IV Domingo Adviento 2011


CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO 

II Samuel 7: 1-5, 8b-12, 14a, 16;  Ps. 88: 2-3, 4-5, 27 y 29
Romanos 16: 25-27;  Lc. 1: 26-38



El Rey David ya vivía en una casa de cedro, en aquel tiempo vivir en una casa de este tipo era propio de reyes.  Y viviendo así, David quiso hacerle una casa al Señor, porque el Señor merecía una casa…  Pero,  ¿qué sucedía?   El Señor en su Providencia Divina, que siempre ha sido, es y seguirá siendo un misterio para nosotros los humanos,  sabía perfectamente de qué manera iba El a habitar entre los hombres, por eso no quería que David le construyera simplemente una casa, un templo, sino que no era David quien debía construir una casa al Señor, el Señor por su infinita sabiduría y poder era el Único capaz de construirse a Sí Mismo la Casa que El merecía, ya después le daría a su pueblo su casa, Dios quería construirse su propia casa, nadie era capaz de construirle una casa a Dios.

¿Cuál era la casa que quería construirse Dios? Su pueblo y la habitación dentro de esa gran casa que es el pueblo, la habitación para Dios, también solamente Él podía construírsela, y en un primer momento esa habitación para el Señor  iba a ser uno de los miembros de ese pueblo, un miembro privilegiado,  que fue María Santísima, Ella iba a ser la habitación de Dios, su casa, Ella es la casa que Dios mismo se estaba construyendo, esa habitación privilegiada que era María debía estar viviendo en un pueblo digno de Dios,  esto es lo que quiere decir el pasaje del libro de Samuel,  David no le va construir a Dios una casa material,  sino que Dios mismo se iría construyendo su pueblo, su casa, su habitación.

Nosotros como católicos ¿Vivimos realmente con la Santísima Virgen María? ¿Vivimos como María Santísima?  El ser humano debe eucaristizarse para poder vivir la Encarnación del Verbo en nosotros,  así como el Verbo de Dios se encarnó en María Santísima y estableció su morada en Ella, así también el Verbo de Dios hecho carne quiere encarnarse en nosotros. De aquí se desprende lo que yo he llamado la "Encarnación Eucarística", así como el Verbo de Dios se encarnó por la acción del Espíritu Santo en el Seno de María Santísima, no solo en apariencia, sino que se hace verdaderamente Carne en María Santísima, igual el Verbo quiere continuar siendo Carne en cada uno de los miembros de su Iglesia, de su pueblo.

El Verbo se hace carne en María por la acción del Espíritu Santo. En la Eucaristía, especialmente en la Plegaria Eucarística, el momento central es la Consagración, momento en que el sacerdote pronuncia las palabras de Cristo sobre las especies del pan y el vino, pero inmediatamente antes y después de la Consagración el Sacerdote invoca el Poder del Espíritu Santo;  es por la acción del Espíritu Santo que el Sacerdote en el único y eterno Sacerdocio de Cristo convierte las especies del pan y el vino en el Cuerpo y Sangre del Señor.  

Después de la oración del Pater Noster los fieles se acercan al Altar a comulgar, no es lógico que un cristiano viva en pecado grave, impidiéndose a sí mismo acercarse a comulgar, lo lógico es que el cristiano viva continuamente en gracia y de esa manera pueda entonces acercarse a recibir la Sagrada Comunión, es en este momento de la Sagrada Comunión cuando se realiza la "Encarnación Eucarística", Cristo nace eucarísticamente en la persona que comulga, y si esto lo hace continuamente sucede en nosotros lo mismo que sucedió en María Santísima, el Verbo se encarna eucarísticamente en nosotros, el Verbo por la acción del Espíritu Santo nos convierte a nosotros como a María en casa de Dios…

¿Cómo vivió María antes, durante y después del parto? María ciertamente vivió su virginidad antes, durante y después del parto, pero además de ser Virgen Ella fue también Santísima antes, durante y después del parto, es decir vivió en santidad desde que fue concebida en el seno materno de Ana, y toda su vida, su infancia, su adolescencia, su juventud, su edad madura, su edad adulta, su ancianidad,  Ella vivió en santidad todas las circunstancias de la vida, la paz y la ecuanimidad que tenía antes de la Anunciación, vivió en santidad aquel momento en que el Ángel le anunció la encarnación del Verbo, la visita a su prima Isabel, vivió en santidad su peregrinaje con José a Belén para el nacimiento de Jesús por el Censo que estaban realizando en el Imperio Romano, vivió en Santidad el nacimiento de Cristo, los años que vivió en Belén antes de poder regresar a Nazaret, también la huida a Egipto, su estadía allí y su regreso a Nazaret, vivió en Santidad todo ese tiempo en su casa de Nazaret hasta la muerte de José y siguió viviendo así en compañía de Jesús, hasta que Jesús tuvo que dedicarse ya al ministerio público, Ella continuó viviendo en santidad esos tres años de vida pública de Jesús, vivió en santidad el misterio de su Hijo que había comenzado a anunciar y comunicar el Reino de Dios, vivió en Santidad el silencio en el cual acompañó el peregrinaje apostólico de Cristo nuestro Señor, vivió en santidad los meses y días anteriores a la Pasión del Señor, viendo como era vilipendiado, acusado, calumniado y rechazado por los fariseos, vivió en Santidad la Pasión de Cristo, en una unión total con Cristo, unión que adquirió desde el momento en que el Verbo se encarno en Ella, desde el momento mismo en que dijo su "Fiat mihi voluntas tua" vivió en santidad la Pasión de Cristo, el camino al Calvario, la Crucifixión y la muerte de Cristo en la Cruz, ese momento crucial de la historia de la Salvación en que Jesucristo dijo "Padre en tus manos encomiendo mi espíritu", María vivió en Santidad el dolor y sufrimiento co-redentor, vivió en santidad la espera confiada de esos tres días, vivió en santidad el gozo de la Resurrección de su Hijo, vivió en santidad el resto de su vida al lado del apóstol Juan, primero en Jerusalén y luego en Éfeso, vivió en santidad hasta el momento de su Muerte, el momento de ser resucitada por el Señor y de ser llevada por El, para seguir viviendo eternamente en Santidad sumergida en la Santidad plena de Dios.

Así debemos de vivir nosotros, nadie puede decir "yo no puedo", quien diga eso está blasfemando contra el Espíritu Santo, decir no puedo ser santo es rechazar que el Espíritu Santo actúa en el Altar durante la Plegaria Eucarística, es rechazar que el Espíritu Santo puede actuar en nuestra vida como actuó en María. El que diga que no puede ser santo, nunca ha celebrado ni nunca va a celebrar una verdadera Navidad.   Por el Adviento y la Navidad estamos llamados a la Santidad, por la constante Encarnación Eucarística de Cristo en nosotros y en el seno de la Iglesia estamos llamados a la santidad, no estamos llamados a la mediocridad, a ser pecadores, estamos llamados a la santidad y si aceptamos como María ese llamado a la Santidad podremos entonces unirnos eclesialmente para vivir la santidad, para manifestar que somos templos vivos de Dios, para manifestar que somos Sagrarios vivos de Cristo.  

Entonces comprenderemos otro momento de la historia de la Salvación que está íntimamente ligado con los que se han explicado anteriormente; hemos dicho que Cristo quiere hacer de nosotros su Templo, sagrarios vivos, para que vivamos como María en Santidad.

 Pero ¿qué sucedió después de David? Después de David vino Salomón, y a Salomón el Señor lo utilizó como instrumento fiel para construirse un Templo en Jerusalén, ese Templo de Jerusalén primero y ahora el Templo Católico es el lugar donde todos los sagrarios vivos deben reunirse para darle culto a Dios, para participar de la Eucaristía, en la cual diariamente se realiza la encarnación eucarística y así podamos vivir cada día con mayor perfección el esfuerzo por llegar a ser Sagrarios Vivos del Señor.

Aún más:  por la acción del Espíritu Santo sucede también durante la Plegaria Eucarística, después de la Consagración,  que Cristo vive su Oblación  Víctimal…  Quien es sagrario vivo del Señor,  debe también vivir la Oblación Víctimal, y uno de los aspectos Importantes de la Oblación Víctimal es entregarse por completo a realizar la Gloria de Dios… 

 Cristo al vivir su Pasión, su perfecta Oblación Víctimal,  no lo hizo escondido, lo hizo en el Monte Gólgota a vista de todo el pueblo, nosotros tenemos que ser santos ante el Pueblo, no para vanagloria nuestra, porque no es por mérito nuestro, sino para dar testimonio de Cristo, de Dios.   Dios tiene que ser glorificado por la santidad de los miembros de su Pueblo…  En esto se tiene que insistir en la Iglesia, vivamos entonces sin escondernos y dejemos como María Santísima que el Espíritu Santo actué también en nosotros,   y así como el embarazo de María no se oculto sino que fue visible, que así la encarnación Eucarística de Cristo en nosotros sea visible por los frutos de santidad, para que la humanidad entera glorifique a Dios, a Cristo, para que la humanidad entera llegue a Cristo Jesús, este es el objetivo que la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo debe tener en la Navidad,  no una simple paz humana, no un simple alegrarse humana, social y familiarmente…  Si todas las personas sin distingo de edad se centran en el recibir y entregar "regalos de Navidad" o en las fiestas y bailongos se está caminando hacia el infierno.   En cambio si la Iglesia logra que todos los fieles se centren verdaderamente en Cristo, si se habla de Cristo, si se vive en Cristo con María y como María, si se da testimonio de Cristo con María y como María entonces si estaremos preparando lo que el Señor le predijo al Rey David, el Reino de Dios que debe perdurar más allá del tiempo, el Reino de Dios que es gloria, plenitud, santidad trascendentes.

Que esta semana sea el tiempo en el cual  el  Señor nos permite seguir preparándonos para crecer  en santidad y que la Eucaristía del 24 de diciembre sea vivida tan profundamente que realmente sintamos que el Verbo de Dios se encarna en nosotros como en María y como María dé en nosotros frutos de santidad y así podamos decir no sólo “feliz navidad”, sino más bien "Santa Navidad"  a  todos los que  nos rodean así como a aquellos con quienes nos encontramos.


Pbro. José Pablo de Jesús, o.c.e.

“¡Ego Adoro Te et Satisfactio Te,
Iesus Oblatio!”
“¡Nunc et Semper, hic et ómnium locum
in aeternum!”

Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Stma. siempre Virgen María


SOLEMNIDAD  DE LA
INMACULADA CONCEPCIÓN
DE  LA SANTÍSIMA siempre VIRGEN MARÍA

Gen. 3:  9-15, 20;   Ps.  97: 1, 2-3ab,  3c-4;
Ef.  1: 3-6, 11-12;   Lc. 1:  26-38

8 de Diciembre de 2011



            En esta preciosa e importantísima Solemnidad en que la Iglesia celebra la Inmaculada Concepción de María Santísima, hay muchísimos aspectos que habría que considerar, un primer aspecto del cual María Santísima nos da un ejemplo maravilloso y por el cual lo primero que tenemos que hacer es venerar de una manera especialísima a María Santísima, venerarla, felicitarla, alegrarnos con Ella, porque quien no se alegra con María Santísima, no solamente en este día, sino todos los días de su vida, quiere decir que no conoce a María, y no ama a María de verdad. A María hay que conocerla para amarla y para felicitarla, felicitarla por su humildad, aquella humildad que va unida a la pureza,  yo siempre lo he dicho y lo diré:   María Santísima es totalmente pura en su Cuerpo, pero también es purísima en su alma, en su corazón, en sus intenciones, en sus sentimientos, en sus deseos, y por lo mismo que es purísima en todo su ser corporalmente, sicológicamente, espiritualmente, por lo mismo es también humilde.

             Y podríamos analizar todos los dones que el Espíritu Santo infunde en una persona humana, podríamos  descubrirlos en María Santísima.  Pero fijémonos hoy en la humildad de María por su pureza.  Esta humildad  lleva a María Santísima a aceptar que Ella es capaz de cumplir la Voluntad Santísima de Dios, aun sin comprenderla,  María Santísima no comprendió cómo iba  a suceder aquello que el Arcángel le estaba diciendo, pero lo aceptó y se puso a disposición del Espíritu del Señor, a disposición de la Sabiduría del Señor, a disposición de la Fortaleza del Señor, a disposición del Amor del Señor, y porque María Santísima amó a Dios fue capaz de amar a toda la humanidad diciendo:  "Hágase en mí según tu Palabra",  porque fue humilde.  Si María Santísima hubiera sido soberbia como lastimosamente es casi todo ser humano, no hubiera podido decir “hágase en mí según tu palabra”,  porque María Santísima fue purísima, fue humilde, y siendo purísima y siendo humilde, fue capaz de  estar abierta a la acción del Espíritu en Ella, y por eso el Espíritu Santo hizo maravillas en Ella… 

            Así como no podemos olvidar ese "Fiat de María", por lo mismo nunca podremos olvidar el “Magníficat” de María:  "Proclama mi alma la grandeza del Señor", María Santísima no se guarda las grandezas del Señor, todo lo atribuye a la Voluntad de Dios, cumple la Voluntad de Dios, y lo atribuye a Dios mismo, esa es la grandeza de María, y es por la grandeza de María por la que tenemos que felicitarla a Ella, por lo que tenemos que sentirnos unidos a Ella, y por lo que tenemos que imitar a  María.  Muchos dirán:  pero ¿cómo vamos nosotros a imitar a María, si no somos puros?... Eso mismo nos lleva a descubrir la insinuación continua del Espíritu del Señor, ya no solamente para María sino para cada uno de nosotros , el Espíritu a través del ejemplo de María nos está diciendo: "sed puros", porque si somos puros, también seremos humildes y siendo humildes y puros como María, también seremos capaces de decir “hágase en mí según tu Palabra”,  para después también nosotros como María Santísima, proclamar las grandezas del Señor, pero esas grandezas que el Señor hizo en María.

             De esa manera se tendrá  el fruto ubérrimo o sea el fruto más grandioso que puede dar un ser humano… El fruto más grandioso que un ser humano puede dar no es hacer grandes obras materiales, no es escribir grandiosas obras de literatura o de espiritualidad.  María Santísima dio el mayor fruto que podía haber dado cualquier ser humano:   engendrar y darle vida en su seno nada menos que al Hijo de Dios que se hacía Hombre;  porque María Santísima fue purísima y fue humilde, y fue capaz de decir “hágase en mí según tu Palabra”, por eso se engendró en Ella el fruto del Hijo de Dios encarnado hecho Hombre; y ese mismo fruto Dios quiere que lo demos nosotros, no es un capricho nuestro, no es por mérito nuestro , como tampoco fue mérito de María, sino que fue por Gracia de Dios, por la Gracia especialísima de Dios, María Santísima fue purísima desde su Inmaculada Concepción, por Gracia de Dios, consecuentemente fue humilde, por Gracia de Dios María Santísima estuvo abierta a la acción del Espíritu para decir “Hágase en mí según tu Palabra”, por Gracia de Dios como consecuencia de todo esto, María dio el fruto del Hijo de Dios que se hacía Hombre y que nació de Ella, haciéndola a Ella por tanto, también, Madre de Dios.  Nosotros también, por Gracia de Dios, en el Sacramento del Bautismo podemos ser  puros, por Gracia de Dios, a través del Sacramento de la Reconciliación podremos recuperar la pureza para no volverla a perder, por Gracia de Dios, por el Bautismo y por la Reconciliación, podemos recuperar la virtud de la humildad, para no volverla a perder, y por Gracia del Señor, por la Acción del Espíritu del Señor al igual que María Santísima, nosotros también podemos engendrar en nosotros mismos al Hijo de Dios hecho Hombre… ¿Cómo?:   Eucarísticamente, así como María Santísima engendró al Verbo de Dios hecho Carne, así también el mismo Espíritu Santo por el Sacerdocio de la Iglesia hace que el Verbo de Dios hecho Carne en el seno de María Santísima, se haga presente en las Sagradas Formas, para que desde esas Sagradas Formas el Hijo de Dios hecho Carne, se engendre Eucarísticamente en nosotros, siempre y cuando vivamos la pureza, la humildad, y la disposición, la apertura al Espíritu Santo, esa disposición por la cual todos los días, momento tras momento con María y como María digamos:  "Hágase en mí según tu Palabra". 

            Ciertamente,  ¡Oh Virgen María Santísima!,   nosotros tenemos que imitar al pueblo israelita, cuando después de aquella hazaña, felicitaban a  Judith  y le decían “tú eres la más grande entre todos porque lograste salvar al pueblo israelita del poder filisteo”, así también nosotros te decimos:  "María Tú eres la más Grande", "Tú eres la más privilegiada de toda la Iglesia",  “Tú eres el Miembro por excelencia de la Iglesia”,   “Tú eres Madre de Dios y Madre nuestra”,   “Tú eres Madre de la Iglesia”,   “Tú eres Purísima”, “Tú eres humildísima”,   “Tú eres instrumento fiel y amoroso del Espíritu Santo”,    “Tú eres nuestra Madre y Modelo por excelencia”;   María alcanza para cada uno de nosotros y para toda la Iglesia, para todo el Clero,  para todos los Obispos,  para todos los Sacerdotes,  para todos los que te aman de verdad,  la gracia de la pureza, la gracia de la humildad, la gracia  de la fidelidad a la acción del Espíritu Santo,  la gracia de que como Tú eucarísticamente engendremos día tras día al Hijo de Dios hecho Hombre;  alcanza para toda la Iglesia la gracia especialísima de que por la Liturgia seamos como Tú, sagrarios vivos del Verbo de Dios  encarnado; sagrarios vivos que como Tú seamos capaces de entregarlo a la humanidad, para que la humanidad pueda llegar a vivir, no sólo en el tiempo,  sino también en la Eternidad la Liturgia Celestial y Perfecta para la Gloria del Dios Uno y Trino.   Amén.   
            
Pbro.  José Pablo de Jesús, o.c.e.

“¡EGO ADORO TE ET SATISFACTIO TE,  IESUS OBLATIO!”
“¡NUNC ET SEMPER,  HIC ET OMNIUM LOCUM IN AETERNUM!”

Dom. II de Adviento 2011A Cristo consolador le encontramos en la Reconciliación


DOMINGO  II  DE  ADVIENTO

Isaías 40: 1-5, 9-11; Ps. 84: 9ab-10, 11-12, 13-14;
II Ped. 3: 8-14;  Mc. 1: 1-8


Muy queridos hermanos, cuando se habla  entre los seres humanos de consolar, en qué pensamos?  Pensamos en una persona que posiblemente está pasando por algún problema, por una dificultad, porque está triste por alguna situación, y entonces ese consuelo que damos  es simplemente un consuelo de palabra, afectivo, pero ese consuelo humano… ¿ ayuda efectivamente a la persona a salir de la dificultad, de la tristeza?,  muy difícil, en todo caso anima un poquito pero nada más.

En la Sagrada Escritura Isaías nos habla de consolar, pero no es un hombre cualquiera el que habla, es el profeta de Dios y dice:  “consolad, consolad a mi pueblo, hablad al corazón de Jerusalén”,  ya no es un consuelo dirigido a una persona, sino que es el consuelo de parte de Dios a todo un pueblo; y podríamos comparar el consuelo que Dios concede al consuelo puramente humano, ciertamente que no, el consuelo humano ante el consuelo de Dios: Dios consuela porque perdona, y cuando Dios perdona, Dios recrea a aquel a quien perdona, dice:  "Gritadle que se ha cumplido  su servicio y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados", por eso en el Salmo responsorial, le decíamos al Señor ten misericordia de nosotros y dadnos tu salvación, y  sabemos que la salvación en Cristo es plenitud de vida y por tanto es resurrección, es recreación, Dios recrea aquello que El mismo había creado.

Dios en Cristo Jesús, quiere recrear a su Iglesia, y eso es lo que la Iglesia debe proclamar hoy día en el mundo, una recreación en Cristo,  a eso viene el Hijo de Dios, para eso el Hijo de Dios, coeterno con el Padre y el Espíritu Santo,  en el tiempo prefijado, se hace hombre y nace de María Santísima, pero, esa recreación, ese nacimiento del Hijo de Dios hecho Hombre, en medio de su pueblo, en medio de la Iglesia, necesita algo, que alguien prepare su camino, su venida, su llegada, así como cuando viene un gran personaje a nuestra casa, a nuestra ciudad, a la nación, la casa, el pueblo, el País se limpia, se adorna, se prepara la llegada del Señor.   Adviento es esa espera, y es una espera en oblación victimal. 

Hermanos, este adviento que estamos viviendo tiene que ser especial, esperar en oblación victimal, pero esa oblación victimal implica todo un proceso, el proceso que la Iglesia debe ofrecerle a todos sus miembros, para proyectarse afuera, no podemos pensar que otros sean santos si nosotros no somos santos, no podemos pensar que otros vivan en santidad la liturgia, vivan en santidad la Eucaristía, si primero nosotros no la vivimos en santidad;  no podemos pensar que haya justicia, equidad en la sociedad, si primero en nosotros mismos no hay paz, la justicia de Cristo; si primero nosotros no experimentamos la misericordia de Dios para con nosotros, nosotros mismos no podemos ser misericordiosos para con el prójimo, es muy fácil practicar filantropía que es buena  pero es simplemente horizontal,  se necesita vivir en santidad. Y ello para poder experimentar la misericordia de Dios con uno mismo, y así experimentar esa misericordia de Dios para con el prójimo, entonces quiere decir que la Iglesia es la continuidad de la misión de Juan el Bautista como precursor de la venida del Señor, esta es la misión de la Iglesia, y cuando decimos Iglesia somos nosotros, Su Santidad, cada Obispo,  cada  Sacerdote, cada fiel, cada uno de nosotros, y la Iglesia debe estar continuamente abierta como Juan el Bautista a la misericordia de Dios y tiene que ser capaz de anunciar, proclamar y realizar como sacramento de salvación la misericordia de Dios para con todos los fieles y luego con toda la humanidad.  Hermanos,  ¿a qué nos lleva esto?, si realmente vivimos la espera como oblación victimal, conscientes de que oblación significa ofrenda, entrega, un acto oblativo, es un acto de entrega, y a Dios nuestro Señor  no se le entrega sino lo perfecto.

Otra realidad importante, ¿cuándo será el momento de entregarle al Señor nuestra propia vida en perfección, cuándo?  No sabemos.  Litúrgicamente está cerca, tres semanas  para el 25 de Diciembre; y en este día el Señor viene hacia  nosotros para que nosotros vayamos hacia El, ciertamente el Señor viene a la Iglesia, en los dos sentidos de la Iglesia:  En el sentido del templo físico y en el sentido del Cuerpo Místico.  El Señor en el templo o sea en la Liturgia,  quiere ser encontrado por cada miembro de la Iglesia.  Ahora bien, hermanos, tengamos en cuenta que ese encuentro con Cristo nos tiene que encontrar en santidad, en perfección, viviendo el proceso de conversión, viviendo no sólo ese proceso de arrepentimiento sino de conversión y de transformación, de santificación, tiene que encontrarnos así, en esa venida del Señor, y ¿de qué manera nos vamos a encontrar con el Señor en la Liturgia?... Pero el Señor es tan providentemente prodigioso que en la Liturgia, y sólo en la Liturgia nos da la posibilidad de recibir en nosotros el efecto maravilloso, el efecto salvífico de su misericordia, el efecto maravilloso de su consuelo que es Vida, es Plenitud, es Alegría, es Santidad, es Gloria, es Amor que se recibe, y amor que se entrega.

El que recibe el Amor de Dios recibe la fortaleza del Espíritu para entregar amor, amor en la Verdad, el Amor de Dios a Dios mismo y al prójimo.  Por eso es necesario que aprendamos a vivir así, ese encuentro litúrgico con el Señor que solamente por la Liturgia permite vivir ese encuentro, solamente por la Liturgia  nos permite llegar a El, pero muchos dirán es que yo no puedo llegar a Cristo por la Liturgia Eucarística, porque todavía me encuentro en pecado, me encuentro indigno… Queridos hermanos, ahí está la providencia misericordiosísima, sabia, ingeniosa del Señor, en la misma liturgia nos ofrece el medio para borrar nuestros pecados, para recibir el consuelo de Dios, para recibir la medicina de Dios, el perdón de Dios, pues  ya ha pagado por nuestros pecados en la Cruz, habiéndose hecho Hombre llegó hasta la Cruz, para pagar por nuestros pecados, y ese perdón el Señor nos lo aplica en otro de los actos litúrgicos importantísimo de la vida de la Iglesia, el Sacramento de la Reconciliación. 

Hermanos no nos alejemos de la Reconciliación.  Hay que reconocer que la reconciliación  tiene dos aspectos importantes,  son inclusivos el uno con el otro. El primer aspecto es que la Confesión es un juicio, uno se presenta ante el Ministro de Dios que de parte de Dios es Juez, y con toda sinceridad uno tiene que reconocer de viva voz sus pecados ante el juez de Dios que es el Sacerdote,  eso es difícil, hay que reconocerlo, como efecto de la soberbia humana, pero contra soberbia, humildad,  y el Señor da la fuerza de la humildad, el que solamente se deja llevar por la soberbia es cobarde, pero el que reconociendo su soberbia actúa con la humildad que Dios le da, con la humildad supera la soberbia, y el que es humilde es valiente; entonces tenemos que reconocer nuestros pecados ante el Sacerdote, o sea ante Cristo, ante Dios, y Cristo a través del Sacerdote ha pagado y nos aplica ese pago que es su perdón.   Y  el otro aspecto importante de la Confesión, además de ser un juicio, es medicina, el Sacerdote aplica la medicina, y una parte importante de esa medicina, es la penitencia precisamente para curar.  Si un médico le dice a un paciente yo te voy a operar de ese cáncer, aplica el bisturí, extrae el tumor, le cose y sin medicamentos lo manda a la casa, el enfermo no se va a curar completamente, necesita tratamiento para fortalecerse; el Sacerdote en la Confesión nos trata como médico divino, nos saca nuestro mal, y luego nos aplica la penitencia, para que no quedemos débiles, la penitencia es medicina. 

Hermanos, muchísimos son los fieles que al terminar su confesión, me han dicho:  “Padre, me siento gozoso, alegre, restaurado, como nuevo, lleno de la Gracia preciosa”.  Hermanos animémonos,  vivamos esta espera oblativo -  victimal  en un verdadero proceso de conversión y si necesitamos la confesión, con la humildad superemos la soberbia y acerquémonos al Sacerdote para confesarnos con confianza, humildad, valentía, y recibamos al Señor en la Eucaristía durante el Adviento de tal manera que el 25 de Diciembre podamos recibir al Señor  en la Sagrada Comunión, y sea  algo exuberante en gracia, exuberante en santidad, exuberante en  Gozo del Señor que nace eucarísticamente, como un día nació de la Santísima Virgen María.  Vivamos la Liturgia de la Reconciliación en esta semana, para que vivamos  la Liturgia Eucarística como auténticos cristianos en oblación victimal que  en Cristo le damos Gloria a Dios con toda nuestra vida,  y damos Gloria  a Cristo en este mundo que necesita la Luz Plena de Cristo que viene en Navidad.

Pbro. José Pablo de Jesús, o.c.e.

"¡Ego Adoro Te et Satisfactio Te, Iesus Oblatio!"
"¡Nunc et semper, hic et omnium locum in aeternum!"