Jesús Eucaristía, Plenitud de la Misericordia

DOMINGO XV DESPUES DE PENTECOSTES
21 de Septiembre de 2014
Gálatas 5: 25-26, 6: 1-10;  Salmo 91: 2-3;
 Salmo 94: 3; San Lucas 7: 11-16



Muy Queridos Hermanos en Cristo Jesús:

A partir de estas preciosas lectura, tanto de Gálatas como de San Lucas, debemos recordar otras palabras de Jesús, en otros lugares del Evangelio.  Por ejemplo:  “Yo he venido para que tengan vida, y vida en abundancia”  (San Juan 10:10), y en otro lugar dice también el Señor:  “Yo soy la resurrección y la vida”  (San Juan 11: 25). 
Queridos hermanos, ¿qué es lo que nos presentan estas dos lecturas?  Podemos sintetizarlo en una sola palabra, una palabra que últimamente se menciona muchísimo en los ambientes de la Iglesia, desde Su Santidad el Papa Francisco hasta los últimos rincones de la Iglesia se viene mencionando con insistencia prácticamente diaria esa palabra, y que en realidad es el nombre de una virtud, una virtud muy importante, pero poco entendida:  la Misericordia.   Y digo poco entendida la virtud de la misericordia porque la inmensa mayoría de las personas la confunden fácilmente con tolerancia, incluso en algunas ocasiones con alcahuetería.  Pero la misericordia verdadera no es  tolerancia ni alcahuetería.  Y nos lo dice bien claro el Apóstol Pablo en la carta a los Gálatas:  nos dice Pablo entre otras cosas hoy  “Llevad los unos las cargas de los otros” pero también dice “cada quien debe llevar su propia carga”. 
Querido hermanos, analicemos hoy un poquito esa virtud.  Ciertamente grandiosa, importante, necesaria, urgente, pero repito, poco entendida.  Analicémosla.  Y para analizarla, veamos la misericordia a tres niveles, el primero de ellos absolutamente necesario para todos ser humano:  la Misericordia de Dios.  Todos necesitamos ser sujetos de la Misericordia de Dios.  No hay un solo ser humano sobre la tierra, ni en tiempos pasados, ni en tiempos presentes, ni en tiempos futuros que pueda decir:  “yo no necesito de la Misericordia de Dios”.  ¡Todos necesitamos la Misericordia de Dios!  Porque de una u otra forma todos hemos ofendido a Dios, todos hemos pecado, gravemente o levemente,  Dios quiera que no pequemos gravemente, pero somos humanos,  y si no tenemos suficiente fuerza de vida espiritual fácilmente caemos en el pecado venial, y el pecado venial también ofende a Dios.  Necesitamos su Misericordia.
Ahora bien, tenemos que decir que ciertamente la Misericordia de Dios es infinita, pero siempre hay que recordar que como Virtud Divina, o Virtud de Dios, va unida a todas las demás Virtudes, a todos los demás Atributos de Dios, entre esos la Justicia.  Así como Dios es infinitamente Misericordioso, Dios también es infinitamente Justo, y si alguien peca, sea gravemente, sea venialmente, y no se arrepiente de su pecado, la Misericordia de Dios no le llega, le llega la Justicia, porque dice también San Pablo muy claramente hoy mismo: “De Dios nadie se burla”.  
Entonces, queridos hermanos, debemos recordar lo que también hemos dicho en otras oportunidades:  la Misericordia de Dios, al igual que va unida con la Justicia, va unida también con la Verdad.  Y Dios, a quien se arrepiente  con sinceridad y con propósito de no volver a pecar, Dios le aplica su Misericordia, y recordemos otra cosa que también hemos dicho repetidamente, la Misericordia de Dios no es solamente perdón, la Misericordia de Dios es también Fortaleza para vivir según su Santísima Voluntad, es Fortaleza para vivir en santidad.  Pero podríamos continuar hablando de esa Misericordia Divina, pero veamos ahora cómo nos aplica Dios su Misericordia.  Hay sólo una manera, o un medio, por el cual Dios nos aplica su Misericordia, y ese medio es Jesucristo mismo.  Jesucristo, el que resucitó al hijo de la viuda de Naim, Jesucristo, el que dijo que había venido para dar vida en abundancia, ¡ese es el medio a través del cual Dios nos aplica su Misericordia, medio precioso, medio Santísimo, porque es Dios mismo, Jesús es Dios también.  Pero ÉL, concretamente ÉL es quien nos aplica su Misericorida.  Jesús mismo es quien nos aplica su Misericordia.  
Ahora bien, ¿a quiénes aplica su Misericordia?  Se la aplica a los que por el pecado están muertos.  En muchas otras ocasiones también hemos dicho que quien vive en pecado grave es un cadáver, un cadáver ambulante, y si ese cadáver ambulante se arrepiente de sus pecados, Jesús le aplica su Misericordia, o sea, ¡le resucita!... Ahora bien, ¿A través de qué le resucita Jesús?  ¿A través de qué le aplica Jesús su Misericordia a quien quiere revivir, a quien quiere ser resucitado por Cristo?  A través de los Sacramentos,  Cristo mismo le ha dado a la Iglesia, y especialmente tenemos que mencionar aquí tres Sacramentos:  Bautismo, alguien que no está bautizado es un cadáver, quien estando bautizado vuelve a pecar es un cadáver… ¿Cómo vuelve a resucitar Cristo Nuestro Señor a esa persona?:  por la Confesión Sacramental, pero Jesús no se contenta con decirle:  “¡Levántate!”…  Al decirle “¡levántate!”, Jesús le está diciendo “¡Vive en plenitud!”   Cuando de la boca de Cristo mismo sale ese “¡Levántate!”, cuando de la boca de Jesús a través del Sacerdote sale ese “Yo te absuelvo de tus pecados”, “Ego te absolvo”,  Jesús le está retornando la vida en plenitud, que le había dado en el Bautismo. Pero esa vida en plenitud tiene que ser alimentada, así como una persona que se levanta de su lecho de enfermo tiene que alimentarse bien para poder fortalecerse y no volver aq caer enfermo, así el pecador que se arrepiente y que recibe la absolución necesita también alimentarse… ¿Cómo?  De Cristo mismo, en la Eucaristía, para entonces tener esa vida en plenitud. 
Queridos hermanos, esta es la primera visión que siempre debemos tener de la Misericordia Divina, Cristo nos otorga su Misericordia, por el Bautismo, por la Confesión, por la Eucaristía, para darnos esa vida en plenitud, y tenemos entonces que vivir intensamente estos Sacramentos, tenemos que vivir intensísimamente el Bautismo, la Confesión, la Eucaristía, la Santa Misa, la Comunión, tenemos que vivirla cada día con mayor intensidad.  Y podríamos abundar en esta primera visión de la Misericordia.  Paso rápidamente a otras dos visiones de la Misericordia.  La Misericordia de Dios que se nos aplica es la primera. 
Ahora, queridos hermanos, la segunda:  nuestra vivencia de esa misma misericordia para con el prójimo.  El católico que no es misericordioso, según Dios, no según el mundo, para con el prójimo, es un hipócrita si dice que está viviendo la eucaristía… Queridos hermanos, el que vive la Eucaristía de verdad, el que vive la Eucaristía en profundidad, el que vive la Eucaristía con humildad, el que vive la Eucaristía con sinceridad, el que vive la Eucaristía con gratitud hacia Dios, el que vive la Eucaristía en un verdadero espíritu eclesial, aquello que ha recibido, la Misericordia de Dios, la comparte con el prójimo, y si ve a un prójimo que está necesitado, sea de lo que sea, le comparte lo que ha recibido de Dios.  Y recordemos que esa Misericordia nos da la vida en plenitud de Cristo, y por tanto queridos hermanos, lo que nosotros tenemos que compartir con el prójimo es “Vida en Plenitud Integral”, ¡Integral!, pero muy pocas personas han logrado entenderme esa expresión cuando cada vez que yo la he dicho, y no es la primera vez que la digo, y tampoco será la última que la diré. 
Cristo nos da vida en plenitud integral, y por tanto si nosotros compartimos la misericordia, si somos misericordiosos con el prójimo, tenemos que compartir, tenemos que colaborar con el prójimo, para que el prójimo también tenga “Vida en Plenitud Integral”.  ¡Hipócritas aquellos que sólo comparten con el  prójimo lo material!  ¡Hipócritas aquellos que pretenden compartir con el prójimo sólo lo espiritual! ¡Hipócritas aquellos que pretenden compartir con el prójimo sólo lo temporal!... O sólo lo transcendente!  Cristo nos da plenitud integral en todo sentido:  en lo espiritual, en lo moral, en lo físico, en lo psicológico, en lo personal, en lo familiar, en lo social, en lo laboral, en lo profesional, en lo económico,  ¡en todo!  Y esto tenemos que profundizarlo, queridos hermanos, para saber entender qué le está pidiendo Dios hoy a cada cristiano, qué está pidiendo Dios a cada católico, qué le está pidiendo Dios a cada católico que dice que hace oración… el católico que viene a decirme que está haciendo oración, pero se encierra egoístamente en sí mismo, en una salvación egoísta, o en la salvación egoísta solamente de su familia, es un hipócrita también.  El católico que hace oración de verdad, y que participa de verdad en los Sacramentos, tiene que salir de sí mismo, tiene que olvidarse de sí mismo y proyectar la Verdad de Dios hacia el prójimo… ¡esto es misericordia!... No solamente es sacarlo de la miseria, sino sacándole de la miseria llevarle a vivir en plenitud un auténtico cristianismo.  Sacarle de la miseria, ayudarle a dignificarse como ser humano, eso es una primera parte de la misericordia, pero para completar la misericordia a ese que se le da dignidad humana, hay que darle también la oportunidad de llegar a ser… ¡santo en Cristo Jesús!   ¡eso es misericordia!  ¡Lo demás son palabras que se lleva el viento!
Pero hay una tercera visión que no puedo dejar de mencionar:  Queridos hermanos, Cristo Nuestro Señor instituyó la Iglesia Católica como Madre amorosa que  cuida a sus hijos…  Y esta Iglesia, Madre amorosa de todos sus hijos, ¡hoy llora!… porque muchos de sus hijos están muertos:  ¡viven en el pecado grave!…  Nosotros, si realmente por los sacramentos, por la Eucaristía, vivimos en Cristo, tenemos que ser embajadores de Cristo ante esos hermanos nuestros en la fe que viven en pecado grave… Por eso nos decía San Pablo: “practicad la caridad con todos, pero sobre todo con los hermanos en la fe”.  Somos miembros de la Iglesia, y como miembros de la Iglesia, y como Iglesia por tanto, tenemos que acercarnos a quien viva en pecado grave, no para callarle el pecado, no para alcahuetearle esa situación de muerte, sino para ayudarle a salir del pecado, para animarle, para ayudarle a ponerse en el camino  en el cual va a encontrar a Cristo que en la Confesión y en la Eucaristía le va a dar plenitud integral.
Queridos hermanos, yo quiero invitarlos a que no dejemos en el olvido este mensaje que el Señor nos da hoy a través de su Palabra.  Analicemos este mensaje en todos sus puntos, en todos sus aspectos, y apliquémoslo a todo lo que el Señor está poniendo en nuestras manos en estos tiempos que nos toca vivir, para que el tiempo que viene, el tiempo que todavía tenemos que peregrinar en esta tierra, no sea conforme a los criterios del mundo, sino que sean conforme a los criterios de Dios, esos criterios de Misericordia Divina, esos criterios de santidad, esos criterios de vida en plenitud integral, para la Gloria de Dios y para la santidad de toda la Iglesia y bien de toda la humanidad. Así sea.

Pbro. José Pablo de Jesús Tamayo Rodríguez, o.c.e.  

La Cruz es nuestra vida

FIESTA DE LA EXALTACION DE LA SANTA CRUZ

Domingo 14 de Septiembre de 2014

Filipenses 2: 5-11;  Salmo 2: 8-9;
San Juan 12: 31-36






Muy queridos hermanos en el Señor:

Lastimosamente en el mundo católico de hoy día en general, se le da muy poca importancia a esta Fiesta que es ciertamente muy importante, especialmente constatamos esto aquí en Centro América, en Costa Rica, por las celebraciones cívicas de la Independencia Nacional, la Fiesta Religiosa de la Santa Cruz queda totalmente opacada, incluso estoy seguro de que hay muchísimos católicos que no saben que el 14 de Septiembre es la Fiesta de la Exaltación  de la Santa Cruz, sin embargo tiene una importancia enorme.  

Por eso lo que nos decía el Apóstol Pablo en su carta a los Filipenses.  Y qué nos daba a entender Pablo en esa Lectura, precisamente todo lo contrario de lo que el mundo enseña, todo lo contrario de lo que el mundo promueve…  ¿Qué es lo que promueve el mundo?:  la soberbia, el orgullo, el poder, la fama, y el Hijo de Dios, Dueño de todo el mundo, ¿qué nos dice?:  tomando sobre sus hombros la Cruz, nos dice que tenemos que ser humildes y capaces de vivir también nosotros como El y con El la Cruz… ¡Qué miedo le tiene hoy día el mundo a la Cruz!, sin embargo podemos estar en un mil por ciento seguros de que sólo el camino de la Cruz es el camino de la salvación, entendiendo por salvación lo que siempre hemos dicho:  Plenitud.   Hoy día, muchísimas organizaciones del mundo nos ofrecen plenitud y nos llevan al engaño de que la plenitud está en el goce de los placeres del mundo; ¡Qué error más grande! ¡Qué mentira más grande! y nos ofrecen placeres que, en sí mismos, por sí solos, pueden ser lícitos, no necesariamente pecaminosos,  pero que pueden ser la puerta para pasar de lo lícito a lo ilícito y a lo pecaminoso;  por ejemplo, quien llega a obtener muchos bienes materiales, eso no es ilícito, si alguien a base de su trabajo honrado obtiene muchos bienes, eso no es pecado pero, si por tener muchos bienes materiales , se encierra en el egoísmo material y espiritual, eso sí es pecado. 

Por eso queridos hermanos, el camino a la plenitud no es necesariamente el bienestar temporal, el camino a la plenitud es aquel que Cristo nuestro Señor, sin necesitarlo El mismo siguió, el camino de la Cruz, el camino de la humildad, el camino de la entrega, la propia entrega… Cristo se entregó en la Cruz, Cristo en la Cruz se nos entrega, Cristo en la perpetuidad eucarística de su Cruz se nos sigue entregando.

Queridos hermanos, aquí hay otro posible engaño del mundo actual, infiltrado incluso en la vida de la Iglesia; en ciertos sectores de la Iglesia hoy día están promoviendo una religión fácil, una religión cómoda, aquella que en mundo llamarían la religión light.  Cualquier religión cómoda, fácil, light, es falsa, la única religión verdadera, es la religión que sigue al Crucificado, la única religión verdadera es ésta que nos enseña a imitar al Crucificado, así como Jesús se entregó en la Cruz, así también nosotros hemos de entregarnos en la Cruz. 

Por supuesto, ninguno de nosotros va a morir como Jesús clavado en la Cruz, primeramente porque no lo merecemos, el gran apóstol San Pedro no se creyó digno de morir exactamente como Cristo y pidió que lo crucificaran cabeza abajo, donde Cristo tuvo los pies.  Es muy posible que ninguno de nosotros merezca semejante premio, pero sí hemos de estar dispuestos a cargar la Cruz del dolor, si eso llegara; hemos de estar dispuestos a cargar la cruz, muy especialmente del olvido de nosotros mismos para entregarnos y como siempre lo hemos dicho entregarnos como Jesús mismo continúa su Cruz Eucarística en el Altar, en dos sentidos:  Cristo perpetua en el Altar de la Eucaristía su Cruz primeramente para la Gloria de Dios Padre, y en segundo lugar para colaborar en la salvación y la plenitud del prójimo. 

Pero queridos hermanos quien me diga a mí que ama al prójimo  porque lo ayuda en muchas cosas, quien me diga que ama al prójimo porque le da limosna, quien me diga que ama al prójimo porque le regala una silla de ruedas al paralitico, pero no es capaz de entregarse como Cristo y en Cristo para la Gloria de Dios Padre y para la santificación de ese mismo prójimo es un mentiroso, en todo caso estará practicando la filantropía, pero no la verdadera caridad que tiene su fuente innegable en la Cruz.

Queridos hermanos ese es el gran ejemplo que Cristo nos da, y esta Fiesta de hoy debe tener para nosotros varios frutos, el primero, aquel que también nos insinúa muy preciosamente la Liturgia de hoy, cuando nos motiva para decir:


“Te adoramos, oh, Cristo y te bendecimos, pues por Tu Santa Cruz redimiste al mundo. - Adoramus te Criste et benedicimus tibi,quia per sanctan crucem tuam redimisti mundum”. 

Debemos adorar a Cristo crucificado, mucho nos critican a los católicos, porque el Viernes Santo adoramos la Cruz, no es un pedazo de madera lo que estamos adorando, es a Cristo Crucificado a Quien se adora, pero no hay que adorarlo sólo el Viernes Santo, hay que adorarlo en la Cruz, día tras día, cuando se participa en su Santo Sacrificio de la Cruz Eucarística en el Altar de la Santa Misa;  y además queridos hermanos, el otro fruto de esta Fiesta debe ser precisamente nuestra propia crucifixión, aceptando con paz todo lo que llega a nuestra vida, aceptando con verdadera paz responsable lo que llega a nuestra vida, ofreciéndoselo a Dios en la Cruz Eucarística de Cristo.  Y el tercer fruto ha de ser olvidarnos  de nosotros mismos para ayudar al prójimo a vivir también la plenitud de Cristo Crucificado, no podemos contentarnos con dar limosna, no podemos contentarnos con dar bienes materiales al prójimo, no podemos contentarnos con darle al prójimo bienes culturales, sino que debemos darle al prójimo aquello que también en otras oportunidades hemos dicho, la vida en Cristo, no debemos buscar entregarnos al prójimo para que el prójimo nos alabe, no debemos ayudar al prójimo para que el prójimo se pegue a nosotros como un parásito, sino que debemos ser canales, debemos ser puentes a través de los cuales la gracia de Cristo, la plenitud de Cristo Crucificado llegue al prójimo, y consecuentemente el prójimo también llegue a Cristo, sin quedarse en nosotros, ese es el puente que llamamos Cruz. 

Hermanos,  mañana estaremos celebrando la Independencia Cívica, yo siempre me pregunto, qué independencia tiene Centroamérica, si Centroamérica al igual que muchos países en el mundo en este momento es esclava del materialismo ateo, esclava del relativismo inmoral que domina en el mundo.  Por tanto en estos días oremos y propongámonos trabajar cristianamente, entregarnos y vivir nuestra Cruz, la Cruz de Cristo para que Centroamérica llegue a vivir la verdadera y plena independencia, no sólo en el tiempo y en lo material y temporal, sino también en lo moral, en lo espiritual y en lo eterno.  Qué así sea.


Pbro. José Pablo de Jesús Tamayo Rodríguez, o.c.e.

Experiencia en Jesús

DOMINGO XIII DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

7 de Septiembre de 2014


Gálatas 3: 16-22;  Salmo 73: 20, 19, 22
Salmo 89: ;  San Lucas 17: 11-19


Muy queridos hermanos en Cristo.  Ciertamente el panorama que nos presenta hoy la Palabra de Dios, debemos verlo desde dos perspectivas:  Una  negativa y angustiante, la otra positiva y esperanzadora.  El panorama negativo que nos permite confirmar hoy el Señor es que ciertamente la inmensa mayoría de las personas incluyendo el pueblo católico:  Clero, vida consagrada, laicado, en la realidad profunda de sus vidas no viven la fe, porque recordemos que vivir la fe es tener la experiencia no sólo constante, sino también  continuamente creciente, central, umbral de Cristo nuestro Señor y menos todavía si nos referimos  al Misterio Eucarístico de Jesús:  Presencia, Sacrificio, Alimento de Vida Eterna;  y si no se vive la fe, experiencia viva y continúa de Cristo todo se  complica,  se corrompe, es dominado por las consecuencias de los pecados capitales:  Soberbia , avaricia, lujuria, ira, gula, envidia, pereza; dominado por los gustos y placeres del mundo, aparentemente buenos, pero, asesinos de una verdadera vida cristiana; y fomentados por los espectáculos públicos y los medios de comunicación social mal utilizados.  Y por eso todo lo que estamos viendo y escuchando en el mundo y experimentando en la sociedad, en la familia, en la misma Iglesia, es un panorama ciertamente angustiante, si se ve con ojos puramente humanos.

El panorama positivo, que se contrapone a lo anterior es precisamente que quienes con humildad, sinceridad, firmeza, generosidad, vivimos la experiencia de Cristo, podemos estar ciertos de que en Él y sólo en Él, hay salvación, en Él y sólo en Él, hay plenitud de vida, sólo en Él hay verdad, sólo en Él hay esperanza, sólo en Él hay paz, sólo en Él hay luz, sólo en Él hay verdadera solidaridad; que debe convertirse en comunión de vida. 

Pero debemos fortalecer esa experiencia vivencial de Cristo nuestro Señor, repito con humildad, sinceridad, firmeza, generosidad.  Con humildad ante todo en la relación con el Señor, porque lo primero que debe hacer quien realmente experimenta la acción de Cristo en su vida, es reconocer que es pecador; ha cometido pecados y siente las tentaciones del mundo, del demonio de la carne, cada día y reconoce con sinceridad que necesita el perdón del Señor,  dejándose aplicar el valor infinito de su Preciosísima Sangre en la confesión periódica, sincera, con un buen examen de conciencia, con sincero dolor de los pecados por haber ofendido a quien sigue entregándose eucarísticamente por su salvación, con fuerte propósito de enmienda y santificación, sin ocultar ningún pecado grave ni venial, cumpliendo la penitencia impuesta por el confesor. 

Con firmeza, porque no sólo lucha contra el pecado y las tentaciones, sino que con constancia se esfuerza por alcanzar el grado de santidad que Dios le pide, con la debida orientación del director espiritual, y el uso de los medios que Dios le concede en una auténtica vida espiritual y eclesial. 

Con generosidad, por una parte buscando cumplir siempre, no importa las circunstancias, la Voluntad de Dios en y desde la vivencia en Cristo; y por otra parte siempre dispuesto a dar el testimonio público, gozoso, sincero, valiente de Cristo, sin importar las consecuencias, incluso, martiriales que puedan llegar en cualquier momento.

Hermanos, ante estos dos panoramas, muy rápidamente esbozados, no examinemos a los demás, examinémonos a nosotros mismos y permitámosle a Cristo que nos cure de nuestra ceguera, de nuestra sordera, de nuestra mudez o tartamudez , vivamos con confianza, con gozo y seriedad simultáneas las Virtudes Cristianas, Fe, Esperanza, Caridad, Prudencia, Fortaleza, Sabiduría, Templanza, Pureza, Diligencia, Humildad, Desprendimiento, Paciencia, Perseverancia. 

Vivamos la Oración personal, no sólo para pedir por las necesidades, vivamos la adoración, la contemplación, la escucha de Dios para vivir realmente como ÉL quiere de cada uno, para descubrir los jóvenes el posible llamado a la vocación sacerdotal, vivamos la oración litúrgica, Breviario y Celebración de la Santa Misa, no como simple acto cultural y social según cree el mundo, sino como verdadera experiencia del Acto Salvífico del Señor, que nos sumerge en el océano infinito de su Verdad y su Amor y de su Relación Trinitaria con el Padre y el Espíritu Santo.   Y culminemos cada día, cada mes, cada año, cada etapa de nuestra vida con la vivencia plena del Sacrificio de Cristo en la Santa Misa, del Cristo que sigue sacrificándose, que sigue entregándose, que sigue amando, que sigue comunicando vida en plenitud, que sigue invitándonos a vivir igualmente en y desde su Divino Corazón nuestro propio sacrificio de hostificación, de oblación eucarística, para el establecimiento del Reino de Cristo en el corazón de la Iglesia,  en el corazón de cada cristiano, en el mundo. 

Así podremos no sólo ver y experimentar paz, sino que podremos con toda la Iglesia, continuar peregrinando esperanzadoramente hacia el Reino Eterno de Dios, que debe ser concientemente la meta de cada uno y de todos en la verdadera comunión en Cristo.  Si no se vive la Fe, experiencia permanente de Cristo, habrá oscuridad, habrá destrucción, habrá odio, habrá violencia, habrá pecado.  Si se vive esa Fe luminosa, esa experiencia amorosa, fiel, gozosa de Cristo, en medio de todo y a través de la Cruz, habrá verdadera y eterna realización, verdadera y luminosa plenitud. 

Cristo ayer, Cristo hoy, Cristo siempre.  Cristo en la salud, Cristo en la enfermedad, Cristo en la pobreza y en la abundancia compartidas, Cristo en las dificultades y sufrimientos, Cristo en los triunfos y en los gozos, Cristo en la aceptación,  Cristo en el hablar, Cristo en el callar, Cristo en la persecución, Cristo en la mente, Cristo en el corazón, Cristo en la voluntad, Cristo en el ser, Cristo en el hacer, Cristo en la vida, Cristo en la muerte, Cristo en la eternidad. 

“Sed, en fin imitadores de Dios como hijos amados y caminad en el amor como Cristo nos amó y se entregó por nosotros en oblación y sacrificio de fragante y suave olor”  (Efesios)  Así sea.


Pbro. José Pablo de Jesús Tamayo Rodríguez, o.c.e.

Jesús, el Buen Samaritano

DOMINGO 12° DESPUES DE PENTECOSTES

31 de Agosto de 2014
II Corintios 3: 4-9;  Salmo 33: 2-3;
Salmo 87: 2; San Lucas 10: 23-37



Muy queridos hermanos en Cristo:

Ciertamente, lo que nos enseña San Pablo hoy, podemos entenderlo si comparamos el sentimiento de un criminal que habiendo estado en la cárcel, es indultado por la ley, con el sentimiento de un cristiano que recibe la absolución de sus pecados en el Sacramento de la Confesión.  Aquel podrá sentirse libre en ese momento, pero con la incertidumbre de cuál será su suerte en el tiempo y en el lugar donde deba vivir y realizarse.  El cristiano en cambio experimenta algo totalmente diferente, perdurable, cierto:  la justicia y la misericordia del Señor que no sólo le perdona sino que le da Vida Nueva y Plena, su misma vida divina.

Pero Jesús va más allá en lo que nos revela en esa maravillosa parábola del Buen Samaritano, que no se contenta con atender al asaltado en el momento en que lo encuentra malherido sino que se hace responsable de que se le cuide y atienda hasta su total restablecimiento.  Eso es lo que Jesús sigue realizando: no sólo instituye el Sacramento de la Confesión para aplicarnos su Justicia, sino que instituye también el Sacramento de la Eucaristía.  Y éste no sólo para alimentarnos y fortalecernos en el camino hacia la eternidad.  También hace, continua algo más en la perpetua celebración de la Santa Misa.

Para descubrir eso veamos el ejemplo del Santo que hoy estaríamos celebrando litúrgicamente si no fuera Domingo:  San Ramón Nonato, quien, además de otros detalles interesantes de su vida, se consagró al Señor en la Orden Religiosa de los Mercedarios, que tuvo como misión especial rescatar a los cristianos cautivos de los musulmanes en aquellos tiempos (siglo XIII), y precisamente a eso se dedicó San Ramón Nonato: a rescatar a los cristianos cautivos de los sarracenos de Argelia, que al igual que los musulmanes de hoy día ya querían apoderarse de todo el mundo, obligando bajo pena de esclavitud o de muerte a quienes no querían convertirse a sus creencias.  Y además de entregarse en lugar de algunos de ellos para que les dieran la libertad, con los que permaneció les consolaba y les fortalecía con el amor a la Santísima Eucaristía y a la Santísima Virgen, predicándoles las verdades del Evangelio, logrando incluso la conversión de algunos de los captores, motivo por el cual le torturaron.  En pocas palabras, experimentó en su vida lo que Jesús continúa viviendo en la Santísima Eucaristía: su Oblación, como expresión y aplicación perenne de la Justicia y la Misericordia Divina.

¿Qué estoy insinuando con todo esto?  Que quien verdaderamente vive la Eucaristía, dejándose transformar por el Señor, se olvida de sí mismo, de su descanso, de su seguridad, de su propia realización egoísta, para vivir eucarísticamente su propia oblación, su entrega por la conversión, la salvación, la santificación de la Iglesia y de la humanidad.   

Jesús, en la Santa Misa, es el Buen Samaritano que se nos sigue entregando, que se sigue entregando, oblacionando por toda la humanidad para que lleguen a la salvación todos los que el Padre Celestial conoce por su Divina Providencia que han de llegar incluso a la santidad.  Y al entregársenos, si estamos abiertos sinceramente a su Divina acción  eucarística, descubriremos que también anhela que igualmente, en ÉL y con ÉL nos oblacionemos nosotros por la Iglesia, por la humanidad, concretamente en estos momentos históricos con todo lo que vive tanto la Iglesia como la sociedad en general. 

Sólo la Victimación sustitutiva de Jesús, vivida vicarialmente por todos y cada uno de nosotros en y desde el Altar y el Sagrario proyectados a todos los aspectos de la vida de la Iglesia y de la humanidad, logrará la solución de las situaciones dolorosas que conocemos y experimentamos.  Sólo Jesús es el Salvador, y nosotros desde el Altar y el Sagrario hemos de ser el puente para que esa Salvación de Justicia y Misericordia llegue hasta donde ha de llegar y como ha de llegar, repito, en la Divina y Misteriosa Providencia de Dios.
Pbro. José Pablo de Jesús Tamayo Rodríguez, o.c.e.

“Gloria in excelsis Deo,

et in terra pax hominibus bonae voluntatis”