espíritu de las bienaventuranzas contra los criterios del mundo, hemos de vivir no sólo las virtudes humanas sino las cristianas que nos son infundidas en el Bautismo y se aclaran, se purifican y fortalecen con los demás Sacramentos, muy especialmente la Eucaristía “Presencia, Sacrificio Actual, Alimento de Vida Eterna” y con el esfuerzo de la perenne formación, e insisto, viviendo con y como María Santísima, Nuestra Señora del Fiat, en la Oscura Luminosidad de la Voluntad Santísima del Padre, nuestras propias cruces a la Cruz Salvadora de Cristo.  Y tengan en cuenta que acabo de mencionar precisamente los dos Sacramentos que se viven en esta noche de profunda vida eclesial:  el Bautismo y la Eucaristía.”

Hasta aquí lo que decíamos anoche.  Ahora añado otro error muy común, consciente o inconscientemente, en la vida y el hablar de muchísimos cristianos incluso de buena fe pero poca formación doctrinal:  me refiero a la forma en que se trata a Jesús, como si ÉL fuera en estos momentos históricos un simple sirviente del ser humano, a quien entonces se pone en el centro de la historia.  Jesús ciertamente vino no a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate de muchos, pero…

…Hermanos, ¡Jesús, con el servicio cruento que no sólo dio, sino que sigue dando en su Sacrificio Actual en la Santa Misa, ¡nos ha comprado a precio de sangre!  Por tanto, nosotros ¡somos suyos! Pero no como sirvientes, sino como miembros de su Cuerpo Místico, en ÉL hijos, herederos, coherederos del Reino del Padre Celestial.  Por tanto el trato que debemos darle a Jesús ya no puede ser como si ÉL fuera nuestro sirviente, sino como SEÑOR.  ÉL es Nuestro Salvador, Nuestro Señor.


Como fruto de lo anterior, hemos de ser humildes, primero adorando al Señor Presente en la Eucaristía.  Pero también respetándole siempre en todo lugar y circunstancia por encima de todos y de todo.  Respetando nuestro cuerpo, manteniendo y colaborando con la limpieza en todas partes, especialmente en los Templos, que no son comercios ni salones de fiestas y/o bailes… Al Señor se le respeta donde quiera que esté en todo momento y circunstancia.  Como María Santísima hemos de decir:  “Ecce Ancilla Domini”  “He aquí la Esclava del Señor”… “Fiat mihi Voluntas Tus”  “Hágase en mí según tu Voluntad”…

Hermanos, por ello, al culminar la Semana Santa y volver a las actividades ordinarias de la vida tanto a nivel familiar como social y profesional, no nos dejemos apartar de Cristo Crucificado y Resucitado, sino que al contrario, intensificando, protegiendo, fortaleciendo nuestra “vida en ÉL” dispongámonos a esforzarnos por vivir las virtudes cristianas, las teologales de Fe, Esperanza y Caridad, las Cardinales de Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza, y todas las derivadas de estas siete.  Viviéndolas y transmitiéndolas sobre todo a los más pequeños, a los adolescentes, a los jóvenes, para que en el futuro tengamos el gozo de muchos más santos según el Corazón Traspasado de Nuestro Señor Jesucristo.  Así, tanto en lo personal como en lo eclesial, contribuiremos al establecimiento de su Reinado en la Iglesia y el mundo ya desde ahora.  Así sea.


Pbro. José Pablo de Jesús, o.c.e.

El Sacerdocio por la Eucaristía da vida a la Iglesia

JUEVES SANTO
INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA Y EL SACERDOCIO



2 de Abril de 2015
I Corintios 11:20-32;  Filipenses 2: 8-9;
San Juan 13:1-15

Muy queridos hermanos en Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote:

Primero que todo, considero que debemos fortalecer nuestra actitud de adoración y agradecimiento por los dos grandes dones que el Señor en este sublime día del Jueves Santo le ha dejado a la Santa Iglesia:  Eucaristía y Sacerdocio.  Adoración porque ambos Sacramentos son parte del Misterio Salvífico de Dios que es Verdad y Amor.  Agradecimiento porque el ser humano, sin mérito alguno de su parte, es el beneficiario directo de todos y cada uno de los Sacramentos que el Señor le ha dado a la Iglesia, y muy especialmente estos dos que son los más sublimes, sin los cuales me atrevo a decir que la Iglesia no tendría razón de ser.  La Eucaristía ya que es Jesús mismo, Presente, Sacrificio Actual y Perenne, Alimento de Vida Eterna.  El Sacerdocio ya que es la más plena transformación del hombre elegido por el Señor en sí mismo para servir a Dios y a los hombres en lo que se refiere a Dios  (cf. Hebreos 5:1-4)

Y ahora he de hacer énfasis en los aspectos  que acabo de señalar.  La Eucaristía es Jesús Presente.  Presente en nuestros Sagrarios, que siendo eso, lugar de permanencia personal, real, cuerpo, sangre, alma y divinidad, centro de la vida de la Iglesia, debe ocupar incluso el centro físico del Presbiterio del Templo, como muy bien lo señala S.S. el Papa Emérito Benedicto XVI en su Exhortación Apostólica “Sacramentum Caritatis” al decir:  “Es necesario que el lugar en que se conservan las especies eucarísticas sea identificado fácilmente por cualquiera que entre en la iglesia, gracias también a la lamparilla encendida… y el Sagrario está en el altar mayor, conviene seguir usando dicha estructura para la conservación y adoración de la Eucaristía,… En las iglesias nuevas… es preferible poner el sagrario en el presbiterio, suficientemente alto, en el centro del ábside.”  (S.C. # 69).  No nos olvidemos por tanto de ello: visitémosle siempre que podamos, adorémosle, desagraviémosle, hagamos la genuflexión cada vez que pasemos delante de ÉL.

La Eucaristía es Sacrificio Actual.  Ya lo hemos dicho muchas veces, pero nunca será suficiente.  La Santa Misa no es banquete, no es acto simplemente humano.  La Santa Misa es el Acto del Señor que lo realiza siempre en su Sacerdocio perpetuado en la Iglesia como Sacrificio Actual, como su Sacrificio Propiciatorio por los pecados de todos y cada uno de nosotros.     
Así es como nos dice el Sacrosanto Concilio de Trento, cuando nos habla de la
Doctrina sobre el Santísimo Sacrificio de la Misa, en la Sesión XXII del 17 de Septiembre de 1562:

Cap. 2. [El sacrificio visible es propiciatorio por los vivos y por los difuntos]
Y porque en este divino sacrificio, que en la Misa se realiza, se contiene e incruentamente se inmola aquel mismo Cristo que una sola vez se ofreció Él mismo cruentamente en el altar de la cruz [Hebr. 9, 27] ; enseña el santo Concilio que este sacrificio es verdaderamente propiciatorio [Can. 3], y que por él sé cumple que, si con corazón verdadero y recta fe, con temor y reverencia, contritos y penitentes nos acercamos a Dios, conseguimos misericordia y hallamos gracia en el auxilio oportuno [Hebr. 4, 16]. Pues aplacado el Señor por la oblación de este sacrificio, concediendo la gracia y el don de la penitencia, perdona los crímenes y pecados, por grandes que sean. Una sola y la misma es, en efecto, la víctima, y el que ahora se ofrece por el ministerio de los sacerdotes, es el mismo que entonces se ofreció a sí mismo en la cruz, siendo sólo distinta la manera de ofrecerse. Los frutos de esta oblación suya (de la cruenta, decimos), ubérrimamente se perciben por medio de esta incruenta: tan lejos está que a aquélla se menoscabe por ésta en manera alguna [Can. 4]. Por eso, no sólo se ofrece legítimamente, conforme a la tradición de los Apóstoles, por los pecados, penas, satisfacciones y otras necesidades de los fieles vivos, sino también por los difuntos en Cristo, no purgados todavía plenamente [Can. 3].”

Y por ello establece los siguientes cánones, con carácter definitorio y obligatorio:

“Can. 1. Si alguno dijere que en el sacrificio de la Misa no se ofrece a Dios un verdadero y propio sacrificio, o que el ofrecerlo no es otra cosa que dársenos a comer Cristo, sea anatema [938].

Can. 2. Si alguno dijere que con las palabras: Haced esto en 949 memoria mía [Le. 22; 19; 1 Cor. 11, 24], Cristo no instituyó sacerdotes a sus Apóstoles, o que no les ordenó que ellos y los otros sacerdotes ofrecieran su cuerpo y su sangre, sea anatema [cf. 938].

Can. 3. Si alguno dijere que el sacrificio de la Misa sólo 950 es de alabanza y de acción de gracias, o mera conmemoración del sacrificio cumplido en la cruz, pero no propiciatorio; o que sólo aprovecha al que lo recibe; y que no debe ser ofrecido por los vivos y los difuntos, por los pecados, penas, satisfacciones y otras necesidades, sea anatema [cf. 940].”

No pretendamos entonces asistir a fiestas o a banquetes, o a recordatorios en memoria de nadie, ni siquiera a un recordatorio de la Pasión de Nuestro Señor, sino a su verdadero y actual Sacrificio, ya que es Cristo mismo, en la persona del Sacerdote, quien se sacrifica por nuestros pecados para que seamos perdonados, transformados, santificados , plenificados en la vida según Dios en Cristo mismo.

La Eucaristía es Alimento de Vida Eterna.  Precisamente por lo que acabo de decir, como fruto del Sacrificio Actual de Cristo, se nos libera de la esclavitud del demonio y del pecado, se nos otorga la Sabiduría de Dios para que seamos capaces de conocer su Santísima Voluntad para con cada uno y así podamos cumplir aquel anhelo de Jesús que, por favor, no podemos, no debemos olvidar nunca:

“Padre Santo, guarda en tu nombre a estos que me has dado, para que sea uno como nosotros… para que todos sea uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean en nosotros y el mundo crea que tú me has enviado”  (San Juan 17:11 y 21).

Porque la Vida Eterna no nos remite sólo al futuro, sino que ha de vivirse desde ahora.  Quien pretenda vivir una religión fácil, complaciente en el presente porque lo de Dios es para el futuro eterno, se equivoca. Quien pretenda confesarse y arrepentirse cuando le llegue la muerte, se pone en serio peligro de condenación eterna.  El verdadero cristiano debe esforzarse por vivir en el “camino estrecho” de la verdadera vida cristiana que es sinónimo de compromiso por alcanzar la santidad que no es otra cosa que una humilde y valiente actitud de sumergimiento en el Misterio Sublime, Insondable, Eternamente Presente, del Dios que es Verdad y Amor.  Misterio que no se logra entender pero sí se logra vivir sólo en Cristo Sumo y Eterno Sacerdote, Eucaristía perfecta, o sea Presencia, Sacrificio, Alimento.

Y sobre el Sacerdocio, al cual también me refería al principio.  Se insinúan tres aspectos al respecto:  En primer lugar el Sacerdocio es elección exclusiva de Dios, no somos los hombres quienes lo elegimos como si fuera una profesión más, es Dios quien, sin mérito de nuestra parte, nos llama y elige por el ministerio de la Santa Iglesia para hacer de cada uno de nosotros no sólo un  “alter Christus”, sino un verdadro “ipsus Christus”, lo cual da a entender que nos aparta del mundo para transformarnos y sumergirnos totalmente en el Misterio del Hijo de Dios e Hijo del Hombre, que se sacrifica sobre el Altar en cada  Misa para ser propiciación por los pecados de quienes se unen a ese sacrificio, viviéndolo en unión con el Sacerdote que lo celebra, que lo realiza.

Y lo anterior nos lleva de manera lógica a lo segundo: el Sacerdocio católico es radicalmente, eternamente el servicio directo, total, santo, a Dios, y no de cualquier manera ni inventado por hombre alguno, sino litúrgicamente según la manera que Dios mismo ha establecido desde siempre y que nadie tiene derecho de cambiar, manera en la cual la Iglesia la celebra desde los Apóstoles, y que bajo la luz del Espíritu Santo y sin cambiar nada de lo divinamente enseñado se fue aclarando y practicando para quedar definitivamente establecido en el citado Concilio de Trento. Por eso no es original de dicho Concilio, sino de Dios mismo desde la época de los Apóstoles.  Y este servicio litúrgico se realiza muy especialmente aunque no solamente en la Santa Misa, sino que se extiende a toda la actividad litúrgica que constantemente desarrolla la Iglesia, incluyendo el rezo de cada hora, o sea el Breviario, servicio a Dios, servicio a la Iglesia.

Y teniendo en cuenta así mismo lo anterior, es de esa misma manera que el Sacerdote realiza lo tercero, el servicio a los hombres en lo que se refiere a Dios.  Es a través de la correcta participación en la Liturgia, la participación y la recepción de los Sacramentos, la unión en la Oración litúrgica de los Sacerdotes como los seglares pueden llegar a Dios, y logran así dos aspectos esenciales de su propia vida: su propia inserción en Cristo para llegar a la santidad en el propio estado de vida, y al mismo tiempo su colaboración en el apostolado que ha de realizarse como Cuerpo Místico de Cristo.

En este punto conviene que recordemos la necesidad de evitar el doble error de secularizar al Clero y clericalizar al laicado.  Se seculariza al clero cuando los Sacerdotes asumen funciones que corresponden al laicado, como puede ser la labor de asistencia social, que aunque debe darse no es primordial en la vida y misión de la Iglesia, y le corresponde más bien al laicado orientado y animado por la Jerarquía, colaborando con las diversas instituciones que para ello debe tener la sociedad civil no sólo como asistencia de necesidades temporales sino como verdadera promoción temporal del ser humano hacia la plenitud temporal y eterna en Cristo.  Y se clericaliza al laicado cuando se le atribuyen funciones exclusivas del Sacerdote, especialmente en la Liturgia, que sí es primordial en la vida de la Iglesia, como puede ser la función de Lectores de la Palabra de Dios en la Santa Misa, función totalmente sacerdotal ya que es el Sacerdote, “Ipsus Christus”, quien es la voz de Dios que enseña, exhorta, fortalece a sus fieles.  Igualmente, siendo Cristo quien se entrega como Sacrificio y como Alimento, es exclusivamente el Sacerdote, insisto “Ipsus Christus”, quien con sus manos ungidas ha de tocar y entregar el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la distribución de la Sagrada Comunión.

Otro aspecto en el que considero que hoy día existe confusión es en lo que se refiere a la Catequesis, ya que nos encontramos con una gran deficiencia en la formación de los fieles en general ya que sabemos que en muchos lugares la catequesis es impartida por seglares de muy buena voluntad pero mal preparados para tal misión, que corresponde en primer lugar al Sacerdote, no al seglar, y en todo caso a seglares debidamente preparados, asesorados y constantemente acompañados por el Sacerdote, que repito sigue siendo el primer responsable, tal y como nos lo enseña San Pío X, en su Documento “Acerbo Nimis, II,7, al expresarlo magisterialmente declarando:   

  “II. EL DEBER PRIMORDIAL DEL SACERDOTE
7. Misión confiada a los pastores de almas.
Puesto que de la ignorancia de la religión proceden tantos y tan graves daños, y, por otra parte, son tan grandes la necesidad y utilidad de la formación religiosa, ya que, en vano sería esperar que nadie pueda cumplir las obligaciones de cristiano, si no las conoce; conviene averiguar hora a quién compete preservar a las almas de aquella perniciosa ignorancia e instruirlas en ciencia tan indispensable. -Lo cual, Venerables Hermanos, no ofrece dificultad alguna, porque ese gravísimo deber corresponde a los pastores de almas que, efectivamente, se hallan obligados por mandato del mismo Cristo a conocer y apacentar las ovejas, que les están encomendadas. Apacentar es, ante todo, adoctrinar: Os daré pastores según mi corazón, que os apacentarán con la ciencia y con la doctrina (Ier. 3, 15). Así hablaba Jeremías, inspirado por Dios. Y, por ello, decía también el apóstol San Pablo: No me envió Cristo a bautizar, sino a predicar (1 Cor. 1, 17) advirtiendo así que el principal ministerio de cuantos ejercen de alguna manera el gobierno de la Iglesia consiste en enseñar a los fieles en las cosas sagradas.

Muy queridos hermanos, que este Jueves Santo nos anime por tanto a continuar en el esfuerzo por vivir como verdaderos cristianos que “eucaristizados” por la acción sacerdotal de la Iglesia, somos capaces de instaurar el Reinado de Cristo en el corazón de la humanidad, en la familia, en la sociedad civil, en el campo político, en el campo educativo, en el campo económico, en el campo profesional, tanto a nivel nacional como internacional.

Y no nos olvidemos nunca de comprender a los Sacerdotes en su realidad misteriosa, humana y divina al mismo tiempo.  Oremos por todos los Sacerdotes para que real y plenamente seamos según el Corazón de Cristo, único Sumo y Eterno Sacerdote.  Y orando por las futuras vocaciones sacerdotales, promovámoslas, permítanme decirlo, incluso con más insistencia que el mismo matrimonio, porque hay muchos jóvenes que son llamados por el Señor, pero por el mundo tan materialista y egoísta que les rodea no descubren ese llamado, y vienen a vivir un matrimonio que no les permite encontrar su verdadera realización ni su felicidad temporal.  Muchos somos los escogidos por el Señor para vivir la felicidad eterna de la “Cruz Sacerdotal” para “completar lo que falta a la Pasión del Señor por el bien de su Cuerpo la Iglesia”  (cf. Colosenses 1:24-25).

Señor, danos Sacerdotes según tu Corazón capaces de aplicar a todos los que el Padre Celestial te ha dado los méritos de tu Sacrificio Redentor en la Santa Misa y toda la Liturgia diaria que algún día nos lleve a todos a participar de tu Liturgia Eterna y Celestial.  Amén. 


Pbro. José Pablo de Jesús, o.c.e.