DOMINGO XV DESPUES DE
PENTECOSTES
21 de Septiembre de
2014
Gálatas 5: 25-26, 6: 1-10; Salmo 91: 2-3;
Salmo 94: 3; San Lucas 7: 11-16
Muy Queridos Hermanos en Cristo
Jesús:
A
partir de estas preciosas lectura, tanto de Gálatas como de San Lucas, debemos
recordar otras palabras de Jesús, en otros lugares del Evangelio. Por ejemplo:
“Yo he venido para que tengan
vida, y vida en abundancia” (San Juan 10:10),
y en otro lugar dice también el Señor: “Yo soy la resurrección y la vida” (San Juan 11: 25).
Queridos
hermanos, ¿qué es lo que nos presentan estas dos lecturas? Podemos sintetizarlo en una sola palabra, una
palabra que últimamente se menciona muchísimo en los ambientes de la Iglesia,
desde Su Santidad el Papa Francisco hasta los últimos rincones de la Iglesia se
viene mencionando con insistencia prácticamente diaria esa palabra, y que en
realidad es el nombre de una virtud, una virtud muy importante, pero poco
entendida: la Misericordia. Y digo poco entendida la virtud de la
misericordia porque la inmensa mayoría de las personas la confunden fácilmente
con tolerancia, incluso en algunas ocasiones con alcahuetería. Pero la misericordia verdadera no es tolerancia ni alcahuetería. Y nos lo dice bien claro el Apóstol Pablo en
la carta a los Gálatas: nos dice Pablo entre
otras cosas hoy “Llevad los unos las
cargas de los otros” pero también dice “cada quien debe llevar su propia carga”.
Querido
hermanos, analicemos hoy un poquito esa virtud.
Ciertamente grandiosa, importante, necesaria, urgente, pero repito, poco
entendida. Analicémosla. Y para analizarla, veamos la misericordia a
tres niveles, el primero de ellos absolutamente necesario para todos ser
humano: la Misericordia de Dios. Todos necesitamos ser sujetos de la
Misericordia de Dios. No hay un solo ser
humano sobre la tierra, ni en tiempos pasados, ni en tiempos presentes, ni en
tiempos futuros que pueda decir: “yo no
necesito de la Misericordia de Dios”.
¡Todos necesitamos la Misericordia de Dios! Porque de una u otra forma todos hemos
ofendido a Dios, todos hemos pecado, gravemente o levemente, Dios quiera que no pequemos gravemente, pero
somos humanos, y si no tenemos
suficiente fuerza de vida espiritual fácilmente caemos en el pecado venial, y
el pecado venial también ofende a Dios.
Necesitamos su Misericordia.
Ahora
bien, tenemos que decir que ciertamente la Misericordia de Dios es infinita,
pero siempre hay que recordar que como Virtud Divina, o Virtud de Dios, va
unida a todas las demás Virtudes, a todos los demás Atributos de Dios, entre
esos la Justicia. Así como Dios es
infinitamente Misericordioso, Dios también es infinitamente Justo, y si alguien
peca, sea gravemente, sea venialmente, y no se arrepiente de su pecado, la
Misericordia de Dios no le llega, le llega la Justicia, porque dice también San
Pablo muy claramente hoy mismo: “De Dios nadie se burla”.
Entonces,
queridos hermanos, debemos recordar lo que también hemos dicho en otras oportunidades: la Misericordia de Dios, al igual que va
unida con la Justicia, va unida también con la Verdad. Y Dios, a quien se arrepiente con sinceridad y con propósito de no volver a
pecar, Dios le aplica su Misericordia, y recordemos otra cosa que también hemos
dicho repetidamente, la Misericordia de Dios no es solamente perdón, la Misericordia
de Dios es también Fortaleza para vivir según su Santísima Voluntad, es
Fortaleza para vivir en santidad. Pero
podríamos continuar hablando de esa Misericordia Divina, pero veamos ahora cómo
nos aplica Dios su Misericordia. Hay
sólo una manera, o un medio, por el cual Dios nos aplica su Misericordia, y ese
medio es Jesucristo mismo. Jesucristo,
el que resucitó al hijo de la viuda de Naim, Jesucristo, el que dijo que había
venido para dar vida en abundancia, ¡ese es el medio a través del cual Dios nos
aplica su Misericordia, medio precioso, medio Santísimo, porque es Dios mismo,
Jesús es Dios también. Pero ÉL,
concretamente ÉL es quien nos aplica su Misericorida. Jesús mismo es quien nos aplica su Misericordia.
Ahora
bien, ¿a quiénes aplica su Misericordia?
Se la aplica a los que por el pecado están muertos. En muchas otras ocasiones también hemos dicho
que quien vive en pecado grave es un cadáver, un cadáver ambulante, y si ese
cadáver ambulante se arrepiente de sus pecados, Jesús le aplica su
Misericordia, o sea, ¡le resucita!... Ahora bien, ¿A través de qué le resucita
Jesús? ¿A través de qué le aplica Jesús
su Misericordia a quien quiere revivir, a quien quiere ser resucitado por
Cristo? A través de los Sacramentos, Cristo mismo le ha dado a la Iglesia, y
especialmente tenemos que mencionar aquí tres Sacramentos: Bautismo, alguien que no está bautizado es un
cadáver, quien estando bautizado vuelve a pecar es un cadáver… ¿Cómo vuelve a
resucitar Cristo Nuestro Señor a esa persona?:
por la Confesión Sacramental, pero Jesús no se contenta con
decirle: “¡Levántate!”… Al decirle “¡levántate!”, Jesús le está
diciendo “¡Vive en plenitud!” Cuando de
la boca de Cristo mismo sale ese “¡Levántate!”, cuando de la boca de Jesús a
través del Sacerdote sale ese “Yo te absuelvo de tus pecados”, “Ego te absolvo”, Jesús le está retornando la vida en plenitud,
que le había dado en el Bautismo. Pero esa vida en plenitud tiene que ser
alimentada, así como una persona que se levanta de su lecho de enfermo tiene
que alimentarse bien para poder fortalecerse y no volver aq caer enfermo, así
el pecador que se arrepiente y que recibe la absolución necesita también
alimentarse… ¿Cómo? De Cristo mismo, en
la Eucaristía, para entonces tener esa vida en plenitud.
Queridos
hermanos, esta es la primera visión que siempre debemos tener de la
Misericordia Divina, Cristo nos otorga su Misericordia, por el Bautismo, por la
Confesión, por la Eucaristía, para darnos esa vida en plenitud, y tenemos
entonces que vivir intensamente estos Sacramentos, tenemos que vivir intensísimamente
el Bautismo, la Confesión, la Eucaristía, la Santa Misa, la Comunión, tenemos
que vivirla cada día con mayor intensidad.
Y podríamos abundar en esta primera visión de la Misericordia. Paso rápidamente a otras dos visiones de la
Misericordia. La Misericordia de Dios
que se nos aplica es la primera.
Ahora,
queridos hermanos, la segunda: nuestra
vivencia de esa misma misericordia para con el prójimo. El católico que no es misericordioso, según
Dios, no según el mundo, para con el prójimo, es un hipócrita si dice que está
viviendo la eucaristía… Queridos hermanos, el que vive la Eucaristía de verdad,
el que vive la Eucaristía en profundidad, el que vive la Eucaristía con
humildad, el que vive la Eucaristía con sinceridad, el que vive la Eucaristía
con gratitud hacia Dios, el que vive la Eucaristía en un verdadero espíritu
eclesial, aquello que ha recibido, la Misericordia de Dios, la comparte con el
prójimo, y si ve a un prójimo que está necesitado, sea de lo que sea, le
comparte lo que ha recibido de Dios. Y
recordemos que esa Misericordia nos da la vida en plenitud de Cristo, y por
tanto queridos hermanos, lo que nosotros tenemos que compartir con el prójimo
es “Vida en Plenitud Integral”, ¡Integral!, pero muy pocas personas han logrado
entenderme esa expresión cuando cada vez que yo la he dicho, y no es la primera
vez que la digo, y tampoco será la última que la diré.
Cristo
nos da vida en plenitud integral, y por tanto si nosotros compartimos la
misericordia, si somos misericordiosos con el prójimo, tenemos que compartir,
tenemos que colaborar con el prójimo, para que el prójimo también tenga “Vida
en Plenitud Integral”. ¡Hipócritas
aquellos que sólo comparten con el
prójimo lo material! ¡Hipócritas
aquellos que pretenden compartir con el prójimo sólo lo espiritual! ¡Hipócritas
aquellos que pretenden compartir con el prójimo sólo lo temporal!... O sólo lo
transcendente! Cristo nos da plenitud
integral en todo sentido: en lo
espiritual, en lo moral, en lo físico, en lo psicológico, en lo personal, en lo
familiar, en lo social, en lo laboral, en lo profesional, en lo económico, ¡en todo!
Y esto tenemos que profundizarlo, queridos hermanos, para saber entender
qué le está pidiendo Dios hoy a cada cristiano, qué está pidiendo Dios a cada
católico, qué le está pidiendo Dios a cada católico que dice que hace oración…
el católico que viene a decirme que está haciendo oración, pero se encierra egoístamente
en sí mismo, en una salvación egoísta, o en la salvación egoísta solamente de
su familia, es un hipócrita también. El
católico que hace oración de verdad, y que participa de verdad en los
Sacramentos, tiene que salir de sí mismo, tiene que olvidarse de sí mismo y
proyectar la Verdad de Dios hacia el prójimo… ¡esto es misericordia!... No
solamente es sacarlo de la miseria, sino sacándole de la miseria llevarle a
vivir en plenitud un auténtico cristianismo.
Sacarle de la miseria, ayudarle a dignificarse como ser humano, eso es
una primera parte de la misericordia, pero para completar la misericordia a ese
que se le da dignidad humana, hay que darle también la oportunidad de llegar a
ser… ¡santo en Cristo Jesús! ¡eso es
misericordia! ¡Lo demás son palabras que
se lleva el viento!
Pero
hay una tercera visión que no puedo dejar de mencionar: Queridos hermanos, Cristo Nuestro Señor
instituyó la Iglesia Católica como Madre amorosa que cuida a sus hijos… Y esta Iglesia, Madre amorosa de todos sus
hijos, ¡hoy llora!… porque muchos de sus hijos están muertos: ¡viven en el pecado grave!… Nosotros, si realmente por los sacramentos,
por la Eucaristía, vivimos en Cristo, tenemos que ser embajadores de Cristo
ante esos hermanos nuestros en la fe que viven en pecado grave… Por eso nos
decía San Pablo: “practicad la caridad con todos, pero sobre todo con los
hermanos en la fe”. Somos miembros de la
Iglesia, y como miembros de la Iglesia, y como Iglesia por tanto, tenemos que
acercarnos a quien viva en pecado grave, no para callarle el pecado, no para
alcahuetearle esa situación de muerte, sino para ayudarle a salir del pecado,
para animarle, para ayudarle a ponerse en el camino en el cual va a encontrar a Cristo que en la
Confesión y en la Eucaristía le va a dar plenitud integral.
Queridos
hermanos, yo quiero invitarlos a que no dejemos en el olvido este mensaje que
el Señor nos da hoy a través de su Palabra.
Analicemos este mensaje en todos sus puntos, en todos sus aspectos, y
apliquémoslo a todo lo que el Señor está poniendo en nuestras manos en estos
tiempos que nos toca vivir, para que el tiempo que viene, el tiempo que todavía
tenemos que peregrinar en esta tierra, no sea conforme a los criterios del
mundo, sino que sean conforme a los criterios de Dios, esos criterios de
Misericordia Divina, esos criterios de santidad, esos criterios de vida en
plenitud integral, para la Gloria de Dios y para la santidad de toda la Iglesia
y bien de toda la humanidad. Así sea.
Pbro. José Pablo de Jesús Tamayo
Rodríguez, o.c.e.